Traducido por Yonile
Editado por YukiroSaori
El rey de Estia ordenó la expulsión de los kurkanos. Pero reconociendo que había habido negligencia mutua, no los expulsó de inmediato. Tenían un período de gracia de dos semanas.
Se decidió que después de que los kurkan se fueran, Leah dejaría el palacio para ir a la frontera, varias semanas antes de lo previsto. Pasó todos los días ocupada trabajando y delegando tareas antes de su partida.
Ese día, su agenda estaba muy ocupada. Antes de comenzar su lista de tareas, la condesa Melissa llevó un peine de madera para arreglar a Leah. Sus habilidades para peinar el cabello de Leah eran tan buenas como los años que habían pasado juntas. Nadie podría manejar mejor su melena.
—Byun Gyeongbaek pronto se dirigirá a la frontera occidental. Pero parece que él quiere reunirse contigo primero.
—Está bien. De todos modos, debemos encontrarnos.
Las dos continuaron hablando sobre ciertos asuntos, y mientras Leah observaba cómo le peinaban el cabello plateado, dijo:
—No he visto a la baronesa Cinael últimamente.
La mano diligente de la condesa Melissa se detuvo por un momento antes de responder en voz baja.
—Ella ha sido suspendida.
Había manejado el asunto bajo la autoridad de la dama de compañía principal, pero no le había informado a Leah porque había estado muy ocupada últimamente.
—La estás tratando como la culpable —comentó Leah con calma.
La condesa Melissa dejó el peine sobre el tocador.
—Lo siento, Princesa. Traté de hacer algo, pero la situación estaba empeorando… así que pensé que sería mejor si la baronesa se iba de baja por enfermedad y descansaba un rato.
Estaba siendo aislada y tratada como la culpable del robo del vestido de seda púrpura, pero aún no se había descubierto la verdad. Leah necesitaba reunirse con ella y escuchar su defensa.
—Tengo un par de horas libres esta tarde.
Había fijado ese tiempo para descansar un poco, y aunque estaba oficialmente libre, por lo general tomaba el té mientras revisaba los documentos.
—Voy a visitar a la baronesa Cinael.
—¿No es demasiado repentino?
—Hay cosas más importantes que la etiqueta.
Ella se estremeció al decir esas palabras. No estaba acostumbrada a decir ese tipo de cosas, y la condesa Melissa pareció un poco sorprendida. Leah continuó enérgicamente, dejándolo a un lado.
—Por favor, haz los preparativos para eso. Ya que voy a visitarla, tendré que traer un regalo como muestra de cortesía.
Después de terminar el trabajo de la mañana, almorzó y se preparó para irse. Al abordar el carruaje, llevaba un paquete de galletas preparadas por el jefe de cocina del Palacio. Eran los favoritas de la baronesa Cinael.
Ninguna de sus damas de honor procedía de linajes familiares poderosos, y la baronesa vivía en una zona alejada del centro de la capital. En el camino, Leah hizo algunas especulaciones por su cuenta. Habría sido mejor si las cosas hubieran procedido con discreción. Sus damas de honor no habrían señalado y excluido a la baronesa sin razón. Esta debía haber hecho algo sospechoso.
Quizás había robado el vestido para pagar algún préstamo privado. Pero Leah no creía que lo hubiera robado por un problema personal. Conociendo su personalidad, Leah pensó que la baronesa se lo habría confesado y habría pedido ayuda.
Mientras hacía estas especulaciones, había llegado a la residencia de la baronesa sin darse cuenta. El carruaje real se detuvo frente a una modesta mansión. La mujer que estaba afuera regando las flores en el jardín abrió mucho los ojos cuando vio el carruaje y vio a Leah salir.
—Princesa…
—Dama.
Leah sonrió y corrió a abrazarla, con lágrimas en los ojos. La baronesa se aferró a ella como si estuviera a punto de derrumbarse. El barón, que se había quedado en casa para consolar a su esposa, mostró sorpresa al ver a la princesa. En silencio, Leah mantuvo el abrazo hasta que la baronesa, tras dejar de sollozar, la guió al interior.
Mientras servía el té, la baronesa explicó:
—No recibo salario por estar suspendida… Tuve que prescindir de algunos empleados para ahorrar. Aunque, en realidad, tampoco tengo nada que hacer en casa.
El té formaba remolinos atenuados en la taza al enfriarse. Leah aguardó en silencio, pero la baronesa solo rompió a llorar de nuevo cuando la infusión ya estaba tibia.
—Estoy tan frustrada… Solo seguía instrucciones… —Se enjugó los ojos con su pañuelo, pero las lágrimas volvieron a brotar. Apretó el pañuelo entre sus dedos antes de continuar—: Ese día me dijeron que sacara el vestido de seda púrpura y se lo entregara al sirviente que esperaba afuera… Eso fue todo lo que hice.
—¿Quién te dio esa orden?
La baronesa Cinael cerró los ojos con fuerza. La respuesta no le salía con facilidad. Tras un largo momento de duda, murmuró con cuidado:
—Fue la condesa Melissa.