Matrimonio depredador – Capítulo 78: En manos de Cerdina

Traducido por Yonile

Editado por YukiroSaori


—Mmm. Está más roto de lo que pensaba. Ese hechicero bárbaro es bastante bueno. Pero no parece que haya podido profundizar.

Cerdina frunció el ceño, molesta.

—En realidad, también fue difícil cuando lancé el primer hechizo hace cuatro años. Intentaste salir del lavado de cerebro tan pronto como apareció la más mínima oportunidad. —Esperó, observando hasta que Leah sufrió lo suficiente como para quebrantar su voluntad, y luego preguntó generosamente—: ¿Te duele, Leah?

La princesa asintió con desesperación, tragando saliva entre espasmos. Hubiera besado el barro bajo los pies de Cerdina con tal de que el tormento cesara.

Cerdina rió con un sonido cristalino y chasqueó los dedos. Como por arte de magia, el dolor infernal se esfumó. Leah se incorporó en el suelo, los pulmones ardiendo.

La bruja se inclinó frente a ella y enredó los dedos en su cabello plateado. Cuando Leah intentó apartarse, un peso de plomo se apoderó de su pecho. Su cuerpo permaneció inmóvil, ajeno, como si habitara un cadáver prestado. Hasta la respiración le resultaba ajena, como si su alma hubiera sido transplantada a otro ser. Un escalofrío le recorrió la columna, y Cerdina sonrió al ver el pánico iluminando los ojos de Leah.

—No es necesario que tiembles así —susurró Cerdina, trazando con su uña un camino escarlata desde el mentón de Leah hasta su garganta. La princesa contuvo un gemido, clavando las uñas en sus propias palmas para soportar el dolor.

Aquella mujer inclinó su rostro, atrapando el pánico en los ojos violeta temblorosos. Cerdina sonrió amablemente.

—¿Alguna vez has estrangulado a alguien que amas?

Las manos de Leah se movieron sin su control y se cerraron alrededor de su propio cuello. Cerdina sonrió al ver cómo su rostro se enrojecía por la falta de aire. Justo cuando estaba a punto de desmayarse, sus manos se soltaron y Leah jadeó, sintiendo su corazón a punto de estallar. No tuvo tiempo para recuperarse.

—¿Alguna vez has clavado un cuchillo en un corazón? —Leah no podía hablar. Cerdina pensó un momento y luego dijo—: Umm…

Tocó los labios de Leah con un dedo y solo entonces Leah pudo hablar.

—Oh, no…

—No quieres, ¿verdad? Odias el dolor.

—Sí… lo odio…

—Entonces no pienses en nada innecesario.

Cerdina acarició con cariño la pálida mejilla de Leah.

—No le digas nada a Blain. No creo que le guste verte en este estado. Y será mejor que tampoco se lo digas a nadie más.

Sus labios esbozaron una sonrisa fría.

—Lo mantendremos en secreto… entre madre e hija.

Leah asintió lentamente, con los ojos en blanco. Las lágrimas se deslizaron por su mejilla, se engancharon en su barbilla y cayeron al suelo. Cerdina sonrió.

—A partir de hoy, controle su alimentación. La boda está cerca, pero has engordado mucho.

Se puso de pie con gracia y miró a Leah, que estaba sentada abatida en el suelo.

—Entonces me voy —dijo en voz baja—. Ha sido un placer hablar contigo, Leah.

El pomo de la puerta, que no se había movido a pesar de los intentos desesperados de Leah, giró con facilidad. Cerdina abrió la puerta y se fue.

En la soledad, Leah bajó la cabeza. Su cabello plateado se derramó como una cascada mientras una risa hueca escapaba de sus labios. Todo era ridículo. Había creído que no estaba embrujada, solo porque no actuaba como el rey. Pero ahora comprendía su verdadero estado: era otro títere más.

La advertencia de Cerdina no podía ser más clara. La reina podía controlar su cuerpo a voluntad; cualquier rebelión se pagaría con sufrimiento.

Entonces, Leah vio las imágenes impuestas: sus propias manos estrangulando a Ishakan, un cuchillo clavándose en su pecho. Esa mente que acababa de liberarse se nubló de nuevo, y la oscuridad la devoró entera.

Durante mucho tiempo, se quedó donde estaba. Lentamente, levantó la cabeza, mirando a su alrededor aturdida. El recuerdo de su eufórica noche en esta habitación con Ishakan parecía lejano. Sus tobillos aún estaban atados con cadenas. La libertad con la que había soñado nunca había existido.

—Ishakan… —dijo Leah desesperadamente.

Las lágrimas brotan de nuevo. Ella nunca pondría un pie en esas arenas del desierto en su vida. Ella nunca estaría con él.

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