Matrimonio depredador – Capítulo 79: Leah, sirviendo a Cerdina

Traducido por Yonile

Editado por YukiroSaori


Los nardos del jardín del palacio de la princesa florecían en todo su esplendor. El vaivén de aquellas pequeñas flores blancas bajo la brisa era un espectáculo apacible, pero Leah las contempló con mirada vacía antes de ordenar en tono monótono:

—Arrancadlos todos. Prefiero otras flores.

Ella misma había solicitado aquella plantación meses atrás. Sus damas de honor intercambiaron miradas perplejas ante el repentino capricho, pero ninguna osó cuestionarla: todos sabían que los ánimos de una novia en vísperas nupciales son volubles.

—¡Princesa!

Leah se giró al oír la voz. Era Byun Gyeongbaek de Oberde. Era antes de la hora en que habían acordado encontrarse, pero como Leah no estaba en el palacio, él había venido al jardín.

Por alguna razón, se quedó en silencio después de llamarla y se acercó lentamente mientras miraba a Leah, que estaba parada frente al jardín de flores blancas como la nieve. Estaba actuando bastante decentemente, lo cual era raro en él.

—¿Te gustan los nardos? —preguntó.

—No —Leah susurró, mirando las flores—. No me gustan.

Juntos, caminaron por el jardín. Byun Gyeongbaek planeaba ir a la frontera occidental esa noche y habló con ella sobre algunas cosas, principalmente asuntos relacionados con la boda. También habló sobre qué tipo de vestido de novia le quedaría bien y cómo debería estar decorado el salón de bodas.

Leah escuchó en silencio, asintiendo de vez en cuando, y él frunció el ceño ante su inexpresividad.

—Al menos podrías fingir una sonrisa —dijo—. Eres tan rígida.

Al forzar las comisuras de sus labios en una sonrisa, logró satisfacerlo. Él tomó su mano —ella ni siquiera intentó resistir—. El tiempo fluyó sin que lo percibiera, sumergida en sus pensamientos mientras caminaban. Cuando el encuentro terminó y él partió, Leah regresó al palacio de la princesa, donde Cerdina aguardaba.

Sentada en el sofá de la sala, Cerdina recibía atenciones de la condesa Melissa, cuyos ojos vidriosos delataban su falta de voluntad. Al igual que las damas del palacio de la reina, se movía con la rigidez de una marioneta.

Leah contempló la escena un instante antes de aproximarse e inclinarse ante Cerdina:

—Me reuní con Byun Gyeongbaek de Oberde.

—Ya veo —asintió Cerdina, señalando el asiento contiguo. Leah obedeció, vertió el té frío de su taza y sirvió uno nuevo con manos mecánicas. Para Cerdina, esto era rutina: había abandonado toda pretensión frente a Leah, revelando su auténtica naturaleza.

Visitaba el palacio de la princesa con tanta frecuencia como si fuera el suyo propio, y a menudo hacía llamar a Leah al palacio de la reina para que la sirviera. Cerdina mostraba satisfacción ante el desempeño de Leah como dama de honor.

A medida que aumentaban las horas que pasaba con Cerdina, disminuía la comida que Leah consumía. Diariamente, Cerdina la obligaba a desvestirse y a observarse frente al espejo, señalando meticulosamente cada imperfección para justificar los ajustes en su dieta.

Hoy ella hizo lo mismo. Cerdina colocó a Leah frente a un gran espejo para examinar su cuerpo desnudo, luego sacó una cinta métrica para confirmar que su cintura era un poco más pequeña que antes.

—No podemos permitir que la Flor de Estia muestre imperfecciones, ¿verdad?

—Sí —respondió Leah, sus ojos velados como cristales empañados.

Cerdina deslizó los dedos por su mejilla con la ternura que se brinda a un animal doméstico.

—Ven aquí. Te peinaré.

Tomó el peine de madera de manos de la condesa Melissa y empezó a deslizarlo por el cabello plateado de Leah, lujoso como seda recién tejida. Leah permaneció inmóvil, la mirada fija en Melissa, quien permanecía erguida en un rincón, ajena como un títere abandonado.

Ella pensó que su corazón estaba entumecido, pero hormigueó de nuevo.

—Si me comporto como deseas… —Leah alzó la vista hacia Cerdina—, no olvides tu promesa de liberarlos.

—Por supuesto que no. Cumpliré el día que partas al territorio de Byun Gyeongbaek. Lo juro sobre mi nombre —respondió Cerdina con una generosidad calculada—. Y cuando el momento llegue, te traeré de vuelta al palacio.

—Sí… madre.

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