Traducido por Yonile
Editado por YukiroSaori
Después de jugar con el cabello de Leah, Cerdina recogió algunos mechones que se habían caído y Leah la acompañó a la entrada principal del Palacio, luego regresó a su oficina. Sentándose en su escritorio, recogió algunos documentos. No había dama de compañía para atenderla. Una mueca curvó la boca de Leah mientras leía.
¿Traerla de vuelta al palacio? Cerdina solo quería seguir atormentándola. Ninguna otra razón la traería de vuelta. Ella no lo permitiría.
Leah sonrió amargamente y se desplomó contra su escritorio. Cerró los ojos y contó los días que faltaban para la boda. No quedaba mucho tiempo antes de que por fin pudiera descansar para siempre. Su voluntad de vivir se había marchado hacía mucho tiempo. La muerte era la única venganza que le quedaba y su única salida.
Cerdina le había prometido que, el día que Leah abandonara el palacio, liberaría a sus damas de honor del control mental. Leah solo había conseguido esa promesa arrastrándose y suplicando como un perro. Así que, después de la boda, se mataría la primera noche con Byun Gyeongbaek…
Leah se cubrió la cara con las manos. Últimamente no podía pensar con claridad. Desde ese día, todos los pensamientos que tenía se interrumpieron y se sumió en la melancolía. Su mente se sentía como tierra mojada después de la lluvia.
El dolor que Cerdina le había causado y la horrible sensación de estrangularse se repetían vívidamente en su mente. Cada vez que intentaba deshacerse de esos recuerdos, el nombre de Cerdina resurgía. Le dolía. Por más que intentaba olvidarlo, el nombre seguía ahí, grabado a fuego.
—¿Alguna vez has estrangulado a alguien que amas?
—¿Alguna vez has clavado un cuchillo en un corazón?
Esa voz suave volvió a sonar en sus oídos y sus hombros temblaron cuando Leah se cubrió los oídos con las manos, sollozando en silencio. Sola, cerró los ojos y trató de erradicar la marea desbordante de miedo.
La desgracia solo se vuelve mayor cuando se comparte. Él no pertenecía a su oscuridad. Leah deseaba con todo su corazón que ese hombre radiante estuviera siempre a la luz del sol.
♦ ♦ ♦
El tiempo había pasado volando. Quizás parecía ir aún más rápido porque no estaba en sus cabales. Pero eso no importaba. Al contrario, Leah ansiaba que se esfumara.
Mañana partirían los Kurkan.
Esa noche, Leah caminó sola por el jardín del palacio de la princesa. Cerdina la había atormentado todo el día, dejándola agotada y con ganas de caer en la cama al instante, pero sabía que no podía. Como en ocasiones anteriores, tenía la certeza de que Ishakan aparecería esa noche.
Ella lo extrañaba mucho. Pero ella no quería verlo. No quería tener que decirle palabras crueles o rechazarlo para alejarlo fríamente. Ella preferiría que él simplemente se fuera. Si lo hacía, entonces podría creer que el amor que le había susurrado era una mentira y que simplemente había estado tratando de robar los secretos de Estia.
Entonces ella podría terminar con su vida sin remordimientos.
Leah aminoró el paso, dividida entre el deseo de que él apareciera y el miedo a que lo hiciera. Sus pasos sin destino la llevaron frente al que fuera el jardín de nardos. Ahora solo quedaban tallos arrancados y pétalos pisoteados, esparcidos como un presagio sobre la tierra preparada para nuevas siembras.
Agachándose, escudriñó entre las flores destrozadas hasta encontrar una superviviente: un único nardo aún intacto.
Justo cuando alargaba la mano.
Una piedra pequeña aterrizó ante sus pies. Leah alzó la mirada con lentitud deliberada.
Había un hombre sentado en una rama de un árbol con la espalda contra el grueso tronco, fumando. Exhalando, el humo se deslizó frente a su rostro solemne. Parecía natural la forma en que él la miraba desde arriba. En la oscuridad, sus brillantes ojos dorados la miraban como si supiera por qué estaba caminando por el jardín, incapaz de ir a su dormitorio.
Leah bajó los ojos y puso un muro sólido alrededor de su corazón. Esta vez esperaba que este hombre no pudiera alcanzar sus emociones.
Tan pronto como Leah dejó de mirarlo, Ishakan dejó caer su pipa y saltó con ligereza del árbol. A pesar de la considerable altura, aterrizó sin hacer ruido. Sus movimientos eran increíblemente ágiles. Cuando se acercó a ella, pudo oler el olor a tabaco.
—Saludos, rey de los kurkan —murmuró Leah, la voz tan fría como la escarcha en los pétalos rotos.
Ishakan esbozó una sonrisa amarga ante la falsa cordialidad. Sus ojos dorados se entrecerraron:
—Veo que hay muchas formas de decir no.
Leah siguió hablando, los ojos clavados en la flor pisoteada a sus pies:
—Es tarde… No es prudente que estemos aquí. En el jardín de la princesa…
El resto de la advertencia se ahogó en un jadeo.
—No hagas falta que me reprendas.
Un calor familiar la envolvió, apretándola contra su pecho como si quisiera fundirla con él. La voz de Ishakan vibró cerca de su oído:
—Solo déjame abrazarte un instante, Leah.
Las lágrimas irrumpieron antes de que pudiera detenerlas, y se mordió el labio hasta sentir el sabor a hierro. Todo su cuerpo anhelaba desplomarse contra él y llorar hasta no quedar nada dentro. Pero ese era solo el grito de su carne; su razón sabía que ni siquiera debía posar la frente sobre aquel corazón.
Pero… parecía que estaba bien apoyarse en ese calor por un momento. Un sentimiento de satisfacción llenó su cuerpo. Las emociones que había enterrado resurgieron de nuevo. En este momento, ella estaba en el lugar más seguro del mundo. Aquí nadie podría intimidarla. Podía disfrutar de una paz total.
Ishakan la abrazó en silencio, sosteniendo su cuerpo helado en sus brazos hasta que se derritió en su calor.
—Has perdido mucho peso desde la última vez que te vi.
Le cubrió la mejilla con la mano, pero ella apartó la cabeza cuando una brisa fría sopló contra su cálido cuerpo. El aire frío la hizo recuperar la compostura y lentamente abrió los labios.
—Regresa.
Ella mantuvo la mirada baja, incapaz de alzar los ojos. Sabía que si lo miraba, toda su fachada se desmoronaría. Pero Ishakan ignoró su resistencia.
—No quiero —respondió él con una sonrisa desafiante. Le acarició el cabello antes de preguntar en un susurro:
—¿De verdad vas a elegir a Byun Gyeongbaek?
Un “no” ardiente le quemaba la lengua, pero antes de poder pronunciarlo, Ishakan le tomó la barbilla y inclinó su rostro hacia el suyo:
—Me voy mañana, ¿no tienes nada que decir al respecto?
—Desde el principio… —Leah levantó la cabeza—. Nunca hubo nada entre nosotros.
Ishakan se quedó en silencio, sus ojos dorados entrecerrándose. Leah no pudo evitar mirarlos, ese color que le recordaba la arena de su desierto.
—Es suficiente que hayamos disfrutado de la compañía del otro hasta ahora —dijo, con un tono que cortaba como espada—. ¿O quieres que te pague por sexo? Los kurkan no parecen tan pobres.
La boca de Ishakan se torció.
—Si se trata de cabrear a la gente, creo que lo consigues hasta cierto punto.
Leah vio su reflejo en sus ojos y fue horrible. No le gustaba la forma en que estaba pisoteando su corazón, incluso diciendo que le pagaría por el sexo que habían tenido, después de haber recibido tanto amor y ayuda de él.
Esperaba que él también la odiara.
—Leah.
Sálvame, Ishakan.
Se tragó las palabras que querían escapar. ¿Qué esperaba ella exactamente de él? Ishakan era un rey. Pedirle que tome una princesa títere como su novia sería descarado. Conteniendo la súplica que había subido a su garganta, endureció su expresión.
—¿Qué es Estia para ti?
Esto no estaba resultando como ella lo había imaginado. Las emociones que había silenciado durante días se desbordaron como si hubieran estado esperando este momento. Leah trató de ocultar su respiración entrecortada.
—Es todo lo que tengo. Es el país que amo y el país que debo proteger. —Aunque su voz era fría, sus palabras vacilaron un poco.
Nací princesa, así que moriré princesa.
Era difícil soportar las emociones que crecían locamente dentro de ella. Reprimiéndolos más profundamente, Leah terminó lo que tenía que decir.
—No interfieras más en mi vida. Estoy harta de esto.
Se mordió el labio inferior y retrocedió de Ishakan como una fugitiva. Sentía el corazón hecho trizas. Era agonizante no poder decir lo que realmente pensaba. Aun habiendo ocultado sus sentimientos, Leah se sintió como una niña que miente por primera vez. Notaba su mirada clavada en su espalda.
—Regresaré primero. Espero que el rey de los kurkan disfrute con mesura su paseo vespertino… Pronto le espera un largo viaje.
Al dar el primer paso, oyó un murmullo ronco detrás de ella:
—Vida… —Su voz estaba llena de molestia, y Leah se estremeció—. Sí, esa es tu vida.
Sintió un impulso tan fuerte como si estuviera poseída de volverse atrás, pero apretó las manos y se contuvo, con las uñas clavándose profundamente en las palmas. El dolor y la presión le permitieron evitar que su cuerpo se volviera hacia él. Le costaba mover las piernas. Se sentían rígidos. Se las arregló para dar un paso, y luego otro.