Traducido por Yonile
Editado por YukiroSaori
Leah vio salir el sol a través de la ventana, asomándose para alejar lentamente la oscuridad. Tan pronto como hubo despejado por completo el horizonte, corrió hacia la puerta de su dormitorio.
Pero ella vaciló entonces; fue extrañamente difícil agarrar el pomo. Solo después de que escuchó un golpe en el otro lado pudo abrirla.
—¿Princesa?
La condesa Melissa había venido a atenderla a primeras horas de la mañana y se sorprendió cuando Leah la abrazó.
—¡Dama!
Con sus brazos alrededor de la condesa Melissa, Leah miró a las damas de honor detrás de ella. Sus ojos estaban claros y llenos de confusión cuando miraron a Leah, y ella cerró los ojos y hundió la cara en el hombro de la condesa.
Todo había vuelto a la normalidad.
—Lo siento, te sorprendí.
Leah dio un paso atrás, sonriendo levemente, y las damas de honor parecían arrepentidas. Pensaron que estaba actuando de esa manera porque pronto se iría, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Leah empezó su rutina por última vez en el palacio de la princesa.
Los objetivos a los que había dedicado su vida se habían derrumbado. La habían vendido al viejo Byun Gyeonbaek para lograr fines que no eran suyos, por beneficios que no había deseado. Fue un final trágico para una princesa que se había dedicado a su país y a la familia real, solo para ser traicionada por ambos.
Pero ella tendría su venganza. Una venganza que dejaría una mancha en el honor de la familia real que Cerdina había conquistado y que finalmente liberaría a Leah.
Cerdina probablemente no había podido hechizar a Byun Gyeongbaek. Era probable que quisiera usar a Leah para robar información confidencial. Pero Leah no dejaría que ella se saliera con la suya.
Byun Gyeongbaek estallaría en ira cuando su nueva esposa, que ciertamente era impura, se suicidara.
Después de prepararse para irse, tomó el té en el vestíbulo del palacio, esperando que se completaran los procesos finales. Finalmente, llegó el conde Valtein.
—Que la luz brille sobre Estia. —El conde Valtein la saludó cortésmente, con expresión sombría como quien va a una funeraria—. Princesa, este es tu certificado de matrimonio.
Leah extendió el papel sobre una mesa con manos temblorosas, pero tomó una pluma y lo firmó sin dudarlo.
Leah De Estia
Las palabras que escribió en el papel eran tan claras como su determinación. Detrás de ella, sus damas de honor comenzaron a llorar. Pero Leah era indiferente. Recordó los regalos que les había dejado y esperaba que sirvieran de consuelo a las damas y nobles que se afligirían por la noticia de su muerte.
—Alto. Ya estoy muy atrasado —dijo, sacudiendo sus manos pegajosas.
Justo cuando estaba a punto de subirse a su carruaje, escuchó una fuerte llamada.
—¡Leah!
Leah miró hacia atrás y vio aquel cabello plateado. Una sonrisa genuina tiró de sus labios, la idea de no tener que ver más a Blain la complacía inmensamente. Blain parecía a punto de llamarla de nuevo y sonrió al verla mirar. Sin embargo, su sonrisa se desvaneció al instante al percibir la altivez en el rostro de ella.
—El día que ascienda al trono, lo primero que haré será traerte de vuelta.
Incluso sus últimas palabras fueron amenazantes. Leah no respondió mientras subía al carruaje. Una vez dentro, la puerta se cerró y las ruedas comenzaron a girar. Observó cómo el palacio se alejaba, el fin de todo, pero no encontró calma. Su mente era un caos.
Ella lo extrañaba.
Leah se recostó en su silla y trató de despejar su mente de los pensamientos complicados. En cambio, trató de imaginar solo el descanso eterno que la esperaba. Pero no fue fácil. El carruaje que se dirigía hacia el territorio de Byun Gyeongbaek entró en las llanuras fuera de la capital, y Leah luchó por deshacerse del hombre que ocupaba su mente.
Avanzaron por los campos de eulalias, con los caballeros reales rodeando el carruaje.
En la distancia, se escuchó el sonido de un cuerno de batalla.