Ochenta y Seis – Volumen 2 – Capítulo 02: Panzer mintió

Traducido por Lucy

Editado por Lugiia


La misión de Reconocimiento Especial fue sorprendentemente pacífica, y siguieron avanzando mucho más allá de su duración prevista. Tal vez, el haber diezmado a ese pelotón en su primer día de misión había valido la pena. Si lograban salir de las zonas disputadas, llegarían a los territorios que la Legión reconocía como propios y sus patrullas se harían menos rigurosas.

La habilidad de Shin para conocer la ubicación de la Legión y discernir la dirección en la que se movían le permitió elegir rutas en las que él y su grupo no se encontrarían con las patrullas, o donde permanecerían ocultos hasta que pasaran. Se dirigieron hacia el este; evitando la batalla siempre que fuera posible. Acamparon cuando la estación se convirtió en otoño, comiendo alimentos sintéticos e insípidos, y continuaron marchando a través del territorio enemigo, sin saber cuándo la muerte podría reclamarlos.

Aquel viaje fue su primer contacto con la libertad.

Los territorios de la Legión habían estado alguna vez habitados por personas y estaban dotados de pueblos y ciudades; sin embargo, ahora estaban abandonados. Cuando tenían la oportunidad, buscaban entre esas ruinas y cazaban el ganado que se había vuelto salvaje. Además, si las circunstancias lo permitían, encendían hogueras en torno a las que podían acampar por la noche, apreciando el cambio gradual del paisaje de los pueblos y la vista natural que les rodeaba al no tener humanos a la vista.

No obstante, cuando la presencia del otoño se hizo más densa, y las ruinas perdieron toda marca de la República, asociándose más con el Imperio, llegaron a su destino final.

♦ ♦ ♦

—Fido, eres la prueba de que hemos llegado a este lugar. Espero que cumplas con tu deber hasta que te desmorones en polvo.

Shin, quien hasta ahora estuvo arrodillado, se puso en pie, mirando al costado de Fido que había sido alcanzado por el bombardeo, silenciándolo para siempre. ¿Había llegado esa última orden al Scavenger roto? ¿Podría su escasa inteligencia, diseñada para no hacer otra cosa que recoger basura y desechos, entender el significado de las palabras de Shin?

Shin se dio la vuelta y volvió al lado de Raiden.

—¿Estás bien con esto, hombre?

Haciendo una pausa, Shin descubrió a lo que se refería Raiden: las lápidas de aluminio en las que Shin había grabado los nombres de sus camaradas muertos. Acababa de decidir dejar los 576 nombres, el de Rei incluido, aquí, entre los restos de los Juggernauts junto a Fido.

—Sí. Ahora que hemos llegado a esto, no vamos a durar mucho más.

Todos ellos, excluyendo a Fido, habían sobrevivido a su última batalla, pero habían perdido a los Juggernauts a excepción de Undertaker. Ahora, cuando las únicas armas que les quedaban eran las pequeñas armas de fuego que llevaban para defenderse, no tenían ningún medio para luchar contra la enorme Legión. Cuando llegara el momento de la próxima batalla, todo habría terminado para ellos.

No obstante, sabiendo esto, Shin esbozó una leve sonrisa y golpeó el recipiente carbonizado de Fido con el dorso de la mano.

—Quiero pagarle por todo…, ya que no podemos llevarlo más lejos.

Después de todo, el leal Scavenger, que le traía trozos de armadura para grabar los nombres de los muertos, ya no estaba con ellos.

Raiden logró una fina sonrisa. Pensar que después de todo este tiempo, estaban viendo su muerte en la cara.

—Parece que nuestra pequeña y divertida excursión está llegando a su fin, ¿eh?

Respirando profundamente, Raiden borró su sonrisa y miró hacia el oeste, la dirección por la que habían venido. Pudieron ver una única mancha de color acero en el cielo, colgando sobre un campo de batalla. Los pétalos amarillos revoloteaban en el aire, cabalgando con el viento. Delante de ellos, había un conjunto de carriles, divididos en ocho: los restos del tránsito utilizado por la gente que una vez habitó este lugar.

—Pero maldita sea, hay muchos de ellos…

—Sí…

De alguna manera, se habían colado en las profundidades de los territorios de la Legión, y tal y como Shin adivinó en su día por los gemidos mecánicos que podía escuchar, un número incontable de Legión los habitaba. No importaba en qué dirección mirara, la Legión llenaba las llanuras como un mosaico de plata, sin dejar ningún hueco. Un enjambre de Löwe y Dinosauria se mantenía a la espera. Enjambres de transportes de recuperación, los Tausendfüßler [1], iban y venían de dos en dos desde las últimas líneas del campo de batalla como un río caudaloso.

Los Eintagsfliege se posaban sobre los árboles de un bosque marchito, cubriéndolos como la escarcha. Si se adentrara en él, encontraría que los recursos minerales del lugar habían sido extraídos, nivelando la montaña hasta convertirla en un cráter y dejando el suelo excavado de color rojo óxido, una representación de pesadilla del infierno en la tierra. Probablemente, fue obra de los tipos de reproducción automática, los Weisel, y de los tipos de central eléctrica, los Admiral [2]. Sus estructuras eran tan enormes que no podían percibirse correctamente, pero Shin y los demás apenas podían distinguirlos, arrastrándose a través de la niebla.

Habían visto al enorme ejército de la Legión moviéndose por los territorios, ya que a veces tenían que pasar días escondidos bajo la fría lluvia. Y sabían que no había forma de resistir a un ejército tan grande de fantasmas mecánicos.

La República perdería esta guerra. Tal vez toda la humanidad lo haría.

¿Llegará el día en el que ella también llegue a este lugar?

Anju regresó, habiendo terminado de conectar el contenedor a Undertaker con un gancho y un cable. Habían guardado los suministros que les quedaban en el último contenedor y habían hecho que Undertaker lo remolcara.

—Ustedes dos, el trabajo está hecho, así que vámonos. Si nos quedamos demasiado tiempo, otra Legión podría venir a inspeccionar el ruido de la última batalla y rastrearnos hasta aquí.

Al cambiar su mirada, Shin vio a Kurena y a Theo bajando del contenedor y del Undertaker, respectivamente. Habían estado ayudando a Anju. A partir de ahora, avanzarían mientras se turnaban para pilotear a Undertaker. Antes habían acordado que, si les atacaban, quien lo piloteara en ese momento lucharía contra la Legión mientras los demás corrían a cubrirse para no estorbar al piloto.

Tras estirarse una vez, Theo se llevó las manos a la cabeza y frunció el ceño.

—Pero hombre, pensar que el único Juggernaut que sobrevivió fue el de Shin… Está configurado para funcionar con sus parámetros, así que los controles son muy sensibles. Pilotearlo me da mucho miedo. La mayoría de sus limitadores están rotos, además.

Esa era la razón por la que Undertaker era capaz de realizar maniobras que normalmente serían imposibles para un Juggernaut. Por supuesto, las habilidades de pilotaje de Shin, que eran extraordinarias incluso entre los portadores de nombre, también eran un factor importante para permitir esas acrobacias.

—Yo iré primero, entonces. —Kurena levantó la mano de forma extrañamente emocionada—. Fui la primera en ser derrumbada en esa batalla, así que no estoy cansada.

Aunque todavía era funcional, el Undertaker empezaba a mostrar signos de no haber sido revisado de forma adecuada en mucho tiempo. Y a pesar del peligro de pilotar una unidad a la que no estaba acostumbrada, Kurena hizo que a máquina se pusiera en pie. Sentada encima del contenedor remolcado, Shin se dio cuenta de repente de que una Legión les seguía.

Por alguna razón, no les estaba atacando. Puede que fuera un explorador asignado para seguirlos, pero no estaba llamando a nadie más. Una Legión solitaria, que los seguía por detrás, como si tratara de emboscarlos. Cuando se detuvieron, también lo hizo, y si se dieran la vuelta, seguro haría lo mismo.

El armamento del Juggernaut era de corto alcance, y solo podía atacar a lo que estaba dentro de su rango de visión. No tenían medios para atacar a una Legión que se escondía más allá del horizonte, y tampoco parecía querer enfrentarse a ellos, por lo que Shin lo mantuvo en secreto ante Raiden y los demás. A juzgar por su voz, era un Shepherd, pero su voz estaba ahogada y Shin no podía saber qué decía.

No obstante, le resultaba familiar.

¿De dónde conocía esa voz?

♦ ♦ ♦

No poder morir cuando la muerte venía a reclamarte era un destino particular.

Eso pensó Rei, arrastrando su cuerpo, que apenas funcionaba, como si lo hicieran los propios hilos de sus fallidos nervios, hechos de micromáquinas líquidas.

Para preservar los datos, la grabadora de misiones de la Legión estaba configurada para transferir los datos de batalla de los archivos de una unidad derribada a una unidad consorte cercana. En el caso de un Shepherd, lo transfería todo —incluidos los datos del procesador central— a una unidad de repuesto preparada y designada con antelación.

Las Black Sheep, que también utilizaban humanos como componentes, podían existir en múltiplos, pero solo existía uno de cada Shepherd. Esto se debía a que ellos tenían sus propias personalidades individuales y no podían soportar que otro individuo tuviera la misma existencia. Sin embargo, la Legión no podía permitirse perder el alto rendimiento de un Shepherd como procesador y preparó un sistema de transferencia que trasladaba su conciencia a una unidad de repuesto.

Dicho esto, Rei consideró que el mecanismo era bastante inútil.

La transferencia segura de archivos de datos en el momento en que una unidad estaba a punto de ser destruida los dejaba dañados. Una transferencia perfecta era casi imposible, la unidad de respuesta apenas funcionaba. Hechos pedazos por el chorro de metal del explosivo fundido, los archivos de datos de Rei quedaron en un estado de deterioro andrajoso para cuando se completó la transferencia. No duraría mucho.

Y quizá porque lo sabía, siguió el progreso de Shin por los territorios. Manteniendo una distancia segura para no ser descubierto… decidió ver el destino final de su hermano mientras arrastraba el maltrecho y chirriante fuselaje de la Dinosauria de respuesto que habitaba.

De repente se le ocurrió que, después de todo, seguro era el alma de Shourei Nouzen. Sus archivos de datos se desintegraban a cada momento, pero, por alguna razón, los recuerdos de aquella batalla final permanecían enteros y nítidos.

Recordaba cómo sus instintos de máquina de guerra mezclaban su deseo de proteger con el de matar. Recordó la ilusoria figura plateada de la chica que le bloqueaba el paso, como si quisiera proteger a su objetivo de la muerte. Recordó la voz que seguía llamándole “hermano”, incluso después de las innumerables vidas que había quitado. Lo recordaba todo.

Shin y sus amigos avanzaron hacia los territorios, evadiendo la batalla y escabulléndose entre los huecos de las patrullas de la Legión.

Eso es bueno, pensó Rei. No pienses en la batalla. Concéntrate en seguir vivo aunque sea un segundo más. La Federación está más adelante, la mayor esperanza de la humanidad que se enfrentó valientemente a la Legión, incluso cuando estaba rodeada y aislada.

Si pudiera llegar a la Federación, Shin seguramente recibiría refugio. A diferencia de la República, las tropas de la Federación eran todas justas y decentes. Los soldados de diferentes colores luchaban codo a codo y no dejaban a sus compañeros abandonados en el campo de batalla, aunque estuvieran reducidos a cadáveres. Nunca tratarían con crueldad a cinco niños que habían escapado de las fauces de la muerte.

Y para cuando eso ocurriera, su sentido de sí mismo habría desaparecido por completo. Y eso era lo mejor. Aunque ahora aún conservara la cordura, en algún momento volvería a enloquecer. El deseo de matar se pintaría de nuevo sobre todos sus deseos y anhelos… y volvería a llamar a Shin.

Y si Rei lo llama, seguramente Shin vendría a buscarlo de nuevo. No abandonaría a su estúpido hermano mayor, quien egoístamente mató y murió. El amable hermanito de Rei, que vagó por el campo de batalla infernal durante cinco largos años, vendría a sacarlo de su miseria.

Lo siento. Esta vez, iré al otro lado correctamente. Así que, por favor, déjame ver esto hasta el final.

La Dinosauria marchó, cada uno de sus pasos impulsados por nada más que la oración.

♦ ♦ ♦

Anju… Cambia conmigo.

Anju, quien estaba en pleno pilotaje de Undertaker, parpadeó ante las palabras que Shin le envió a través del para-RAID.

Habían pasado dos días desde que dieron el último adiós a Fido y a los compañeros caídos que Shin le había confiado. Se encontraban en medio de un bosque, el sol de otoño caía sobre el follaje, iluminando las hojas caducas y las semillas de arce.

—¿No es demasiado temprano? ¿No se suponía que el turno de mediodía duraría hasta que paráramos a cenar?

Estoy aburrido.

Aquella respuesta franca y sin rodeos hizo que una sonrisa se dibujara en los labios de Anju. Era cierto. Shin no era de los que charlaban, y sin nada más que hacer que mirar el paisaje, probablemente se aburriría enormemente.

—Tenemos demasiado tiempo libre. Al menos deberías haber tomado algún libro para leer.

Con una sonrisa irónica, Anju se acercó a la palanca de desbloqueo de la cabina.

♦ ♦ ♦

Los procesos de pensamiento de Rei, que se iban desvaneciendo poco a poco, se llenaron de alivio al ver cómo Shin y sus amigos se acercaban a la Federación. Si seguían avanzando, pronto estarían dentro de las líneas de patrulla de los militares de la Federación. La Legión concentró todas sus fuerzas en combatir a la Federación cerca de las líneas de patrulla. Una única y pequeña arma móvil debería ser capaz de evitar la detección siempre que utilizara el terreno para ocultarse.

Rei no estaba seguro de si expiraría antes de verlos llegar a la civilización, pero… Bueno, deberían estar bien. Podría pasar tranquilamente…

¡Nnn!

Una cadena de información de unidades amigas cercanas había llegado a través de su enlace de datos que apenas funcionaba. Y al percibir el contenido de ese mensaje, la ansiedad se disparó en la red nerviosa de Rei.

¡Oh, no…!

♦ ♦ ♦

Mientras se acercaban a un sendero de animales que descendía por una pendiente lo bastante pronunciada como para llamarla acantilado, Undertaker se detuvo de repente. Raiden, quien estaba tumbado sobre una manta que había llevado desde su unidad, se incorporó.

—¿Qué ocurre, Shin?

Shin respondió con frialdad. Era su habitual tono tranquilo, pero había un anillo de silenciosa resolución en él:

”Quienquiera que esté pilotando en ese momento lucha”. Eso es lo que hemos decidido.

Raiden tardó solo un momento en comprender.

—¡Imbécil…! ¡Sabías que venían!

Había notado un grupo de Legión delante de ellos que no podían evitar sin importar la ruta que tomaran… ¡Probablemente, desde el momento en que le había pedido a Anju que cambiara de lugar con él! Anju saltó del contenedor, con los pelos de punta por la ira.

—¡No es justo, Shin! No puedes hacer esto.

Anju intentó acercarse a él, pero Shin purgó el cable tractor que conectaba el contenedor con Undertaker. Anju retrocedió cuando el cable se desprendió violentamente, y Undertaker tomó esa oportunidad para aprovechar la diferencia de altura para subir la pendiente. Era lo suficientemente empinada como para ser un acantilado y no era el tipo de distancia que un ser humano podría escalar fácilmente. No había ningún desvío a la vista, por lo que probablemente Shin eligió esta ruta.

El sensor óptico agrietado del Juggernaut se desvió hacia ellos. Había perdido sus dos brazos de agarre y su armadura estaba chamuscada y quemada. Su sistema de propulsión estaba fallando, y la máquina en general parecía estar cubierta de heridas.

Ustedes sigan adelante. No deberían encontrarlos si se adentran en el bosque… Las fuerzas de la Legión se extinguen un poco más lejos de aquí. Si hay gente allí, pídanles que les den refugio.

Ya le habían oído decir algo así una vez, en el campo de batalla del Sector Ochenta y Seis. Y era natural que no los encontraran. Mientras detectaran una unidad enemiga —es decir, Undertaker— dentro de su territorio, la Legión se centraría en él. Tal vez Shin había planeado incluso eso.

—¡Al diablo con eso! Eso solo significa jugarás a ser el señuelo.

—¡¿No se suponía que íbamos a ir juntos?! No puedes decidir ir por tu cuenta en el último momento. Eso es…

Apagando la Resonancia Sensorial para cortar los gritos de Theo y la voz llorosa de Kurena, Undertaker desapareció entre los árboles.

Raiden golpeó el contenedor con todas sus fuerzas.

—¡Maldita sea…!

Quienquiera que pilotara cuando se encontraran con un enemigo sería el que luchara. Habían decidido que esta sería una forma justa de determinar quién libraría la última batalla, una forma que dejaría a los demás satisfechos sin importar quién terminara con la responsabilidad. No obstante, habían sido demasiado ingenuos. Si Shin, quien podía sentir a la Legión desde lejos, reconocía a un enemigo que no podían evitar, equivaldría a que él condenara implícitamente a muerte a quien estuviera pilotando en ese momento. Y para evitarlo, solo tendría que asegurarse de que era él quien estaba sentado al timón.

—¡Ese idiota…!

Raiden se levantó, agarrando el rifle de asalto que tenía a su lado.

♦ ♦ ♦

Mientras cumplían con su programa de patrulla estándar, una compañía de patrulla de la Legión sufrió un asalto por parte de una unidad de afiliación desconocida. Tras actualizar su ID de amigo/enemigo, la compañía de patrulla abrió las hostilidades mientras transmitía su estado de combate a través del enlace de datos.

Esta arma blindada luchó ignorando todas las estrategias convencionales. Al derribar un Löwe bombardeándolo en un ataque sorpresa, se sumergió en el corazón de la formación. No había ninguna coincidencia con esta unidad enemiga en sus datos nativos, pero la base de datos de la red de área amplia tenía una coincidencia con el modelo.

El sistema de armas principal de la República de San Magnolia. Identificador: Juggernaut. Su arma de amenaza era bajo, y tanto su blindaje como su potencia de fuego eran débiles para los estándares de las armas blindadas, pero era comparable a la infantería blindada. Y al luchar en llanuras con pocos obstáculos, esta débil arma terrestre no tendría medios para penetrar el sólido blindaje del Löwe.

Al menos, no debería haber podido, pero este Juggernaut mostraba una destreza en el combate que superaba todas las suposiciones. Llevando la batalla al rango de cuerpo a cuerpo, utilizó la armadura del Löwe para protegerse del fuego de la otra Legión y utilizó su débil potencia de fuego para reducir la distancia hasta el rango de tiro.

El Juggernaut estaba destinado al combate cuerpo a cuerpo. Sus especificaciones no diferían de las de otros especímenes, así que solo había una diferencia que podía influir tanto en sus capacidades de combate: el rendimiento de su procesador central.

Cuatro Löwe defensores fueron destruidos. El cuarenta y cinco por ciento de las fuerzas de la compañía fueron diezmadas. Y, sin embargo, los demonios mecánicos no sintieron ni una pizca de impaciencia.

Rediseñando el nivel de amenaza del objetivo. Se había determinado que era igual al sistema de armas principal de la Federación. Tipo: Feldeß [3]. Identificador: Vánagandr [4]. Las posibilidades de suprimir el objetivo con las fuerzas actuales se consideraban desfavorables.

Se solicitaron refuerzos y apoyo de la fuerza principal y de las unidades cercanas.

<Adición esencial: Se aconseja la captura del objetivo>

Transmitiendo el informe y la solicitud de órdenes a la red de área amplia en milisegundos, la Legión se puso en marcha de nuevo.

♦ ♦ ♦

Los movimientos del enemigo cambiaron…

Shin se dio cuenta de que después de haber derrotado al cuarto Löwe, la Legión cambió sus patrones de despliegue. Tanto sus ojos como su conciencia se movieron nerviosos. Cuando se rodea a un enemigo, se sabe que hay que desplegar las unidades de la fuerza de uno, de tal manera que no queden atrapadas en el fuego cruzado de los demás. Y eso debía aplicarse de igual forma a la Legión, aunque no dudaran en acribillar a las fuerzas de la República junto con sus unidades consorte…

Pero esta Legión le bloqueó el camino, aunque eso significaba que sus aliados quedaran atrapados en su línea de fuego. Lo estaban retrasando. Y como para afirmar esa comprensión, la habilidad de Shin le informó que la Legión cercana estaba empezando a moverse en su dirección. La distancia a la fuerza enemiga más cercana —seguro la fuerza principal de esta compañía de patrulla— era de cuatro mil metros desde aquí. Teniendo en cuenta la velocidad de crucero de un Löwe, seguro tendrían a Shin a su alcance en menos de un minuto.

Si se unían a la fuerza principal, incluso Shin estaría en problemas. Esquivando los tajos de los Grauwolf, abrió fuego y aprovechó ese hueco momentáneo en su formación para romper el cerco. Su armadura chilló cuando el fuego de las ametralladoras pesadas la rozó, y un indicador se iluminó en su sistema de estado de la máquina. Su pierna trasera había superado el límite de daños permitido.

Así que eso era lo que buscaba la Legión…

Los ojos de Shin se entrecerraron amargamente cuando se dio cuenta. Iban a por su “cabeza”. Iban a convertirlo en una Black Sheep o en un Shepherd. La Legión asimilaría las redes neuronales de los soldados muertos y…

En ese instante, Shin sintió algo. Incluso él, quien era el más veterano entre los procesadores, no esperaba encontrarlo aquí. Y era de esperar; solo lo había encontrado una vez, y era imposible distinguirlo de otros dentro de una multitud. El propio Shin lo había dicho una vez. Esta unidad estaba destinada a la supresión completa de una amplia zona, y no dispararía solo para abatir un único objetivo.

Pero ahora podía sentir su mirada fija en él.

Lejos de aquí, más allá del alcance, incluso del fuego del Skorpion, podía sentir una profunda malicia, como si le estuviera mirando un frío ojo negro, congelado por la rabia.

“Los mataré”.

Tal vez fuera porque sus palabras eran tan parecidas, pero por un segundo, Shin se preguntó si había fallado al matar a su hermano. El tono era así de similar.

Recordó la noche en que casi lo matan.

El terror ciego congeló sus manos agarrando las palancas de control.

Los mataré.

♦ ♦ ♦

Imágenes fragmentadas fluyeron en el subconsciente de Shin. Recuerdos que no eran suyos. Era como la resonancia sensorial o quizás como la habilidad que tenía que le permitía asomarse a la mente de los demás cuando estaban conectados.

Un cielo nublado. Ruinas. Losas destrozadas. Y suspendido vivamente en la distancia, con solo el gris como telón de fondo, un manto manchado de sangre, lo suficientemente pequeño para un niño, colgando como un pecador ahorcado.

Los mataré. Sean hombres, mujeres, niños o ancianos, aristócratas y plebeyos por igual. Todos, todos y cada uno. Sin excepción. ¡Los mataré a todos…!

Él conocía esta voz. La conocía de la República, del Sector Ochenta y Seis, de cuando luchó en el primer pabellón como parte del escuadrón Spearhead. Cuatro de sus compañeros murieron en esa batalla. Fue la que los hizo volar en pedazos, desde mucho más allá del alcance del radar…

¿Fue su instinto de guerrero o el hecho de haber experimentado este ataque una vez antes lo que hizo que Undertaker saltara a un lado? El impacto se produjo al mismo tiempo que el radar emitió su alerta. Viajando a una gran velocidad, con una velocidad inicial de cuatro mil metros por segundo, una andanada de proyectiles con un peso de varias toneladas cada uno llovió sobre el campo de batalla, envuelta en una enorme cantidad de energía cinética. La lluvia de acero cayó sin piedad sobre la compañía de patrullas de la Legión.

La explosión fue tan fuerte que Shin estaba convencido de que se había quedado sordo. Una luz blanca brilló sobre el campo de batalla, inhibiendo su línea de visión. Las potentes ondas de choque lanzaron los fragmentos del proyectil en todas las direcciones, devorando las armaduras de la Legión, atravesándolas y haciéndolas volar. El bombardeo dispersó grandes trozos de tierra y roca sedimentaria, que volvieron a caer sobre el campo de batalla como una lluvia de meteoritos, abriendo cráteres en el suelo.

El campo otoñal quedó reducido a tierra quemada en un abrir y cerrar de ojos.

Arrastrado por la ensordecedora explosión y la vorágine de fuerza, Undertaker apenas evitó el radio de acción del proyectil, pero estaba lejos de resultar ileso. Su motor principal resultó gravemente dañado por los fragmentos perdidos que entraron en la cabina. Los indicadores de su giroscopio y del sistema de refrigeración se desvanecieron de los indicadores, y todas sus holo-ventanas se apagaron.

Tuvo suerte de que sus sistemas de propulsión y armamento siguieran funcionando. Todavía había enemigos alrededor. Realizando el control de daños casi inconscientemente con una mano, ignoró la pantalla principal rota y trató de rastrear la posición del enemigo…

En ese momento, las articulaciones de su pierna trasera salieron volando, sin poder soportar el peso del Juggernaut moribundo.

Apenas logró mantener el equilibrio con las piernas que le quedaban. Pero eso era lo máximo que podía hacer. La batería principal del Juggernaut, situada en la parte trasera del fuselaje, era extremadamente pesada, desviando tanto su centro de gravedad que se inclinaba hacia atrás. Si perdía alguna de sus patas traseras, el Juggernaut sería totalmente incapaz de caminar.

En los oídos de Shin resonaron las viejas y conocidas quejas de un viejo trabajador de mantenimiento.

Te sigo diciendo que la unidad de suspensión es débil, así que, ¿por qué sigues empujándola así? ¡Ese loco estilo de lucha tuyo va a hacer que te maten algún día…!

Aquí viene.

Irrumpiendo a través de la cortina de humo y sedimentos, un Löwe cargó hacia ellos, incluso con la mitad de sus piernas arrancadas por la explosión. Mirando la pata delantera de la máquina, que se balanceaba en lo alto y se preparaba para descender sobre él, Shin esbozó una sonrisa.

Undertaker salió despedido hacia atrás por el golpe, con trozos de su fuselaje esparcidos por el aire.

Al final, Raiden y los demás escalaron una sección de la pared rocosa con puntos de apoyo decentes y siguieron el sonido de los disparos fuera del bosque, para ser recibidos por esa visión. Era la primera vez que Raiden veía perder su Parca.

Sus instintos le gritaban en plan de autoconservación: era imposible que un humano pudiera vencer a un Löwe por sí solo. Y su sentido de la razón intentaba contenerlo: si salían ahora, Shin habría muerto en vano.

Al diablo con eso.

Quedándose quieto durante no más de un segundo, Raiden echó a correr, impulsado hacia delante. Espoleado por el sonido de los pasos de sus compañeros a su lado, se lanzó a través del bosque.

♦ ♦ ♦

Agitado por los fuertes disparos de los fusiles de asalto, Shin apenas levantó sus pesados párpados. Todas sus pantallas ópticas y medidores estaban completamente muertos, y el interior del Juggernaut derribado estaba a oscuras. Le dolía respirar. Una sensación de ardor llenaba sus pulmones, y su aliento entrecortado olía a sangre. No parecía que estuviera sangrando por ninguna parte, pero sentía mucho frío.

Se dio cuenta, tarde, como si fuera un problema ajeno, de que había sufrido heridas internas. Si de verdad seguía vivo, seguro debería hacer algo —al menos sacar su pistola y acabar con todo—, pero no podía mover ni un dedo.

Podía oír el sonido de los disparos y los gritos de los compañeros que había abandonado desde el otro lado del delgado y endeble blindaje. Una parte de él pensaba que eran idiotas por hacer esto, pero también pensaba que no podía burlarse de ellos. Al fin y al cabo, al hacer justo lo mismo que ellos, había llegado a esta situación.

Era una tontería y no tenía sentido —como esta guerra— y, sin embargo, era una buena muerte, la que él hubiera deseado. Una sonrisa irónica e inapropiada se dibujó de nuevo en sus labios. Había conseguido matar a su hermano y había llegado mucho más lejos de lo que hubiera esperado. No quedaba nada por decir.

Y…, tal vez porque era un momento así, se dio cuenta de que no quería morir.

¿Sería asimilado por la Legión?

Y si se convertía en Legión, ¿a quién llamaría?

No se le ocurrió ningún rostro. Eso era lo único que lamentaba.

Los gritos y disparos se interrumpieron de repente. La habilidad de Shin le informó que una Legión estaba tratando de arrancar el dosel.

Las balas de tungsteno penetraban a través del grueso blindaje y el chirrido del metal.

Esas fueron las últimas cosas que Shin escuchó antes de que su conciencia se hundiera en la nada.

♦ ♦ ♦

Cinco objetivos enemigos neutralizados.

El único Löwe restante envió este informe a la red del sector. También envió una recomendación para que el prototipo —que había ofrecido fuego de apoyo— fuera recalibrado. A pesar de la recomendación de capturar al objetivo, había disparado con la intención de destruir y aniquilar a una compañía de amigos para acabar con un Feldreß enemigo. Al parecer, sus unidades de procesamiento carecían de capacidad de juicio.

Tras enviar su mensaje, el Löwe dirigió su sensor óptico hacia el Juggernaut abatido. Este, al igual que los otros cuatro procesadores, no había sido destruido hasta el punto de que sus signos vitales se hubieran apagado. El procesador enemigo era frágil, y aunque la extracción y el escaneo podían dañar los tejidos, una vez muerto, empezaban a degradarse. Por ello, adquirirlo vivo era la opción óptima.

El elemento hostil que abordaba este Juggernaut era una unidad procesadora extraordinaria, capaz de cambiar el rumbo de la batalla a pesar de los bajos niveles de rendimiento de la máquina. Si se le proporcionaba una unidad amiga, contribuiría con grandeza al esfuerzo bélico.

La Legión orientada al combate, como la Löwe, no tenía medios para transportar materiales, así que envió una transmisión a través de la red de área amplia, solicitando a un Tausendfüßler cercano que llevara el espécimen a un Weisel cercano.

Y entonces ocurrió: el Löwe detectó una unidad amiga que se acercaba y pasó al modo IAE (Identificación de amigos/enemigos). Era un tipo de tanque pesado que no estaba asignado a ninguna fuerza. El Löwe que lo había detectado disparó y…

Una gran explosión envolvió el campo de batalla.

El grueso blindaje de acero compuesto del Löwe, capaz de soportar incluso un proyectil del armamento principal de un tipo de tanque a bocajarro, fue penetrado sin piedad por las balas perforantes de 155 mm.

El Dinosauria acababa de disparar al Löwe. La máquina automática no conocía el miedo ni la sorpresa, pero tardó un momento en evaluar la situación. Lo que acababa de ocurrir no debería haber sido posible para la Legión. ¿La Dinosauria lo había confundido con un enemigo? Imposible. Se habían devuelto mutuamente las firmas IAE.

Había atacado al Löwe siendo consciente de que ambos eran del mismo ejército. En otras palabras, era un enemigo.

Utilizó balas de tungsteno de tipo antiguo. Si hubiera sido una ojiva antitanque de alto poder explosivo o un proyectil de uranio empobrecido, la explosión interna lo habría derribado de un solo golpe. El Löwe actualizó su información IAE, designando a este Dinosauria como unidad hostil. Envió el informe de este enfrentamiento a través del enlace de datos y se preparó para afrontar el otro ataque.

Una andada consecutiva de proyectiles de gran calibre hizo trizas el procesador central de la Dinosauria, que apenas funcionaba. Disparó para no generar ninguna explosión secundaria, para no permitir que el Juggernaut cercano sufriera ningún daño. El Löwe, que se estaba desmoronando, no tenía forma de saber por qué la Dinosauria disparaba balas perforantes y no ojivas antiataque.

Lo último que percibió el agrietado sensor óptico del Löwe fue la extraña visión de la Dinosauria extendiendo una mano hecha de micromáquinas líquidas…

♦ ♦ ♦

Shin estaba soñando.

En ese sueño, Shin era un niño pequeño, y cuando volvió en sí, alguien lo llevaba en brazos. Solo ellos dos, sin otra alma alrededor, caminaban a través de una oscuridad sin forma. Era la misma oscuridad que siempre podía oír más allá de los lamentos de los fantasmas mecánicos, el vacío ilimitado en el fondo de toda percepción, en el fondo del alma.

Shin levantó la vista, solo para ver a su hermano mayor. Parecía un poco mayor de lo que recordaba, unos veinte años… Probablemente, era el aspecto que tenía el día de su muerte.

—¿Hermano…?

Rei sonrió. Era su sonrisa nostálgica y amable.

—Estás despierto.

Rei se detuvo y se arrodilló, colocando a Shin en el suelo. La cabeza de su joven cuerpo era demasiado grande, y le costaba mantenerse erguido. Consiguió estabilizarse tras unos cuantos intentos, y volvió a mirar a su hermano.

—Hasta aquí llego. Pero cuando nos separemos, no sigas corriendo solo. Después de todo, tienes unos compañeros de viaje estupendos.

Todavía arrodillado y mirando profundamente a los ojos del joven Shin, Rei continuó.

—No puedo creer lo mucho que has crecido.

Mirando hacia abajo, sorprendido, Shin descubrió que volvía a estar en su cuerpo de dieciséis años. Intentó decir el nombre de su hermano, pero la voz no le salía. No podía hablar ni comunicarse con los fantasmas. Devolviendo la mirada silenciosa de Shin, el rostro de Rei adoptó una expresión de profunda tristeza. Sus manos recorrieron la cicatriz del cuello de Shin. Al igual que aquella noche e igual que aquel campo de batalla, las grandes manos de su hermano recorrieron su cuerpo.

—Lo siento… Debe haber dolido mucho. Y mi negativa a morir y llamarte todo este tiempo te trajo aquí.

Shin quería decir que estaba equivocado, para al menos mover la cabeza en señal de negación, pero no podía mover su cuerpo en absoluto. Y decir que no le dolía sería una mentira. Le dolía que su hermano le dirigiera un odio tan puro. Le dolía escuchar la voz de su hermano llamándolo noche tras noche, recordándole que él era el culpable de todo lo que iba mal en sus vidas, por su pecado. Le dolía revivir su propia “muerte” innumerables veces en sus sueños. Le dolía estar atormentado por los ineludibles gritos, siempre, siempre recordándole que nunca sería perdonado.

Pero aun así, gracias a ellos había llegado hasta aquí. Pudo soportar los días que pasó luchando contra la Legión en una lucha infructuosa e interminable en el campo de batalla donde estaba sentenciado a morir y las noches de amarga soledad mientras sus compañeros perecían uno tras otro solo porque tenía el objetivo de matar a su hermano para seguir adelante.

Si no hubiera tenido eso, habría caído en el campo de batalla hace mucho tiempo. Fue porque siempre estuvo ahí, esperándolo más allá de la muerte, que Shin todavía vivía. Había tanto que decir… Pero las palabras no salían.

—No tienes que obsesionarte más conmigo. Puedes olvidarte de mí.

No…

—Ah… Está bien, te mentí. Me gustaría que pensaras en mí de vez en cuando. Siempre y cuando vivas tu propia vida libremente y encuentres la felicidad. Entonces, mientras vives tu larga y feliz vida, quizás a veces…

Hermano.

Rei se rio.

—No te esperaré esta vez… No soy tan paciente, sabes. Todavía tienes una larga vida por delante… Cuídate. Y, por favor, sé feliz.

Las manos de Rei lo soltaron. Se dio la vuelta, caminando hacia el otro extremo de la oscuridad, el borde del abismo en el que habían caído su madre, su padre y sus innumerables compañeros. Y una vez allí, no volverían a encontrarse.

El hechizo que ataba el cuerpo de Shin se desvaneció de repente.

—Hermano.

Pero su mano extendida nunca llegó a Rei. Tal vez ni siquiera oyó su voz. Algo invisible que separaba a los vivos de los muertos bloqueó el camino de Shin, impidiéndole ir tras su hermano.

—¡Hermano!

Rei se giró con una sonrisa mientras la oscuridad lo envolvía. Esto era lo mismo que cuando no pudo agarrar la mano de su hermano al final de aquella batalla. Sabía que nunca lo lograría, pero aun así le tendió la mano.

—Hermano.

♦ ♦ ♦

El sonido de su propia voz despertó a Shin de su sueño.

Se encontró mirando a un techo artificial apagado. Shin parpadeó con sus ojos rojos y borrosos. Un techo blanco desconocido. Cuatro paredes igualmente blancas le rodeaban, y un aparato con un monitor estaba a su lado, emitiendo fuertes pitidos electrónicos a intervalos regulares. Un fuerte olor a desinfectante flotaba en el aire.

Estaba tumbado en una cama desinfectada en una pequeña habitación, con el cable del monitor y un suero conectado a su cuerpo. Shin, quien había estado en un campo de concentración desde pequeño y apenas había recibido tratamiento médico en su vida, no tenía forma de asociar todas esas cosas con el hecho de estar en una habitación de hospital.

Una sensación de ardor brotó en la parte posterior de su nariz, lo que le llevó a ocultar sus ojos con la mano izquierda, por temor a que alguien viera su expresión. La emoción que lo invadió fue una mezcla de profundo alivio y una medida igual de pérdida. Los fragmentos de esos recuerdos surgieron, llenando su campo de visión.

Recordó, por fin, que, en realidad, nunca quiso perderlo.

Junto con el suero, había una especie de sensor conectado a su mano izquierda, que activaba una alarma en cuanto la movía. Pero era una alarma sin sentido de la presión, destinada a informar de que un paciente monitorizado se había despertado.

La pared opuesta a la cama perdió su color blanco, volviéndose transparente y desde el otro lado, un hombre de mediana edad con traje se asomó a la habitación. Llevaba unas gafas de montura plateada y su cabello negro estaba salpicado de canas. Este hombre tenía un cierto aire erudito.

Detrás de él apareció una enfermera que le observaba a través de una “pared” transparente que parecía ser la puerta que conectaba a su habitación con el pasillo de aspecto igualmente inorgánico. Pudo ver puertas similares frente a él y a ambos lados del pasillo, por lo que Shin supuso que había otras habitaciones pequeñas alineadas aquí.

—Veo que por fin has entrado en razón…

El hombre habló con una voz suave que le recordó a Shin a alguien que había olvidado. Quería preguntar algo, cualquier cosa para dar sentido a la situación, pero su voz no salía. Asaltado por un dolor repentino, gimió, y la enfermera frunció las cejas.

—Su Excelencia. Acaba de volver en sí y todavía tiene fiebre debido a los efectos secundarios de la operación. Por favor, no…

—Soy muy consciente. Solo deseo intercambiar unas palabras con él.

Calmando a la enfermera con una sonrisa tranquila, el hombre apoyó su mano en la puerta. Esa es la mano de un soldado, pensó Shin a través de la bruma. Era la palma dura y gruesa de un hombre acostumbrado a manejar un arma. El anillo de plata en su cuarto dedo dejó extrañamente una impresión en la memoria del joven.

—Buenos días, muchacho… Para empezar, ¿te importaría decirme tu nombre?

En términos normales, responder a esa pregunta requería muy poco pensamiento, pero a Shin le llevó mucho tiempo sacarlo de su memoria. Sus pensamientos estaban revueltos. No entendía la situación en la que se encontraba lo suficientemente bien como para darse cuenta de que todo esto era efecto de la anestesia.

Un fragmento de un recuerdo parpadeó en su mente: una vez, otra persona le había hecho esa pregunta. Recitó la respuesta que había dado entonces, la ilusión del cabello largo y plateado de alguien que nunca había visto antes rozando la parte posterior de sus párpados.

—Shinei… Nouzen.

El hombre asintió una vez.

—Soy Ernst Zimmerman, el presidente temporal de la República Federal de Giad.

♦ ♦ ♦

Ese día, el programa de noticias sancionado por el gobierno de la Federación informó al público de que, mientras patrullaban el frente occidental, los militares de la Federación habían encontrado y rescatado a cinco jóvenes soldados que se suponía que pertenecían a otro país.

Las tropas de primera línea de la Federación habían destruido un Dinosauria que se creía desplegado en una caza de cabezas, solo para descubrir que llevaba a los cinco. Basándose en el uniforme de campaña que llevaban en el sistema operativo de su desconocido Feldreß, se presumía que eran soldados asociados a la República de San Magnolia, su vecino occidental.

Los civiles de la Federación estaban entusiasmados. Por fin, tenían una prueba fehaciente de que no eran el único país superviviente. No estaban solos. Y al mismo tiempo, estaban preocupados por la seguridad de su país vecino. Sin duda, estaban bastante desesperados si tenían que enviar a los niños al campo de batalla.

Pero cuando los niños fueron interrogados y el contenido de sus entrevistas se hizo público, revelando la razón por la que habían estado presentes en el campo de batalla en primer lugar, esa preocupación se convirtió en ira. Sin embargo, la preocupación por el bienestar de los niños siguió siendo muy importante a los ojos del público.

Esos niños fueron perseguidos por su patria, pero aun así lucharon, escaparon y llegaron hasta aquí. Si no hay nada más, se les debía permitir vivir una vida pacífica y feliz en la Federación.

♦ ♦ ♦

—Eso resume cómo llegaste a estar bajo la protección de nuestro ejército, pero ¿recuerdas los acontecimientos que te llevaron a estar donde te encontramos?

El hecho de que le hicieran esa pregunta y tener que dar una respuesta hizo que Shin, cuya mente había estado confusa, recuperara poco a poco la lucidez. Recordando lo que había sucedido antes de perder el conocimiento, miró de repente a su alrededor, con la mirada girando de izquierda a derecha.

Al darse cuenta de que lo había irritado, Ernst se rio.

—Ah, lo siento, lo siento. Estabas dormido, así que no había forma de comunicártelo, pero… Sí, es cierto. Estarías preocupado, ¿no? Dame un segundo.

Se dio la vuelta y le dijo algo a la enfermera. Las paredes de la izquierda y la derecha perdieron su color, volviéndose transparentes y revelando habitaciones de aspecto igualmente artificial adyacentes entre sí. Y en las cuatro habitaciones vecinas a la suya estaban sus amigos. Raiden, quien estaba sentado en la habitación contigua, le miró con alivio en los ojos antes de hacer una mueca.

—Has dormido tres días enteros, imbécil.

Su voz provenía de los altavoces del techo. Shin se preguntó sobre el para-RAID, y entonces se dio cuenta de que no se activaba. La nuca, que era el lugar donde estaba implantado el cuasi-cristal nervioso, le picaba con un débil dolor. El brazalete de la oreja, que los procesadores eran incapaces de quitar por sí mismos, también había desaparecido.

—¿Por qué…?

Era una pregunta sin sujeto ni predicado, pero todos parecían entender lo que quería decir. Raiden se encogió de hombros.

—Ni idea. También hemos estado encerrados en estas habitaciones desde que nos despertamos. Dijeron que un Dinosauria nos capturó, pero… no recuerdo haber visto uno de esos.

Shin recordó su sueño. Su hermano había poseído una Dinosauria, pero… Shin ya no podía sentir su presencia. Y por alguna razón, supo que Rei se había ido de verdad. Pero no se sentía inclinado a decirlo, así que simplemente sacudió la cabeza, conjurando una poderosa sensación de vértigo. Theo frunció el ceño con ansiedad, notando cómo Shin cerraba los ojos, luchando contra el dolor.

—No te esfuerces si aún te sientes mal. Estuviste en cuidados intensivos hasta ayer. Dicen que necesitas tranquilidad total durante un tiempo… La pobre Kurena estuvo llorando a mares hasta ayer.

—¡No fue así!

Todos ignoraron el ferviente grito de objeción de Kurena, aunque era fácil ver que sus ojos seguían rojos. Anju, quien estaba sentada en la habitación más alejada, le sonrió con dulzura, como una pálida flor en plena floración. Shin apartó la mirada de ella, dándose cuenta de que ese era su aspecto cuando estaba terriblemente enfadada.

—¿Shin? Me doy cuenta de que es demasiado pronto ahora, pero una vez que te mejores, espera una buena bofetada, ¿de acuerdo?

—Sí, todos vamos a tener que hacer cola y darte una bofetada. Demonios, si vuelves a hacer un truco como ese, te sacaré la mierda a golpes, te lo juro.

Al escuchar a Theo decir eso sin dudar, Shin frunció el ceño.

—No es que tuviera intención de morir…

—No me hagas enojar. Aunque no tuvieras intención de morir, sabías que había una altísima probabilidad de que te mataran si salías ahí fuera. Y lo hiciste de todos modos.

Actuar como cebo para la Legión en ese estado debería haber sido poco menos que un suicidio, sobre todo teniendo en cuenta los inmensos daños del Juggernaut y la escasez de munición.

—Todos habíamos considerado hacer eso en un momento u otro. Y es exactamente por eso que no podemos perdonar lo que hiciste. Lo entendemos. Puedes saber dónde están y reaccionar en consecuencia, pero eso no significa que puedas tomar decisiones de grupo por tu cuenta. No es justo… Nunca, nunca vuelvas a hacer eso.

—Estábamos tan preocupados por ti.

Y al decir eso, los ojos de Kurena volvieron a llenarse de lágrimas. Confiando su cabeza a la almohada, Shin cerró los ojos.

—Lo siento.

Ernst, quien había observado su conversación en silencio, habló con una sonrisa.

—Puede parecer que te tenemos cautivo, pero tenemos que tomar estas medidas para evitar un posible peligro biológico. Tengan la seguridad de que no les trataremos mal. Después de todo, son nuestros primeros invitados del extranjero desde la fundación del país. ¡Bienvenidos a la República Federal de Giad!

Ernst extendió las manos en tono de broma, solo para encontrarse con miradas frías y poco receptivas. Se encogió de hombros, como si no le diera importancia.

—Bueno, eso es lo esencial. Parece que ninguno de nosotros sabe exactamente lo que pasó allí, pero si recuerdas algo, dínoslo.

Levantando una ceja, Theo levantó la mano y parecía dispuesto a decir algo, pero Ernst se limitó a sonreír.

—Puedes tomarte tu tiempo para recordar, por ahora. Estoy seguro de que hablar durante mucho tiempo es duro para ti en este momento… Y esta señora asustadiza de aquí parece a punto de arrancarme la cabeza.

La enfermera, quien estaba de pie en la parte de atrás y emitía un aura intimidatoria silenciosa, lo miró fijamente.

♦ ♦ ♦

Como había dicho el presidente, permanecer despierto durante mucho tiempo era demasiado duro para el cuerpo herido de Shin, quien se quedó dormido poco después de que Ernst se marchara. Ver que Shin se dormía sin decirles demasiado hizo que Kurena rompiera a llorar de nuevo, lo que hizo que Anju empezara a consolarla. Theo también empezó a burlarse de ella, con su propio estilo de consuelo. Cuando se despertó hace tres días y descubrió que Shin no estaba con ellos, lloró amargamente y siguió siendo propensa a llorar desde entonces.

Es natural, pensó Raiden mientras se sentaba en la cama de su habitación.

Si se ignoraba el hecho de que estaban encerrados, no se les trataba demasiado mal. Recibían tres comidas al día —decentes, por cierto— y las habitaciones y las camas eran higiénicas hasta un grado casi innecesario. Los interrogatorios también eran muy razonables. Trataron sus heridas, incluso las de Shin, quien se encontraba en un estado tan grave que requería una operación de urgencia.

Si esto hubiera sido la República, lo habrían dejado morir.

Pero eso no significaba que se pudiera confiar en esta gente.

Su tierra natal los trataba como cerdos con forma humana, así que sabían que no debían confiar así como así en sus semejantes. No eran tan inocentes como para creer que este lugar les ofrecería ayuda y refugio incondicionales solo por haber llegado hasta aquí. Permanecerían en este lugar, como sardinas metidas en una lata, y una vez que entregaran toda su información útil… ¿se desharían de ellos?

De cualquier manera, no iban a ir a ninguna parte en el futuro inmediato. Shin todavía necesitaba la asistencia médica que ofrecían. Es más, este sería un mal lugar para que su historia terminara. Así pensó Raiden, lanzando un suspiro mientras miraba el techo de su habitación sin ventanas. Echaba de menos el cielo.

♦ ♦ ♦

El consenso público de la Federación era de compasión hacia los niños, pero los encargados del bienestar de la nación no podían decidir las cosas basándose solo en la simpatía y la compasión.

Al entrar en el Módulo Hospitalario desde su adyacente Módulo de Refugio, Ernst entró en una sala de examen que servía de improvisada sala de conferencias.

—¿Cuáles son los resultados del análisis?

El Módulo de Refugio, aislado por medidas de prevención de riesgos biológicos, se construyó para que pudiera servir también de prisión y tenía cámaras de vigilancia y monitores en todas las habitaciones. Una holo-pantalla presentaba los datos integrados y los resultados de su análisis, y uno de los analistas del departamento de inteligencia respondió a la pregunta de Ernst.

—En cuanto a que sean espías de la República de San Magnolia o de algún otro país, creo que se puede decir que están limpios.

Los chicos estaban en alerta, pero no era producto del entrenamiento. Por ejemplo, los analistas eran capaces de adivinar la relación de poder dentro del grupo, prestando atención a la frecuencia de sus charlas ociosas y a la frecuencia con la que se mencionaban los nombres de los demás o la atención que se prestaban unos a otros. Y parecía que los niños no eran conscientes de que se les estaba analizando de ese modo.

Y si habían sido entrenados para poder engañar las medidas electrónicas, no tendría sentido enviar a unos espías tan competentes a los territorios de la Legión. Para empezar, la República y la Federación ni siquiera habían sido conscientes de la supervivencia de la otra, debido al bloqueo electrónico de la Eintagsfliege.

—Están un poco demasiado alerta, pero por lo que podemos oír, diría que es natural dado el tratamiento que están experimentando. Uno de los chicos, Raiden, parece ser su sub-líder, está muy nervioso, pero es comprensible, dado el estado en que se encuentra su líder. Después de todo, los tenemos cautivos.

No era del todo su intención hacerlo, y como los niños eran receptivos a sus preguntas, tampoco había mucha necesidad. Pero el hecho de que cooperaran no se debía a la confianza, sino a que no querían ser interrogados de forma más violenta si se negaban. La República, sin embargo, no parecía ser un lugar por el que ninguno de ellos estuviera dispuesto a dar su vida para protegerla.

—Una cosa más. ¿Hay alguna posibilidad de que sean un nuevo tipo de Legión o de que estén infectados con algún tipo de arma biológica?

—Solo tendremos una respuesta definitiva cuando tengamos todos los resultados de las pruebas, pero por lo que tenemos hasta ahora, junto con los exámenes médicos preliminares de cuando los trajimos, no hemos detectado ninguna anomalía. Pero los miembros de la Legión no utilizan armas biológicas, ni dispositivos que imiten a la humanidad, ¿verdad?

La Legión no producía ni utilizaba armas biológicas —de la variedad viral o bacteriana— ni armas que imitaran la vida orgánica. Al parecer, lo tenían estrictamente prohibido. Es lógico que los tipos de la Legión hayan sido creados por el Imperio para ser armas de dominación y no de exterminio.

Por esta razón, estaba prohibido que emplearan armas biológicas que dañaran tanto a amigos como a enemigos, o armas humanoides que fueran difíciles de distinguir de los civiles comunes. Por eso, las minas autopropulsadas estaban —a pesar de ser humanoides— bastante mal disimuladas.

Como nota al margen, la definición de armas biológicas de la Legión iba demasiado lejos, ya que incluso una persona no registrada con un cuchillo podía calificarse como tal. Una anécdota era que esta era la razón por la que el antiguo ejército del Imperio nunca desplegaba humanos en el mismo campo de batalla que la Legión.

Pero, dicho esto, el sistema de control de la Legión, es decir, sus algoritmos tácticos/estratégicos, estaban fuertemente encriptados, y cuando eran derrotados en la batalla, estaban programados para freír sus mecanismos internos, haciéndolos indescifrables. Desde que empezaron a asimilar las redes neuronales de los soldados muertos para superar su programación de vida, la Federación había tenido mucha precaución.

—Lo único que apareció en el escáner fueron esos dispositivos orgánicos que, según ellos, son una especie de herramienta de telecomunicación. Hay algunas familias de pyrope, pertenecientes al grupo Rubela, que tienen la rara habilidad de comunicarse telepáticamente con sus parientes de sangre. El dispositivo simula artificialmente ese fenómeno.

—Es una tecnología innovadora.

—Sí. Entre esto, sus testimonios, y los datos sobre los territorios de la Legión de sus registradores de misión, yo diría que hemos conseguido más que suficiente de ellos, incluso si resultan ser espías.

La interferencia de los Eintagsfliege era constante en todas las líneas de frente de la Federación, haciendo imposible la comunicación inalámbrica.

—En cuanto a la máquina que recuperamos —el Juggernaut, creo que se llama—, aparte de sus especificaciones, los registros de combate no tiene precio. Creo que el chico que les sirve de líder era el que la pilotaba. Cuando se recupere, me encantaría intercambiar unas palabras con él.

—Oh, vaya. El instituto de investigación técnica ya ha invertido mucho en nuestros recién llegados. Tengo previsto que todos ellos sirvan como mis operadores de prueba, y me temo que no tenemos intención de cederlos. Estos soldados han experimentado escaramuzas de alta maniobrabilidad, y sus datos de combate deberían servir para el desarrollo de mi nuevo prototipo. Sus talentos serían desperdiciados en esos trozos de metal que llamas Vanágandrs.

—¿Qué has dicho, mujer araña?

—¿Perdón, escarabajo zángano?

—Si quieres hablar con ellos, puedes hacerlo más tarde, con su aprobación, por supuesto. Pero esta charla de hacerlos Operadores simplemente no se mantendrá. Seremos mejores que la República.

Con la clara advertencia de Ernst sobre un enemigo común, los oficiales que discutían se callaron.

—El esfuerzo debe ser recompensado, y ellos merecen la paz por todos los combates que se han visto obligados a realizar. Si su patria no les da paz, entonces la Federación hará lo que es justo, pues estos son los ideales que la humanidad debería encarnar.

Un militar del ala oeste de la sala abrió la boca para hablar.

—Deshacerse de ellos sería más seguro para la Federación…

—Teniente General, creo que esa discusión ya ha quedado atrás. Y usted también ha consentido en albergarlos, si mal no recuerdo.

—Lo hice, pero así como usted ve la justicia como el único absoluto, la primera prioridad de los militares es el bienestar de la nación, Su Excelencia. Y tengo toda la intención de cumplir con mis deberes y supervisar el período de aislamiento y examen de estos jóvenes soldados.

—Muy bien, pero usted hizo que los soldados que los rescataron fueran puestos en aislamiento también, ¿no?

Siempre existía la posibilidad de que fueran portadores asintomáticos. Y además…

Ernst esbozó una sonrisa cansada.

—En primer lugar…, tenemos las manos tan llenas con la Legión que ni siquiera hemos podido decir qué hacer con sus procedimientos de inmigración.

En ese momento, los interesados se dedicaron a redactar apresuradamente las leyes correspondientes y a redactar los documentos necesarios.

♦ ♦ ♦

—Siendo así, ustedes cinco serán ciudadanos de la Federación a partir de hoy.

—¿Apareces por primera vez en un mes y lo primero que dices es “siendo así”? —Aislado en una sala de placas acrílicas, Raiden habló con sarcasmo. No por la cautela que el grupo había mostrado inicialmente hacia la Federación, sino por simple disgusto.

¿Y quién puede culparles?, pensó Ernst, sin que su sonrisa cambiara lo más mínimo. Estos niños tenían mucha energía y ninguna posibilidad de utilizarla. Llevaban un mes confinados en esas habitaciones y poco a poco se iban hartando de los repetidos exámenes e interrogatorios. Naturalmente, se aburrían y se frustraban. Por el contrario, ver un atisbo de la naturaleza juvenil que correspondía a su edad era alentador.

—Por el momento, haré el rol de su tutor legal. Tómense su tiempo para descansar y ver lo que este país tiene para ofrecer, y consideren sus futuros después.

Sus futuros.

Les habían informado de antemano de su liberación y les habían preguntado si tenían algún deseo concreto para su futuro. Ernst ya había leído el informe que contenía sus respuestas; todos habían solicitado ser alistados en el ejército.

Quizá el responsable no se lo había explicado bien. Tal vez lo habían entendido mal… O tal vez la guerra era simplemente lo único que conocían, y no podían considerar otra cosa. Las enfermeras, los médicos y los consejeros enviaron informes similares. Los cinco niños coincidían en que estar encerrados en sus habitaciones les hacía sentir atrapados y ansiosos. Aburridos hasta la médula. Pero más que nada, la situación de la guerra y los movimientos de la Legión parecían interesarles. Como si se sintieran impacientes porque no estaban donde debían estar.

Por fin habían escapado del férreo control de la República, por fin habían escapado del campo de batalla… Pero Ernst se dio cuenta, con tristeza, de que sus batallas personales estaban lejos de terminar.

Theo sonrió.

—¿Seguro que quieres darnos tanta libertad? ¿No sería más seguro para ti deshacerte de nosotros? Solo somos unos niños de un país enemigo que recogiste en territorio hostil.

—¿Quieres que te matemos?

La pregunta de Ernst, formulada con una misma sonrisa agradable, hizo callar a Theo. El hombre lo entendió. Sabía que no querían morir, pero un mundo en guerra era el único que conocían, y sus experiencias en ese viejo lugar eran todo lo que tenían como referencia cuando intentaban dar sentido a este nuevo. No se les podía culpar por ello.

Shin separó con tranquilidad los labios para hablar. Ernst se sintió aliviado al ver que todas sus heridas se habían curado en el transcurso del mes.

—¿Qué ganas con salvarnos?

—Si fuéramos el tipo de sociedad que necesita pensar en la ganancia o la pérdida cuando se enfrenta a la elección de salvar a los niños o dejarlos morir, perderíamos algo mucho más valioso. Ayudarse unos a otros es una mentalidad fundamental para mantener una comunidad… Y además…

Ernst esbozó una fina sonrisa. Era una sonrisa fría y cruel, lo suficiente terrible como para dejar sin palabras a esos niños que habían visto el infierno en la tierra.

—Si tenemos que matar a los niños porque no nos resultan familiares… Por una posibilidad entre un millón de que puedan ser una amenaza… Si eso es lo que tiene que hacer la humanidad para sobrevivir, entonces merecemos ser aniquilados.

Las puertas de las salas de cuarentena se abrieron y los niños fueron instruidos para cambiarse de sus batas de hospital y salir. Como era natural, no tenían ropa normal, así que les dieron uniformes militares de la Federación.

Incluso ahora, los niños seguían desconfiando de la Federación y de sus melosas palabras. ¿Los iban a llevar a otro lugar, como un laboratorio o una prisión? Si ese era el caso, preferían huir y que les dispararan por la espalda antes que entregarse a la guillotina.

Ernst se dio cuenta de ello y trató de ocultar que sabía que estaban buscando una oportunidad para escapar. Pero al mismo tiempo, ordenó a los guardias que permanecieran alerta. No tenían intención de disparar a los chicos en caso de que huyeran, pero que resultaran heridos mientras estaban sometidos sería problemático.

No parecieron sospechar nada hasta que subieron al avión de transporte y este se acercó a una zona urbana. El avión aterrizó en una base militar en las afueras de la capital, y desde allí, subieron a un vehículo civil que les llevaría a la ciudad. Fue entonces cuando sus dudas se convirtieron en confusión.

El vehículo salió de la puerta de la base y recorrió la calle principal de la capital de la Federación, Sankt Jeder.

—Ah…

Los ojos de Kurena estaban fijos en la ventanilla mientras un leve jadeo se le escapaba de los labios. Anju y Theo también expresaron su asombro. Shin y Raiden no dejaron traslucir sus impresiones, pero a ellos también les resultaba difícil mirar a otro sitio que no fueran las ventanas mientras permanecían sentados, conteniendo la respiración.

Vieron gente. Mucha, mucha gente yendo y viniendo. Gente del mismo color que ellos y, a veces, también de otros colores. Una niña pequeña caminando por la calle, tomada de la mano de sus padres. Una pareja de ancianos sentados en la terraza de un café. Un grupo de estudiantes riendo en su camino a casa desde la escuela. Una pareja joven haciendo preguntas a un dependiente en la tienda de una floristería.

Sus ojos abiertos se llenaron de nostalgia, dolor y soledad. Por primera vez en nueve solitarios años, habían visto el maravilloso aspecto mundano de una ciudad tranquila.

♦ ♦ ♦

—Hicieron bien en llegar hasta aquí, oh lamentables exiliados.

Su auto se había detenido frente a una pequeña mansión en la esquina de una tranquila zona residencial. Era la residencia privada de Ernst, aunque normalmente se alojaba en la vivienda oficial del presidente.

Aparte de eso, nada más entrar en el vestíbulo, se encontraron con aquel repentino saludo. Ernst se acunó la cabeza con la mano, exasperado, mientras los niños se quedaban paralizados, confundidos. Aquellas palabras extremadamente seguras que rozaban el ridículo fueron pronunciadas por la voz aguda y chillona de una niña.

La niña de unos diez años, de cabello negro y ojos rojos, estaba de pie sobre una pequeña plataforma que había recuperado de lugares desconocidos. Adoptó una postura dominante, cruzando las manos con aire de prepotencia y con la barbilla en alto.

—El gran Giad acoge a los indefensos con compasión y misericordia. No esperamos que los de tan baja condición devuelvan esta amabilidad, así que pueden aceptar nuestra simpatía y alegrarse.

Luego señaló directo a Shin. ¿Era su vista lo suficientemente aguda como para discernir el equilibrio de poder del grupo tan rápido? O quizás…

—¡Desgraciado de ojos rojos! ¡¿Por qué me das la espalda?!

—Me preguntaba si alguien más se uniría a nosotros…

El tono de Shin era decididamente cortante, como era de costumbre.

—¡Acabas de cerrar la puerta! ¡¿Me tomas por tonta?!

Shin no respondió, lo que seguro significaba una afirmación.

—Supongo que no puedo esperar nada mejor de un plebeyo de la República… Incluso con la sangre de la nobleza del Imperio corriendo por tus venas, sigues siendo…

Su regaño se detuvo de forma abrupta. Los ojos rojos de la muchacha parecían estar mirando a otra parte.

—Tu cuello… ¿Qué ha pasado…?

Shin se quedó sin aliento. Los ojos rojos como la sangre que miraban a la chica se volvieron de repente mucho más fríos, el frío de ellos y la incomodidad de la situación hicieron que la chica se estremeciera. Ernst suspiró y abrió la boca para hablar. En ese momento, la cicatriz de Shin estaba oculta tras el cuello de su uniforme. Aunque Ernst había visto la cicatriz cuando Shin había llegado por primera vez, nunca había preguntado por su origen.

—Deja eso, Frederica. Ya te he contado sus circunstancias… Tú misma tienes heridas en las que no querrías que otros se entrometieran, ¿no?

—Mis disculpas…

La chica inclinó la cabeza con sorprendente mansedumbre. Raiden, visiblemente sorprendido, se volvió hacia Ernst.

—¿Esta es tu hija…? No quiero ser grosero, pero probablemente podrías esforzarte un poco más en disciplinar a la niña.

—Ah, bueno, no es mi hija.

—¡Cómo te atreves a asumir que soy la hija de un insignificante vendedor de papel!

Aparentemente ofendida, la chica hinchó el pecho. Parecía haber encontrado alegría en que la situación se volviera a su favor.

—Soy la estimada…

—Frederica Rosenfort. Debido a circunstancias particulares, ha sido puesta bajo mi cuidado.

Ernst ignoró la mirada de Frederica.

—Para que conste, hice arreglos para que se hiciera pasar por mi hija. Me ahorra la molestia de dar explicaciones inútiles a elementos externos, ya ves. Ah, y ustedes cinco también son ahora técnicamente mis hijos adoptivos. Sean libres de llamarme papá si quieren.

Se produjo una larga pausa.

—Solo estaba bromeando… No tienen que poner esa cara de asco…

Ese comentario le valió incluso una nueva mirada de Shin.

—Bueno, para ponernos en situación, por el momento vivirás con ella. Frederica es un poco ignorante de las costumbres del mundo, pero me alegraría que la vieras como una hermana menor e intentaras llevarte bien.

Los labios de Frederica se curvaron en una sonrisa altiva.

—Soy la mascota que se les ha dado a ustedes, miserables, para limpiar el dolor de la guerra y la persecución de sus corazones.

Shin entrecerró los ojos y Frederica sonrió, como si hubiera visto a través de él. E independientemente de si albergaba alguna mala voluntad hacia él, su sonrisa parecía una mueca. Por extraño que pareciera, dentro de las capas de esa expresión engañosamente simple, también pudo percibir un sentimiento de solidaridad.

—No solo yo, sino todas las cosas que este hombre te presenta son iguales. Una finca segura y confortable, una doncella maternal, un tutor que haga las veces de tu padre, una adorable hermana menor…

—Es decisión de la Federación concederles compasivamente un reemplazo para la familia, el hogar y la felicidad que les fueron robados… Aprécienme, mis adorables hermanos mayores. Hagamos amistad entre nosotros, como compañeros victi… ¡Whoa!

Frederica gritó cuando Raiden extendió la mano y le revolvió el cabello salvajemente en lo que podría haber sido su idea de un apretón de manos amistoso. Agitándose en un intento de apartar sus manos, corrió hacia atrás y se aferró a la esbelta doncella de cabello dorado y ojos azules que estaba detrás de ella.

—¡Teresaaa! ¡Me están intimidandooo!

—Ya, ya, mi señorita. Creo que todo esto ha sido culpa suya.

—Seguro que están todos cansados. ¿Qué tal si les sirvo un poco de café?

Después de cenar temprano, los chicos se fueron a sus habitaciones y, como era de esperar, se quedaron dormidos.

¿Y quién podría culparlos?, pensó Ernst mientras disfrutaba de su taza de café, solo en la mesa. Una ciudad cómoda y tranquila y un hogar en el que pudieran relajarse eran conceptos que se les habían escapado durante demasiado tiempo. Para ellos, el cambio de entorno les parecía como si hubieran llegado a un mundo completamente nuevo. Por supuesto, estarían agotados.

Frederica entró en la habitación, haciendo un mohín de insatisfacción.

—Se han quedado todos dormidos. Tenía la intención de escuchar sus historias de la República. Qué velada tan insípida ha resultado ser…

Pero la baraja de cartas que tenía en la mano sugería que su deseo de hablar con ellos era solo una excusa para jugar.

—¿Le sirvo un poco de leche, Su Antigua Majestad?

—Imbécil. No recuerdo haber abdicado nunca de mi título. ¿Y qué es eso de la leche? No me trates como a una niña.

—Se supone que los niños no beben café antes de ir a dormir.

Pero dicho esto, Teresa, quien había terminado de hacer los preparativos para mañana por la mañana, entró llevando tazas de café. Una para Frederica y otra para ella.

—Gracias por la cena, Teresa.

—No piense en ello, señor. Sin embargo, los niños de esa edad tienen ciertamente un apetito muy saludable. Es agradable que alguien disfrute de mis comidas… para variar.

La mirada que lanzó en su dirección daba a entender el desprecio que sentía por sus constantes ausencias de casa debido al trabajo. Sus quejas sobre cómo la pobre señorita Frederica se veía obligada a cenar sola aún estaban frescas en su mente.

—Te pido disculpas… Y probablemente te molestaré mucho en el futuro.

Los niños solo conocían la persecución y la guerra, la maldad y la muerte. Acostumbrar a uno a la paz y la buena voluntad era mucho más difícil que acostumbrarlo a lo contrario.

—Olvídese de la idea, señor. Servirle es mi deber, después de todo.

—¿Me ves como un hombre repugnante por esto…?

Contempló las facciones de Teresa mientras ella le devolvía la mirada. La viva imagen de la mujer que él amaba más que nada, y, sin embargo, su corazón nunca se conmovió lo más mínimo cuando la miró.

—¿Quizás pienses que esto es un acto tonto de compensación por mi parte… que los estoy usando como sustitutos?

—No lo creo, señor.

Contrario a sus palabras, la voz de Teresa era fría. Sus rasgos, propios de una reina del hielo, estaban de verdad congelados. Teresa había dicho que esa era la única manera en que podía actuar ante él, y él no lo tendría de otra manera. No podía seguir rodeándose de ilusiones para siempre.

—Una persona nunca puede ser sustituida. Todas y cada una tienen una existencia única.

—Aun así, hay gente dispuesta a conformarse con las ilusiones. No importa la forma que adopten —dijo Frederica sin tapujos.

Ernst se llevó la taza de café a la boca.

—¿Y a quién iban dirigidas esas palabras, emperatriz?

—Eso es…

Rompiendo la frase, Frederica se quedó callada. Mirando su taza de café, observando cómo el líquido oscuro ondulaba como si reflejara su propio corazón, frunció los labios.

Se había sorprendido cuando vio su foto y aún más cuando lo conoció cara a cara. Su edad era diferente. La mitad de la sangre que corría por sus venas era diferente. El color de sus ojos —y sobre todo el tono y la intensidad de su expresión— eran diferentes. Entonces, ¿por qué…?

¿Por qué se parecían tanto…?

Eran personas diferentes… Pero en la forma en que él intentaba rechazar estar preso en una jaula de paz, sus rasgos casi se cruzaban.

—Kiri…


[1] Tausendfüßler: tipo de transporte de recuperación. Un ciempiés de acero gigante que actúa como carroñeros y asimiladores neuronales de la Legión.

[2] Admiral: tipo de producción de energía. Son grandes unidades de la Legión con forma de mariposa que suelen producir paquetes de energía.

[3] Feldreß: es el término general utilizado para referirse a cualquier vehículo blindado de combate multipiernas operado por humanos.

[4] Vánagandr: el M4A3 Vánagandr es el Feldreß básico de la República Federal de Giad. Se dice que los Vánagandr de tercera generación son superiores a los Ameise y Grauwolf de la Legión, aunque ligeramente inferiores a los Löwe.

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