Traducido por Lucy
Editado por Sharon
El clamor de la gente resonaba en la sala y en sus oídos.
Una serie de largas mesas se extendían por el amplio comedor hasta donde alcanzaba la vista. La cantidad de gente sentada en ellas era suficiente para sobresaltar y perturbar un poco a Rosemarie, haciéndola tragar con fuerza.
Cuando llegó la hora de la cena, Ilse les hizo pasar al comedor, que estaba repleto de asistentes al Culto de la Reliquia Sagrada. El hecho de que no hubiera visto a ninguno de ellos hasta ese momento la ponía mucho más nerviosa.
Era posible que dentro de cinco días llegase aún más gente antes de la ceremonia.
—Hay mucha gente aquí, ¿verdad? Princesa, ¿estarás bien? —Heidi, que estaba a su lado para hacer de camarera, susurró preocupada mientras tomaba asiento.
—Estoy bien, Heidi. Sí, estoy bien —consiguió suavizar su expresión y asentir como respuesta.
Sí, estoy bien, pero…
Miró a Claudio, que estaba sentado a su lado. Cuando todos aparecieron en el comedor, el ambiente, antes tranquilo, se congeló en un instante. Las cabezas de la gente se transformaron en bestias con tanta rapidez que creyó escuchar un silbido, como una ola que retrocede. Rosemarie, al ver esto, sintió que su pecho se apretaba no por miedo, sino por frustración.
Como no se tenía en cuenta el estatus y se trataba a todo el mundo por igual, no había asientos designados. En cuanto Ilse se lo dijo a Claudio, este se colocó al fondo de la habitación, seguro por consideración a la gente que le rodeaba. El comedor en su conjunto estaba muy iluminado, pero la luz no llegaba hasta la esquina de la sala. Las sombras lo ayudaban a pasar más desapercibido. Sin embargo, de todas partes se les clavaban miradas descorteses: asombro, miedo, desprecio, todo. Sintió como si le hicieran un agujero en el estómago.
Esto podría ser incluso peor que Baltzar… Aunque su apariencia era conocida por los aristócratas y la gente de los alrededores de la capital real, no era así como funcionaba en otros países. Aunque había una colección de invitados de diferentes naciones, por lo general había gente que nunca había visto su aparición antes.
—Bueno, esto es un cambio de ritmo bastante fresco.
Ella no podía saber qué expresión estaba poniendo, pero él parecía divertido por la gente que le miraba sin preocuparse por ellos en absoluto, lo que la tranquilizó.
—Que estés tan seguro y erguido me está ayudando a calmar mis propios nervios, príncipe Claudio.
—¿Ah, sí? No te agobies. Te estás poniendo pálida. —Acarició su mejilla, tal vez en un intento de ayudar a calentarla. En el momento en que su dedo rozó sus labios, ella recordó que antes de que la ardilla atacara, se iban a besar. Su cara se sonrojó casi al instante.
¿Eh? Espera un momento. ¿Estaban todos los demás en la otra habitación? Heidi estaba allí sin dudas, por lo menos. Y si Claudio acababa de entrar, entonces los otros tres lo habían seguido; por eso la cosas resultaron en un completo pandemónium. ¡Dios, no puedo mostrar mi cara a los demás! Necesito mi balde sobre mi cabeza… ¡ahora!
Aunque ninguno de ellos viera la escena en sí, la atmósfera por sí sola seguro les dio suficiente información. Solo pensar en ello era muy vergonzoso. Con eso hirviendo en su interior, no se atrevía a girarse y mirar a Heidi, que estaba justo detrás.
—¿Qué te pasa? Ahora tienes la cara roja como una remolacha. ¿Tienes fiebre?
—Es tu culpa, príncipe Claudio. —Y, ya que lo era, ella de verdad deseaba que él quitara su mano de su frente. Las miradas estupefactas de los demás le dolían. El gesto de Claudio fue tan sorprendente que las personas con cabeza de bestia volvieron a la forma humana en tropel.
Lo miró con reproche y vio que la comisura de su boca se movía hacia arriba. Pudo ver un poco de sus afilados colmillos y, aunque parecía una señal de intimidación, a Rosemarie le pareció más bien una sonrisa. Esto fue seguro premeditado. Sabía que pasaría.
Ella apartó su mano con suavidad y habló, enfadada:
—Por favor, no te burles de mí.
—Pero, no me estoy burlando de ti. Solo estoy midiendo las reacciones del público. Hay gente cuyas cabezas volvieron a ser humanas, ¿no?
—Bueno, sí, los hay, pero…
—También hay gente que ha cambiado su percepción de mí debido a tu reacción. Lo que significa que los que no han cambiado tienen un intenso sentimiento de hostilidad. Quiero ser capaz de distinguirlos. Así que no te pongas rígida y formal; actúa como lo harías siempre.
Sus pensamientos eran más profundos de lo que ella había esperado. Parecía que no lo hacía solo para divertirse. Sabiendo que era así, se sintió obligada a cooperar.
La forma en que lo haría siempre…
¿Cómo actuaría por lo general con Claudio? Después de devanarse los sesos, Rosemarie colocó la mano sobre la de él, que estaba encima de la mesa.
Sus hombros se sobresaltaron por la sorpresa. La miró con torpeza antes de apresurarse a apartar las manos.
—Lo siento. Es lo que haría siempre, así que… —Era algo que ella hacía para estabilizar su salud, así que ¿qué justificaba la reacción que estaba dando? Casi parecía que se ponía a la defensiva si tomaba la iniciativa. No creía que fuera una señal de desagrado, pero la tenía preocupada.
—Tú… —En cuanto él empezó a abrir la boca, sintió que alguien se paraba frente a la mesa.
—¿Está ocupado este asiento? —preguntó una chica con voz etérea.
Rosemarie no se preguntó por qué alguien se acercaba a entablar conversación, sino que la miró con alivio. Enfrente de donde estaban sentados había una chica de pelo rubio fresa, acompañada de otra con lo que parecía ser el uniforme de una criada y la cabeza de un perro mapache.
Aunque no estaban en una cena, iba vestida de con un vestido azul de escote abierto, más propio de un evento de gala. Sin embargo, lo más chocante era que su cabeza seguía siendo humana, mostrando una sonrisa positiva y confiada, a pesar de estar cara a cara con Claudio.
Rosemarie pensó que tal vez sus ojos se habían curado por un segundo antes de darse cuenta de que la mayoría de sus espectadores seguían teniendo cabeza de bestia.
—Siéntete libre —dijo Claudio con cautela, asintiendo con aire de compostura. En respuesta, la muchacha hizo una elegante reverencia y tomó asiento.
—Su Alteza Real, el príncipe Claudio Baltzar, supongo. Es un honor conocerle, señor. Me llamo Suzette, la primera princesa de Kavan. —No apartó la mirada del príncipe deforme ni un segundo. Al contrario, entabló una conversación amistosa, con los ojos encendidos. Rosemarie se sorprendió aún más por aquel hecho, seguido de una sensación de pesadumbre bastante inquietante en su interior.
Aunque el hecho de que alguien no le mostrara el típico desdén debería haber sido motivo de mayor alegría, se dio cuenta de que, de algún modo, no podía regocijarse por ello. Apretó con fuerza las manos en su regazo.
¿Pero por qué no puedo? Quiero decir, hay alguien más aquí a quien no le importa su cabeza de bestia…
A Fritz y Alto, sus ayudantes, no les importó en absoluto. Y aunque Heidi podía sobresaltarse en ocasiones, no lo miraba con miedo. Sin embargo, nunca le dio importancia cuando se trataba de alguno de ellos.
Consiguió curvar los labios con una sonrisa, aunque todavía desconcertada. Un cuenco de sopa se colocó delante de Claudio mientras este continuaba la conversación.
—Kavan es un país productor de mineral de hierro, si no me equivoco. Ah, sí, esta es mi esposa, la princesa heredera de…
—Es un honor que conozca nuestro país. Por favor, coman antes de que se enfríe —le instó Suzette a empezar su cena, cortándolo a mitad de su oración. Fue entonces cuando Rosemarie se dio cuenta de que la chica no la había mirado a los ojos ni una sola vez.
¿Me está ignorando? ¿He hecho algo para ofenderla? Desde luego, no recuerdo haberla conocido.
Poco probable, teniendo en cuenta que siempre estaba encerrada en su villa en Volland. Además, solo había asistido a dos galas en Baltzar con visitas de la realeza: una tras su boda y otra cuando los príncipes herederos de Rivera hicieron su visita.
—No pude asistir a la gala nocturna de celebración de su cumpleaños, príncipe Claudio, así que estaba deseando tener por fin la oportunidad de conocerle. Me encontraba tan impaciente, de hecho, que acabé arrastrándome para llegar aquí… —Las mejillas de Suzette se sonrojaron. Se refería a la gala nocturna del cumpleaños de Claudio, o mejor dicho, a la ceremonia de selección de la novia. También era donde Rosemarie se reencontraba con él. Teniendo en cuenta que la gala estaba dirigida a las hijas no comprometidas de nobles y princesas, la ausencia de Suzette en ella tal vez significaba que ella misma estaba comprometida.
Aunque, la mayoría de las personas en esa gala tenían cabezas de bestia sobre sus hombros…
Todos odiaban la idea de que Claudio se enamorara de ellas a primera vista. Sin embargo, cuando Suzette mencionó que había querido asistir para conocerlo, su rostro permaneció humano. Era extraño que estuviera mostrándole afecto a un hombre con la cabeza deformada, sobre todo cuando él era un extraño, pero estaba siendo honesta. Siendo el caso, no era raro que estuviera celosa de Rosemarie, y no podía culparla porque la estuviera ignorando.
Fue entonces cuando cayó en la cuenta.
Desinterés.
Esa era la exacta emoción que Suzette le había mostrado. Era claro que no se regocijaría cuando había otra chica cerca de Claudio, pero ni siquiera se mostró interesada por saber quién lo había logrado.
¿Eh? ¿Estoy siendo celosa?
El pensamiento de Claudio abriéndose a esta princesa, que se dirigió a él con una sonrisa a pesar de su cara de bestia, la puso en ascuas.
Sus ojos se detuvieron de repente en la mano del príncipe que sostenía su cuchara. Imaginar esa gran mano que ella había tocado no hacía ni un momento tocando la mejilla de otra chica, acercándola e intercambiando un beso… Era agonizante, por decir lo menos.
¿Son celos? Quiero a Claudio, así que no quiero que me lo quiten… Sintiéndose sofocada, se agarró el pecho.
—¿Rosemarie? ¿Te encuentras mal? —La pregunta preocupada de Claudio resonó en sus oídos.
—¡Uf! No, no está bien —se levantó y, al hacerlo, se golpeó contra la mesa. Una copa de vino se volcó y manchó su falda—. Lo siento mucho. En realidad, no me encuentro muy bien, así que me voy a ir antes de tiempo.
Muy nerviosa y hablando a mil por hora, trató de salir de la sala, pero él la agarró del brazo antes de que pudiera.
—Espera, me voy contigo. Me preocupa que te desmayes a mitad de camino.
—No… Muchas gracias… por eso… —Intentó quitarse de encima su mano y emprender la huida, pero recordó dónde estaba y se limitó a una simple respuesta.
—Princesa Suzette, lamento interrumpir nuestra conversación, pero mi esposa se ha enfermado y tendremos que despedirnos. Por favor, disfruten del resto de la comida. —Claudio tomó sus hombros para apoyarla, y se dio la vuelta sin esperar su respuesta.
Mientras era empujada, Rosemarie sintió una intensa mirada clavada en ella y giró la cabeza. Al hacerlo, se encontró con Suzette, cuya cabeza era ahora la de un perro rubio oscuro de pelo largo, y mirada asesina. Se enderezó rápidamente, presa del pánico.
Terrorífico… Lo siento. ¡No fue a propósito!
Al salir del comedor mientras se disculpaba en su cabeza, Ilse se acercó rápido a ellos de la nada.
—¿La sopa de conejo no era de su agrado?
—No, mi mujer está indispuesta. Odio pedírtelo, pero ¿podrías traernos la comida a nuestra habitación? —Ilse respondió a la petición con un asentimiento sin emoción, y Claudio pasó a toda velocidad y salió del comedor. Aunque Alto, que esperaba cerca de la puerta, se sorprendió de que se marcharan tan pronto, les siguió en silencio.
Fritz aún no había regresado de su tarea. En cuanto a Edeltraud, se limitaron a decir que estaban haciendo una “investigación” antes de partir hacia lugares desconocidos.
Claudio permaneció en silencio durante un rato, pero cuando ya no había moros en la costa, chasqueó la lengua con fuerza.
—Lo juro, ¿cuál es el problema de esa mujer? Ni siquiera se presentó bien.
—¿Eh? Yo creo que sí…
—Hacia mí, lo hizo. Sin embargo, no solo no te dijo ni una palabra, sino que trató de fingir que ni siquiera estabas allí. Por mucho que le disgustes, esa no es forma de comportarse, dado el entorno —se quejó, bastante disgustado, mientras ella se cubría la cara con ambas manos.
Al parecer, la razón por la que él la siguió y se excusó antes de tiempo era porque él odió la forma en que aquella chica la estaba tratando. Mientras una parte de ella pensaba que no podía culparla por su actitud, otra parte no podía evitar alegrarse por el giro de los acontecimientos, lo que la hizo sentirse un poco culpable.
—Por cierto, dijiste que algo “no estaba bien” ahí atrás. ¿Qué pasó? —Sus manos sobre sus hombros se tensaron un poco, lo que significaba que seguro lo sintió cuando ella los tensó con un ligero sobresalto.
—¡N-N-Nada en absoluto!
—Si no fuera nada, no estarías tartamudeando tan mal, ni te estarías sonrojando en este momento. —Como era obvio, se dio cuenta de que estaba perturbada. Rosemarie le dio vueltas en su cabeza, tratando de encontrar algo que pudiera decir para suavizar las cosas. No había manera de ser sincera y decir lo que quería decir. De hecho, sabía que no debía hacerlo.
—Um, bueno, lo que estuvo mal estuvo mal, ¡lo que estuvo mal que yo dijera…!
—Ya sabes…, cuando entras en pánico, tiendes a soltar las cosas más incomprensibles pero comprensibles.
Cerró la boca. Ahora que lo mencionaba, seguro tenía razón. Respiró un poco, recuperando la compostura después de que le señalaran esa faceta desconocida de sí misma.
—No es nada, de verdad. Solo estaba pensando para mis adentros y me sobresalté… —No estaba mintiendo, pero no contaba toda la historia. Claudio la miró con ojos dubitativos, pero suspiró y le soltó los hombros, quizá sabiendo que no iba a conseguir que hablara. Un escalofrío le recorrió los hombros en cuanto la soltó.
El príncipe Claudio solo me hizo princesa heredera para devolverle el maná que le robé. Y solo me casé con él porque tenía un rostro humano en un mar de cabezas de bestia. Estoy segura de que el príncipe Claudio también lo sabe. Aunque esté enamorada de él…
Ni siquiera estaba capacitada para pronunciar esas palabras.
Rosemarie tocó con suavidad su hombro, mirándolo a él que caminaba a una pequeña distancia delante de ella.
♦ ♦ ♦
—Oye… Creí haberte dicho que guardaras ese balde en el baúl de almacenamiento. ¿Por qué lo has vuelto a sacar? —preguntó Claudio, suspirando profundo con los brazos cruzados. Rosemarie, con el balde en la mano, desvió la mirada con torpeza.
—Lo siento. Necesitaba algo para calmar un poco los nervios. Después de todo, le di mi colgante de Kaola a esa ardilla. —Heidi estaba llevando a la criatura a los aposentos de los sirvientes en ese momento, por lo que se sentía insegura—. Solo será un segundo, así que por favor déjame ponerlo en…
—No, no lo pongas. Solo puedo pensar que pasará algo terrible. —Intentó apartar el balde de sus brazos, pero ella se aferró a él con todas sus fuerzas.
¡No, dormir en el mismo dormitorio es demasiado para mí!
Después de excusarse en el comedor y volver a su habitación, Adelina le trajo la cena a petición de Ilse. Comió y se bañó después, todo lo cual estuvo bien.
Sin embargo, como hubo tantas cosas que ocuparon su atención a lo largo del día, no se dio cuenta de algo: solo había una habitación preparada. Fuera como fuese, eran una pareja casada, por lo que no debería haberle sorprendido que se alojaran en el mismo dormitorio.
Tan pronto como se dio cuenta de que tenía sentimientos románticos por él, era golpeada con esta situación. La puso tan nerviosa que dudaba de poder dormir.
—¿Por qué estás tan en contra de dormir en la misma habitación ahora? Ya hemos hecho esto algunas veces, ¿no? Y tú estabas bien entonces, ¿no?
—No estoy en contra, per se… Además, una de esas veces, llevaba mi balde en la cama.
—De verdad estoy empezando a aborrecer los objetos inanimados —murmuró Claudio, pasándose una mano por la melena. Procedió a tomar una almohada y girarse hacia la salida.
—Bien. Dormiré en el salón.
—No, no debes. Te vas a resfriar en esta época del año. Dormiré en el salón. Si duermo con Momo, no tendré frío.
—¿Momo…? ¿Has llamado Momo a la ardilla voladora, la momonga? Espera un maldito segundo. Tengo más calor que una pequeña criatura del bosque —exclamó Claudio, encendiendo una inesperada rivalidad con una ardilla. Aun así, Rosemarie mantuvo la cabeza quieta, sin asentir en señal de confirmación. ¿Le estaba diciendo que se durmiera abrazada a él? Eso sería indignante—. Bien, de acuerdo. Entiendo. Puedes abrazarte a tu balde, pero no te lo pongas. Hasta ahí estoy dispuesto a ceder —dijo de mala gana, así que no tuvo más remedio que asentir en señal de confirmación.
Se metió en la cama, abrazada a su balde. Claudio atenuó las luces antes de meterse también por el lado opuesto.
Casi como si la trifulca que acababan de tener nunca hubiera ocurrido, la habitación quedó en completo silencio, hecho que estaba poniendo cada vez más nerviosa a Rosemarie. Incluso estando de espaldas a él, era muy consciente del más mínimo susurro que pudiera hacer.
—El padre Fritz aún no ha regresado, ¿verdad? Me pregunto si habrá pasado algo. —El silencio estaba resultando insoportable, así que ella intentó iniciar una conversación.
—No te preocupes —su respuesta fue tranquila—. Tiene muchos recursos, así que seguro se las apañará aunque surja algún problema.
—También me pregunto cuándo aparecerán los guardias anteriores.
—¿Quién sabe de verdad? Pero aparecerán en la ceremonia de Adoración. El Maestro Edel dijo que buscarían hasta entonces.
—Sí hay algo que pueda hacer, entonces…
—Rosemarie.
—¿Sí?
—Duérmete. —Su voz era firme, haciendo que sus hombros saltaran.
Puede que se estuviera poniendo un poco pesada.
Frunciendo los labios, apretó su balde. Mientras intentaba calmar su pulso nervioso a un nivel manejable, cerró los ojos con fuerza.
Tal vez fuera porque estaba cansada, pero justo antes de que el hombre de arena se la llevara a dormir, habría jurado que oyó el mismo sonido: el aullido del viento, que más bien parecía el aullido de una bestia.
♦ ♦ ♦
Con el sonido de metal golpeando el suelo, los ojos de Claudio se abrieran de su sueño más bien ligero.
¿Qué fue ese sonido?
Mantenía los oídos atentos, pero de repente se dio cuenta de que Rosemarie ya no estaba tumbada detrás de él.
—¿Rosemarie?
Parecía bastante nerviosa justo antes de irse a la cama, así que supuso que tenía problemas para dormir, pero al final, debió de estar muy cansada porque se durmió con bastante facilidad. No sabía qué hacer. No solo estaba decepcionado, sino también enfadado por no haber conseguido que ella se fijara en él.
Pensando que se había ido al lavabo, se dio la vuelta solo para encontrarse con una sorpresa.
Allí estaba ella, fuera de la cama y acercándose a la puerta con pasos tambaleantes e inseguros. También dedujo que el sonido metálico que había oído hacía un segundo era el de su balde, su supuesta extensión de sí misma, cayendo al suelo. Hasta ahí, todo bien. Era capaz de entender lo que había sucedido.
Sin embargo, a pesar de que el aire se mantenía helado por el otoño incluso en interiores, ella iba sin bata, y a través de su delgado camisón, podía ver con claridad su cuello blanco. Su cabeza miraba al techo, y sus ojos seguían cerrados con fuerza tras sus finos párpados. Estaba dormida, pero sus piernas la llevaban hacia la puerta.
¿Es sonámbula?
Hubo una vez en que ella se despertó de su siesta en el coche y le llamó león con cara de humano, así que no le extrañaría que hiciera algo así.
Claudio se levantó de mala gana, tomó una bata y se acercó a ella.
—¿A dónde vas? —Fue a ponerle la bata alrededor de los delgados hombros y a detenerla. Por desgracia, no se despertó. Se sacudió su mano y agarró el pomo de la puerta—. Eh, abre los ojos y despierta.
Le sacudió los hombros con un poco de fuerza, como si tratara de sacudirse sus sospechas elevadas. Sin embargo, lo único que consiguió fue que su cabeza se balanceara sin fuerzas de un lado a otro; sus ojos no se abrían. No solo eso, sino que estaba tratando de zafarse de sus brazos.
¿Qué es esto? Es extraño.
Mientras intentaba sujetarla y ella se retorcía con una fuerza impropia de una dama, pensó en llamar a Edeltraud. Fue entonces cuando ocurrió.
—Llamando… Está llamando. Me tengo que ir. Tengo que ir. Está llamando, tengo que ir, tengo que ir, tengo que ir, está llorando, tengo que ir.
Rosemarie repetía de forma delirante las mismas pocas palabras encadenadas con voz débil. Claudio se sintió presa del horror, pero, a pesar de todo, la sujetó con fuerza.
Ella le arañó en su frenesí, como exigiendo que la soltara. Estaba sangrando, pero no podía permitirse preocuparse por eso ahora.
—Nadie te está llamando. Es tu imaginación. Estás aquí mismo. Estás a mi lado.
—Está llorando, está llamando, tengo que irme, está llorando, devuelve lo importante, está llamando…
—¡Rosemarie! —Le gritó su nombre al oído, haciendo que su cuerpo se crispase y temblase con violencia hasta que acabó por desvanecerse y hundirse en sus brazos. Sin un momento de reposo, se oyó un ruido procedente del salón, seguido de la entrada precipitada de Alto, que casi derribaba la puerta del dormitorio.
—¿Intruso, señor? —Alto escudriñó la habitación con expresión adusta, pero Claudio habló con una inmensa sensación de desagrado.
—No. Ojalá fuera un intruso. Rosemarie está actuando como una loca.
—¡¿Qué le ha pasado a la princesa?! —Heidi, que venía de detrás de Alto blandiendo un candelabro, entró corriendo sin importarle que el chal que llevaba sobre la ropa de dormir se le cayera al suelo. La ardilla permaneció sentada en su hombro todo el tiempo.
—Pensé que solo era sonámbula, pero empezó a volverse loca, diciendo: “Me está llamando. Tengo que ir”.
Claudio tumbó a Rosemarie, que ahora estaba en un estado que podría considerarse menos dormida y más inconsciente, en la cama y le apartó los mechones de pelo de la frente. Su expresión no daba señales de angustia, lo cual era un alivio.
—¿Qué demonios haría que la princesa se comportara como un personaje sacado de una novela de terror…? —A pesar de la rígida expresión de Heidi, colocó con obediencia la manta sobre su ama. Claudio vio que la ardilla que había venido con ella se paseaba preocupada por la cara de su esposa, pero volvió a centrar su atención en Alto.
—¿Han vuelto Fritz y el maestro Edel?
—Señor. El padre Fritz regresó no hace mucho. Dijo que le daría su informe mañana, ya que usted estaba descansando. El mago Edeltraud, por otro lado, aún tiene que…
—Estoy aquí mismo. —Deslizándose por el lado de Alto, Edeltraud entró en la habitación. Sus ojos, por lo general somnolientos, parecían estar algo encendidos por alguna razón. Se dirigió al lado de la yacente Rosemarie sin necesidad de que le explicaran la situación.
—En ese caso, Alto, llama a Fritz.
El caballero se fue de inmediato a cumplir su orden. No había pasado mucho tiempo antes de que estuviera de vuelta con Fritz, pero al verlos, el príncipe frunció el ceño.
—Rector podrido, ¿dónde has estado bebiendo?
—Oh, eso es cruel. He estado fuera, dejándome la piel para sacar información, ¿y así me lo agradeces? Bueno, de todos modos, ¿dijo que Su Esposa Real estuvo actuando como una loca?
Claudio lo empujó, sonriente y sonrosado, al salón. Miró a Edel, que tenía una mano en la frente de Rosemarie, y luego a Heidi, preocupada junto a la cama. Ordenándole a Alto de que le avisara si ocurría algo, salió de la habitación.
A pesar de no haber recibido ninguna indicación para sentarse, Fritz se hundió en el sofá sin cuidado. Claudio miró al cura y luego tomó asiento en el pequeño sofá unipersonal. Al hacerlo, arrojó un saco de cuero del tamaño de la palma de la mano sobre la mesa. Algo duro detrás del material golpeó la mesa con un ruido sordo.
—¿Esto es de verdad?
En su estado trastornado, las palabras “devuelve lo importante” salieron de la boca de Rosemarie. Lo único que había en la habitación que podía requerir devolución era la joya, sospechosa de ser la Reliquia Sagrada. ¿Cómo había acabado ella así? Solo podía imaginar una cosa, que según Edeltraud estaba teñida de maná, era la culpable. Friz tomó una jarra cercana, se sirvió un poco de agua en una copa y bebió un trago. Después, cerró un ojo y levantó la mano.
—Yessiree, el auténtico. Nos ha tocado la lotería. Vaya, esto es un lío, ¿eh? Quiero decir, ¿la auténtica Reliquia Sagrada entre nosotros? Caray.
Parecía jovial en apariencia, pero no había ninguna sonrisa en su rostro. Claudio dio la vuelta al saco de cuero en silencio, molesto, y dejó caer el contenido sobre la mesa. La joya parecía casi luminiscente, con su vibrante tono rojo intenso y sus virutas doradas.
—Incluso emborrachándolo, me costó mucho conseguir que hablara; tengo que trabajar en mi técnica, ya sabes. De todos modos, en cuanto a esa Reliquia Sagrada que tenemos aquí… —Fritz se peinó hacia atrás, arregló su tono borracho y dirigió a Claudio una mirada aguda y perspicaz—. Al parecer fue robada en la conmoción del incidente del cadáver de rata de ayer por la mañana.
—¿Dónde está guardada usualmente?
—Justo debajo de la capilla del santo. Viste la estatua del Hipocampo, ¿verdad? Está debajo del pedestal, bajo llave. Por cierto, la única persona que tiene dicha llave es Su Eminencia el Cardenal.
Recordó la Capilla de San Kamil. Tal como dijo Fritz, había una estatua de Hipocampo arrodillada a los pies de la estatua del santo. En cuanto al pedestal, era bastante grueso y pesado. Le hizo preguntarse cómo se abriría la base de algo así.
—¿Y la llave? Bueno, me han dicho que no ha desaparecido ni una sola vez. Al parecer, su Eminencia el Cardenal siempre la lleva encima, y nunca se la ha prestado a nadie.
—Y a pesar de todo eso, la Sagrada Reliquia desaparece, ¿eh? Y acaba aquí, sin motivo aparente.
—Todo suena bastante divertido, ¿no?
Sí, era muy gracioso, pero ninguno tenía siquiera una sonrisa. Claudio se cruzó de brazos y comenzó a pensar. Fritz golpeó su copa contra la mesa después de terminar su trago de agua. Al ver aquello, al príncipe se le ocurrió algo.
—Hablando de eso, parece que, a primera hora del día, la camarera trajo un poco de agua purificada por la Reliquia Sagrada llamada “agua bendita lustral”… ¿Pero era agua normal? La Reliquia Sagrada fue robada ayer, ¿no es así?
—No, creo que es agua bendita. La purifican todos los días, pero la añaden a jarras de agua para que no se acabe. En realidad… ¿estás diciendo que el agua bendita es la causa del extraño comportamiento de Su Real Esposa?
—Tal vez. Si hay rastros de maná en el agua bendita, entonces existe la posibilidad de que el agua bendita haya sido alterada… Al menos, no la he bebido. Más que nada porque se derramó cuando esa ardilla se desbocó. Aunque, no estoy seguro de Rosemarie. Ella dijo que iba a esperar a que yo volviera antes de beberla, pero… —Habría sido una molestia conseguir una segunda ración, ni parecía imprescindible, así que acabó por no beber ni una gota.
—Existe la posibilidad de que lo haya probado… ¿es lo que quieres decir? Hmm, aunque no estoy muy seguro de que haya alguna correlación. Después de todo, nunca bebí el agua bendita cuando estuve en Tierra Santa.
Esas palabras llamaron la atención de Claudio, que detuvo su mano justo cuando iba a recoger la Reliquia Sagrada de la mesa.
—¿No la bebiste?
—No, ni una gota. Solo la rocié en la frente de la gente que vino a la Adoración. Por lo visto, no empezaron a dejar beberla hasta el año pasado.
—¿El año pasado…? Eso me hace preguntarme qué pasó. —Debió haber sucedido algo que desencadenó la idea de beber algo que nunca antes habían probado. Lo contempló durante un rato, pero la extrema falta de información hacía difícil deducir nada.
—En cualquier caso, es difícil decir que está correlacionado. Pero, para estar seguros, ¿te importaría investigar qué pudo pasar un año antes?
—Sí, sí. Sus deseos son órdenes. Entonces, ¿cuál es el plan para la Reliquia Sagrada? ¿Todavía piensa llevarla consigo, Alteza? ¿O tal vez va a devolverla de inmediato? En lo personal, creo que, aunque no pueda devolverla a su lugar original, alguien la encontrará si la deja en algún lugar alrededor del altar cuando nadie esté mirando. —Mientras Fritz rodeaba con el dedo el borde de la copa vacía, Claudio tomó con lentitud la Reliquia Sagrada.
—La llevaré conmigo. Si Rosemarie tiene otro ataque y esto resulta ser esencial, recuperarla no será tarea fácil. —Si la devolvía, no había dudas de que terminarían aumentando la seguridad de donde la guardaran. Y si eso ocurría, y terminaban necesitándola, recuperarla sería un proceso arduo—. Eso nos deja con “qué” estaba llamando a Rosemarie y “qué” le estaba diciendo que devolviera esto. No me gustaría pensar que es la estatua del santo, pero… —Agarró la Reliquia Sagrada. Todavía no sabían qué efectos le habría causado lo sucedido a Rosemarie.
—Esa sería el área de especialización del Maestro Edel. Las artes místicas parecen estar muy presentes aquí.
—Sí, muy cierto. Le agradezco que me consiga toda esta información. No soy lo que se dice “discreto”, ni mucho menos. Es un obstáculo para cualquier investigación que pueda hacer. En cuanto a ti, ve a descansar. Empieza de nuevo mañana.
—Como usted ordene. Después de todo, mientras cumplas cuando de verdad importa, está bien. Entonces, ya que insistes, me excusaré. Pobre Esposa Real. Es de verdad duro estar todo el tiempo sumida en la desgracia.
Fritz parecía jovial cuando se levantó de su asiento; pero luego echó un vistazo al dormitorio de Rosemarie, dio un suspiro melancólico y se dio la vuelta. Claudio le interrogó entonces de espaldas.
—¿Crees que el autor que escondió la Reliquia Sagrada sabía que esto ocurriría?
—Puede ser. Aunque creo que la Reliquia Sagrada encontrada en tu habitación bastaría por sí sola para asestarle un golpe suficiente. Si han llegado a tanto, deben guardarte un rencor considerable —dijo Fritz, encogiéndose de hombros antes de salir. Claudio fue entonces a abrir la puerta del dormitorio.
La visión de Rosemarie durmiendo sobre la cama como muerta, rodeada de Edeltraud y Heidi, hizo que apretara los labios.
—Rencor, ¿eh?
De ser así, ¿a quién iba dirigido? ¿A él mismo? ¿La nación de Baltzar en su conjunto? O, tal vez…
No creo que alguien le guarde tanto rencor a Rosemarie, pero…
¿No habían visto la actitud de la princesa de Kavan en el comedor? Sabía que estaba celosa de ella, pero parecía muy improbable que supiera tanto y preparara algo así.
Bueno, si ella es la que está detrás de esto, no la dejaré ir con facilidad, eso es seguro.
Entró en el dormitorio, dándose cuenta de que la comisura de su boca se había curvado en una sonrisa feroz.
♦ ♦ ♦
Sintiendo algo susurrándole contra su frente y haciéndole cosquillas, Rosemarie abrió los ojos. Su entorno estaba envuelto en una fina oscuridad. Se preguntó dónde estaba, pero pronto recordó que se encontraba en la iglesia subterránea de Tierra Santa. Como había poca luz solar en la habitación, no podía saber si era de mañana o de noche.
Sus ojos vagaron desganados hasta que un bulto de pelo del tamaño de la palma de la mano saltó a su vista.
—¿Momo…?
Acurrucado y dormido junto a su cara, en lugar de al cuidado de Heidi donde creía haberlo dejado, estaba la ardilla. ¿Qué hacía aquí?
—¿Estás despierta?
La voz de Claudio sonó de repente detrás suyo. Sus hombros saltaron ante la inesperada proximidad de la voz. Un momento después, se dio cuenta de que la tenía abrazada por detrás.
—Erm…, um, si no te importa que te pregunte, ¿cómo hemos acabado así? Oh, tal vez estaba medio dormida y bailaba con mi balde…
—Si hubiera pasado algo tan gracioso, me estaría riendo a carcajadas, pero… ¿Supongo que no recuerdas lo que pasó ayer?
—¿Eh? —Parpadeó confundida mientras intentaba recordar.
Ayer, después de discutir por dormir en la misma habitación, terminaron durmiendo uno al lado del otro. Estaba nerviosa, pero recordaba que el cansancio general la ayudó a dormirse. ¿Había pasado algo más aparte de todo eso?
—No te acuerdas, ¿verdad? Bueno, qué hacer ahora…
No solo estaba desconcertada por su tono dubitativo, sino que también le preocupaba haber hecho algo por accidente.
—¿Podría decirme qué ha pasado? No me gusta que no me informen.
En efecto, tenía miedo de haber provocado un error crítico y que no le contaran nada.
Los brazos alrededor de su estómago la acercaron aún más, haciendo que Rosemarie se tensara.
—No es una historia agradable. —Su tono era serio, con una pizca de preocupación. Por un lado, eso la complacía; por otro, le daba miedo escuchar—. Ayer empezaste a caminar dormida. Y lo que es peor, estabas teniendo un ataque, diciendo que alguien te llamaba.
Se le hizo un nudo en la garganta. No recordaba nada de eso. Que le dijeran que había hecho algo que no recordaba la hizo palidecer casi al instante.
—No me acuerdo. Estaba tan dormida que ni siquiera recuerdo haber soñado. No puede ser que yo…
Ella sabía que no le estaba mintiendo, pero era difícil creer de inmediato. Bajó los ojos, cuando de repente notó las varias marcas rojas que bordeaban los brazos de Claudio, envueltos alrededor de su cintura.
—Estas son… marcas de arañazos, ¿no? ¿Hice…? ¿Yo hice esto? —Pasó los dedos temblorosos sobre ellos. Cuando lo hizo, él chasqueó la lengua y le agarró la mano para detenerla.
—No son heridas graves. No te preocupes, se curarán enseguida. De todas formas, ¿estás bien?
Un sentimiento de culpa le estrujaba el corazón. De verdad había tenido un ataque de locura. Por eso se aferraba a ella: para que no volviera a atacarlo. La información que de repente se le ofrecía —que había hecho algo que no recordaba—, le provocó una sensación de desasosiego que le hizo sentir debilidad en las rodillas.
Tengo miedo, pero… Ahora no es el momento de decir eso. Si no actuamos bien, el príncipe Claudio será puesto en peligro por mi culpa una vez más. Necesito pedir detalles.
Poniendo una tapa a su deseo de llorar sin parar, forzó una sonrisa y apretó la mano de Claudio a cambio.
—¡Estoy bien! Pero… ¿sabes cuál fue la causa de mi episodio? Eres tan especial para mí que no deseo causarte más daño, príncipe Claudio. —Intentó con desesperación mantener la compostura, asegurándose de que las lágrimas no la ahogaban, y que no temblaba. Se hizo el silencio. Después, sintió un suave calor en la parte superior de la cabeza.
Rosemarie levantó la vista, sin saber lo que estaba haciendo, para encontrar su visión enterrada en un campo de color blanco plateado. Sus ojos se abrieron de par en par. Aquellos suaves cabellos bestiales le rozaron los labios.

Una vez que se dio cuenta de que Claudio se había inclinado desde atrás y estaba cubriendo sus labios con los suyos, Rosemarie se encontró empujando su barbilla con ambas manos.
—Espera un… ¡espera un minuto…! —Su cara se sonrojó de inmediato, su miedo de antes de repente se fue por el camino. Un beso de la nada era muy malo para su corazón y deseó que él le hubiera dado un poco más de tiempo para prepararse.
Él nunca suele acercarse de repente. ¿He dicho algo que ha tocado su fibra sensible? Oh, ¿quizás esto es una venganza por haberle causado daño?
Sus pensamientos agonizantes y tímidos la llevaron a esa conclusión, y se esforzó por convencerse de que así era. Pero una vez que lo hizo, se dio cuenta de que la barbilla de Claudio se había suavizado entre sus manos. Suspicaz, lo miró y se quedó boquiabierta.
—Rosemarie… suéltame —dijo con voz dura, haciendo que volviera en sí. Ella le soltó la barbilla, se levantó y lo miró de frente para confirmar lo que había visto.
—Tu cara parece humana… —murmuró en voz baja, incapaz de procesar lo que estaba ocurriendo. Él abrió mucho los ojos.
—¿Estás segura? No me digas… ¿ese último beso ayudó a revertirlo? —Se levantó e intentó alcanzarla, pero ella se inclinó hacia atrás para esquivar su mano por reflejo. Para su desgracia, se inclinó demasiado hacia atrás, haciendo que sus brazos se deslizaran por debajo de ella.
—¡Ah!
—¡Cuidado! —Tiró de su brazo y la atrajo hacia él. Evitó caer al frío suelo pero, casi como compensación, su pulso se desbocó—. Por el amor de Dios, ¿qué estás haciendo? —Su voz aliviada resonó en sus oídos. El vértigo que sentía le estaba haciendo girar la cabeza.
—Por favor…, déjame ir. —Su voz era tan débil que incluso ella pensó que era patético. Claudio se alejó, pero no la soltó de sus brazos.
—¿Por qué intentas evitarme? ¿Odias los besos? Siento haber sido tan brusco con eso. Te pido disculpas, así que por favor mejora tu humor.
—No, no es eso. No es que lo odiara… En cualquier caso, por favor, dame un poco de espacio.
Rosemarie se encontró incapaz de mirar a su cara más de lo habitual. Antes de darse cuenta de sus sentimientos románticos hacia él, esta timidez tampoco se prolongaba tanto. Y ahora que su rostro había vuelto a la forma humana y sus expresiones eran más fáciles de comprender, lo hacía aún peor.
Le apretó el brazo durante un segundo, pero lo soltó en silencio al poco rato.
—Bien.
Tan pronto como dijo eso, ella pudo sentir como se levantaba de la cama.
—Todavía no he terminado de hablar de lo que pasó ayer. En cuanto te vistas, ven al salón —le informó Claudio con indiferencia y salió del dormitorio.
En cuanto se hubo ido, enterró la cara en la almohada. La ardilla acurrucada a su lado se despertó por fin por el impacto, pero se acurrucó contra su cabeza. No supo cuándo se lo devolvieron, pero el colgante de Kaola estaba alrededor de su cuello y su dulce aroma flotaba en el aire, llevándola al borde de las lágrimas.
—Le he disgustado…
Aunque no podía evitar sentirse avergonzada, podría haber sido un poco más cortés con sus palabras. No le sorprendería que Claudio estuviera harto de ella por lo que acababa de pasar.
Encontrándose en un atolladero de autodesprecio, se levantó en busca de su balde para estabilizar su estado de ánimo. Justo cuando lo hacía, se abrió la puerta.
—¡Buenos días, princesa! ¿Cómo te encuentras? —Heidi entró en la habitación con un saludo alegre, pero cuando Rosemarie la miró, le temblaron los labios.
—Me siento como si quisiera ponerme el balde…
—Muy bien, milady. Voy a retorcerle el pescuezo al príncipe Claudio; ¡vuelvo enseguida! —dijo Heidi, cuya cabeza se transformó de repente en la de un gato negro junto con su terrible amenaza. La doncella giró sobre sus talones hacia la salida, pero Rosemarie se aferró a su brazo antes de que pudiera irse.
♦ ♦ ♦
Los labios carmesí de la muchacha se agitaron como las alas de una mariposa.
—Oh cielos, ¿es así? Entonces, ¿qué ha pasado? Je, je, seguro bromea, buen señor. Oh, eso me recuerda, príncipe Claudio…
Sentada junto a él y charlando mientras intercambiaban risas casuales estaba la princesa de Kavan, Suzette.
Sí que sabe mantener una conversación… ¿Cómo se las arregla para hablar así?, pensó Rosemarie, dejando a un lado sus celos para impresionarse mientras se sentaba frente a Claudio. No era capaz de articular palabra. Y no pudo darse la vuelta al sentir la ira que desbordaba Heidi detrás de ella.
Tal vez porque la gente se había quedado dormida, esa mañana el comedor estaba menos concurrido que durante la cena de la noche anterior. Sin embargo, seguía siendo bastante bullicioso.
Suzette llegó más tarde que el grupo de Claudio. Al ver que Rosemarie no estaba sentada junto a él, ocupó un lugar a su lado y se puso a charlar con alegría.
Después de recuperar la compostura, escuchó lo que había sucedido de Claudio y Edeltraud, quienes estaban muy disgustados. Tal y como le había dicho antes, los detalles no eran nada agradables.
La joya escondida en el interior de la cómoda era la Reliquia Sagrada, la práctica de beber agua bendita solo había comenzado en el último año, y ella había intentado ir a alguna parte mientras era sonámbula. Y encima le dio un ataque porque alguien la llamaba.
Aunque, el Maestro Edel dijo que no estaba bajo ningún tipo de hechizo… Y ni siquiera bebí agua bendita.
Rosemarie miró a Edeltraud, que estaba detrás de Claudio con su habitual semblante somnoliento, y dejó escapar un pequeño suspiro.
Desde que Adelina, la camarera, trajo la jarra hasta que la ardilla la volcó, no había bebido ni una gota. Le habían dicho que podía ser la causa del problema, pero si no lo era, ¿por qué ahora se encontraba en una situación que Heidi había descrito como propia de una novela de terror?
Se imaginó a sí misma en un ataque de locura y se estremeció.
—¿Tienes frío? —preguntó de repente Claudio en medio de su alegre conversación con Suzette.
—¿Eh? —parpadeó, estupefacta.
—Te pregunto si tienes frío porque parecías temblar. —Él seguro estaba disgustado de que ella respondiera a su pregunta con una pregunta. Miró su rostro pensativo y sacudió la cabeza a modo de respuesta. Ahora que ya no veía su cabeza de León de Plata y podía distinguir bien su expresión, no sabía si prefería poder leer su estado de ánimo.
—No, um…
—Si tienes frío, deberías volver.
Ya había terminado de desayunar: gachas de avena con leche de cabra. La cena fue similar: las comidas aquí eran sencillas y bastante simples, casi como algo que la gente común tendría. Seguro era parte de su retórica de igualdad y falta de jerarquía. Al igual que la sopa de conejo de ayer, las gachas tenían un sabor suave y apetecible que le gustaba.
Rosemarie, a quién en esencia le habían dicho que se fuera, evitó sentirse deprimida el tiempo suficiente para levantarse de su asiento.
—Bien, si me disculpas, entonces.
—Si, ten cuidado en el camino de vuelta. Llévate a Alto contigo. —A diferencia de la noche anterior, Claudio no se levantó junto con ella y continuó su conversación con Suzette.
La princesa le dirigió una sonrisa triunfal. Su cabeza se transformó en la de un perro rubio y sucio, una visión que hizo que Rosemarie abandonara con energía el comedor, menos por miedo y más por sentirse abrumada.
—Princesa, ¿está segura de que no quiere que le retuerza el cuello al príncipe Claudio? —preguntó Heidi una vez que hubieron salido, con la voz temblorosa de rabia mientras su cabeza se convertía en la de un gato negro.
—Buena criada, por favor. Cálmese. Aunque no te culpo por estar enfadada por lo que ha hecho Su Majestad… Esto debe ser parte de un plan más profundo. —Alto, seguro discerniendo los motivos de Claudio en base a la escena en la habitación, se había reunido con la pareja en la entrada, tratando con torpeza calmar la situación.
Sin embargo, Heidi lo puso en un lugar incómodo.
—Oh, entonces, ¿te importaría explicar en qué consiste el plan de Alto de echar a la princesa, su esposa, porque interrumpe su charla con la princesa de otra nación?
—Eh, bueno, yo tampoco puedo decir eso… —balbuceó, perplejo.
Heidi rebosaba de ira, así que Rosemarie trató de calmarla lo mejor que pudo.
—Heidi, de verdad que no me importa, así que volvamos —instó a su criada de confianza a que la acompañara, aunque estaba agradecida de que se enfadara por su bien. Ella echó a andar, de mala gana.
Justo entonces se les acercó el cuidador, Ilse. Hoy, su cabeza era la de un pájaro gris, una visión que la hizo estremecerse un poco.
—¿Vuelve a tu habitación? ¿Estará bien navegando hasta allí?
Rosemarie se volvió hacia Heidi y Alto, que asintieron en respuesta.
—Sí. Sí, lo haré. Estaremos bien solos. —Escuchando su respuesta, el obispo hizo una breve reverencia y se dispuso a marcharse. Sin embargo, un pensamiento pasó por la mente de Rosemarie, y lo llamó—: Perdón, ¿obispo Lancel? ¿Está ocupado en este momento?
—No, atender a mis invitados tiene prioridad sobre mis obligaciones diarias. ¿En qué puedo servirle? —Sus ojos de pájaro daban vueltas en su cabeza. Aunque aquello la asustó, se presionó a hablar.
—Esperaba que me acompañara a la capilla del santo. Me gustaría rezar una oración, verá… —Quería aclarar su mente y salir de esta depresión. Aunque Claudio la odiara, en el peor de los casos volvería a estar malhumorado como cuando se vieran. No acabaría haciéndole daño, o eso es lo que se repetía para sí misma.
—Muy bien, entonces. Permítame que le muestre el camino. —Su tono era frío e indiferente, pero Ilse accedió a su petición y la siguió hasta la capilla, la cual volvía a estar vacía.
Según Ilse, una vez concluida la misa matutina, todo el mundo solía estar demasiado preocupado preparando el desayuno y otras cosas por el estilo, así que casi nadie se acercaba. Además, al parecer, la capilla estaba abierta al público al mediodía.
Al igual que el día anterior, se dirigió al altar con Heidi, juntó las manos y elevó una plegaria. Mientras lo hacía, el aroma de Kaola flotaba en el aire. Se le oprimió el pecho.
No es momento de deprimirse. Si me odia, puedo volver a Volland después de devolverle su maná. Debería estar contenta.
Eso parecía bastante idealista. Claudio seguro no tendría reparos en dejarla volver a Volland.
Sintiéndose un poco mejor, se levantó poco a poco.
Rosemarie miró una vez más hacia el altar y admiró las brillantes esculturas; fue entonces cuando ocurrió.
Era la estatua del Hipocampo arrodillada bajo la estatua del santo. Entre la hendidura de los miembros doblados y el pedestal, pudo ver lo que parecía ser pelo marrón de animal. ¿Había estado allí ayer?
—Um, ¿obispo Lancel? —Se volvió hacia Ilse—. ¿Se supone que hay una alfombra de piel de animal extendida debajo del Hipocampo?
—¿Piel de animal? No, no debería haberla —respondió el obispo, con un tono bastante perplejo. Ilse se acercó, ladeando su cabeza de ave—. ¿Quién metería esto aquí…? —dijo, pero se interrumpió al rodear el altar y sacar la piel.
—¿Hay algún proble…?
—¡No mires!
Rosemarie intentó por curiosidad echar un vistazo a lo que sostenía, pero él la apartó con una orden tajante.
—¡Princesa! —Su cuerpo se tambaleó por la sorpresa, pero Heidi, de pie detrás suyo, se apresuró a sostenerla. Alto, que estaba en la entrada como el primer día, se acercó rápido.
—¡Obispo Lancel! ¡¿Qué demonios está…?! ¡¿Grk?! —preguntó Alto, poniéndose de pie como para proteger a Rosemarie, pero no tardó en ver que su espalda temblaba. Esa misma le impedía ver lo que fuera que Ilse tenía en las manos.
—Escudero, devuelva a la princesa Rosemarie a su habitación. Informaré al príncipe Claudio sobre este asunto.
—Sí, por supuesto. Su Alteza, vámonos.
Debía ser algo que no querían mostrarle. Alto utilizó su altura para mantener a Ilse, todavía detrás de ellos, fuera de la vista. Solo servía para contribuir a su miedo. Rosemarie fue a tomar la mano de Heidi después de que la criada la ayudara a recuperar el equilibrio. Todo aquello desprendía un aire odioso.
Si la memoria no le fallaba, esta era la misma capilla donde habían dejado a aquella rata, la que mataron de aquella manera tan horrible y sádica.
—Um, Escudero Clausen, ¿qué fue…? —empezó a preguntar con timidez Rosemarie, apretándose las manos húmedas. Alto, que les había instado a seguir caminando, miró vacilante a sus espaldas antes de encararse con ellos.
—Un conejo. Lo mismo que esa rata. —Su frase era vaga pero tenía suficiente información para deducir lo que había sucedido.
—P-Princesa… —Heidi estaba desconcertada y sin palabras.
Lo mismo que la rata. ¿Significaba eso que al conejo también le faltaban los dos ojos?
Sintió que se estremecía hasta la médula. No era de extrañar que Ilse se hubiera apresurado para apartarla.
—Quedarse aquí podría ser peligroso. Volvamos a la habitación. —Alto insistió en la posibilidad de que alguien planeara una emboscada, y Rosemarie obedeció. Empezó a mover las piernas, pero se dio la vuelta.
—Habrá que enterrar al conejo…
—Le daremos un entierro apropiado. No se preocupe, princesa Rosemarie —la tranquilizó Ilse. Su cabeza había vuelto a su forma humana, y su expresión seguía siendo la imagen de la tranquilidad mientras sostenía al animal envuelto en su chal. Saber que le daría una sepultura adecuada la llenó de alivio.
Asintiendo con la cabeza, Rosemarie echó a andar con Heidi de la mano.
Una vez que hicieron el apresurado trayecto de regreso a la habitación en la que se alojaban, Alto intentó abrir la puerta, pero de pronto dejó de moverse con rostro adusto.
—¿Escudero Clausen? ¿Hay algo que…? —preguntó Rosemarie, pero él se puso el dedo índice delante de los labios para silenciarla. Justo cuando apretó los labios y se tragó sus palabras, el sonido de algo siendo golpeado resonó desde el interior de la habitación.
¿Hay alguien dentro?
Era imposible que Claudio hubiera vuelto antes que ellos. Y aunque no había visto a Fritz desde por la mañana, sabía que el príncipe le había encargado una investigación, así que no volvería tan pronto.
Alto hizo una señal para que retrocedieran. Ella y Heidi se alejaron poco a poco de la puerta.
Una vez que vio que estaban despejadas, Alto abrió con cuidado una rendija de la puerta y…
—¡Eeek! —Un grito femenino sonó desde el interior.
Alto abrió la puerta de golpe. Entonces, una enorme cantidad de bolas de pelo blancas salieron del interior como una avalancha. Las piernas del escudero quedaron atrapadas, y fue tragado en un abrir y cerrar de ojos.
—¡Señor Clausen!
Al examinarlas más de cerca, las bolas de pelo tenían ojos redondos, un suave pelaje que les cubría la espalda y una membrana que se extendía desde las patas delanteras hasta las traseras, indicando que eran ardillas voladoras.
—¿Es una broma del mago Edeltraud? —La cabeza de Alto se transformó en la de un ciervo en una rara muestra de ira mientras se abría paso entre el mar de ardillas voladoras.
—Um, bueno, es una consideración para que nadie salga herido… creo.
—¿Pero no cree que son demasiadas, princesa? ¿Un número inquietante de ellas?
El rostro de Rosemarie se tensó junto con el de Heidi al ver de pronto a una joven dentro de la habitación enredada por decenas de ardillas voladoras. Se quedó mirando perpleja porque le costaba creerlo.
—¡Vaya! ¿Qué está pasado? ¡No me trepes! ¡Aléjate de mí!
—¡Adelina…!
La joven sirvienta se estaba quitando las ardillas que se le subían como locas. Sus hombros saltaron cuando la escuchó, y se giró hacia ella. Su cabeza era la de una comadreja de pelo corto.
—¡Oh, milady! Le pido disculpas. Vine a limpiar y pasó esto… —Adelina había mencionado que sería quien estaría limpiando cuando se conocieron, así que su presencia no era sorprendente. De hecho, seguro estaba tratando de terminar las cosas mientras Rosemarie y su grupo no estaban cerca.
Sin embargo…
Una vez que Rosemarie puso un pie dentro de la habitación, la enorme oleada de ardillas disminuyó en un instante hasta que solo quedó una. La ardilla voladora con el emblema de flor corrió por el suelo, se acercó a su cuerpo y se posó en su hombro.
—Le agradezco que me haya salvado, milady. —Aliviada, Adelina volvió a su forma humana. Rosemarie se acercó a ella, notando que la elegante cómoda estaba un poco dañada.
—Adelina.
—Sí, ¿qué pasa? —La joven respondió con prontitud, casi tan pronto como se le dirigió la palabra. Llevaba un balde de limpieza, con el fondo un poco abollado, en una mano.
—Tenemos algo muy importante en la cómoda, así que el príncipe Claudio la ha hechizado para que no se abra. Además, si intentas abrirlo a la fuerza, hará que las huellas sean evidentes.
Hablando con precisión, Edeltraud fue quien lanzó el hechizo, pero eso no era pertinente. Ella no sabía de qué manera se manifestaría, pero nunca habría imaginado que sería una avalancha ilusoria de ardillas voladoras. Era difícil saber cuál era su intención: ¿atacar al intruso o derretir su corazón?
El cajón no tenía cerradura, así que cualquiera podía abrirlo si lo intentaba. Pero como estaba preparado para que no se abriera, cuanto mayor fuera el valor del objeto que contenía, más desesperada estaría la persona que intentara abrirlo. Sin embargo, el cajón estaba vacío porque Claudio llevaba consigo la Reliquia Sagrada.
Alto se dio cuenta de la situación, cerró rápido la puerta y se puso en guardia delante de ella.
—¿Por qué intentaste abrirlo?
—No lo he intentado. Estaba limpiando y volqué el cofre, y me preocupó que el cajón pudiera estar roto, así que me entró el pánico… Siento mucho el malentendido —dijo Adelina con una sonrisa irónica, volviendo a transformarse en la cabeza de comadreja de pelo corto y anaranjado.
Está… mintiendo.
El hecho de que Rosemarie viera similitudes entre su propia hermana menor y la criada hizo que la visión de la cabeza de animal fuera aún más decepcionante. Ella se acercó, aún decepcionada, y le tomó el cubo de limpieza de la mano.
—¡Milady! ¿Qué estás haciendo…?
—Los arañazos de la cómoda y las abolladuras del fondo de este balde coinciden. ¿Por casualidad lo estaba golpeando? ¿Por qué harías eso?
Habían oído el sonido de algo golpeándose antes de entrar en la habitación. Esto podría haber sido la fuente.
Adelina retrocedió asustada.
—Trataste de abrirlo, ¿no? Sabías lo que había dentro.
—Yo solo… Yo no… No, eso no es lo que yo…
—Adelina, te lo estoy pidiendo con amabilidad, así que respóndeme. ¿Por qué escondiste la Reliquia Sagrada en esta cómoda…? —Rosemarie casi le suplicó una respuesta, provocando que la muchacha temblara entera.
La criada se arrodilló sin fuerzas y agachó la cabeza. Su pequeña espalda temblaba en pequeñas oleadas. Preocupada por haberla presionado demasiado, le puso la mano encima.
—Adelina, déjame…
Sus hombros pasaron de un ligero temblor a enormes sacudidas. Su cabeza de comadreja se levantó de golpe, mirando al techo.
—¡Ja, ja, ja! Todo esto es culpa de ese príncipe deforme. Nos robó nuestro hogar —gritó con una risa desquiciada. El espectáculo hizo que Rosemarie retirara la mano y la mirara asombrada.
—¿El príncipe Claudio… les robó su hogar…?
—Así es. Si ese príncipe deforme no hubiera arrestado al arzobispo, nuestro orfanato no habría sido clausurado. Ninguno de nosotros habría desaparecido, tampoco. ¡Todo esto, sin duda todo esto, es culpa de esa bestia…! —La miró con los ojos inyectados en sangre y dilatados, haciendo que la princesa diera un paso atrás. La ardilla sobre su hombro emitió un gruñido protector—. Espero que lo ejecuten por robar la Reliquia Sagrada. Sí, espero que el cretino muera. Muere y arrepiéntete, muere, muere, muere…
Habiendo perdido sin duda la cordura, masculló una retahíla de palabras resentidas por su boca de comadreja mientras mecía la cabeza de un lado a otro. Aun así, a pesar de eso, había una sensación de amargo patetismo en su voz que rompió el corazón de Rosemarie.
—¡Princesa!
—¡Su Alteza!
—¡Rosemarie!
Oyó a Heidi y a Alto gritar de pánico. No estaba segura, pero creyó oír también la voz de Claudio. Antes de darse cuenta, tenía el esbelto cuerpo de Adelina en un abrazo de cuerpo entero.
El cuerpo de la criada temblaba mucho. Retorcía su cuerpo como si estuviera en dolor.
—¡Suéltame, suéltame, suéltame! —Ella mantuvo su abrazo desesperado con fuerza a pesar del ataque de locura de la chica y se encontró con una sensación misteriosa; era como si algo se hubiera desprendido del cuerpo de la joven.
En el momento en que pensó esto, el cuello de Adelina se arqueó hacia atrás. Luego, se desplomó sobre Rosemarie.
—¿Adelina…?
Durante un breve y aterrador instante, se preguntó si había estrangulado por accidente a la muchacha. La idea le produjo escalofríos. Frotó su espalda, que ahora tenía cabeza humana y recobró el conocimiento en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Milady? ¿Qué estoy…? —Adelina parpadeó, como si un espíritu oscuro hubiera abandonado su cuerpo, y se separó rápido de ella. Su cara volvió a tomar forma de comadreja, y miró detrás de ella temerosa.
—Creo que no necesito preguntar qué es lo que habrá hecho. Criada, ¿cuánto de esto fue por tu propia voluntad? —La voz de Claudio, que resonaba con una ira silenciosa, hizo que Rosemarie se diera la vuelta de repente. No sabía cuándo había vuelto, pero él estaba cerca de la puerta, con el ceño fruncido y mirando a Adelina—. Mencionaste al Arzobispo, ¿no? Si te refieres al mismo que hice arrestar, entonces debes referirte a la misma escoria indefensa con una interminable lista de crímenes a su nombre. No sé qué concepto equivocado alimenta su rencor, pero termínalo ahora.
—Mi rencor no es equivocado… Usted cerró el orfanato, y ahora todos los huérfanos están desaparecidos. Quién sabe qué les estará pasando ahora…
A pesar de la mirada de desprecio de la chica, Claudio le devolvió la mirada, despreocupado y con los brazos cruzados.
—Por “orfanato cerrado”, supongo que te refieres a ese lugar que estuve investigando… Si no me falla la memoria, el director había estado usando el financiamiento del Estado y las donaciones aristócratas para dárselas al Arzobispo Kastner.
Adelina, con cabeza de comadreja, lo miró con los ojos desorbitados. Su mano temblorosa se cerró en un puño.
—No, eso no puede ser. El director era un alma bondadosa. Siempre nos pedía disculpas y se culpaba por no poder darnos una vida mejor… Por eso, desde que vine a trabajar a Tierra Santa con ayuda del arzobispo, había estado tomando mi sueldo de servir aquí y…
—¿Y enviándoselos de vuelta? No sé si esos fondos llegaron o no a los huérfanos. Lo que sí sé es que, según los informes que recibí cuando aseguramos las instalaciones, todos los niños allí estaban desnutridos y demacrados.
Adelina se tiró al suelo y se tapó la boca. Las lágrimas brotaban de sus ojos marrones mientras su cabeza permanecía en forma de comadreja.
—En efecto, los niños del orfanato fueron separados, pero los colocaron en varios orfanatos administrados por el Estado o por gente de confianza. Eso fue lo mejor que pude hacer.
—Estás mintiendo… Eso no puede ser verdad. Intentas engañarme para que te crea.
—Si deseas pensar eso, siéntete libre de hacerlo. Sin embargo, los hechos son los hechos. —Claudio dijo su verdad en un tono indiferente, casi frío y despreocupado, haciendo que aún más lágrimas salieran de los ojos de Adelina.
—Adelina, si te cuesta creerlo, ¿por qué no intentas enviar una carta a los nuevos orfanatos?
Rosemarie se arrodilló y fue a tocar su hombro, pero ella se sacudió.
—¡No me toques! No soporto a las princesas como tú, borrachas de ser “amables y compasivas”. No sabes nada de las penurias, así que guárdate tus tonterías interesadas. —Se levantó de repente y trató de escapar por la puerta, pero Claudio la interceptó—. ¡Suéltame, bestia inmunda!
—Muy bien. ¿Cómo robaste la Reliquia Sagrada? —la apremió Claudio en tono bajo. Adelina volvió la mejilla y se comprometió a guardar silencio—. No piensas contestar, ¿eh? En ese caso, ¿la escondiste sabiendo que tendría efectos en el cuerpo humano?
—¿Efectos en el cuerpo humano…? —repitió Adelina, dudosa. Dándose cuenta de que ella no tenía idea de lo que él quería decir, le soltó la mano. Retrocediendo poco a poco, Adelina giró sobre sus talones y comenzó a huir.
—No la persigas, Alto. No nos va a causar más problemas, a menos que sea tan tonta como para atreverse. —Después de detener a su ayudante, suspiró y miró a Rosemarie—. Supongo que no estás herida —le preguntó.
—Terminó odiándome… —rió con un gesto torpe.
—No te preocupes. Me dijo que me muriera.
Ella frunció el ceño ante la poco divertida broma, haciendo que Claudio retrajera su sonrisa.
—Te juro que nunca hubiera imaginado que la influencia maligna del arzobispo se hubiera extendido hasta aquí. ¿Hasta dónde llegan sus raíces? —Tensó el ceño, irritado, y le indicó que se sentara.
Ella ocupó el sofá. Tal vez estaba más nerviosa de lo que pensaba, porque de repente se sintió tan mareada que tuvo que apoyar rápido una mano en el asiento para mantenerse erguida. La ardilla que llevaba en el hombro se deslizó cerca de su mejilla.
Heidi le dijo que le traería agua y se escabulló a un rincón de la habitación.
—Si no te encuentras bien, túmbate. Señorito Edel, échele un vistazo, por favor. —Claudio, sentado en el sofá monoplaza, dirigió su atención hacia atrás. Debían de haber vuelto con él.
Tras asomar la cabeza por la entrada, Edeltraud casi se deslizó hasta ella y le tocó la frente con la mano enguantada. Ladeó la cabeza, desconcertado, pero aún inexpresivo.
—Es una cantidad muy pequeña, pero tienes rastros de otro maná, no el de Claudio, en ti. ¿Dónde lo has absorbido?
La inesperada pregunta la pilló desprevenida. Se quedó mirando, con los ojos muy abiertos.
—¿Dónde…? ¿Dónde…? No tengo ni idea. No me he topado con ningún brujo…
—Hay gente con maná que no son hechiceros. No estaban así esta mañana. ¿Tocaste a alguien después del desayuno?
Rosemarie, que empezaba a sentirse interrogada, hizo todo lo posible por recordar. No ayudaba el hecho de tener la mirada silenciosa y dolorosa de Claudio todo el tiempo.
Después del desayuno, me encontré con el Obispo Lancel, pero no lo toqué… No puede ser Heidi, ni el Escudero Clausen… Oh.
Había alguien. La única otra persona que podría haber sido.
—Adelina…
—¿Adelina? ¿La criada de hace un segundo? —preguntó Edeltraud, perplejo. Ella asintió con torpeza.
—Sí. Cuando la abracé en medio de su ataque, sentí algo extraño… No sé muy bien cómo explicarlo, pero sentí como si su capa exterior se estuviera despegando, como si algo que la cubría se hubiera desprendido.
Por coincidencia, después de sentir eso, Adelina recuperó el control de sí misma. Seguía enojada, pero al menos no había perdido el juicio.
—Esa es la señal de que se rompió un hechizo. Ahora entiendo. Eso es lo que pasó. —Miró a Edeltraud con timidez al notar que parecía haber comprendido ya la situación. El Archimago retiró la mano de la frente de Rosemarie y se volvió hacia Claudio—. La criada estaba bajo un hechizo que amplificó su rencor. Seguro fue lo que la hizo robar la Reliquia Sagrada.
—Me lo imaginaba. —Él, con el rostro sombrío, se llevó la mano a la barbilla. Ni siquiera la miró.
—Amplificó su rencor… —Lo más probable es que perpetrara algo tan escandaloso porque estaba bajo los efectos de un hechizo. Lo que significaba…—, ¿entonces alguien atacó a Adelina?
—Correcto. Aquí, en la catedral subterránea donde los hechiceros están prohibidos —afirmó Claudio, en tono rígido, juntando las manos sobre sus piernas cruzadas—. El obispo Lancel me informó que esta vez encontraron un cadáver de conejo en la capilla del santo. Esta serie de incidentes también podría estar correlacionada de algún modo.
Había un brujo desconocido entre ellos, y el hecho de que no supieran cuál era su propósito al hacer todo esto hacía que Rosemarie se sintiera mucho más inquieta.
—Maestro Edel, me gustaría preguntarle algo… —comenzó Claudio, vacilante, después de un silencio pensativo—. ¿Cree que hay alguna posibilidad de que la maga Lene, la antigua guardiana del Bosque Prohibido, tenga algo que ver en esta situación?
Ella levantó la cabeza con un grito ahogado. Era cierto que el único hechicero que le venía a la mente, aparte de Edeltraud, era la persona de la que se decía que había aparecido en la ceremonia de Adoración de Reliquias Sagradas y la antigua guardiana del Bosque Prohibido: la hechicera Lene.
—No sé cómo es la maga Lene como persona. ¿Es el tipo de individuo peligroso que jugaría con la vida de los demás si se le diera un motivo? —le preguntó a Edeltraud, que parpadeó una vez, entornó los ojos y adoptó una expresión hosca. Para alguien como él, que no se emociona, era bastante extraño.
—Cuando la maestra Lene me traspasó el puerto de guardia, dijo: “¡Woo hoo, nena! ¡Fuera del garito después de décadas! Aah, ¡el aire es dulce! ¡El agua es aún más dulce! Y el tesoro está ahí fuera llamándome…” Haciendo gorgoritos mientras se iba.
Heidi, que acababa de traer el agua, se echó a reír, casi de improviso. Frente a la puerta, Alto carraspeó como para disimular una carcajada.
—¿El “garito”? —Rosemarie puso cara de confusión al oír la palabra desconocida. Heidi intervino y se lo explicó.
—El “garito” es un vernáculo común, entre quienes lo frecuentan, para una “prisión”. —Dada esa definición, Lene debió de sentir como si la estuvieran liberando de la cárcel cuando dijo eso.
Sin estar segura de cómo debía discernir eso, miró a Claudio, que tenía una expresión bastante complicada en el rostro.
—¿A la maga Lene le gustaban los tesoros? —dijo después de tanto pensar. Al parecer, había decidido ignorar su anterior comentario. Tenía sentido, era increíble que una persona que había ocupado uno de sus puestos más importantes de su país tuviera una personalidad tan deslucida.
—Sí. El tesoro era su pasión dominante. Así como cosas con pasados turbios en relación con las artes místicas. —Edeltraud pronunció una información valiosísima, una vez más sin una expresión adornando su rostro.
—Y resulta que tenemos “algo como un pasado turbio en relación con las artes místicas” aquí mismo —dijo Claudio con una sonrisa intrépida, tocándose el bolsillo del pecho que guardaba la Reliquia Sagrada—. Ahora está todo claro. Su razón para presentarse siempre en la ceremonia de adoración de la Reliquia Sagrada era urdir una forma de robarla…
—No lo creo. A la maestra Lene le gustaba descifrar misterios detrás de objetos con pasados turbios, pero odiaba tenerlos. “El valor de un tesoro está donde está”, “Romper hechizos sin discreción trae problemas”, “La magia debe usarse de forma racional”, todas teorías favoritas de ella. Por eso nunca se queda en un sitio.
Al oír que el antiguo guardia había traicionado por completo sus expectativas, Claudio miró con los ojos entornados.
—Bien, de acuerdo. Entiendo que la maga Lene no es de las que hacen algo así.
En efecto, estaba comprobado que ella no era una persona así, pero todavía dudaba dada la situación. Rosemarie mantuvo sus pensamientos para sí misma.
—Si la maga Lene no es a quien buscamos, entonces deberíamos considerar que hay otro hechicero aquí…
—¿Podría haber otras personas hechizadas como lo estaba Adelina?
Si los había, existía la posibilidad de que hubiera otras personas siendo obligadas a tomar acciones drásticas que normalmente no harían, como en el caso de la criada.
—Bueno, sí. Podría haber. —Claudio miró a Edeltraud y asintió.
—En cualquier caso, es seguro suponer que tenemos un hechicero no identificado escondido entre la multitud. Como mencioné antes, si asumimos que el asunto de los cadáveres de animales está correlacionado, entonces solo puedo imaginar que quiere impedir que se realice la Adoración de la Reliquia Sagrada. Hablando de forma hipotética, claro.
Rosemarie apretó las manos que tenía sobre el regazo.
—¿Seguirá habiendo incidentes hasta el día de la Adoración de la Reliquia Sagrada?
—Todo lo que puedo decir es que no me sorprendería que los hubiera… Por otra parte, no tengo intención de ahondar en esto para descifrar un misterio.
Rosemarie miró a Claudio suspirar molesto, parpadeando ante aquellas inesperadas palabras.
—Has estado analizando tantas facetas de esto que supuse que intentabas llegar al fondo del asunto…
—No se puede hacer frente a una situación una vez que se produce sin un poco de previsión. Si eso significa causarme algún daño, no pienso hacer nada innecesario. Nuestro plan es reunirnos y hacer preguntas al antiguo guardia del Bosque Prohibido. En el peor de los casos, nos conformaremos con conocer a la maga Lene aunque no se haga la misa a la Reliquia Sagrada.
Era un argumento sólido. No les correspondía entrometerse en los asuntos de otros: esta situación debía resolverlo la gente de Tierra Santa. Después de todo, no eran más que visitantes. A pesar de todo, seguía pensando si eso le parecía bien.
—¿Significa esto que no informarás de Adelina al Cardenal y a los demás?
—No, voy a hacer un informe. No puedo pasar por alto lo que ha hecho.
—Sí…, tienes razón.
—¿Qué? Pareces insatisfecha —cuestionó Claudio, sonando dudoso. Rosemarie dudó un segundo antes de abrir la boca para hablar.
—Considerando que hizo eso porque estaba siendo controlada por la magia, solo pensé, bueno…
—¿Que tendría piedad? También considera que ella nunca habría terminado así si no tuviera un ápice de deseo de hacerme caer en primer lugar.
—Sí, soy consciente de ello. Como también sé que no es un asunto que pueda dejarse de lado así como así. Sin embargo, me molestaría dejarla seguir con la idea errónea de que usted es el culpable, príncipe Claudio.
A este paso, ella seguro estaría resentida con él, pensando que era su culpa que fuera acusada por sus crímenes. Por eso Rosemarie quería, al menos, aclarar esta idea equivocada.
Su mirada seria la inquietaba, así que dejó de mirarla.
—No tienes porqué preocuparte por eso. Además, no voy a denunciarla de inmediato. Si lo hiciera, me vería obligado a devolver la Reliquia Sagrada.
—¿Devolverla sería… algo malo? —Si él no quería involucrarse, entonces seguro la devolvería de inmediato; o eso pensaba. Sin embargo, Claudio entrecerró los ojos.
—Puede que lo necesitemos si tienes otro episodio de sonambulismo esta noche. Pienso guardarlo hasta el día de la ceremonia de adoración.
Los hombros de Rosemarie se sobresaltaron. Casi había olvidado que aún quedaba un asunto por resolver. El recuerdo de aquello le estaba dando un poco de miedo de irse a dormir.
—Bueno, tal vez debería quedarme despierta toda la noche. —Ella trató de hacer una pequeña broma para sacudirse su sensación de miedo, pero Claudio hizo una mueca en respuesta. Entonces se levantó sin dar una réplica al comentario.
—No tienes planes para hoy, ¿verdad? Pasa el día como quieras.
—Príncipe Claudio, ¿adónde va, si no le importa que le pregunte? —inquirió Rosemarie, presintiendo que estaba a punto de ir a alguna parte. Él la miró, pero rápidamente desvió su mirada.
—La princesa Suzette va a recibir a algunos invitados para tomar el té y me ha invitado.
—¿Eh…?
—No es diplomático ni mucho menos, pero será una buena oportunidad para conocer de primera mano los climas de otras naciones. Pienso asistir. No hace falta que vengas.
Sintió un pequeño dolor en el corazón, ya que parecía que en esencia le estaba diciendo que se mantuviera alejada. Pero él había tenido consideración en el pasado con ella, sabiendo que tenía miedo de ver la animosidad de la gente como cabezas de bestia y preparándolo todo para que no necesitara asistir a banquetes o fiestas. Al recordarlo, levantó la cabeza. Habría muchos esposos asistiendo juntos a un evento como ese.
—Estaré bien. Un evento así debería…
—¿No me has oído cuando te he dicho que no hace falta que vengas? El único invitado aquí soy yo —suspiró un poco irritado. Ella se calló, incapaz de insistir más en el asunto.
—Sí… comprendo. Ten cuidado. Estaré aquí cuando vuelvas.
—Sí, volveré.
Él se dio la vuelta para salir de la habitación sin siquiera sonreír, pero ella lo llamó para detenerlo.
—Príncipe Claudio, ¿estaría bien sin su reabastecimiento matutino? —Todavía no había cumplido con su rutina diaria de darle la mano para mantener su salud. Si no se aseguraba de hacerlo, podría repercutir en su bienestar. Aunque hubiera caído en desgracia con él, era lo único que tenía que hacer.
—Paso por hoy.
Ella se había levantado con la mano extendida, pero él solo la miró de pasada antes de abrir la puerta. Luego salió de la habitación sin volverse ni un segundo.
Rosemarie se quedó boquiabierta mientras Edeltraud se acercaba a su mano vacía, la tomó con fuerza y la agitó de arriba a abajo.
—Hay que patearle el culo. Voy a hacerlo. —Una leve sonrisa se dibujó en sus brazos, a pesar de que no solía sonreír, mientras salía de la habitación para perseguirlo. La puerta se había cerrado por completo, pero ella seguía de pie en el lugar exacto en el que había estado.
—¿Princesa? —la llamó con tono preocupado.
—Heidi, ¿puedo pedirte un martillo?
—¿Eh? —Su rostro se congeló por completo.
—¡Alteza, por muy cruel que sea Su Alteza, no debe recurrir a eso! —Alto, de pie en la entrada, reprendió mientras palidecía.
—Tiene razón, princesa. No debe rebajarse a ser una criminal por culpa de un hombre deplorable que está prendado de una mujer que no es su esposa. Siendo francos…
—Cálmate, Heidi. No voy a golpear a Claudio. Estoy pensando en romper mi balde…
—¿Princesa? ¿Reventar el balde que llama una extensión de ti misma? ¿Se encuentra bien? ¡Por favor, recupere el sentido!
Sus intentos de calmar los nervios habían terminado por crisparlos. Rosemarie tomó a Heidi de la mano, mientras sus hombros temblaban y sonrió.
—Mientras el balde esté cerca, querré correr hacia él, así que estaba pensando en romperlo. Al fin y al cabo, si lo meto en el baúl, acabaré sacándolo enseguida.
Quería dejar de usarlo cada vez que surgía un problema. Después de todas las veces que Claudio le dijo que no se lo pusiera, nunca pensó que solo lo haría cuando él ya no la quisiera cerca.
—Aunque, puede haber sido un poco demasiado tarde…
—No, estás bien tal y como estás; ¡no te preocupes por eso! —exclamó Heidi con lágrimas en los ojos, por lo que Rosemarie le entregó el balde, lo que consiguió tranquilizarla por el momento.
♦ ♦ ♦
Un pie golpeó a Claudio en el trasero por detrás, provocando que el ruido se escuchara por todo el pasillo. Tras tambalearse un poco, se giró furioso para ver de quién se trataba.
—¡Maestro Edel, ¿qué cree que está haciendo?!
—Aunque no quieras que la princesa Volland te siga, has ido demasiado lejos. —No se notaba en su cara, pero los ojos de Edeltraud enfocados en él estaban llenos de crítica, lo que le hizo girar la cabeza.
—No podía traerla conmigo. No delante de esa princesa que la mira como si hubiera matado a sus padres. Ella no habría entendido a menos que le diera esa perorata.
—¿Aunque la lastimó?
Él se mordió un momento el labio cuando hizo una observación demasiado acertada.
—Hay que hacer sacrificios. Existe la posibilidad de que la princesa de Kavan también esté hechizada. Después de todo, me ha estado presionando mucho. Si estuviera frente a ella con Rosemarie conmigo, podría amplificar su animosidad y hacer algo injustificado. —A fin de cuentas, gracias al caso de Adelina, ahora tenían un precedente—. Si ella está a mi lado, su rencor hacia mí también se dirigirá hacia Rosemarie. Es mejor que la mantenga a distancia.
Aun así, eso no le impidió arrepentirse de haber llevado sus comentarios demasiado lejos, tal y como Edeltraud había señalado.
—¿Y hablando con sinceridad?
—No soporto no tener a Rosemarie. —No había pasado ni medio día desde que ella rechazó su beso esta mañana y, sin embargo, tenía tantas ganas de tocarla que no podía contenerlas. Ser rechazado había hecho que no pudiera dejar de pensar en eso—. Ella fue la que dijo que no quería que me acercara, y sin embargo me quiere continuar con el reabastecimiento de la mañana. ¿Qué está tratando de hacer? ¿Está jugando conmigo? —Tal vez fuera porque lo consideraba parte de su trabajo, pero aún así le escocía un poco. Con un profundo suspiro, se puso la mano en la frente.
—La princesa Volland no es capaz de un acto tan sofisticado. Ambos deberían hablar un poco más. Puedo preparar otra ilusión, si quieres. —Había una pizca de diversión en su tono, por lo demás indiferente, lo que hizo que Claudio arrugara la frente.
Cuando las cosas aún estaban mal, Edeltraud llevó a Rosemarie a la ciudad y montó una ilusión de bandidos robándoles, ocultando por un momento el carruaje. Lo recordaba muy bien. Al enterarse de que ella no había regresado, lamentó mucho no haberle pedido disculpas y haber herido sus sentimientos.
—Estreché la mano de la princesa Volland con esta mano —dijo Edeltraud, mostrándosela. Claudio estuvo a punto de tomarla, cuando regresó a la realidad, y el mago rió—. Sí que está enamorado, ¿eh?
—Tú cállate. Déjame en paz. —Su rostro enrojeció por la burla del mago mientras procedía por el pasadizo pisando con fuerza.
