Traducido por Herijo
Editado por Sakuya
—¡Kaldia!
En Kaldia, frente a la residencia del señor del territorio, una voz me llamó. Finalmente, había regresado de la frontera junto con las tropas del ejército real y, al levantar la vista, pude ver a Eric saludándome con efusividad desde una ventana en el tercer piso.
Aunque solo habían transcurrido varios días desde su partida, parecía como si hubieran pasado meses, dado todo lo acontecido. De forma instintiva, me pregunté si debería responder al saludo, pero recordé que estaba envuelta en vendajes por las múltiples heridas, así que apenas levanté la mano en un gesto superficial.
En mi lugar, Rashiok y Vedwoka, que estaban a ambos lados, aullaron en saludo. Solo pude responder con una sonrisa irónica ante el susto que causaron al caballo que montaba.
—He regresado, Barón Dovadain. Lamento haberte dejado solo —le dije.
—¡Por Dios! ¡Me abandonas aquí para irte a la batalla y ahora vuelves en este estado! ¿Acaso eres una imprudente?
Solo pude aceptar su típico saludo lleno de improperios con una expresión sutil.
Eric, quien me recibió cuando entré a mi mansión, estaba observando mi cabello, ahora más corto, y mi brazo enyesado. Aunque se notaba su preocupación, esperaba que mi apariencia no contrastara con el clima de victoria que todos estaban viviendo.
Por otro lado, Ratoka, quien había actuado como “yo” mientras escoltaba a Eric, me miraba de reojo mientras se mezclaba con los demás sirvientes vestidos de doncella. Ratoka había fingido regresar a la batalla después de escoltar a Eric aquí, pero se quedó en secreto para encargarse de la protección de Eric y otras tareas, sin que Eric descubriera la verdad de que no lo había escoltado desde un principio.
—¿¡Qué!? ¡K-Ka, Kaldia! ¡T-tu cabello…! —Parece que Eric finalmente notó que mi cabello, debajo de mi capucha, estaba cortado hasta los hombros. Me encogí de hombros levemente en respuesta a su dedo tembloroso que apuntaba a mi cabello.
Los nobles arxianos, sin importar su género, suelen preferir tener el cabello largo. Aunque hay algunos adolescentes que optan por el cabello corto, la mayoría mantiene el cabello largo para distinguirse de los plebeyos que no pueden costear el mantenimiento de un cabello largo y hermoso.
Los hombres de la realeza y los nobles que entran al monasterio son típicamente las únicas excepciones. Bueno, supongo que mi cabello corto será observado con curiosidad por todos cuando regrese a la sociedad noble. También sentí cierta incomodidad al ya no poder atarlo como antes.
Desde que me corté el cabello, había evitado los espejos.
Ahora tengo casi la misma edad que “Eliza” del videojuego otome. Al perder mi cabello, que mantenía largo y atado en una cola de caballo para diferenciar mis rasgos de los de Eliza en el juego, sentí una sensación de pérdida. No obstante, con mi cabello tan corto, sentí que ya no me parecía tanto a mi padre como antes. Esta era la única parte positiva de haber perdido parte de mi cabello.
Ratoka, que me ayudaba a cambiar los vendajes, inclinó la cabeza en señal de interrogación.
—El cartílago de mi muñeca está fracturado. Tengo heridas y rasguños por todo el cuerpo. Parece que el tímpano de mi oído izquierdo está roto. Por alguna razón, mi cara está intacta, así que no necesitarás ninguna lesión extra para seguir actuando como mi doble.
Luego de informarle sobre mi condición, Ratoka dejó escapar un suspiro profundo.
Miré su mano izquierda y luego rápidamente aparté la vista. Ahí estaba una fea cicatriz de tres años de antigüedad.
Su cicatriz estaba en la misma posición exacta que la mía. Normalmente, ambos ocultamos nuestras cicatrices con guantes, pero la de él había aparecido sin que yo me diera cuenta. Hace tres años, el ahora fallecido vizconde Ogren me apuñaló en la mano izquierda con una lanza, clavándola en el suelo y dejándome una herida profunda. Ratoka se había infligido una lesión similar para coincidir con la mía mientras actuaba como mi doble, y todo ello sin que yo se lo pidiera.
Ratoka nunca habló al respecto, y yo tampoco lo mencioné. Sentía que no era necesario.
Nunca le di tal orden. Pero si él decidió hacerse esa herida, no tengo nada que decir.
—Bueno, eso es una lástima. No me hubiera alegrado precisamente tener que volver a lastimarme si tu rostro hubiera salido herido.
Ratoka nunca había mencionado el hecho de que se autolesionaba debido a su compromiso hacia mí. Decidí responder a su sarcástico comentario con uno propio como agradecimiento.
—¿Acaso no estás contento de que te digan que te ves encantador vestido de doncella?
—No, ¡claro que no estoy contento!
—Ah, bueno, siempre escucho comentarios del tipo ‘Eliza parece mucho más bonita de lo habitual’ y cosas por el estilo cuando tomas mi lugar.
—Cállate, ¡eres muy irritante! ¡Deja de señalar cosas que la gente no quiere escuchar!
Ante la contundente respuesta de Ratoka, no pude evitar reír. Sentí como si un gran peso que había estado llevando en mi pecho finalmente empezara a aligerarse.
Logré regresar con vida, ese peso había sido mi resolución de posiblemente enfrentar la muerte en el campo de batalla.
—En fin, ahora comprendo lo de tus heridas. Entonces, ¿qué sucedió después? …¿Están bien los niños enemigos?
La atmósfera ligera empezó a enfriarse gradualmente.
Los ojos de Ratoka no mostraban expectativa mientras me preguntaba por los niños. Tampoco había señales de que se hubiera dado por vencido con ellos. Solo vi confianza en mí, sin importar lo que decidiera hacer con los niños a los que había estado persiguiendo en los túneles cuando Ratoka y yo nos separamos. Negué lentamente con la cabeza.
—Cuatro de ellos murieron. En cuanto a lo que sucedió, permíteme explicarte detalladamente. Ratoka, ¿aún recuerdas el incidente de hace tres años?
—¿El incidente de la polilla de fuego en la capital real?
—Sí. Al igual que en esa ocasión, surgió una fuerza más allá de la comprensión humana, una persona que podía usar magia al igual que las bestias mágicas.
Ratoka permaneció en silencio ante el comienzo de mi relato.
Le conté a Ratoka todo lo que ocurrió después de que nos separamos. Sobre la lucha en el pasadizo subterráneo, sobre la guerra, sobre el ataque del pájaro gigante y cómo aparecieron las misteriosas dos personas con capas blancas, quienes aparentemente me perdonaron.
Mientras contaba la historia, sentí gratitud. Tal vez debería estar agradecida al dios de la Iglesia de Xia, Misorua, por seguir viva para contar la historia.