La gota de esperanza – Capítulo 12

Escrito por Grainne

Asesorado por Maru

Editado por Sharon


La semana pasó con tal rapidez que, antes de darse cuenta, Gina se encontraba en el asiento del copiloto con su padre manejando la camioneta en el trayecto hacia Entre Ríos, provincia de Argentina.

Larry se encontraba en la parte de atrás, observando los papeles de investigación y localización donde se suponían que se encontraba el híbrido vivo. Cada tanto desviaba su mirada hacia la pelirroja en el asiento delantero, quien mantenía sus ojos determinados hacia el frente.

Cuando miró a David, sintió un enorme escalofrío recorrerle el cuerpo. Él tenía su rostro lleno de seriedad, concentrado en el manejo, pero era claro que sus pensamientos estaban en el trabajo asignado.

Larry suspiró, esperando que todo saliera bien. En ese momento David tomó una salida para detenerse en una estación de servicio y cargar gasolina. Estaban en medio de la nada, rodeados de campos de cultivos alejados de las ciudades o pueblos.

—Bueno, preguntaré a la gente de aquí donde queda esta calle —dijo el español y se dirigió a los trabajadores.

—Solo pasamos por 3 horas de viaje. Estoy segura que falta poco para llegar  —dijo Gina estirando sus piernas mientras sacaba de la camioneta los papeles con la información del híbrido.

—¡Gina! —exclamó su padre, mirándola con reproche para que se tomara el tema con seriedad. Sin embargo, ella le sonrió amistosamente en respuesta. Él sabía que esa sonrisa no duraría mucho.

—Sabes bien que no vinimos para divertirnos. Vas a encontrarte a alguien inestable. Probablemente no tuvo la oportunidad de un padre o madre, o incluso podría estar en una situación peor. Sé consciente de este trabajo, hija.

—Lo sé, no debes preocuparte. Durante la semana estuve pensando muchas cosas, y me siento preparada. Soy consciente que llevo una carga pero sé que hay personas que la han pasado peor, y quiero ayudar en lo posible —respondió con firmeza. A pesar de escuchar su determinación, su padre la miró sin estar del todo convencido, así que soltó un suspiro y siguió con su trato de padre protector, una caricia por su cabello pelirrojo.

Él no podía evitar el amor incondicional que forjó con los años de crianza. No podía negar que al principio, lidiaba con sus caprichos de niña con fastidio, pero no pasó mucho tiempo hasta que comprendió que el verdadero culpable era el instituto, donde su infancia fue corrompida por el hecho de no ser humana.

La recibió con cariño constantemente, sin decirle palabras bruscas (aunque de vez en cuando se le escapaba una palabrota). Cada abrazo, cada beso en la frente, cada detalle, hacía que Gina solo mantuviera una sonrisa para él.

Temía con toda su alma que su hija llegara a ver alguien de su edad sin salvación alguna. Pero más que eso, le aterraba la idea de que tuviera que presenciar la muerte de alguien que intentó salvar.

Había logrado mantenerla lejos de ese tipo de oscuridad hasta ahora, pero estando tan cerca de otro híbrido, sabiendo que podría no estar en las mejores condiciones, hacía que le recorrieran las ganas de abrazarla con todas sus fuerzas para que no pueda observar ninguna desgracia.

No le cabía en la cabeza como había países más desarrollados que mataran a los de su misma especie, y si algo así le pasará a su hija…

Un enorme vacío se abrió en su pecho cuando pensó en esa posibilidad. Para su suerte, sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz del joven.

—Disculpen que interrumpa pero ya me indicaron la dirección. Nos falta unos cuantos kilómetros, llegaremos en 20 minutos —dijo el español volviendo a la camioneta.

Entonces, se subieron mientras escuchaban las direcciones que Larry les indicaba.

♦ ♦ ♦

Tal y como dijo Larry, veinte minutos más tarde estaban atravesando la entrada de “Concordia”, una pequeña ciudad de la provincia. La poca gente que habitaba allí caminaban por las calles amplias entre varias casas de paredes blancas. Además de la escasez de locales abiertos, las escuelas parecían silenciosas con un aspecto de cárcel debido a la cantidad de rejas en cada ventana. Larry observaba el espacio con miedo y tristeza. En cambio, Gina y David estaban desconcertados por la cantidad de carteles de advertencia sobre los demonios, incluso indicaban los horarios en los que estos aparecían.

Cuando finalmente llegaron, se estacionaron frente a la puerta central de la localización; una enorme casa rectangular de dos pisos sin detalles llamativos. Un cartel metálico con letras blancas indicaba ser una clínica psiquiátrica. David se sintió como si un gran peso acabara de caer sobre su alma. Ni siquiera tuvo que mirar el cartel para saber de qué se trataba. Gina lo miró confundida hasta que escuchó una voz rota a punto del llanto. Instantáneamente, David la agarró de la muñeca y la miró con sus ojos completamente negros, propios de su transformación.

—Tenemos que entrar —Gina se soltó de su agarre mientras bajaba de la camioneta al volver a escuchar con claridad una voz infantil en completa desolación.

Quiero a mi mamá.

Los instintos de David le decían que saliera de ahí, pero su hija mostraba determinación mientras se alejaba de él.

—¿E-Estás segura de entrar? —tartamudeó el español mientras se acercaba a ella con aceleración y preocupación.

La pelirroja asintió con seriedad y abrió la puerta blanca con marcos cuadrados. Al entrar, pudieron observar un lugar aburrido y rodeado de paredes blancas con simples muebles sin accesorios ni decoración. Los médicos y enfermeras pasaban entre los numerosos pasillos dejando una vista amplia del lugar. Gina intentó acercarse a algún psiquiatra para tratar de preguntar sobre el híbrido pero la recepcionista le indicó que esperaran en los asientos para las visitas.

—Buenas tardes, ¿ustedes vienen a ver al niño híbrido? —se dirigió a ellos un señor de físico alargado de unos cincuenta años aproximadamente. Además de vestir una bata de médico, en sus manos llevaba un tablero con los nombres de los pacientes que una enfermera le ofreció en cuanto se acercó a ellos.

David intentó responder pero fue interrumpido por su hija.

—Venimos en nombre del Sr. Fitzgerald. Estamos aquí para ayudar a los híbridos.

—Entonces, usted debe ser la señorita Leone. Soy el psiquiatra Farrel, Guillermo me ha hablado un poco, espero no se entrometan en nuestro trabajo. El niño que buscan está en estudio psicológico y psiquiátrico.

—Perfecto, ¿podría ver al niño?

—Sólo recibe visitas de su familia o tutor legal.

David se encogió de hombros, e intentó que su hija dejara el asunto. Sin embargo, Gina no pensaba rendirse.

—¿El niño tiene padres o algún tutor? —preguntó mientras se cruzaba de brazos, observando con seriedad al psiquiatra.

—Es supervisado por el orfanato de este pueblo. Si quiere verlo, debe firmar unos papeles de adopción para ello. Pero debe saber que no le darán un huérfano a una muchacha, un hombre con rostro de sicario y un chico con fachada de niño mimado —contestó con sarcasmo, y se dio la vuelta dispuesto a irse.

Gina apretó los puños con enojo, a unos segundos de gritarle una grosería. Para su suerte, Larry tocó su hombro y se adelantó.

—Si está supervisado por el orfanato, queremos ver esos papeles. Si no llamaremos a mi mejor abogado. No me parece que sea legal mantener a un menor de edad como parte de un experimento psiquiátrico sin el consentimiento del paciente. Se supone que se han prohibido estas investigaciones hace años, Sr. Farrel.

El psiquiatra aclaró su garganta y le susurró algo a la recepcionista. Luego de que esta le diera una carpeta de papeles, suspiró con preocupación.

—Déjeme ver esos papeles, Farrel —dijo Larry con una seriedad que sorprendió a David y Gina. Ambos estaban acostumbrados a ver su actitud torpe y tímida, así que su aspecto maduro los dejó impresionados.

—Está bien, tiene razón al respecto. Tenemos solo la firma del orfanato para seguir con un tratamiento…

—¿Entonces, nos dejará ver al niño?

—Lo siento, deben obtener una aprobación del orfanato para que puedan verlo.

—Bien, hablaremos con ellos. Mart-, digo, David, espéranos aquí. Iré con Gina —dijo con seriedad mientras agarraba la mano de la pelirroja para irse.

El padre de la joven los miró, sintiéndose lejano a ellos. A pesar del orgullo que sentía por ambos, se dio cuenta de un sentimiento que le recordaba al pasado.

La soledad.

♦ ♦ ♦

—Por favor, solo es para poder examinar al niño. Al menos, firmaremos los papeles para visitarlo diariamente —suplicaba Gina hacia las encargadas del orfanato. Eran unas mujeres de no más de veinticinco años, con experiencia ante el cuidado de niños. Una revisión a simple vista les confirmó que la mayoría eran humanos.

—Si algo le sucede al niño, sepan que tenemos derecho a denunciarlos o llevarlos a juicio.

Larry sacó de su chaqueta una placa de color plateada con las siglas de la organización de Guillermo. Gina lo miró completamente confundida.

—Trabajamos para el estado, venimos de una organización que se especializa a estudiar a los híbridos. No pueden denunciarnos por comprobar el estado de un niño que no está recibiendo el cuidado y la atención que alguien de su edad requiere —dijo, mirando fijamente a las jóvenes hasta que ellas comenzaron a removerse con culpa. Viendo que todavía parecían dudar, Larry terminó de presionarlas—: Teniendo en cuenta el estado del muchacho y el lugar donde se encuentra, nosotros nos podríamos ver en la necesidad de demandarlos a ustedes. Si no quieren llegar a eso, les sugiero que firmen los papeles.

Ante sus palabras, ambas se miraron y se apresuraron a firmar. Al salir, la pelirroja detuvo a su compañero, agarrándolo del brazo. El pobre Larry hizo una mueca de dolor, ya que ella no medía su fuerza.

—Oh, lo siento pero, ¿de dónde carajos sacaste esa placa? —le preguntó en voz baja.

—Mejor no preguntes —respondió, y agarró su mano para acelerar el paso y alejarse del lugar, ya que la placa era falsa. Ella intentó no reír ante la situación.

Mientras ellos fueron a conseguir los permisos, David los esperaba sentado dentro de la camioneta. Se sentía inútil al no tener nada que hacer, y la soledad en su corazón aumentaba a cada paso.

Antes de que pudiera seguir hundiéndose en ese vacío que aumentaba, vio a su hija regresar con Larry y el sentimiento se transformó en esperanza.

Esperanza que duró muy poco, ya que se transformó en furia al verla de la mano con el español. Tardó unos segundos en bajarse del auto y acercarse a ellos, colocándose en el medio de forma sutil.

—¿Lograron obtener los papeles?

—Mejor aún, lo adoptamos —dijo Gina con una sonrisa angelical.

Sharon
Mentira, es la sonrisa del diablo. Ella sabe perfectamente lo que está haciendo, pero aprovecha que su padre la cree un ángel para hacer de las suyas

—Tenemos el niño a nuestro nombre, por lo que seremos sus tutores —agregó Larry rápidamente al ver un brillo peligroso en la mirada de David, que no dejaba de observar las manos de los jóvenes unidas.

—Oh… —contestó David sin ganas. Estaba a punto de agregar algo, pero entonces se dio cuenta de la sonrisa de su hija, y decidió contenerse. No le parecía la  decisión correcta, hasta intentó preguntarles cómo lo hicieron, pero ellos aumentaron la velocidad para evitar responder.

El pobre se quedó atrás con sus sentimientos de soledad, pensando en cómo su pequeña estaba creciendo fuera de su alcance. Quería respetar su felicidad, pero si el español no sacaba la mano de su pequeña, terminaría haciendo algo que lo dejaría en la cárcel.

Si sigue aprovechándose que Gina está distraída para tomarla de la mano, voy a cortársela, pensó con un brillo peligroso en sus ojos.

Estando más adelante, ninguno de los dos jóvenes se dio cuenta de los sentimientos del mayor, aunque Larry sintió la urgencia repentina por escapar a Canadá.

De esta manera, los tres llegaron nuevamente al Hospital y, sin esperar, se acercaron a Farrel, quien al ver los papeles, les dio su aprobación contra su voluntad.

—Perfecto, solo tendrán que buscarse un lugar para descansar, éste no es un hotel —dijo el psiquiatra, sin poder contener su mal humor. Luego llamó a una enfermera para que los guíe.

♦ ♦ ♦

Caminaron entre los largos pasillos llenos de puertas blancas que estaban reforzadas con cerraduras viejas mientras se escuchaban gritos y llantos. Larry sentía pena y lástima ante la gente encerrada con duros tratamientos entre enfermeras y médicos.

Cuando llegaron a la habitación, lo primero que llamó su atención fue la pequeña ventanita sobre la puerta. Larry observó cómo su compañera pelirroja se acercaba con intriga y observaba con detenimiento a un niño de piel morena y cabello oscuro completamente quieto sobre una silla con una camisa de fuerza.

David decidió acercarse a la ficha médica del pobre niño que se encontraba a un lado de la puerta mientras le señalaba a su hija para que eche un vistazo.

Eduardo Díaz:

-14 años.
-Híbrido encontrado junto el cadáver de su madre.
-A partir de los 12 años comenzó a presentar inestabilidad emocional, sobre todo frente a sus primeros padres adoptivos. No responde bien a estímulos internos, ver anexo para más detalles.
-Ha demostrado interés por socializar, pero luego del rechazo recibido por los otros niños, ha dejado de intentarlo. Al parecer ellos sienten su poder y le temen. Ver anexo 2 para la información de “aura híbrida”.
-Transformación: no sabe controlarla. Luego de varios experimentos se comprobó que es expuesta por instinto. Ver anexo 3 para detalles de los experimentos realizados. Ver anexo 4 para la información sobre los “instintos híbridos”.
-Advertencia: Intentó asesinar tanto a demonios como a humanos.

Gina volvió a observar al niño con los sentimientos revueltos. Estaba furiosa por el trato que recibió, pero también sentía pena y lástima por lo que tuvo que soportar. En ese momento, sintió la mirada del niño sobre ella, quién luego de pensarlo un poco, se acercó lentamente hacia a la ventanilla con curiosidad.

—Quiero verlo —dijo, acariciando el marco de la pequeña ventana.

—Lo siento, pero no es posible en este momento —le respondió con rapidez una de las enfermeras.

—Por favor, al menos, ¿podríamos programar un horario de visita? —insistió Larry, luego de darle una mirada a la expresión decepcionada de Gina, quien no se alejó de la ventana.

Estuvo unos momentos discutiendo con la enfermera, quien alegó que necesitaban unos días para procesar el papeleo respecto a la adopción del niño, por lo que no podían retirarlo de inmediato. Finalmente, la mujer desistió cuando el español pretendió tomar su teléfono para llamar a su abogado.

—Está bien, pero deberán ir a la sala de atención a pedir turno de visita. Se les dará una sala privada, para no arriesgar la vida de ningún paciente  —respondió con seriedad mientras le indicaba la dirección a la sala de atención.

Luego de una larga charla en la mesa de atención, donde les hicieron esperar hasta su horario, otra enfermera se acercó a buscarlos. Ahí mismo, fueron llevados a una sala sin mesas ni sillas, sólo una habitación vacía con puertas de dura cerradura. David prefirió no entrar para dejar que los jóvenes se encargaran. Sin embargo, la advertencia de la enfermera lo alarmó.

—Lo lamento, pero debo cerrar la puerta con llave para que el niño no pueda escapar. Solo puede entrar una persona capacitada… —advirtió. Gina asintió rápidamente y dio un paso al frente para ahorrar más advertencias que sólo la pondrían de mal humor.

La puerta se cerró detrás suyo mientras observaba el lugar, que parecía ser a prueba de sonido ya que las paredes estaban recubiertas de colchonetas blancas.

Hundió rápidamente su sentimiento de furia al pensar en que el pequeño podría estar en ese cuarto, llorando y desesperado, y nadie podría escucharlo.

A pesar de eso, logró reconocer los pasos arrastrados de desesperanza cuando el niño fue traído al cuarto.Los ojos vacíos sin brillo ni expresión, provocaron el dolor en el corazón de la joven híbrida.

—Hola, Eduardo. Me llamo Gina —dijo con dulzura mientras se acercaba a él con cuidado.

Este la miró y le hizo una sola pregunta:

—¿Te mandaron para matarme?

Ella se detuvo, estupefacta y con enorme tristeza. Sentía que su corazón estaba siendo estrujado, aplastado por dos garras que parecieron rodear su garganta y provocaron que su respiración se detuviera por unos segundos ante las implicancias de la pregunta. Sin embargo, no se rindió ante dolor, y tragó varias veces para recuperar su tono de voz normal. Una vez que sintió que ya no se ahogaba, abrió sus labios para crear un vínculo con el pobre niño desamparado.

—Soy como tú, mira.

Por más que lo intentó, no pudo contener las gotas saladas de sus ojos negros que cayeron a pesar de la fortaleza que demostraba su transformación híbrida.

La mirada vacía del niño cambió al verla; incluso Gina pudo ver el brillo de esperanza en sus ojos.

—¿Lo ves? Puedes confiar en mí. Quiero ayudarte, Eduardo —dijo, y en un movimiento repentino, se acercó y rompió la camisa de fuerza con sus garras. El instinto del pequeño provocó su transformación híbrida al instante, y la enfermera, que los observaba desde la pequeña ventana de la puerta, soltó un grito de horror.

Aquello provocó que el niño se asustara y abrazara instantáneamente a la joven pelirroja incrustando sus garras sobre ella.

—T-Tranquilo… No pasa nada, estoy a-aquí, shh… Tranquilo —susurró adolorida mientras acariciaba el largo cabello del niño con dulzura. Las lágrimas no paraban de caer de sus ojos por las fuertes emociones que él emanaba.

David sentía una gran rabia e inmensas ganas de romper la puerta ante la imagen de un niño desesperado y su hija, intentando darle consuelo a pesar de que ella también parecía necesitarlo. Por otro lado, Larry estaba pegado a la ventana, observando la situación desarrollarse con tanta preocupación que se sentía a punto de desmayarse. Fue en ese momento de distracción que la  enfermera se fue, llamando a los médicos.

El mayor respetaba la decisión de su hija, no quería arruinarlo todo con su egoísmo de mantenerla a su lado para siempre. Eso no significaba que no pudiera hacer una mueca al escuchar los pensamientos de su hija.

Ni se te ocurra romper la puerta, papá… 

♦ ♦ ♦

Y así, con los pasos de los días, Gina volvía a ese solitario cuarto en el horario designado, esperando una respuesta del niño, quien no soltó palabras desde su llegada. A pesar del silencio, ella no se desanimó, y en su lugar se dedicó a contarle muchas cosas mientras él la escuchaba.

Se quedaba todos los días allí para hacerle la mayor compañía posible. En algunas ocasiones, incluso logró esconder algunos libros y juguetes pequeños para mostrarle, haciendo que Larry y David le crearan distracciones para que no la atraparan.Le llevaba el desayuno y el almuerzo cada día, y hacía su mayor esfuerzo para idear juegos que lo involucraran, de forma que pudieran relacionarse más. Poco a poco, Eduardo comenzó a responder a sus intentos, dando pequeños movimientos de cabeza o haciendo gestos. Por ahora, era con la única con la que aceptaba estar, ya que asustaba a las enfermeras que se acercaban buscando aprovechar de la aparente calma del híbrido para realizar más exámenes.

—Sabes que tardaremos una eternidad hasta que ese niño te hable ¿no? —le dijo David un día con seriedad mientras almorzaban entre todos las enfermeras y médicos.

Estaban sentados en el comedor, que poseía un menú poco elaborado por las cocineras del lugar: unos simples pedazos de pollo con algunas papas al horno. El grupo trataba de mantenerse aislados del resto en una mesa que estaba posicionada en una esquina de la habitación.

Encogiéndose de hombros, Gina respondió a la queja de su padre elevando una ceja.

—Todo sea con paciencia y cariño. Ese niño estuvo solo toda su vida encerrado en este horrible psiquiátrico. Me necesita —dijo con determinación en su mirada.

—¿Solo a ti? ¿Estas segura, Gina? De repente te haces pasar por una figura maternal cuando simplemente eres una chica de 19 años —contestó con enfado y con cigarrillos en mano. La pelirroja alargó sus garras, cortandole el cigarrillo.

—Que tenga 19 no significa que no sea capaz de ayudar a alguien

David suspiró levantándose de su sitio para salir del psiquiátrico y poder fumar, dejando en la mesa a los dos jóvenes.

—Espero que la actitud de tu padre no te afecte —dijo Larry, empujándola levemente en el hombro para animarla.

—Para nada, sé lo que hago. Ese niño vivirá y crecerá sano…

—Pareces tu padre… Ahora entiendo mejor de dónde sale ese instinto maternal

Ella lo miró con enojo mientras se sonrojaba y le daba un puñetazo suave en el hombro. Él solo rio adolorido, y luego se dedicó a darle algunos consejos sobre cómo cuidar de un niño híbrido que leyó en uno de sus libros.

Contrario a lo que hacía parecer, Gina estaba completamente agradecida de la compañía de Larry. Sin que él lo supiera, le estaba dando el apoyo que necesitaba en ese momento para continuar adelante y proteger a Eduardo.

Por las siguientes semanas, como el Hospital les creaba excusa tras excusa respecto al estado de los papeles para poder retirar al niño, Gina decidió aprovecharse de esa actitud. Si no conseguían que el pequeño híbrido quisiera ir con ellos por su propia voluntad, no serían mejor que los miembros del orfanato que lo encerraron en ese lugar a la primera oportunidad que tuvieron, así que la joven se decidió a conseguir que Eduardo dejara las premisas cuando él decidiera que quería acompañarla.

Sin embargo, unas semanas después, el niño seguía sin hablar.

—Créeme, ya tomará confianza para dirigirte la palabra. El pobre debe estar confundido porque aparezca gente nueva a su vida —le dijo el español en otra oportunidad en que estaban almorzando solos.

Ella solo pudo asentir mientras se adentraba en sus pensamientos y dudas. Tan solo había pasado unas semanas, y todavía no sabía si el pequeño la consideraba siquiera una amiga o compañera.

Las ganas de ayudar la carcomían por dentro, y ni siquiera el mal humor de su padre podían hacerla rendirse.

Sucedió una mañana temprano, cuando iba a llevarle el desayuno al niño. Entró con la bandeja y le saludó con una sonrisa, sentándose a un costado de la cama y colocando la comida en la mesita de luz. Eduardo apenas se despertaba, parpadeando lentamente y estirándose, para al final, mirarla con sus ojos completamente negros.

—Buenos días, pequeño. Te traje un rico desayuno, tostadas con dulce de leche y un buen té con leche —le dijo con dulzura.

El niño sonrió apenas. Agarró una de las tostadas y la saboreó con ganas. El brillo en sus ojos eran notorios.

—Hermana mayor, la comida tiene mejor sabor cuando estas conmigo…  —dijo con timidez, sin dejar de comer. Gina se giró, mirándola con sorpresa y sin saber cómo reaccionar.

Dejando de lado que por fin le habló, lo primero que dijo… 

—¿Cómo me llamaste? —preguntó con emoción en sus ojos.

—¿Hermana mayor? —repitió, temiendo que la joven fuera a reprenderlo. Sin embargo, antes de que pudiera arrepentirse, Gina lo observó con ternura y lo abrazó con fuerza.

Ese día, Gina comprendió que si uno se esfuerza realmente puede cambiar lo que quiere.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido