Traducido por Lucy
Editado por Lugiia
Raiden conoció por primera vez a la Parca en una unidad a la que había sido asignado medio año después de alistarse. Fue el día después de que muriera el último de los amigos con los que se había alistado.
♦ ♦ ♦
Antes de incorporarse en su escuadrón, Raiden se refugió en el sector ochenta y cinco, en un internado dirigido por una anciana. Sus únicos alumnos eran los niños que vivían en el barrio, por lo que los dormitorios se utilizaban para esconder y refugiar a todos los niños del sector Ochenta y Seis que fuera posible. Al parecer, después del quinto año, alguien los denunció a las autoridades, y los soldados llegaron para escoltarlos. La anciana los acosó sin descanso, suplicando una y otra vez a sus conciencias y a su sentido de la justicia, pero sus súplicas solo fueron respondidas con burlas y escarnio.
Sin una pizca de culpa en sus expresiones, los soldados subieron a los niños a un camión para transportar ganado, y el último recuerdo que Raiden tenía de la anciana era cómo había perseguido el camión, gritando a los soldados.
Nunca la había oído maldecir. Aquella respetable y estricta anciana, quien siempre se enfadaba de forma espantosa cada vez que Raiden y los demás maldecían en broma, gritaba al camión que se retiraba con la cara torcida de rabia mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
—¡Espero que ardan en el infierno, asquerosos bastardos!
Podía recordar la imagen de ella agachada en la carretera, y el sonido de sus desgarradores lamentos y llantos, con tanta claridad ahora como si los hubiera escuchado entonces.
♦ ♦ ♦
El capitán que llevaba el nombre de la Parca era más descuidado y caprichoso que cualquiera que Raiden hubiera conocido. Nunca salía a patrullar y, en cambio, iba a merodear por ruinas donde la Legión bien podría estar escondida. Daba órdenes de despliegue cuando el radar no daba indicios de un avance enemigo. Y, aunque sus predicciones eran tan acertadas que resultaban espeluznantes, Raiden solo podía ver su descuido como las acciones de alguien suicida.
No pudo reprimir su ira. Los amigos que se habían alistado con él lucharon tanto, pero todo lo que obtuvieron a cambio de su valor y sus esfuerzos fue la muerte. La anciana había protegido a Raiden y a los otros niños, aunque bien podría haber sido fusilada por sus acciones. Y este idiota insistía en actuar así, como si no le importara que todos murieran, como si no le importara que él mismo muriera.
Raiden al final perdió la paciencia y lo golpeó medio año después de unirse al escuadrón. Sucedió cuando discutían por las patrullas que Shin seguía cancelando. Aunque Raiden debería haberse tomado las cosas con calma, teniendo en cuenta lo diferentes que eran en términos de físico, había golpeado a Shin, quien en aquel momento era relativamente pequeño, con la fuerza suficiente para hacerle retroceder. Le había gritado, mientras estaba tirado en el suelo, que dejara de tomarles el pelo, pero aquellos ojos rojos habían permanecido tan tranquilos e inamovibles como siempre.
—Es culpa mía por no explicarme, pero aun así…
Shin escupió la sangre que tenía en la boca mientras se ponía en pie. Parecía haber recibido sorprendentemente poco daño, y sus movimientos no presentaban ni un ápice de lentitud o vacilación.
—Hablando por experiencia, nadie me cree ni siquiera cuando se lo cuento, así que he dejado de intentar explicarlo. Estoy cansado de perder el tiempo.
—¿Eh? ¿De qué mierda estás hablando?
—Con el tiempo te lo contaré… Además…
Shin le dio un puñetazo a Raiden en la cara. Ese golpe, que llevaba todo el poder que su pequeño cuerpo podía reunir, fue increíblemente doloroso. Fue un golpe que aprovechó a la perfección su peso, su impulso y la transmisión de la fuerza de su puño y dejó a Raiden tendido en el suelo, indefenso, con la cabeza dando vueltas.
—… Nunca dije que pudieras golpearme. No sé cómo contenerme, pero si eso no te molesta, siéntete libre de venir a por mí cuando quieras.
Lleno de aún más rabia al escuchar esta burla, Raiden se abalanzó sobre él de nuevo. Dicho sin rodeos, perdió esa pelea terriblemente unilateral. Shin, quien había pasado un año más que él en el campo de batalla, estaba mucho más acostumbrado a la violencia y era más experto en emplearla.
Raiden seguía sin soportar a ese imbécil, pero su impresión hacia él cambió un poco. Cuando Theo escuchó la historia años más tarde, suspiró exasperado y dijo que ese tipo de historia no tendría cabida ni en un cómic para niños. Pero la verdad era que era el único que no lo entendía. Shin parecía estar conteniendo una sonrisa en ese momento, pero diablos, si Raiden hubiera sabido lo que pasaba por la cabeza de ese loco…
Al día siguiente de la pelea, Shin dijo, a través de los labios cortados y magullados, que acabaría explicándolo todo. Y en su siguiente despliegue, Raiden pudo escuchar los lamentos de los fantasmas. Fue entonces cuando comprendió por fin por qué Shin se oponía tanto a salir de patrulla… Por qué era tan desapegado de una forma que un chico de su edad nunca debería ser.
♦️ ♦️ ♦️
Los miembros del escuadrón Spearhead estaban profundamente dormidos después de apagar las luces de ese día. Raiden estaba tumbado en su litera, pero aún no se había dormido. Al escuchar unos silenciosos pasos en el exterior, se levantó de la cama. Mirando a través de la puerta adyacente, que había quedado abierta, encontró a Shin de pie en su oscura habitación, disfrutando de la pálida luz de luna.
—¿Estabas hablando con alguien antes?
Desde su ventajosa posición en el vestuario, Raiden había creído escuchar a Shin hablando con alguien en la ducha. Él solo giró su mirada en dirección al recién llegado y asintió. Sus ojos rojos, indiferentes y congelados, denotaban una calma que no parecía encajar con su edad y una apatía que parecía casi inquebrantable.
—Con la comandante. Resonó conmigo hace un rato.
—Así que de verdad se sincronizó contigo otra vez… Me sorprende. La chica tiene más agallas de lo que creía.
Estaba un poco impresionado. Ningún otro controlador había accedido a resonar con Shin después de escuchar las voces. Sus ojos se dirigieron al cuello de Shin, ahora expuesto, donde una única cicatriz roja se grababa de forma irregular en su garganta. Raiden ya conocía el origen de esa cicatriz parecida a una decapitación, ya que se lo había contado el propio Shin, incluyendo el hecho de que había adquirido la capacidad de oír a los fantasmas como consecuencia de ella.
Era una noche tranquila. Al menos, lo era para Raiden. Pero para Shin… Para su camarada, afligido por la capacidad de oír los gritos de los fantasmas, era otra noche más llena de lamentos y pesares de los muertos. No podía mantener su equilibrio al estar sometido a este incesante tormento. Sus emociones eran maltratadas y erosionadas de forma continua, hasta que al final, se convirtió en la Parca sin emociones, una persona desapegada e insensible.
Con sus ojos rojos, la Parca miró a Raiden. Esos ojos, del color de la sangre fresca, se habían congelado por completo. Su corazón seguía siempre en el campo de batalla, buscando de manera obsesiva su cabeza en el lejano frente, anhelando recuperar lo que había perdido.
—Me voy a dormir. Si tienes algo que decir, podemos hablar mañana.
—Sí…, lo siento.
♦️ ♦️ ♦️
Incluso tras haber cerrado la puerta desigual después de un poco de lucha, y escuchar los pasos de Raiden en el pasillo y el sonido de la cama de la tubería crujiendo, Shin había permanecido en la ventana, disfrutando de la luz de la luna; sus ojos mirando hacia el campo de batalla. Si escuchaba con atención, podía distinguir el murmullo de la bandada de fantasmas al otro lado de la oscura noche, sus susurros como el agitar del polvo de estrellas desde el cielo. Sus gemidos y gritos, sus lamentos y chillidos.
Distinguió el sonido de las palabras mecánicas y se concentró solo en eso, concentrando su conciencia en ese grito lejano. ¿Cuánto tiempo hacía que no oía esa voz hablándole como a un hombre? Debían de ser ocho años. Y las palabras que pronunciaba ahora eran las mismas que entonces.
Todas las noches la oía, y cada vez, ese recuerdo resucitaba. Esa voz se cernía sobre él como una sombra siempre presente, sin permitirle olvidarla. Esa presión le apretaba la garganta, amenazando con aplastar su cuello. Aquellos ojos negros ocultos tras la gafas, mirándole con un odio palpable. La asfixia y el sufrimiento, y la voz de su hermano, que le cortaba los oídos con su ira.
Tu nombre es apropiado. Todo es culpa tuya. Todo, todo es culpa tuya.
Esa misma voz le llamaba en la distancia. Siempre, desde aquel día hace cinco años en que murió aquí, en un rincón abandonado de las ruinas del frente oriental. Shin apoyó la mano contra el frío cristal y susurró, aunque sabía que sus palabras no llegarían a nadie:
—Iré a buscarte pronto, hermano.