Traducido por Lucy
Editado por Lugiia
—Shin…
Incontables manos plateadas, del color de las micro-máquinas líquidas, brotaron debajo de la armadura de Dinosauria. Las manos eran del tamaño de las de un adulto y tenían dedos articulados. Sin embargo, la diferencia más llamativa era que tenían varias veces la longitud de un brazo humano y se extendían a una velocidad asombrosa. Tanto la mano izquierda como la derecha salieron en busca de algo. Cuando todas y cada una se extendieron hacia Undertaker, Dinosauria aulló enloquecida.
—¡Shinnn!
Aquel bramido hizo temblar incluso a los resonados con la menor tasa de sincronización hasta sus núcleos. Incluso Raiden, el más experimentado en la lucha junto a Undertaker, comenzó a sudar frío al oír ese rugido espeluznante. Anju chilló y se tapó los oídos. Solo Shin se giró para mirar a Dinosauria, como si esta le hubiera llamado por su nombre.
—¡¿Shin…?!
—Ustedes sigan adelante. Te dejo al mando, Raiden.
Su fría mirada estaba fija en Dinosauria; se negaba a mirar a algo más.
—Si se adentran en el bosque, no deberían encontrarlos mientras tengan cuidado con los Ameise. Pasen por aquí y sigan adelante.
—¡¿Qué hay de ti?!
—Vendré una vez que lo derrote. No podemos avanzar hasta que lo derribemos, y no avanzaré hasta que lo haga… Además, dudo que me deje ir.
Un escalofrío recorrió a Raiden cuando escuchó como Shin terminaba esa frase.
Ese idiota…
Solo sonrió.
Oh, maldición, esto es malo. No hay forma de hacer que regrese ahora. Su corazón nunca estuvo aquí para empezar; siempre estuvo siendo perseguido por la cabeza robada de su hermano y siempre la estuvo buscando, incluso ahora… Estoy seguro de que fue desde el día en que su hermano lo estranguló.
Raiden lo sabía, pero aun así gruñó una respuesta desafiante.
—Vete a la mierda. ¿Quién demonios aceptaría eso? —Como si alguna vez fuera a aceptar una orden de dejar morir a Shin—. Si estás diciendo que tienes que ser tú contra él, no hay nada que pueda hacer… Me encargaré del resto, así que limpia tu desorden tan pronto como puedas.
Al decir esto, Raiden reprimió la ira que brotaba en su interior.
Así que está decidido a hacer esto solo.
Si hubiera pedido ayuda o solicitado apoyo, Raiden habría aceptado cualquier cosa.
¿Por qué este idiota es tan… estúpido, justo ahora?
Tras un breve minuto de silencio, Shin suspiró.
—Eres un idiota, ¿lo sabías?
—Como si fueras quién para hablar… No te mueras, ¿me oyes?
Esta vez, Shin no respondió. El estridente sonido de un cañón de artillería de larga distancia disparando en algún lugar sirvió como señal de apertura de esta batalla. Cuatro unidades acorazadas entraron en acción, evadiendo un aluvión de balas. Montando la araña cuadrúpeda, el caballero esquelético saltó hacia adelante, como una bestia que se abalanza sobre su presa.
♦ ♦ ♦
Dinosauria estuvo a la altura del desafío de Shin, y los Ameise que le servían de escolta se desplegaron a su alrededor. Todos los modelos de la Legión, excepto los de tipo explorador, tenían poca capacidad sensorial y recibían la información a través de un enlace de datos con los Ameise, que sacrificaban la potencia de fuego por la superioridad de los sensores. Las unidades dispersas alrededor de Dinosauria servían de ojos.
Un par de Ameise situados en la parte delantera percibieron la carga del Juggernaut, transfiriendo todo tipo de datos e imágenes de sus sensores ópticos a Dinosauria, la cual procedió a girar su batería principal en dirección a Undertaker. El cañón rugió. La torreta de Dinosauria—su cañón de ciento cincuenta milímetros de calibre igual a un cañón de artillería—disparó de forma salvaje, soltando proyectiles perforantes a una velocidad que dejaba incluso sonido a su paso, impactando justo delante de Undertaker.
No obstante, la visión de Undertaker no estaba puesta en Dinosauria, sino en los Ameise que le servían. Derribando a uno y utilizando el cuerpo del siguiente como cobertura, mientras lo aplastaba con una patada, disparó al final contra el tipo de tanque pesado.
La granada de humo que lanzó estalló en el aire, cegando por un momento a los escasos sensores ópticos de Dinosauria. Aprovechando esta oportunidad, Undertaker aplastó al segundo Ameise y saltó hacia el punto ciego creado por los dos de tipo explorador destruidos.
El arma principal de los Juggernauts—un débil cañón de cincuenta y siete milímetros que palidecía en comparación con la potencia de fuego de la Legión—no podía aspirar a penetrar ningún punto del grueso blindaje de Dinosauria, ni siquiera a corta distancia. Solo había un punto vulnerable, y Undertaker tenía que destruir los ojos de Dinosauria para tener siquiera una oportunidad.
Mientras su oponente empleaba aire a presión para expulsar el humo, su enorme armazón se desplazaba. Girando sus ametralladoras en la dirección en la que era más probable que se encontrara Undertaker, intentó acribillarlo con una potencia de fuego superior. Undertaker, quien había saltado hacia atrás para evadir el fuego de la ametralladora, apareció al otro lado del humo. Una neblina de calor surgida de la temperatura de sus cañones distorsionó su posición, la unidad de tipo tanque pesado giró su batería de nuevo; su sombra sin cabeza se desplazó y distorsionó. Undertaker se desplazó en lo que parecía ser una danza errática, anticipando donde se fijaría la vista de su enemigo en lo que rozaba la precognición.
♦ ♦ ♦
La Legión se movía para separar a Undertaker de sus compañeros y, asimismo, aislar a cada uno de los cuatro para aniquilarlos. Los tipos Löwe y Grauwolf atacaron a cada Juggernaut en oleadas, e incluso si los procesadores intentaban refugiarse, los Ameise dispersos por el campo de batalla los localizarían en cuestión de segundos. Los Stier dispararon sin descanso sobre su camino de retirada, y los tipos Skorpion los bombardearon desde lejos, inmovilizándolos y limitando su libertad de movimiento. Los procesadores habían abatido a la Legión cerca de ellos en rápida sucesión, pero por cada unidad que derribaban, dos salían a sustituirla.
Por lo general, la Legión nunca se enfrentaría en un campo de batalla tan abarrotado. No cabía duda de que un Shepherd los comandaba—con toda probabilidad, Dinosauria. En una pausa entre otra ráfaga de cortes y disparos, Raiden miró en dirección a la unidad de tipo tanque pesado. Más allá de la oleada de Legión que se dirigía hacia ellos como si fueran hormigas, se encontraba la única franja vacía del campo de batalla en la que Undertaker y Dinosauria se enfrentaban uno a uno.
Era un espectáculo increíble, más una broma que otra cosa. Enfrentarse a Dinosauria era, para empezar, una perspectiva descabellada, y el hecho de que incluso pareciera que estaban intercambiando golpes rozaba lo milagroso. Un Juggernaut era muy inferior en términos de potencia de fuego, armadura y movilidad. Por lo general, esto ni siquiera se consideraría una pelea, pero como era Shin quien llevaba el timón, Undertaker apenas pudo oponer resistencia… No, ni siquiera él debería haber sido capaz de lograr tanto.
Dinosauria desafió toda la lógica aplicable a las armas blindadas y se limitó a quedarse quieta con seguridad mientras Undertaker patinaba a su alrededor como si bailara sobre el filo de una navaja. El Juggernaut realizaba maniobras precisas y temerarias y esquivaba los ataques de forma tan ajustada que Raiden podía sentir cómo se le revolvía el estómago por el terror y el suspenso. No era en absoluto un combate igualitario. ¿Podría mantenerse en la cuerda floja durante mucho tiempo? ¿O los mataría a todos la Legión primero?
Una pequeña fisura en su resolución comenzó a formarse. Había perdido la cuenta de cuántas unidades de la Legión había abatido ya, pero disparo tras disparo, seguían llegando. El cansancio acumulado y el temor a un esfuerzo infructuoso pesaban sobre él. Incluso los veteranos curtidos en la batalla como ellos se estaban desgastando poco a poco.
—¡Recargando! ¡Cúbreme! —gritó Theo entre respiraciones erráticas, con la voz quebrada por el cansancio.
Fido purgó uno de sus seis contenedores mientras corría con valentía entre las líneas de fuego. Las reservas de munición de ese contenedor se habían agotado, lo que significaba que habían consumido casi el veinte por ciento de la munición del mes que se les había dado en este corto periodo de tiempo. El momento en que se agotaran por completo sería el último. Ese pensamiento fugaz pasó por la mente de Raiden, y forzó una sonrisa.
Que así sea.
Vivir y morir así era todo lo que querían.
De repente, una persona más, otro objetivo de resonancia, se conectó a su conversación.
—¡Teniente Primero Shuga! ¡Pido prestado su ojo izquierdo!
Un momento después, la visión de su ojo izquierdo se oscureció, y luego la luz volvió a él. La misma voz volvió a hablar.
—¡Proyectil disparado! Va a tocar tierra, ¡prepárense!
♦ ♦ ♦
En ese instante, el cielo brilló de color blanco.
Un estallido de luz sin sonido llenó el campo de batalla y, un segundo después, una explosión atronadora los ensordeció por un momento. Los Eintagsfliege se dispersaron, abriendo un agujero en el velo que habían formado sobre el cielo, y comenzaron a caer como polvo de estrellas desde los cielos mientras las ondas expansivas de la explosión los hacían volar y sus llamas los consumían. Fue un poderoso bombardeo de un explosivo de aire-combustible. Una brecha se abrió en la nube de plata, revelando un cielo azul pálido, la cual luego se volvió negro cuando un enjambre de explosivos guiados descendió sobre el campo de batalla.
Persiguiendo con precisión e impactando en sus objetivos predeterminados, las mechas de los proyectiles se activaron, eclosionando los proyectiles metálicos. Cada uno de los cientos de pequeñas paletas estaban configuradas para rastrear su objetivo a través del radar, y estallaron desde arriba, propulsados con una velocidad inicial de 2.500 a 3.000 metros por segundo, lanzando metralla al enemigo sin piedad. La lluvia de acero devoró a la Legión, cuyo blindaje era frágil, derribando la mitad de la segunda oleada en medio minuto. Entonces, llegó un segundo bombardeo; otra lluvia de acero diezmó lo que quedaba de la segunda oleada.
Raiden, Theo, Kurena y Anju se quedaron sin palabras durante un largo rato. Nunca lo habían visto en funcionamiento, pero sabían lo que era. El cañón de interceptación. Siempre estaba detrás de las líneas del frente que defendían los Juggernauts, sentado allí como un erizo demasiado grande. Ni una sola vez había cumplido su función de ser disparado, permaneciendo en segundo plano como un objeto de arte inútil. ¿La persona que lo había disparado…? La única lo suficientemente extraña y tonta como para acompañarles incluso mientras recorrían el camino de la muerte.
—¡Comandante Milizé! ¿Es usted?
Su voz sonó como una campana de plata en respuesta, llena de determinación e incapaz de contener su ira.
—Sí, soy yo. Siento llegar tarde.
♦ ♦ ♦
—Te dije que no quería volver a ver tu cara, Lena.
Lena estaba ansiosa de que no llegara a la puerta, pero Annette la abrió con una sorprendente rapidez.
—Sí, recuerdo que lo dijiste, Annette, pero no recuerdo haber accedido a ello.
Aquella noche lluviosa, Lena estaba de pie en la frontera entre la oscuridad de la noche y la iluminación de la casa, con el rostro marcado por el cansancio y la fatiga, ya que no había tenido tiempo de arreglarse bien antes de salir. Allí, de pie, con su lustroso cabello revuelto, su uniforme desgastado y maltrecho, y su rostro pálido y sin maquillaje, parecía un cadáver. Solo sus ojos plateados seguían brillando con una luz peculiar.
—Necesito que vuelvas a restablecer mis objetivos de Resonancia Sensorial y que ajustes mi dispositivo RAID.
Annette gimió, luciendo como un animal herido y acorralado.
—No lo haré, y lo sabes. Ya no quiero tener nada que ver contigo.
—Oh, lo harás. Pase lo que pase.
Lena sonrió. Una parte de ella pensó que su expresión debía ser terriblemente aterradora, cruel y fea en este momento.
—Ese amigo de la infancia que abandonaste. —Sonrió como un demonio… como una parca—. Su nombre no era Shin, ¿verdad?
Por un momento, la expresión de Annette se arrugó por completo.
—¡¿Cómo…?!
Al ver que la chica se ponía más pálida de lo que nunca había visto, Lena se preguntó cómo había adivinado. Era una apuesta, y la había engañado. Pero, al mismo tiempo, se había convencido de que tenía razón. Había vivido en el Primer Sector, donde los Ochenta y Seis apenas estaban presentes incluso antes de la guerra, y había tenido la misma edad—o un año menos—que Lena y Annette.
Pero lo que acabó por convencerla fue que Shin podía oír a los fantasmas, mientras que el niño que su amiga describió tenía la capacidad de comunicarse con los corazones de su familia. Era en su base la misma habilidad, salvo que aquellos con los que habían conectado eran diferentes. El parecido era demasiado grande: no podía ser una coincidencia.
—¿Cómo sabes su nombre…? ¡No puede ser…!
—Sí, es cierto. Es parte de mi escuadrón. El capitán del escuadrón Spearhead, nombre personal: Undertaker. Ese es Shin.
Había tenido la oportunidad de salvarlo y lo abandonó por segunda vez. Lena ni siquiera se movió cuando Annette la agarró por el cuello y se aferró a ella con miedo.
—¡¿Te lo ha dicho Shin?! ¡¿Aún está vivo?! Ese chico… ¡¿Todavía está resentido conmigo por lo que hice?!
—¿Qué me estás preguntando? Creía que ya no querías saber nada de mí.
Lena dio un paso atrás, quitándose las manos de encima y dirigiendo una fría sonrisa a su compañera, quien se adentró en la oscura y lluviosa noche tras ella. Con toda probabilidad… ya ni siquiera la recordaba. Sus recuerdos de Rei y de sus padres se habían perdido entre las llamas de la guerra y los lamentos de los fantasmas, así que había pocas posibilidades de que Shin recordara a una amiga de la infancia. Sin embargo, si eso era una maldición o una bendición para Annette era una pregunta para la que no tenía respuesta.
—Pero si consideras que esto te concierne, entonces ayúdame. Y decide rápido. Si te tomas tu tiempo, los gallos empezarán a cantar.
Y para cuando lo hagan, es probable que hayas dicho que ya no te importo otras tres veces.
De pie y sin moverse, Annette sonrió. Era una sonrisa manchada de lágrimas, y su expresión parecía de algún modo aliviada.
—Eres un demonio…
—Tú y yo, Teniente Técnico Penrose. Ambas lo somos.
♦ ♦ ♦
Así es, Lena no estaba ni melancólica ni abrumada por la culpa. Solo no había tiempo de resonar con el escuadrón Spearhead. Necesitaba reconfigurar su Resonancia Sensorial para compartir el sentido de la vista, obtener los códigos de disparo de todos los cañones de intercepción de los pabellones circundantes y reunir cualquier método posible para cubrir al escuadrón.
—¡¿Cincuenta por ciento de fallos de tiro…?!
Lena gimió, mirando los resultados de los disparos. El treinta por ciento de los cañones de interceptación eran inoperantes, y el treinta por ciento de los proyectiles guiados solo se estrellaban, al no haber prendido sus fusibles. Pesaban cien kilogramos cada uno, así que los proyectiles caídos acabaron aplastando a unos cuantos desafortunados Ameise, pero eso estaba muy lejos de la potencia de fuego que deberían haber proporcionado.
Un mantenimiento defectuoso en su máxima expresión. Ver cómo la República reducía a su propio arsenal a la oxidación gracias a su propia vanidad era un espectáculo absurdo. Dirigió los cañones de interceptación restantes al mismo lugar y disparó de nuevo. Al confirmar que la unidad enemiga había sido destruida, la joven respiró aliviada.
Shin había dicho que por fin iban a ser libres, y Lena había argumentado que eso no era libertad. Sin embargo, a pesar de eso, ella no podía hacer que se anulara la misión de Reconocimiento Especial ni salvarlos de ninguna manera. Así que, si no había nada más, lo menos que podía hacer era asegurarse de que el viaje que ansiaban durara, aunque fuera un segundo más, y que nada se interpusiera en su camino. Ese era el único tributo que podía rendirles.
La libertad que por fin se habían ganado.
Era solo su primer día de libertad. No podía dejar que su viaje terminara aquí. No así.
♦ ♦ ♦
Raiden se encontró gritando a esa voz sonora mientras luchaba contra la primera fuerza de la Legión cortada de su cadena de suministros. La tercera oleada de la Legión permaneció en silencio, juzgando si debía avanzar después de ver la segunda oleada diezmada.
—Eres una completa y total idiota, ¿lo sabías? ¡¿En qué demonios estabas pensando?!
—Solo compartí la información óptica de tu ojo para confirmar tu ubicación y disparé el cañón de intercepción manualmente basándome en eso. Oh, mantuve mi propio ojo cerrado para no distraerte, así que no te preocupes.
Oírla explicarse con tanta naturalidad solo hizo que Raiden la increpara aún más.
¡¿Qué demonios quieres decir con que “solo” lo compartiste?! ¡Sabes que es más que eso!
—¡¿No sabes que los controladores evitan compartir la vista porque puede resultar en ceguera, imbécil?! ¡¿Y tenías permiso para disparar esa maldita cosa?! El hecho de que estés ahí es una violación de las órdenes.
Compartir la vista confundía a ambos extremos de la conexión, ya que les hacía ver cosas que no estaban cerca de ellos y, además, la visión compartida tenía demasiado contenido informativo. Utilizarla en exceso sobrecargaba el cerebro y podía acabar provocando la pérdida de la vista, por lo que nunca se utilizaba al dar órdenes. Había disparado un arma de artillería sin aprobación para darles apoyo en una misión en la que se le había prohibido de manera explícita ofrecer cualquier tipo de asistencia. Era una flagrante violación de las órdenes y, desde luego, ¡no valía la pena para una unidad suicida!
Pero Lena le replicó de repente. Era la primera vez que oía a la chica gritar a alguien.
—¡¿Y qué?! Si pierdo la vista, ocurrirá Dios sabe cuándo, ¡y no me importa si disparar el cañón por mi cuenta es violar las órdenes! ¿Qué van a hacer, descontarme el sueldo? Esto no me va a matar.
Sus gritos tomaron a Raiden desprevenido, haciéndole callar por completo. Respirando de forma entrecortada por la ira y la indignación, Lena escupió las palabras con una desesperación que él nunca había oído de ella.
—El cuartel general y el gobierno no escucharán el sentido común de todos modos. No tengo por qué seguir sus reglas, y son bienvenidos a criticarme todo lo que quieran… Debería haber hecho esto desde el principio. Al diablo con la autorización.
Su voz se impregnó de amargura por un momento mientras terminaba su discurso con un resoplido arrogante. Sacudiéndose la sorpresa, Raiden se encontró sonriendo con ironía.
—Eres una verdadera imbécil, ¿lo sabías?
—No estoy haciendo esto por ustedes. Si una fuerza de este tamaño se abre paso, la República estaría en peligro. Solo estoy luchando porque no quiero morir.
Al pronunciar esta frase con voz clara, Lena al final se rio. Era la primera vez, según él, que la chica sonreía ese día.
—Cuando la tercera formación se mueva, dispararé. No puedo disparar a la primera formación y garantizar que no le atrape la explosión, así que no espere ningún apoyo ahí. Lo siento, pero tendrá que encargarse de esos por su cuenta.
—Sí, no hay problema. Es lo habitual para nosotros.
—¿Y el capitán Nouzen…?
Los ojos de Raiden se entrecerraron con amargura ante esa pregunta. La Parca seguía resonando con el resto, pero como no había respondido, significaba que no era consciente de ellos en absoluto. Todo lo que Raiden podía sentir por encima de la resonancia era la fría y salvaje presencia de su espíritu de lucha.
—Está luchando con su hermano, hasta la muerte. Ese es todo el propósito de Shin en esto. Ya no puede oírnos.
♦ ♦ ♦
Shin impulsó a su Juggernaut, luchando por encontrar una oportunidad de asestar un golpe demoledor mientras los gritos ensordecedores de su hermano retumbaban en sus oídos. A medida que bailaba sobre la línea entre la vida y la muerte con una precisión que no podía permitirse ningún error, la conciencia del joven se centraba solo en el oponente que tenía delante. No podía ver nada más que a su enemigo y no podía oír nada más que su voz y el sonido de los disparos que hacía. Shin ya ni siquiera podía sentir el paso del tiempo.
Dinosauria apuntó su cañón y alineó sus miras. Undertaker dobló sus patas traseras, que se habían sujetado hacia atrás para apoyarse, deslizándose de manera deliberada, haciendo que el Juggernaut se inclinara fuera de su línea de fuego. El armamento secundario de Dinosauria apuntaba a la derecha, donde estaba el cañón, y si Undertaker seguía esquivando en el sentido de las agujas del reloj, le dispararían, no solo el cañón principal, sino también la ametralladora.
Dinosauria disparó su arma secundaria. El proyectil no alcanzó por poco la pierna derecha de Undertaker, y en ese momento, el arma principal alineó sus miras. Undertaker, quien seguía derrapando hacia un lado, no estaba en condiciones de evadir, pero esquivó por poco el disparo que venía hacia él, utilizando un cable que había disparado al suelo a una buena distancia para remolcarse fuera del peligro. El proyectil alcanzó a un Löwe que se encontraba detrás de él, haciéndolo estallar en pedazos. El robot gigante se preparó, ya que, incluso con su enorme peso y sus poderosas patas, el retroceso de dos disparos consecutivos le obligó a recuperar la orientación.
Undertaker aprovechó ese momento para saltar hacia él. Su arma cambió su ángulo de elevación, fijando la mira en una sección de la parte superior de la torreta de Dinosauria. Era, por lo que Shin podía ver, el punto en el que su blindaje era más delgado, el único punto de su estructura fuertemente blindada en el que el débil armamento principal de un Juggernaut podría esperar penetrar.
Apretó el gatillo. Disparó una ronda anti-blindaje en un ángulo elevado, un ataque fatal desde arriba.
Pero una de las manos que brotaban de la torreta de Dinosauria se limitó a apartar el proyectil.
Los ojos de Shin se abrieron de par en par ante este horripilante giro de acontecimientos. La mano fue aplastada por la explosión, pero como estaba hecha de fluido, se reestructuró en cuestión de segundos, con sus dedos moviéndose de manera asquerosa. Podía sentir la conciencia de Dinosauria fijada en él. Undertaker retrocedió de un salto mientras el suelo donde acababa de estar era destrozado por los disparos de la ametralladora. Una segunda descarga de plomo se dirigió hacia él, y luego una tercera. Undertaker lo esquivó, pero ahora el gigante estaba fuera de su alcance. Su enemigo giró con confianza en su dirección, habiéndolo hecho retroceder con nada más que sus ametralladoras, su armamento más débil.
Solo su fuego de supresión le había obligado a huir mientras cortaba el único punto de ataque de Shin. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, pero en contraste, sus labios se separaron en una sonrisa.
Una de las unidades de tipo Grauwolf había visto quizás esto como una oportunidad de oro, ya que rompió la fila y cargó contra Undertaker. Sin embargo, fue lanzado sin piedad por Dinosauria, como si el rugido de su cañón prohibiera a la Legión interferir. La visión solo hizo que la sonrisa de Shin se hiciera más profunda.
Las últimas palabras de su hermano seguían llamándole, diciéndole que todo era su pecado, ordenándole que muriera y expiara. Incluso después de su muerte, insistió en matar a Shin con sus propias manos.
Yo también…, hermano.
♦ ♦ ♦
Rei no sabía si ahora mismo era el alma de Shourei Nouzen o una copia de sus recuerdos extraída de su cadáver en descomposición aquella noche de nieve. No lo sabía, y lo que fuera no tenía mucha importancia. Todo lo que sabía era que, a pesar de morir, tenía una segunda oportunidad. Eso era bueno; era lo único que importaba.
Podía decir que Shin estaba en algún lugar del campo de batalla. Podía oír su voz, pero era tan pequeña que quedaba ahogada por el tumultuoso ruido procedente del patético y decadente cadáver de la República. Además, la República había arrojado de manera descarada a Shin al campo de batalla y tenía la insolencia de llamarlo de su propiedad, lo que hacía aún más difícil distinguir su paradero.
Cada vez que salían a los pabellones de la República, Rei utilizaba los ojos del Ameise para buscarlo. Él, quien ahora era de la Legión, no podía ir en contra de sus directrices y, como comandante, debía permanecer en las profundidades de los territorios. Pero aun así, si Shin estaba cerca, quería volver a verlo. Encontrarse con él, disculparse, ser perdonado, y entonces…
Después de un tiempo, al final lo encontró, a través de los ojos de un Ameise roto e incapacitado, pero que aún funcionaba a duras penas. Esa noche había habido una lluvia de meteoritos, al parecer bastante lejos de la ubicación de Rei. El zoom le permitió por fin vislumbrar el rostro de su hermano. Se había hecho más alto y mayor. Al parecer, estaba hablando con uno de sus compañeros, un Eisen. Deseando escuchar su voz, Rei se centró en los sensores de audio del Ameise. ¿Había cambiado ya su voz? Tal vez no. Sin embargo, no importaba realmente.
Aaah, ya quiero escucharlo…
Los dos observaban el cielo lleno de estrellas fugaces. Sus Juggernauts estaban en cuclillas en el suelo, y los procesadores estaban recostados contra la armadura de las máquinas, sus siluetas como la de niños pequeños.
—¿Sigue tu hermano ahí afuera?
—Sí. Sigue llamándome, así que tengo que ir a buscarlo.
¿Están hablando de mí? Así que también me buscaba…
A pesar de haber sido reducido a una máquina, un escalofrío recorrió el cuerpo de Rei. Le entristecía saber que Shin había acudido al campo de batalla, pero saber que lo había hecho para encontrarlo lo llenaba de alegría.
—Pero ya has enterrado a tu hermano. ¿No es suficiente?
Oh… Así que has enterrado mi cadáver. Shin, eres demasiado amable…
—Eso no es suficiente… Mi hermano no me perdonaría solo con eso.
Rei se quedó helado de asombro.
¿Por qué dices eso? Si tú no puedes ser perdonado, ¿qué esperanza tengo yo de serlo? Tengo que decirte que eso no es cierto; tengo tantas ganas de explicarte, de encontrarte, de conocerte, que me vuelve loco.
Un transporte de la República llegó entonces y recogió a Shin, y la vocecita de su hermano volvió a ser tragada por el ruido y desapareció de su alcance. Rei lo buscaba por todas partes, pero cada vez que lo hacía, se lo volvían a llevar.
Se estaba desesperando. No podía alejarse de su puesto en las profundidades de los territorios, pero utilizó toda la Legión bajo su mando. Y Shin siguió luchando. Siguió cargando el campo de batalla (donde un día seguro sería abandonado para morir), manteniendo la compostura mientras sobrevivía batalla tras batalla.
Aaah, pero ya no tienes que hacer eso. No hay razón para que luches por esos cerdos. Si ese es el único lugar donde puedes vivir, es mejor que te traiga a mi lado. Deja ya ese frágil cuerpo humano. Podemos transferirte a tantos cuerpos como necesitemos. Y esta vez, te protegeré. Esta vez, te mantendré a salvo, para siempre.
Hoy, esos asquerosos cerdos habían liberado por fin a Shin de sus viles garras. Su voz no era débil y ya no se mezclaba con la de la República, ahora era nítida. Rei sabía que él se dirigía a las profundidades de su sector, así que salió a recibirlo. Por fin podía reunirse con su hermano pequeño.
Y ahora, estaba cara a cara con él. El querido y precioso hermano que había buscado de manera incansable estaba sentado dentro de esa torpe araña. El Juggernaut era demasiado frágil como para considerarlo una armadura, así que Rei extendió las manos con suavidad y cautela para no romperlo. Pero como seguía corriendo de un lado a otro y él no podía atraparlo, disparó a sus patas para impedir que se moviera.
Por fin te he encontrado. Ahora puedo llevarte de vuelta y siempre estaremos juntos. Tu hermano mayor siempre te mantendrá a salvo, así que por favor ven a mí… Shin.
♦ ♦ ♦
Dinosauria apuntó solo a sus piernas. Tampoco apuntó a su batería principal, disparando solo sus balas perforantes contra él. Si disparara su cañón de ciento cincuenta y cinco milímetros, no tendría forma de controlar los fragmentos que el proyectil soltaba a gran velocidad, y un Juggernaut no sería capaz de soportar ni siquiera las ondas de choque de la explosión.
¿Estaba jugando con él? No, era probable que no le gustara la idea de hacerlo explotar. Esas manos viscosas se deslizaban y retorcían. Como las de su hermano aquella noche.
Como si tratara de decir que podía hacerlo de nuevo, tantas veces como fuera necesario.
Shin examinó su pantalla óptica, buscando una posición que fuera más ventajosa. En cuanto Undertaker dio un paso atrás, Rei se adelantó, yendo tras él. Su hermano retrocedió, haciendo pequeños, pero precisos, cambios de dirección, mientras él cargaba, girando su ametralladora en dirección al torso de Undertaker. Alineó sus miras, listo para disparar, y entonces…
Dinosauria había llegado al lugar que Shin había designado. Ahora lo tenía.
Un momento antes de que la boca del cañón empezara a escupir fuego, Shin descargó un ancla de alambre que ensartó un gran árbol de hoja perenne a la izquierda, detrás de la estructura de Dinosauria. Al replegar el cable a la máxima velocidad, el Juggernaut se alejó y ascendió con rapidez. Subiendo por los árboles de la izquierda, se desplazó por los troncos y las ramas mientras se abría paso justo por encima de Dinosauria. El cañón de tipo tanque pesado estaba hecho para combatir unidades blindadas al mismo nivel de elevación, y aunque era capaz de girar trescientos sesenta grados en horizontal, estaba terriblemente limitado en lo que respecta a la movilidad vertical. No podía apuntar hacia arriba y, por supuesto, no podía apuntar hacia debajo de sus pies, lo que lo hacía incapaz de contraatacar cuando se le acercaba desde esas direcciones.
Al purgar el cable en el aire, Undertaker utilizó la inercia para girar su cuerpo y ajustar su posición de aterrizaje. Empleando las costuras del blindaje de Dinosauria como punto de apoyo, se aferró a la parte superior de su fuselaje. El propio armazón del gigante lo impedía, y el fuego de la ametralladora no alcanzaría su objetivo tan cerca. Shin clavó su hoja de alta frecuencia en el punto donde el blindaje era más delgado. Una lluvia de chispas brotó del metal mientras se derretía como si fuera mantequilla. El joven apuntó su cañón a la sección expuesta, cuando de repente dos manos plateadas surgieron de la pared y le sostuvieron el brazo de agarre.
—¡¿Qué?!
Fue igual que aquella noche en la iglesia. Se balanceó hacia arriba y fue derribado. Y entonces Shin perdió el conocimiento.
♦ ♦ ♦
Los ojos de Raiden se abrieron de par en par al sentir que su resonancia con Shin se cortaba de repente. Casi habían terminado de ocuparse de la Legión en la zona. Fido había purgado su segundo contenedor, y Lena seguía disparando proyectiles guiados a la Legión obstinada que se había colado por la retaguardia para ver qué pasaba. Sus enemigos al final habían comenzado a retirarse cuando sucedió.
—¡¿Shin…?!
Intentó restablecer la resonancia, pero su compañero no respondió. Raiden miró en dirección a Dinosauria, y la vio girar con lentitud hacia Undertaker, que yacía arrugado de forma antinatural, como si se hubiera golpeado contra el suelo. La Resonancia Sensorial funcionaba vinculando la conciencia de las personas, por lo que si una de las partes estaba inconsciente, no se podía establecer una conexión. Lo que significaba que estaba dormido, inconsciente o muerto.
Dinosauria se acercó a Undertaker con calma. No le disparó, pero Raiden seguía teniendo una terrible sensación de temor que le decía que no podían permitir que llegara a Shin. El joven cambió a una transmisión inalámbrica. Todavía funcionaba, lo que significaba que la cabina estaba intacta.
—¡Shin! Despierta, imbécil.
Pero Undertaker no se movió.
♦ ♦ ♦
Rei tuvo que tener cuidado para no dañar las entrañas del Juggernaut, pero pudo arrancarle los dos frágiles brazos de agarre. El resto de la máquina cayó, rodando hacia algún lugar. Sin embargo, no podría ir a ninguna parte, así que eso era bueno. Era probable que estuviera inconsciente y herido, pero también se disculparía por eso más tarde. Se acercó a Shin, luchando por contenerse.
Por fin, pensó, rebosante de alegría. Por fin puedo llevarte de vuelta. Ahora podemos estar juntos, así que empecemos por quitarte ese frágil caparazón humano…
♦ ♦ ♦
Lena se mordió el labio, observando con horror cómo la ráfaga de Dinosauria se acercaba a Undertaker. Raiden y los demás estaban en camino para ayudar, pero sus armas no podrían detenerlo. A este ritmo, Shin, y tal vez incluso Raiden y los demás, podrían…
Lena podía saborear la sangre. Al parecer, se había mordido el labio con la suficiente fuerza como para romper la piel. En ese momento, Raiden había dicho que quería volver. Aunque él no lo había expresado con palabras, ella podía notar lo mucho que apreciaba a su hermano.
Pero si eso era cierto, ¿por qué estaba Rei tratando de matar a Shin ahora? Lena sabía que tenía que detenerlo, pero no tenía forma de hacerlo. Los proyectiles guiados y el cañón de intercepción eran demasiado potentes; no tenía ningún medio para destruir a Dinosauria que no matara a Shin en el proceso. El blindaje de un Juggernaut era demasiado frágil, y si derribara el tipo de tanque pesado, los fragmentos penetrarían sin duda en él.
Cualquier cosa… ¿No hay nada que pueda hacer? Piensa, piensa, piensa…
Y entonces los ojos de Lena se abrieron de par en par, con un recuerdo que le vino a la mente.
♦ ♦ ♦
—Alférez Kukumila, necesito que observe la posición de Dinosauria con la mayor precisión posible y me envíe los datos.
Esas palabras hicieron que Kurena se levantara de un salto. Era una francotiradora y se dio cuenta de lo que Lena planeaba sin más explicaciones.
—Vamos a tener que guiar manualmente el misil hasta él. Te lo dejo a ti. Solo tienes que exponerlo a tu mira láser, así que…
—¡Espera! ¡¿No es eso…?!
—¡¿No estarás pensando en bombardearlo, verdad?! ¡¿Has perdido la cabeza?! ¡Shin está ahí!
—¡Incluso si está cerca, no hay manera de que el Juggernaut resista la explosión! A esa distancia, Shin quedará atrapado en ella con toda seguridad.
Theo interrumpió el intercambio de palabras y se enojó. Anju también se sumó, con una voz teñida de pánico.
—Tengo una idea. Creo que solo nos dará una oportunidad, pero… tampoco quiero que el capitán muera.
Al escuchar esa súplica sincera, casi desesperada, Kurena se encontró de acuerdo con la idea de Lena.
♦ ♦ ♦
Raiden comenzó a disparar a Dinosauria en cuanto entró en su radio de acción, y Theo y Anju le siguieron. Sus balas fueron desviadas por el blindaje del tipo de tanque pesado, y su avance continuó sin obstáculos. Siguieron disparando contra él, acribillando mientras tanto a los pocos Ameise que aún merodeaban por la zona. Cada bala que disparaban era repelida por el blindaje o cortada por los brazos plateados de su objetivo, y el avance de Dinosauria continuaba sin cesar.
Maldita sea.
Resulta que el hermano mayor era tan molesto como el pequeño, viendo a todos a su alrededor como nada más que insectos en el fondo.
Una de las ametralladoras de Dinosauria fue alcanzada por los escombros y silenciada, y otro trozo de metralla impactó en uno de los sensores ópticos del tipo tanque pesado, rompiéndolo. Por primera vez desde que comenzó la batalla, la Dinosauria se giró para mirar a los otros procesadores. En el momento en que notó que la segunda ametralladora empezaba a girar, preparándose para acribillar a los molestos Juggernauts que la molestaban, Raiden apartó su unidad el último segundo, justo cuando la descarga se estrelló contra el lugar donde él había estado.
Mientras esto ocurría, Anju y Theo se acercaron a Dinosauria y dispararon sus anclas de cable en su dirección. Enrollaron una alrededor de su cañón y otra alrededor de una de sus patas. Los procesadores se prepararon para plantar sus pies en el suelo. Dos Juggernauts, cada uno de ellos con una décima parte del peso de Dinosauria, no podían esperar arrastrarla incluso si trabajaban juntos. Raiden cambió su munición por balas explosivas de mecha corta, disparándolas en un ángulo elevado, y por fin silenció la otra ametralladora pesada. A continuación, enrolló su propia ancla de alambre alrededor de la enorme estructura. El avance de Dinosauria por fin comenzó a ralentizarse.
Su rabia y su sed de sangre se habían vuelto más palpables e intensas. Apartándose de los cables, Dinosauria hizo girar el cañón de su arma atada con toda su fuerza. Bruja de Nieve, que no había conseguido purgar el cable a tiempo, fue lanzada por los aires y se estrelló contra Zorro Risueño, cayendo los dos al suelo.
—¡Anju! ¡Theo!
—Estoy bien…
—Lo mismo digo. ¡Lo siento, Theo!
—Olvídate de eso… ¡Raiden! ¡Va a disparar!
En el momento en que había cambiado su atención a sus compañeros, la puntería del tipo de tanque pesado se había fijado en Raiden. No tuvo tiempo de esquivar. El joven apretó los dientes en suspenso, pero el cuerpo de Dinosauria se sacudió de repente, y el proyectil que disparó apenas rozó a Hombre Lobo, que salió volando en la distancia. Kurena le había disparado. Dinosauria apoyó sus patas delanteras, clavándolas en la tierra, mientras disparaba de manera furiosa contra el suelo a toda velocidad.
—¡¿Estás bien, Raiden?!
—¡Sí, te debo una! Pero retrocede ahora. Si te matan, no sé si podré mirar a Shin a los ojos… ¡¿Comandante, falta mucho para que esté lista?!
La voz de Lena estaba llena de tensión.
—¡Proyectil disparado! Distancia restante al objetivo… ¡Tres mil! ¡Alférez Kukumila!
—Entendido, tomando el control. Comienza el guiado. Cinco segundos hasta el impacto… Tres… Dos…
Pistolera dirigió una mira láser, invisible a simple vista, a Dinosauria, quien estaba inmóvil al lado de Undertaker.
♦ ♦ ♦
La capacidad sensorial de Dinosauria era baja. Eso se aplicaba incluso a una unidad de comandante como Rei, que requería un enlace constante con el Ameise para compensar sus relativamente escasos sensores visuales. Pero todos los Ameise desplegados con él habían sido aniquilados, y él solo había emitido simples directivas a sus otras fuerzas al comienzo de la batalla. Por ahora, habían sido derrotados y puestos en retirada. Recuperar a Shin era la primera prioridad de Rei, y nada más importaba, por lo que cuando se dio cuenta, ya era demasiado tarde.
Justo cuando sus manos se extendieron para arrancar la cubierta de Undertaker, una alarma de bloqueo sonó en su conciencia. Los sensores ópticos de Dinosauria se volvieron hacia arriba, solo para encontrarse con un enorme caparazón cayendo en su camino. Sus alas de control de altitud se desplegaron para mantener su caída en picado en un ángulo de cuarenta y cinco grados, apuntando directamente a su armadura superior. Este proyectil—su aspecto era el de una babosa del tamaño de un niño—era uno guiado anti-artillería de ciento cincuenta y cinco milímetros.
A Rei le invadió la furia. En efecto, se trataba de un proyectil con suficiente potencia de fuego como para destruirlo a él. Pero a esta distancia, Shin también quedaría atrapado en la explosión. Esos cabrones de la República no se conformaban con utilizar a su hermano pequeño y luego deshacerse de él; ¡ahora también lo utilizaban como cebo!
No tuvo tiempo de tomar a Shin y correr a un lugar seguro, así que Rei levantó las patas delanteras, lanzando su mitad superior como un caballo corcovado. Giró su cuerpo, desplegó todas las micro-máquinas líquidas posibles y bloqueó el proyectil con las partes más resistentes de su armadura. Incluso con su armadura superior dañada, la frontal debería haber sido capaz de resistir la explosión. Bloquearía el estallido y las ondas de choque con su propio cuerpo: ¡protegería a Shin, que estaba detrás de él, a toda costa!
El proyectil se acercaba. Solo faltaba un momento para el impacto, y entonces…
De repente, se encontró mirando el cielo nocturno, cargado de polvo de estrellas que brillaba en el cielo negro. Una chica le miraba de espaldas al cielo, con el cabello y los ojos de un hermoso color plateado. Ya la había visto una vez. Tenía más o menos la edad de Shin.
—¿No quieres protegerlo?
Sí, quiero hacerlo. Tengo que mantener a Shin a salvo. Es mi precioso hermano.
Entonces la chica preguntó:
—¿Vas a matarlo de nuevo?
El Juggernaut se quedó quieto.
El pequeño Shin se quedó quieto.
Yo… No otra vez…
En ese momento, hubo un impacto.
Al hacer contacto con Rei, la mecha del proyectil no se activó.
Fue un fracaso, un misil sin explotar.
Los proyectiles guiados que llevaban una carga con forma normal carecían de la masa o la propulsión para penetrar en el robusto blindaje de superficie de la unidad de tipo tanque pesado. El proyectil se aplastó de manera patética y la mecha no se activó, dejando los explosivos inertes. Sin embargo, el proyectil había viajado a velocidad supersónica, lo que le otorgaba un peso que un proyectil normal nunca tendría. Toda la fuerza de esa abrumadora energía cinética impactó sin piedad en el cuerpo de Rei.
♦ ♦ ♦
<Impacto confirmado>
Lena mantuvo los ojos fijos en la pantalla del radar, observando cómo el indicador del proyectil guiado se cruzaba con el de Dinosauria. No detonó. Era de esperar, ya que ella sabía que el proyectil que había disparado tenía una mecha inerte. Su padre le dijo una vez, cuando era más joven, que aunque el blindaje de un tanque pudiera desviar un proyectil disparado hacia él, la energía cinética seguiría teniendo un impacto. Las piezas y el equipo que cayeran lo harían sobre la tripulación, y los pernos y remaches se desprenderían y rebotarían dentro del tanque, hiriendo y pudiendo matar a cualquiera que estuviera dentro.
Contra Dinosauria, solo resultaría un poderoso golpe en el cuerpo. Pero este era el único método que se le ocurría a Lena para atacarlo sin que Shin quedara atrapado en el fuego cruzado. Les daría unos segundos como máximo, y hasta entonces… alguien… cualquiera… tendría que pensar en su siguiente curso de acción.
Pero fue entonces cuando se dio cuenta.
Alguien más estaba conectado a la resonancia.
♦ ♦ ♦
Raiden se dio cuenta de que al final había logrado reconectarse con Shin.
—¡Shin!
La conexión se sentía débil, como si el muchacho no hubiera recuperado por completo la conciencia. Raiden le llamó una y otra vez, pero no hubo respuesta. Pero no podía rendirse, así que siguió gritando.
—¡Despierta de una vez, idiota! ¡Shin!
♦ ♦ ♦
—¡Capitán Nouzen! ¡¿Puede oírme, capitán?! ¡Por favor, despierte!
Oyendo a todos llamarle desde lejos, Lena gritó también.
Por favor, despierta. Sal de ahí y destruye a Dinosauria. No por esto. No por ninguna razón que tenga que ver con esta situación. Ya lo sé. Ya me he dado cuenta. Así que tienes que salir y hacerlo, con tus propias manos.
Shin lo había dicho aquella noche con una pena que parecía apuñalarle: que mataría a su hermano él mismo. Pero él no quería de verdad luchar. La razón por la que el muchacho luchó contra Rei a pesar de eso fue…
—Quieres darle descanso a tu hermano, ¿no? ¡Shin!
♦ ♦ ♦
Vagamente, pudieron sentir un ojo rojo abriéndose.
♦ ♦ ♦
Las patas delanteras de Rei aplastaron el suelo bajo ellos mientras se preparaba.
Su cuerpo de acero crujió mientras sus pensamientos se convertían en ruido blanco y el impacto del proyectil provocaba errores en su procesador central. Aun así, sus instintos de máquina de guerra le impulsaron a seguir disparando.
Pudo sentir cómo los molestos insectos que zumbaban a su alrededor se apresuraban a apartarse mientras su procesador y sus sensores empezaban a recuperarse. Y entonces, Rei lo vio.
Undertaker se había puesto de pie sin que se diera cuenta y ahora estaba detrás de él, con el cañón apuntando en dirección a Dinosauria.
El ojo izquierdo de Shin no se abría. Al parecer, se había cortado la frente mientras estaba inconsciente, y ahora su ojo no podía abrirse debido a la sangre. Todo su cuerpo se sentía entumecido y lento, y cada intento de moverse parecía una tarea hercúlea. Su mente seguía confusa y tratar de pensar le resultaba pesado.
Shin se sujetó la cabeza mientras examinaba la oscura cabina a través de la niebla que nublaba sus pensamientos. Parecía que la sub-pantalla estaba rota. Apoyándose en las paredes interiores para sentarse, miró la pantalla principal con las palancas de control en la mano.
Los gritos de alguien le habían devuelto la conciencia, pero los efectos del golpe que se había dado en la cabeza seguían atormentándole. No tenía ni idea de lo que estaba pasando. No entendía cómo seguía vivo ni qué había pasado a su alrededor. Solo sabía dos cosas. Shin y Undertaker seguían vivos. Y el hermano que había buscado durante tanto tiempo—el hermano al que tenía que enterrar con sus propias manos—estaba de pie ante él.
Sus miembros seguían entumecidos, pero consiguió agarrar las palancas de control y colocar el dedo sobre el gatillo. Eso era todo lo que necesitaba.
—Shin…
Podía oír el susurro del fantasma, el sonido de la voz de su hermano muerto. Acechaba aquí, en este rincón desierto del campo de batalla, sin perdonarle nunca. Cuando había escuchado por primera vez la voz de Rei entrelazada con los lamentos de los fantasmas, se había decidido a encontrarlo y enterrarlo con sus propias manos.
—Shin.
Rechinó los dientes apretados. El niño de siete años que debería haber muerto aquel día en que lo estrangularon seguía llorando en alguna parte. Su hermano había dicho que todo era culpa suya, que debería haber muerto, que también hubiera podido matarle en ese entonces. Shin nunca lo olvidaría.
Su hermano nunca lo perdonaría.
Pero Shin ya no era un niño. No se permitiría ser asesinado dos veces.
Había pasado mucho tiempo desde aquel día, y había logrado asimilar muchas cosas. Pensó en todo lo que había pasado, con profundidad, y lo comprendió. No era su culpa haber sido estrangulado aquel día. Ni la muerte de su hermano ni la de sus padres, nada de lo que había ocurrido era su pecado. Rei había necesitado una salida para sus emociones reprimidas. Su hermano solo había estallado bajo la presión, y Shin estaba cerca y era más débil que él: una salida perfecta para su frustración. Eso era todo lo que era. No tenía ningún pecado del que arrepentirse.
—Shin.
Podía oír las voces de los fantasmas, pero no les tenía miedo. Solo eran lamentables y miserables. Lo único que hacían era quejarse de que querían seguir adelante, gritando con las voces prestadas de los difuntos o quizás gritando en alguna lengua mecánica que solo ellos podían entender. Habían perdido su patria y sus cuerpos, y seguían gritando que no querían morir, incapaces de volver a la muerte. Un ejército de fantasmas que solo podían llorar, que no querían morir, a pesar de su ferviente deseo de seguir adelante.
Su hermano estaba perdido en ese ejército, incapaz de seguir adelante. Había muerto y luego había sido robado, atrapado en una de las máquinas asesinas de la Legión. Shin tenía que recuperar la cabeza perdida de su hermano. Por eso fue al campo de batalla, por eso luchó durante cinco largos años. No para pagar una deuda, no para arrepentirse de ningún pecado propio, sino para encontrar a su hermano, derrotarlo y enterrarlo de una vez por todas. Y aun así, tenía que expiar el pecado que su hermano le había legado en sus últimos momentos. Tenía que expiar su fantasma.
Shin fijó su mirada en la grieta que había grabado en la armadura de la monstruosidad de acero.
—Adiós…, hermano.
Y apretó el gatillo.
♦ ♦ ♦
Rei vio cómo se desarrollaba todo a través de sus sensores ópticos. Podía sentir cómo apretaba el gatillo y las llamas que salían de la boca del cañón. En ese momento, por alguna razón, pudo sentir la mirada de esos ojos rojos fijos en él, llenos de fuerza, voluntad y determinación.
Nunca había conocido el rostro de su hermano así, nunca le había conocido capaz de esa expresión. Era natural. Rei había muerto cinco años antes y había permanecido estancado desde entonces, incapaz de seguir adelante. Pero Shin había vivido. Había cambiado, crecido y avanzado. El hermano pequeño que había jurado proteger a toda costa hacía tiempo que había desaparecido. Un día, él crecería más de lo que su hermano jamás podría. Eso hizo que Rei se sintiera feliz y un poco cielo.
Ah, es cierto… Había una cosa que tenía que decir al final, ¿no? Algo que nunca pude decirle hasta lo último. Intenté decírselo entonces, durante aquella noche, en esas ruinas nevadas, pero morí antes de que tuviera la oportunidad.
Al igual que esa noche, Rei tendió la mano a su hermano. Una sola mano se extendió desde la grieta de su armadura.
Shin.
Y entonces todo lo que pudo ver fue luz.
♦ ♦ ♦
Todo sucedió en una fracción de segundo después de apretar el gatillo. Un brazo de micro-máquina líquida se deslizó a través de la cubierta de Undertaker, arrastrándose hacia la cabina. La mano se movió con una extraña lentitud en el transcurso de ese largo y retrasado momento, buscando algo. Era la gran mano de su hermano. Shin se congeló aterrorizado al ver cómo recorría los acontecimientos de aquella noche, pero obligó a su cuerpo agarrotado a no apartar la vista.
En menos de un segundo, su hermano sería inmolado por las llamas. El hermano que había buscado durante cinco años. Shin no tenía intención de seguir cargando con los vestigios de sus últimos pensamientos, ya fueran de odio o de ira. Pero tenía que grabarlos en la memoria. Los dedos se enroscaron alrededor de la cicatriz de su cuello, trazándola sobre su bufanda azul. Pero justo cuando el muchacho pensó que le apretarían y estrangularían, el tacto de aquellos dedos que una vez intentaron matarle se convirtió en una caricia amable y dolorosamente triste.
—Lo siento…
Y justo cuando los ojos de Shin se abrieron de par en par por la conmoción, el tiempo empezó a fluir de nuevo con normalidad.
El misil antitanque de alto explosivo impactó en Dinosauria, detonando. Una explosión de metal de alta temperatura y velocidad surgió en la estructura blindada desde la grieta, envolviéndola en llamas de color negro y rojo. La mano de su hermano soltó a Shin, deslizándose hacia su cuerpo en llamas.
—Hermano…
Shin buscó la mano que se retiraba, pero sus dedos no captaron más que aire. Solo pudo distinguir la visión de la mano de su hermano, incidiéndose al entrar en el infierno, mientras todo lo demás se nublaba.
—Ah…
Shin tardó un momento en darse cuenta de lo que eran las cálidas gotas que bajaban por sus mejillas. Desde el día en que Rei lo había matado por primera vez, nunca lo había hecho. Era incapaz de comprender que el surgimiento que surgía en su interior, aplastando su corazón, era la tristeza. Las lágrimas solo caían una tras otra, sin fin.
♦ ♦ ♦
—Comandante, apaguemos la resonancia… Esto no es algo que debamos escuchar.
—Sí…
♦ ♦ ♦
Lena volvió a conectarse al cabo de un rato, después de que Raiden se pusiera en contacto con ella y le dijera que estaba bien. Los demás también se habían vuelto a conectar, y Raiden habló en nombre de todos.
—¿Estás bien, amigo?
—Sí.
Todavía había algo temblor en la voz de Shin, y aunque ya no lloraba, su habitual distanciamiento también parecía haber desaparecido. Raiden se rio.
—Ahora también puedes llevar el nombre de tu hermano.
Shin también sonrió, aunque de forma débil.
—Sí, así es.
Luego dirigió su atención a Lena.
—Comandante…
—Estoy aquí. Por supuesto que estoy aquí. Soy la oficial al mando del escuadrón Spearhead, después de todo.
Ella tenía el deber de ver todo hasta el final. Incluso si nadie quería que lo hiciera, seguía siendo su obligación.
—Situación resuelta. Buen trabajo, Undertaker y todos los demás.
Oírla referirse a él por su nombre personal hizo que los labios de Shin se curvaran en una sonrisa irónica.
—Sí. Bien hecho, Controlador Uno.
—Bueno, entonces —susurró Raiden mientras se estiraba dentro de la cabina.
Lena parpadeó confundida. Parecía como si los cinco se hubieran puesto de acuerdo en algo, siendo ella la única fuera de onda. La muchacha trató de entender.
¿Qué es lo que ocurre?
Acababan de decidir algo importante y ella era la única que no tenía ni idea.
—Fido, ¿has terminado de conectar los contenedores?
Hubo un vacío en la conversación a través de la resonancia, como si alguien ajeno hubiera respondido a ellos.
¿Fido?
Ah, sí, ese era el nombre del Scavenger que los atendía.
—Nos ocuparemos del mantenimiento y las reparaciones después de encontrar un lugar donde dormir… Tengo que ser sincero con ustedes. Quemar toda esta munición en el primer día es una mierda.
—Mira el lado bueno. Probablemente, anulamos como a un millón de la Legión ahí afuera.
—Supongo… Bueno, de cualquier manera.
Ella pudo escuchar el ruido distintivo de un motor, así como el sonido de algo pesado en movimiento. Todos los Juggernauts ociosos se pusieron de pie.
—Vamos, amigos. Hasta luego, comandante. Cuídate.
El comentario de despedida de Raiden fue tan casual que Lena no pudo entender de inmediato lo que quería decir. La batalla acababa de terminar, ¿no es así? El enemigo estaba en retirada, y ninguno de ellos había muerto. Así que ahora solo tenían que volver a la base como siempre, ¿no?
—Um.
Los jóvenes soldados se pusieron en marcha, dejando a Lena con su confusión. Los Juggernauts avanzaron—sus pasos eran un poco inseguros debido a los daños de la batalla—mientras sus pilotos charlaban como estudiantes de camino a la escuela.
—¿Están seguros de que debemos pasar por aquí, chicos? Hay restos tirados por todas partes.
—Sí… estoy un poco asustado; este lugar es prácticamente un campo de minas. Shin, ¿puedes encontrar un desvío que no pase por esta zona?
—No hay Legión en la zona, así que podemos ir más o menos en cualquier dirección… Esperen, ¿chicos?
—Lo explicaremos más tarde. Maldita sea, Shin, realmente no estabas prestando atención a nada más, ¿verdad?
Marcharon hacia el este, hacia los desconocidos campos de batalla controlados por la Legión.
Oh, cierto…
Ya no pueden regresar…
—Espe…
Una sensación de temerosa urgencia le quemaba el cuerpo y un sentimiento de pérdida le helaba el alma, impulsándola a hablar.
—¡Esperen! ¡Por favor, por favor, esperen…!
Pudo sentir cómo se volvían hacia ella. Se detuvieron, esperando escuchar lo que diría a continuación, pero Lena no tenía la menor idea de lo que sería. Después de todo, era del bando que los había expulsado, el que les había ordenado marchar hacia la muerte. Podía disculparse y condenarse todo lo que quisiera, pero esas palabras no significarían nada para ellos ahora. Entonces, ¿qué podía decir? Sin embargo, las palabras salieron de sus labios:
—No me dejen atrás…
Lena se puso rígida, incapaz de entender el significado de sus propias palabras. ¿Acaba de decirles que no le dejen atrás? ¿Eso, entre todas las cosas? No podía creer su propia desvergüenza. Pero ellos se limitaron a reírse con suavidad de sus palabras. Por primera vez, sintió que le sonreían de verdad, como hermanos mayores que veían a su hermana pequeña hacer un berrinche.
—Ah, se siente muy bien escuchar eso.
Raiden sonrió, su sonrisa estaba llena de fuerza y el orgullo de una bestia en el campo de batalla, una que no dependía de nada más que de su propio poder y la ayuda de sus aliados.
—Así es. No nos persiguen. Estamos avanzando, hasta llegar a nuestro destino final.
La atención de todos se alejó de Lena y se dirigió hacia el horizonte, sus miradas y sus corazones se fijaron de nuevo en aquel lejano lugar. A ella se le atascó la respiración en la garganta. La emoción que sintió de ellos no fue ni resolución ni serenidad. Si tuviera que describirla, sería la que se siente al contemplar por primera vez la clara e ilimitada extensión del océano. Como los niños que ven los interminables campos de la primavera y a los que se les dice que pueden correr y jugar todo lo que quieran, todo el tiempo que puedan. Era una emoción infinita y una alegría pura e inmaculada. Emoción y expectación que solo no se podía contener.
Ah. No puedo detenerlos. No hay palabras que pueda decir para formar cadenas que los aten a mí.
Porque para ellos, la libertad significaba poder decidir hacia dónde morir y elegir por su propia voluntad ese camino. Sabían lo valioso y lo difícil que era conseguirlo.
Lena guardó silencio. No dejó ninguna palabra sin decir. Sintiendo que ella había aceptado su despedida, los jóvenes reanudaron su camino. Pero al notar que la muchacha se mordía el labio con frustración, incapaz de aceptar la realidad, Shin se volvió hacia ella con una última sonrisa. Era serena, una que ella veía ahora por primera vez. Despreocupada, aliviada y brillante.
—Nos vamos, comandante.
Y entonces, la resonancia se apagó. Cinco puntos desaparecieron de su radar. Estaban fuera de su rango de mando, y sus registros de objetivos de Resonancia Sensorial habían sido borrados.
Y con eso, no volveré a encontrarme con ellos…
Las gotas caían por sus mejillas. Una tras otra, las lágrimas fluyeron sin pausa. Incapaz de contener el dolor que surgía de lo más profundo de su corazón, Lena se recostó contra la consola y alzó la voz en un lamento doloroso mientras lloraba sin tratar de ocultarlo.
♦ ♦ ♦
En la pared de madera del barracón había un dibujo grande y descolorido de la bandera de cinco colores, con los matices invertidos de izquierda a derecha. No, la pintura no estaba invertida de izquierda a derecha: la propia bandera estaba volteada verticalmente. Era probable que fuera para representar la opresión, la discriminación, la intolerancia, la atrocidad y la vulgaridad. Al lado había un dibujo de la Santa Magnolia sosteniendo una cadena y un grillete—donde debería haber estado una espada que cortara la tiranía—sonriendo mientras reducía a los demás a cerdos y los pisoteaba.
Así era como veían a la República. Los dedos impolutos de Lena trazaron el dibujo que adornaba la manera dañada y deshilachada. Se notaba que era antiguo, era probable que estuviera dibujado por los Ochenta y Seis asignados por primera vez a este cuartel, nueve años atrás. La República había muerto. La República de la que Lena y los demás civiles se enorgullecían y en la que creían, había muerto hace mucho tiempo. Estaba destrozada y abandonada por sus propios ciudadanos.
Lena cerró los ojos y suspiró con suavidad. Sus pensamientos se dirigieron al chico que se había ido, preguntándose si él también podía oír la voz de la República. Después de que todo terminara, sus oficiales al mando la pusieron bajo arresto domiciliario hasta que pudieran decidir cómo tratarla, a lo que ella respondió subiendo a un transporte que la llevó a la base donde estaba estacionado el escuadrón Spearhead. Era el mismo transporte que recogía a los destinados a la ejecución. Lena tuvo que casi amenazar al tímido y bondadoso oficial de personal para que le dejara subir a bordo.
—Usted es la comandante Milizé…, ¿verdad?
Lena se dio la vuelta y su mirada se posó en un miembro de la tripulación de mantenimiento que parecía tener más de cincuenta años. Era el teniente Lev Aldrecht, el jefe de mantenimiento de la base.
—Los mocosos hablaban de usted. Nunca pensé que vendría hasta aquí… En verdad es tan rara como decían.
Habló con una voz profunda y un poco ronca mientras levantaba la barbilla en dirección al cuartel.
—Los mocosos limpiaron sus habitaciones antes de irse, pero aún deben quedar algunas cosas. Los nuevos chicos vendrán a ocupar su lugar dentro de un rato, pero no dudes en echar un vistazo antes, si quieres.
—Muchas gracias. Perdona que me entrometa así; debe estar ocupado…
—Eh, no deje que le moleste. Hemos visto morir a más niños de los que podemos contar, pero que un Alba venga a llorarlos es definitivamente una novedad.
Lena miró de repente su rostro bronceado y severo.
—Teniente Aldrecht… ¿Es usted…?
Su cabello negro no estaba encanecido por la edad. Era un cabello plateado, manchado de aceite negro.
—¿Un Alba…?
Aldrecht se quitó las gafas de sol, revelando un par de ojos del color de la nieve.
—Mi mujer era una Colorata. Mi hija también se parecía mucho a ella. Me negué a dejarlas solas, así que me pinté el cabello y fui tras ellas. Después de eso, me ofrecí aquí para que les devolvieran sus derechos, pero… je, je, eso no funcionó. Mientras me dejaba la piel aquí… las dos fueron enviadas al campo de batalla y murieron.
Lanzó un largo y profundo suspiro y luego se rascó la cabeza antes de separar los labios para volver a hablar.
—¿Le habló Shin de su habilidad…?
—Lo hizo.
—Acabó siendo una historia bastante famosa aquí en el frente oriental… Así que me acerqué a él cuando fue destinado aquí. Le pregunté si había oído que alguna Legión buscara a su marido o padre de mierda.
»Me imaginé que si decía que sí, saldría y haría que me mataran… Pero dijo que no. No había ninguna Legión llamando mi nombre por ahí. Escuchar eso… creo que me salvó un poco. Mis mujeres no estaban atrapadas en el campo de batalla, incluso después de morir. Así que cuando vaya al otro lado… me estarán esperando allí.
El viejo tripulante sonrió con esfuerzo. Era una sonrisa triste y a la vez aliviada. Pero cuando volvió su mirada hacia el este, donde el campo de batalla se extendía hasta donde alcanzaba la vista, la única palabra para su expresión era soledad.
—Siempre les digo a los chicos de aquí que soy un Alba antes de que vayan a sus misiones de reconocimiento especial. Siempre les digo que tienen derecho a odiarnos y que pueden matarme si eso les hace sentir mejor… Pero nunca nadie me hace caso. Lo mismo esta vez. Gracias a eso, me han engañado para que no me muera otra vez.
Casi sintió que iba a decir que lo habían dejado atrás otra vez. Por su mujer y su hija… y por los innumerables niños que había conocido aquí mientras daba servicio a sus máquinas. Aldrecht volvió a ponerse las gafas de sol, como si intentara reprimir algo, susurrando para sí mismo: “¿Qué estoy haciendo…?”
—No queda mucho tiempo… Si tiene algo que hacer allí, hazlo rápido.
—Sí… Muchas gracias.
Lena se inclinó con respeto ante Aldrecht y entró en el barracón por la puerta que había a su lado. El lugar parecía haber sido armado con restos de madera, siendo el gris y el marrón los colores dominantes del interior insípido y sin adornos. El pasillo crujió cuando la joven lo atravesó, ya que la superficie de sus paredes y el suelo se habían vuelto blancos por los años de polvo adherido a ellos. La madera tenía un tacto áspero y rugoso. La cocina y el comedor estaban llenos de manchas de aceite y hollín que ninguna limpieza podría eliminar. Era todo menos higiénico.
Las duchas eran un espacio húmedo y lúgubre que recordaba a Lena las cámaras de gas que había visto en los documentales. Una masa negra y retorcida que ella no podía identificar se retorcía en el borde de la habitación. No había lavadora ni aspiradora. Una escoba y un recogedor situados en el borde del pasillo y una tabla dentada y un cubo de basura en el patio del barracón servían como sus indignos sustitutos. Esta no era una forma de vivir para ser un humano civilizado. Que un país tan orgulloso de sus prácticas innovadoras y humanitarias impusiera este tipo de vida a sus ciudadanos la llenaba de vergüenza.
Las habitaciones de los procesadores estaban en el segundo piso. La escalera chirrió en señal de protesta cuando Lena subió. Las pequeñas habitaciones estaban llenas de camas de tubo y armarios, con los colores desteñidos por años de polvo, deterioro y exposición al sol. Las habitaciones estaban ordenadas, despojadas de cualquier indicio de que alguna vez hubieran vivido personas en ellas. Las camas estaban hechas con sábanas y fundas de almohada recién lavadas, esperando en silencio la llegada de sus nuevos ocupantes.
La habitación más alejada del pasillo, así como la más grande, pertenecía al capitán. La puerta desigual se abrió con un crujido audible. Además de una cama de apoyo y un armario, este tocho también estaba equipado con un escritorio y un pequeño espacio abierto donde se colocaban varios objetos.
Una guitarra, una baraja de cartas y un juego de mesa. Una colección de herramientas de artesanía y una revista de crucigramas a la que le faltaban varias páginas, dejando solo los problemas sin resolver. Un cuaderno de bocetos, todo en blanco, sin un solo dibujo. Una cesta llena de encajes y agujas de tejer, sin rastro del objeto que habían utilizado para crear. Un tablón estaba clavado en la pared para formar una estantería improvisada, apilada con libros. Había varios géneros y autores, sin que se supiera quién era su propietario.
Era probable que los habían apartado aquí para que no se tiraran, preservándolos para el uso de los siguientes miembros del escuadrón. Pero se habían deshecho de todas las cosas que habían hecho con antelación, sabiendo que se desharían de ellas de todos modos.
Lena pensó que podía oír las risas de aquellos jóvenes soldados, quienes habían elegido vivir su vida al máximo sin dejar un solo recuerdo. Nunca se sometieron a la desesperación, nunca dejaron que el odio manchara su orgullo. Se mantuvieron firmes y fuertes, incluso frente a la crueldad que amenazaba con acabar con su dignidad, y sus vidas se erigieron en brillantes ejemplos de lo que significaba ser humano.
La muchacha se acercó a la estantería y se detuvo a mitad de camino. Un gatito negro, con salpicaduras de blanco que no pasaban de sus patas, permanecía inmóvil, como si se preguntara impotente a dónde habían ido todos. Al otro lado de la ventana se oía el sonido de los soldados que, al parecer, acababan de hacerse una nueva foto. Lena extendió la mano hacia los libros. No esperaba hacer ningún descubrimiento, pero al menos quería ver qué habían estado leyendo. Sacó un libro de un autor que reconoció y comenzó a hojearlo, cuando algo se deslizó entre las páginas.
—Ah.
Se inclinó para recoger lo que resultaron ser varias hojas de papel. La primera era una imagen: una foto de un grupo de varias figuras delante de un edificio. Reconoció la bandera invertida; era este cuartel. El equipo de mantenimiento estaba de pie, vestido con monos, junto a veinticuatro chicos y chicas de mediana o avanzada edad.
Lena lo entendió incluso sin ninguna explicación. Estos eran los miembros de su escuadrón Spearhead. Se trataba de Shin, Raiden, Theo, Kurena y Anju, y de todos los que habían fallecido, probablemente tomados el día en que fueron asignados aquí. El formato de la imagen era el mismo que el de las tomadas para los archivos de personal de los procesadores, y la foto incluía a todos, incluso al equipo de mantenimiento. Era demasiado pequeña para distinguir los rostros de las numerosas figuras que estaban allí. Por alguna razón, un modelo antiguo de Scavenger estaba de pie junto a ellos también. Fido, con toda probabilidad.
Era la primera vez que veía a los miembros de su escuadrón, pero la mala calidad hacía difícil distinguir sus rastros. Tampoco estaban en fila, sino que cada uno adoptaba la posición y la pose que le resultaba más natural al mirar a la cámara. Pero Lena pudo comprobar que sonreían de forma tranquila.
La siguiente hoja era una página de un bloc de notas, con un mensaje escrito de manera apresurada con letra ruda y masculina.
Si realmente te tomaste la molestia de encontrar esto, eres una idiota y una tonta.
Y esta vez, su aliento se quedó atrapado en su garganta.
Era Raiden. Y aunque no decía a quién iba dirigida la nota, Lena sabía que la había escrito para ella.
El sentimiento es mutuo, Raiden. Te has tomado la molestia de escribir esto y ponerlo aquí por si lo encontraba.
La siguiente nota tenía una lista de nombres ordenados de forma desigual. No hizo falta pensar mucho para discernir que debía coincidir con la foto del grupo.
He escrito los nombres de todos para ti. Apuesto a que ahora mismo estás llorando a mares porque no puedes saber quién es cada uno de nosotros.
Theo.
Cuida del gato. Más te vale, si vas a insistir en ser una santa.
Kurena.
Todavía no hemos decidido el nombre. Ponle uno bonito, ¿de acuerdo, comandante?
Anju.
Le temblaban las manos mientras sujetaba el papel. Los sentimientos se agolparon en su pecho, amenazando con estallar.
Todos ellos dejaron esto por mí. Aunque nunca pude luchar a su lado. Aunque no pude salvar a ninguno de ellos. Aunque todo lo que pude hacer fue soltar tonterías impotentes e idealistas mientras caminaban por sus vidas, aun así dejaron esto para mí…
La última hoja de papel era de Shin. Era una única y característica línea cortante, escrita con su ordenada y típica bella letra.
Si algún día llegas a nuestro destino final, ¿podrías dejarme flores?
La intención de la carta era clara y, al mismo tiempo, tenía otro significado. La libertad que Shin y los demás buscaban era la de seguir adelante todo lo que pudieran, hasta que la muerte los reclamara. Y Lena nunca llegaría a su destino final si no seguía sus pasos. Ella también tendría que proponerse convertirse en alguien que nunca se rindiera a la desesperación, que no deshonrara la dignidad del hombre. Alguien que luchara y siguiera luchando hasta que su vida se consumiera.
Al final, él creyó en ella.
Una única y cálida lágrima recorrió su mejilla. Sonrió a pesar de la tristeza y la soledad que inundaban su corazón.
Shin había dicho que la República caería de forma inevitable. Que su propia arrogancia anunciaría su desaparición.
Puede que ese sea el destino ineludible de este país. Incluso puede llegar mañana. Y por esa misma razón, lucharemos hasta el momento final. Nunca nos rendiremos. No perderemos nunca las ganas de vivir. Vamos a permanecer de pie hasta el momento final. Honraremos los valores que aquellos valientes soldados representaban.
Lucharemos. Hasta que el propio destino se canse. Y lo seguiremos haciendo, hasta el final.
♦ ♦ ♦
Ningún país consideraría jamás un acto de maldad el negarle los derechos humanos a un cerdo.
Por lo tanto, si se definiera a alguien que habla una lengua diferente, a alguien de un color diferente, a alguien de una ascendencia diferente, como un cerdo con forma humana, cualquier opresión, persecución o atrocidad que se le pudiera infligir nunca se consideraría cruel o inhumana.
Eso fue cuando creíamos que esto era cierto, cuando permitimos que esto sucediera, cuando comenzó la desaparición de la República de San Magnolia, y el momento en que dejó de serlo.
—Vladilena Milizé, Memorias