Traducido por Lucy
Editado por Sharon
—Bésala…
Aquel día, en el despacho real de Claudio, el príncipe heredero de Baltzar, el archimago Edeltraud irrumpió sin llamar y pronunció aquella palabra. Por un momento, el tiempo se detuvo.
La habitación estaba apenas iluminada por la suave luz del sol otoñal, en lugar de su dura contrapartida estival, pero aun así parecía que la estancia se había congelado.
Claudio estaba haciendo una pausa en el trabajo cuando Rosemarie fue a visitarle. Al oír aquellas palabras, a ella casi se le cae la taza que sostenía en la mano antes de que sus dedos se dieran cuenta del problema y volvieran a agarrarla. Solo tuvo un momento de respiro cuando lo oyó dar un fuerte gañido al sentarse a su lado. Dejó la taza y empezó a acariciarle la espalda.
—¿Se encuentra bien, príncipe Claudio?
—¡Koff…, mm-hgh! Sí. —Les servía su criada personal, Heidi, que le entregó una servilleta con una expresión bastante curiosa—. Esperaba algo inesperado, pero esto se lleva la palma…
Mientras Claudio se limpiaba la boca, miró a Edeltraud con el ceño fruncido. Sin embargo, al ver su enfado, el hechicero se inclinó hacia la mesa que sostenía los refrescos y la tetera.
—En la investigación, el maná regresó con el beso de la princesa Volland. Pero, solo por un tiempo. Necesito investigar la razón detrás de eso. Así que, bésense.
Edeltraud era el Archimago de Baltzar y también el hechicero personal de Claudio. Uno de sus diversos trabajos incluía usar hechizos en lugar del príncipe, que en estos momentos era incapaz de hacerlo. Eso no le impedía decir y hacer las cosas más inimaginables.
Como siempre, una capa con capucha de aspecto lúgubre les ocultaba el rostro, pero Rosemarie podía sentir que sus ojos brillaban con un deje positivo a través de la capucha. Veía como bestias las cabezas de los humanos con emociones negativas, por lo que pasaba todo su tiempo encerrada en la villa de su país natal, Volland. Por un giro inesperado de los acontecimientos, acabó casándose con la única persona cuya cabeza nunca le pareció bestial: Claudio, el príncipe heredero de Baltzar. Fue entonces cuando también le informaron de que el problema de sus ojos se debía a que había robado su maná. En esa condición, todo el mundo veía a su esposo con la cabeza del León de Plata, la bestia sagrada que prestó su poder para la fundación de la nación de Baltzar. Todos menos ella, la persona que lo dejó en tal situación precaria.
Y aunque superaron los problemas que causó y él se encariñó con ella, poco tiempo después Rosemarie fue sospechosa de intentar asesinarlo. Además, el Arzobispo comenzó a sospechar que Claudio carecía de maná, por lo que abrió una investigación oficial.
Siguiendo su petición, Rosmearie besó a Claudio para que pudiera recuperar su maná. Esto puso en problemas al Arzobispo, y el plan de asesinato se resolvió. Sin embargo, tras estos acontecimientos, el maná de Claudio, que parecía restaurado, desapareció de su cuerpo. Los ojos de Rosemarie seguían viendo su rostro de joven galante de pelo negro, pero todos los que le rodeaban lo veían como el príncipe con cabeza de león: pelaje plateado, cuernos de cabra negra y todo eso.
Por supuesto, estaba bastante desanimada por el hecho de que la táctica desesperada que había llevado a cabo en el vestíbulo se hubiera echado a perder. Al mismo tiempo, se sintió asqueada por la pequeña sensación de alivio que le produjo tener una razón para permanecer a su lado.
Pero, ¿quieren que hagamos… eso? ¿Otra vez? Pero, después de la primera vez… Su cara se enrojeció.
—Después de la primera vez, lo intentamos de nuevo y no volvió —dijo Claudio, suspirando con los brazos cruzados y dirigiendo una mirada preocupada a Rosemarie. Ella tensó los hombros y se puso aun más roja.
Edeltraud les había dicho que probaran una vez más, así que ella había dejado a un lado la vergüenza y lo había besado de nuevo. Sin embargo, no le devolvió ni una pizca de maná y su rostro siguió pareciendo el de una bestia.
—Pero, volvió a la normalidad una vez, que ya es algo. Debe haber algún tipo de estipulación previa. Quiero investigar qué es.
—Sea como fuere, ¿qué fue de tu investigación sobre el Sellado de la Semilla de Maná, sobre el Kaola? —Claudio lanzó la pregunta con suspicacia al mago, que no daba muestras de echarse atrás.
Lo que en el país natal de Rosemarie, Volland, se conocía como té “Kaola”, en Baltzar se conocía como la “Semilla del Sellado del Maná”, que se decía que se utilizaba desde hacía mucho tiempo como castigo para los hechiceros criminales. Claudio se vio obligado a beberla para mantener a raya su tremendo maná, ya que tal vez le hiciera daño. Y como Rosemarie le había robado el suyo, la Semilla que llevaba dentro ponía su vida en peligro.
Creo que sería de gran ayuda si pudiera recordar mejor cuándo le robé el maná… Pero este no es el momento ni el lugar para preocuparse por mis ojos, de todos modos…
Ella veía las cabezas de cualquiera que tuviera emociones negativas como cabezas de bestia, pero la situación de Claudio, en comparación, era mucho más grave. Rosemarie apretó las manos en su regazo como si tratara de contener la pesadez que se alojaba en su pecho.
Desviando la atención de ella, Edeltraud se acercó al príncipe.
—Avanzando a su propio ritmo muy malo, así que he estado esperando el informe de lo que te pedí, Claudio. ¿Ya lo has hecho?
—Estoy haciendo que Fritz lo investigue en este momento. Ya sabes que lleva tiempo hacerlo.
—Peor aún porque lo sabes. Perdemos el tiempo. Por eso necesito investigar diferentes vías. —Regresando a su pregunta inicial, no aflojó su presión ni un segundo.
Molesto por tantas refutaciones, Claudio agitó una mano al azar.
—Lo tendré en cuenta.
—Um…, no me importaría demasiado cooperar. —Rosemarie se adelantó con timidez, haciendo que el príncipe girara la cabeza sorprendido. Los ojos de Heidi también se posaron en ella desde donde se encontraba contra la pared.
—¡¿Princesa?!
—¿Sabes lo que estás diciendo?
—¿En serio? De acuerdo. Toma. Registra la hora, el lugar y las circunstancias. Intenta hacerlo tres veces al día como mínimo. Pero, puedes pasarte si quieres. —Interrumpiendo a Heidi y a Claudio justo en medio de sus exclamaciones de asombro, Edeltraud sacó un montón de papeles de su bolsillo delantero y se los entregó. Rosemarie los tomó con los ojos desorbitados por la confusión.
En realidad, para Edeltraud, es un registro de experimentos.
—Bien, primera dosis. Hazlo mientras esté aquí.
—¡Sobre mi cadáver! —gritó Claudio con las cejas fruncidas, bastante harto de todo aquello. Le arrebató la pila de papeles y los arrojó sobre el escritorio.
—Estás loco si crees que vamos a registrar nuestros besos con todo lujo de detalle. En cuanto a ti, Rosemarie, no aceptes de forma voluntaria esta locura. Trátate con un poco más de respeto, por el amor de Dios.
—Sí, pero respetarme a ti y a tu condición tiene la máxima prioridad, príncipe Claudio. Si está a mi alcance, le imploro que me permita cooperar en todo lo que pueda. —Lo miró directo a los ojos muy abiertos y sonrió.
Aunque estaba agradecida de que tuviera en cuenta sus sentimientos, quería intentar todo lo que estuviera a su alcance, aunque solo fuera para compensarlo. En este caso, dejaría a un lado su propio sentimiento de vergüenza y pudor.
—Rosemarie… eres… —Una tierna sonrisa llena de admiración adornó el rostro del príncipe mientras se acercaba a tocar sus mejillas.
—Entonces, te aseguro que no tienes nada de qué preocuparte. No es diferente de la respiración boca a boca, así que todo irá bien. ¡De hecho, si piensas en ello como un perro de compañía adulado por afecto, entonces…! ¡Ay, eso duele!
Él pellizcó su mejilla. Ella le lanzó una mirada resentida mientras se frotaba la zona afectada.
—Cállate. Perro de compañía, mi trasero. Si alguien aquí es una mascota, eres tú sin duda. Si tanto insistes, acabemos de una vez. —Al parecer, Rosemarie lo había hecho enojar de alguna manera.
Se sintió un poco acobardada al ver sus ojos intensos. Hizo un intento inconsciente de distanciarse de Claudio, que estaba sentado a su lado, pero él la agarró por los hombros.
—Los dos, fuera. No me interesa hacer de esto un espectáculo —dijo con voz grave y monótona.
Poco después, se oyeron los pasos de Heidi y Edeltraud mientras se alejaban de la habitación. Rosemarie se sintió de repente desfallecer ante aquel hecho e intentó bajar la cabeza, pero Claudio puso su dedo bien definido y varonil en la barbilla de la muchacha y la empujó hacia arriba. El azul de sus ojos se hizo aún más intenso por su ira al mirarla directo. Aquel par de ojos brillantes de ferocidad hacían brotar una pizca de miedo en su interior.
Parece que va a morderme…
Su corazón latía tan fuerte que era casi como si estuviera junto a su oído. Su mano aterrizó en su pecho al ser arrasada hacia él. A través de su palma, sintió su corazón latiendo tan rápido y tan fuerte como el suyo. Sentía como si todo el calor de su cuerpo se hubiera acumulado en su cara.
Justo a su lado, los labios finamente trabajados del príncipe se curvaron en una leve sonrisa.
—Todo es culpa tuya, ¿sabes?
—¿Es… culpa mía? Pero, yo…
Su frase apenas pasó de sus cuerdas vocales cuando fue cortada por su abrupta bocanada de aire.
♦ ♦ ♦
Con el trabajo oficial de Claudio terminado y la oficina real bajo un manto de oscuridad, una risa brillante sonó en toda la habitación.
—Entonces, ¿supongo que tu maná no regresó después de todo? —Los ojos de su ayudante se encendieron de curiosidad y se fijaron en él, que solo se apretó la frente y entrecerró los ojos mirándole con fastidio mientras seguía en su escritorio.
—Sí.
—Vaya, vaya… Entonces, terminó siendo solo una ventaja adicional, ¿eh? Parece que me he perdido todo un espectáculo mientras me ocupaba de mis asuntos.
Claudio fulminó con la mirada al clérigo del lunar bajo el ojo, pero Fritz se encogió de hombros, sin intimidarse en lo más mínimo.
Este era el hombre que había preguntado sin rodeos si quería un espía en la misma iglesia con la que él se enfrentaba sin parar. Era un hombre del clero, pero también un recurso inestimable como su ayudante, que prefería utilizar sus contactos personales y su red de información en nombre del príncipe antes que desperdiciarse en una iglesia corrupta. Sin embargo, no estaba exento de defectos, ya que podía crispar los nervios del hombre, como estaba haciendo ahora.
—Sí, por favor, no se burle, Padre Fritz. ¡Tenga en cuenta lo desanimado que debe estar Su Alteza, viendo cómo ella se desmayó justo después!
—¡Alto! ¡Te dije que no le dijeras eso!
—Señor, disculpe el desliz…
En guardia junto a la puerta estaba el honesto Vice Capitán de la Guardia Imperial, Alto. Al oír la reprimenda de Claudio por haber descubierto su tapadera, dejó caer sus grandes hombros, abatido. El hombre era demasiado serio para su propio bien y a menudo carecía de la capacidad de adaptarse a la situación, pero él nunca dudó de su sentido de la lealtad.
—Ya, ya. No deberías hacer pasar un mal rato a nuestro chico Alto solo porque te avergüenzas de haber perdido el control de ti mismo en las garras de la pasión.
—Creéme, las garras de la pasión no estaban cerca de mí. A la chica solo le falta tolerancia. —Al final, cuando por fin se decidió a juntar sus labios, por la repentina subida de sangre a su cabeza o por los nervios, Rosemarie se desmayó sin previo aviso. Aunque había sido ella quien dijo que todo iría bien, no pudo evitar preguntarse si en realidad lo odiaba.
—¿No hay tolerancia? Han sido una pareja tan unida y feliz, que parece un poco tarde para decir… espera… Alteza. ¿no me diga que aún no le ha confesado sus sentimientos a su esposa? ¿”Te quiero”, “Eres la niña de mis ojos”, cosas de esa naturaleza? —La repentina expresión seria de Fritz hizo que Claudio se sintiera incómodo, tanto que desvió la mirada—. Dios mío, eso es… Ah, por eso. Usted no entiende los sentimientos de la señora y está deprimido, ¿eh? Si ese es el caso, ¿por qué no le dices lo que sientes y te desahogas?
—Si le transmitiera mi afecto sin rodeos, se sentirá obligada a aceptarlo, dadas sus circunstancias. Así que, no, eso no servirá —dijo Claudio con un suspiro mientras hacía un ovillo con la hoja de registro que Edeltraud le había impuesto.
Fuera como fuese, Rosemarie se sentía en deuda por haber robado su maná y causar la deformidad en su cabeza. Recordó que ella parecía bastante entusiasmada estos últimos días por devolvérselo. Por lo tanto, seguro acabaría haciendo todo lo posible.
Estaba seguro de que sus sentimientos de amor u odio se mezclaron.
Le había pedido que se quedara a su lado, pero desde que se dio cuenta de su reciente comportamiento, dudaba en ser sincero y expresarse.
—Además, solo puedo suponer que está resentida conmigo por mantenerla atrapada aquí cuando está tan claro que desea volver a Volland.
Fritz le sonrió con los leves rastros de la amabilidad de una madre en su rostro.
—Sabe, Alteza… Estás siendo un poco difícil. Vamos, deberías ser un hombre y salir ahí fuera. ¿No es así, Alto?
—Sí, bueno… Su Alteza rara vez ha tenido afecto por las damas y viceversa, así que su actitud no es extraña… Quiero decir, es inevitable que haya tomado la dura decisión de ir con cuidado.
Al ser considerado un hombre difícil y quisquilloso por sus dos ayudantes, Claudio tosió.
—Basta de tonterías. No necesito que me lo digas. Dejando a un lado este tema, has traído un informe sobre lo que te pedí, ¿verdad?
Le tendió la palma de la mano a Fritz, lo que provocó que el hombre sacara varias cartas selladas con aire triunfante. Por cierto, él parecía bastante desinteresado en el puesto ahora vacante del Arzobispo y prefería seguir siendo el clérigo personal de Claudio.
—Pregunté a varios de mis conocidos. Pero, tal y como el maestro Edel mencionó, la persona que me pediste que encontrara de verdad va de un lugar a otro, según parece. No se queda en un lugar por mucho tiempo. Sin embargo, al final logré estimar cómo se moverá. Este lugar es el que tiene más posibilidades de encontrarse, si quieres encontrarlo pronto.
Claudio sacó la carta del sobre abierto, la escaneó y enarcó una ceja sorprendido.
—¿Aparecerán en el Culto de las Reliquias Sagradas en Tierra Santa? ¿Por qué allí? Las iglesias ya rechazan a los hechiceros, pero en ese lugar deben ser mucho peor.
—Bueno, mi suposición es que estamos tratando con un manojo de curiosidad viviente, queriendo ver aunque sabe que lo alejarán. Aunque sé, por el poco tiempo que pasé allí antes, que en realidad es algo muy importante.
A lo largo de su historia, Baltzar siempre enviaba emisarios, pero al parecer, la realeza de otras naciones hacía el viaje por sí misma.
—Entonces, ¿cuál es el plan? No me importa ir a Tierra Santa y explicar la situación.
—Bien…
Fritz intentaba un acercamiento diplomático, mientras que la sugerencia de Alto era mucho más violenta a pesar de su tono casual. Mirando a ambos hombres, Claurio dejó la carta sobre su escritorio y abrió la boca para decir…
♦ ♦ ♦
—¿Adoración de reliquias sagradas? —repitió Rosemarie, estupefacta, las palabras familiares de Claudio.
Era por la mañana, unos días después de todo el incidente con Edeltraud exigiendo su beso. Así fue como comenzó la conversación mientras estaban dándose de la mano para mantener la salud del príncipe en el salón de los aposentos de Rosemarie.
Al día siguiente de aquel incidente, ella se había disculpado con sinceridad por haberse desmayado a pesar haber sido quien ofreció sus servicios, pero como él sabía que algo así podría suceder, la perdonó, diciéndole que no importaba. Aunque se sintió aliviada por ello, pasó todo el tiempo desde entonces en una nube de autodesprecio.
—¿Lo conoces?
—Sí, si no recuerdo mal, es el día en que se expone al público la Reliquia Sagrada consagrada en Tierra Santa, ¿verdad? Hace algún tiempo, mi hermana mayor de Volland asistió. Dijo que la capilla que albergaba al santo era sin duda estupenda… Por casualidad, ¿tienen pensado asistir? —Un mal presentimiento se apoderó de la muchacha y miró con ojos de cierva al hombre sentado frente a la mesa, que le devolvió una sonrisa ladina.
—Cierto, pensaba asistir. Y tú te vienes.
—¿P-Puedo llevar mi balde?
—Puedes. Pero solo durante el paseo en carruaje o a puerta cerrada. —Estaba convencida de que recibiría el regaño habitual sobre lo mala idea que era, pero Claudio lo permitió de buen grado, lo que en realidad hizo que la desconfianza brotara en su interior.
—¿Pasa algo? —preguntó mientras se incorporaba en su asiento. Él le dio un ligero apretón a su mano.
—Eres consciente de que el Maestro Edel ha llegado a un callejón sin salida en su investigación sobre el Kaola, ¿verdad? Así que quiere interrogar a los antiguos guardianes del Bosque Prohibido, y por eso me pidieron que los buscara.
Rosemarie apretó los labios cuando escuchó sobre ese lugar. Recordó cuando el arzobispo Kastner la arrojó donde descansaba la bestia sagrada, el León Plateado, y el bosque donde se decía que desaparecían aquellos que no tenían maná.
Aquellos que se acercan son devorados por los sueños de la bestia sagrada. Soy el guardián de los sueños de la bestia.
Había intentado preguntarle a Edeltraud sobre esas misteriosas palabras que le habían dicho, pero el Archimago se limitó a sonreírle de forma sugerente, negándose a divulgar el verdadero significado detrás de aquella afirmación.
Tal vez sea algo que no debería preguntar…
Ese pensamiento le impidió hacerle la misma pregunta a Claudio.
—¿Rosemarie? ¿Aún no te has despertado? —Él miró de repente su cara con aire de sospecha. Había apagado su cerebro por un segundo y, al notar su rostro junto al suyo, comenzó a sonrojarse. Podría haber sido por lo que pasó el otro día, pero tenerlo tan cerca estaba haciendo un número en su corazón.
—Estoy despierta. Lo siento. Hablabas de la guardia anterior al mago Edel, ¿verdad? ¿Eran incluso más hábiles que él?
La sospecha de Claudio no había flaqueado. Sin embargo, asintió, se reincorporó y continuó hablando.
—Nunca los he conocido en persona, pero por lo que parece tienen menos maná y destreza mágica que el maestro Edel. Sin embargo, he oído que son una fuente de conocimiento. Dicen que se retiraron cuando Su Majestad el rey subió al trono, y que ahora van de un lugar a otro. —Eso sonaba a un anciano vivaracho. Aunque no sabía cuántos años tenía Edeltraud, si dado que era su predecesor, debía ser aún más mayor—. La vieja guardia… Al parecer se llama René, y Fritz por fin ha podido averiguar que acude siempre al Culto de las Reliquias Sagradas. Aunque podría enviar a alguien para que los trajera a Baltzar, ya que estamos intentando tomar prestados sus conocimientos, pienso ir a Tierra Santa a verlos. Después de todo, el Maestro Edel no es el mejor mirando las condiciones del alma. Deberíamos hacer que ellos nos examinen mientras estamos en ello.
—¿Condiciones… del alma? —La repentina conversación sobre “almas” la tenía confundida. Todo lo relacionado con la magia se le escapaba por completo.
—Oh, cierto. Los hechiceros expertos pueden ver la forma del alma. Y al hacerlo, pueden saber de cualquier problema físico que puedas poseer. El mago René estaba presente cuando me obligaron a beber la Semilla de Sellado de Maná, así que de eso estoy seguro.
Rosemarie miró fijo a Claudio, asombrada.
—De acuerdo, entonces. En ese caso, te acompañaré con mucho gusto.
Tal vez sorprendido por la respuesta inusual y directa, él abrió un poco los ojos antes de hacer una mueca como si se hubiera dado cuenta de algo.
—¿He dicho algo que hiera tus sentimientos?
—¿Eh?
—En cualquier otro momento, me estarías pidiendo que te pusiera tu cubo, ¿no? Así que me preocupa si he hecho otro comentario insensible cuando te digo que vamos a salir en público, y de repente te motivas de la nada.
Claudio desvió la mirada con torpeza.
—No me parece en absoluto engorroso el hecho de que puedas identificar al instante a las personas que albergan animadversión; de hecho, me da envidia.
El comentario algo desconsiderado e hiriente de Claudio aún estaba fresco en su memoria. Ahora que conocía mejor su personalidad, no le dio más importancia a lo sucedido, pero no parecía que el sentimiento fuera mutuo.
Apretó su mano contra la de ella y Rosemarie respondió igual.
—Nunca he dicho eso, así que no debes preocuparte, por favor. La razón por la que estoy tan motivada es porque creo que podríamos encontrar una pista que nos ayude a devolverte tu maná… Y es mucho mejor que dejar el asunto estar e incomodarte una vez más.
Ya sea robando su mana sin querer o exponiendo su vida a un peligro mortal haciéndole beber té de Kaola sin saber que era la Semilla de Sellado de Maná, ella había estado causando un montón de problemas que no podía seguir ignorando para siempre. Si dejaba pasar este asunto, sentía que metería la pata aún más.
—Además, si estoy contigo, príncipe Claudio, ningún lugar me asustará jamás.
Él era fuerte. Ella sabía que era de los que nunca se rendían y daban lo mejor de sí mismos sin importar el dilema al que se enfrentaran. En lugar de esconder su cara deformada, avergonzada por el miedo que le tenía la gente, buscaría la manera de que todos llegaran a aceptarla.
No quiero quedarme sentada sin hacer nada y lamentarme por la eternidad de lo patética que soy.
Si se quedaba a su lado hasta que le devolviera el maná, entonces quería ser más fuerte.
Lo miró fijo y sonrió con timidez. Él cubrió su cara con su otra mano y giró su cabeza a un lado. El espacio bajo sus ojos estaba rojo.
—Lo entiendo. Estoy en la misma liga que Kaola y el balde. No tengo que tomármelo demasiado en serio. —Rosemarie podía oírlo murmurar en voz baja, haciéndola ladear la cabeza, confundida.
—Um, no puedo imaginarme tomada de la mano con Kaola o mi balde y disfrutando de una conversación como esta, así que no creo que seas igual que ninguna de esas cosas, príncipe Claudio…
—¿Lo disfrutas? —preguntó, girándose a mirarla.
—Sí, aprendo mucho cada vez que hablo contigo, así que me encanta. ¿No le gusta, príncipe Claudio? —Si la memoria no le fallaba, recordaba que él le había dicho que disfrutaba pasando tiempo con ella, pero tal vez solo estaba recordando mal las cosas…
Su expresión parecía decir que acababa de recibir un golpe directo. Entonces parpadeó como si saliera de un sueño y abrió la boca vacilante.
—Rosemarie…
—¿Sí?
—Dame tu cuello.
—¡¿Perdón?! Lo siento, pero no.
Ella retrocedió sorprendida, con la sangre helada. ¿Había dicho algo tan ofensivo como para justificar una decapitación?
—No, espera, mala elección de palabras. Lo siento, solo asoma el cuello un poco.
Siguiendo sus instrucciones, con el ceño fruncido y todo, ella se inclinó con timidez sobre la mesa y cerró los ojos. Cuando lo hizo, sintió que algo le caía sobre el cuello. Abrió los ojos y bajó la mirada, encontrándose con algo plateado y brillante colgando sobre su pecho. Era un collar de plata. Detrás de la jaula, del tamaño de un dedo, al final de la cadena, había algo elíptico y marrón. Mientras sujetaba la jaula de plata, que parecía a punto de romperse a la más mínima presión, un olor dulce flotó en el aire.
—Esto es… ¿Hay, por casualidad, Kaola almacenado aquí?
—No podemos traer té Kaola a donde vamos. Es un reemplazo.
—Sí, es verdad, pero… Ya me has dado tanto, que no podría aceptar más de ti.
Claudio sonrió con picardía mientras Rosemarie dejaba caer los hombros incómoda.
Incluso le había regalado un invernadero entero. Como ella no había podido darle nada a cambio, cualquier otra cosa la entristecía.

Ella fue a quitarse el colgante, pero él detuvo sus manos.
—Ese es tu “Tranquilizante #2”, ¿no? Considéralo medicina y acéptalo. A mí también me ayudaría.
—¿Te ayudaría? Um, bueno, en ese caso… Se lo agradezco mucho. Lo cuidaré bien. —Pensó que mantener la cabeza fría serviría para ayudarlo, lo que le permitió aceptar el regalo. Una vez que le dio las gracias, él sonrió, bastante aliviado—. Me aseguraré de no ser una molestia para ti en Tierra Santa.
—No digas eso. Después de todo, puede que veamos a la vieja guardia, el mago René, tal y como habíamos planeado. Además, es una tierra costera. Deberías relajarte lo suficiente como para disfrutar del paisaje, al menos. Oh, cierto. Tal vez puedas ver esa flor que estaba en ese libro el otro día.
—¿Flor…? Veamos… —Pensó Rosemarie, levantándose de su asiento. Trajo un libro del rincón de la habitación y lo abrió sobre la mesa para Claudio. En la página había una flor con cinco pétalos de color blanco azulado dispuestos de forma que parecían un rostro humano—. ¿Te refieres a esta?
—Sí, esa es. Solo florece cerca del mar, ¿verdad?
—Sí. Es un tipo de violeta, y sus pétalos son transparentes como el cristal. Se dice que cuando sopla el viento, y los roza, emite un hermoso sonido…
Verlo mirar con interés la ilustración de la rara violeta la hizo volver en sí, y el libro que había abierto con tanto vértigo se cerró de golpe.
—¿Qué pasa?
—Um, esto es un asunto oficial en su mayor parte, por lo que mantendré mis intereses personales al mínimo. Oh… ¿no es hora de que empieces a trabajar? —instó en un tono algo apresurado. Él se levantó y la miró con desconfianza. Ella hizo lo mismo y se levantó también.
Esto no es una expedición turística y no debería emocionarme por ella. Tengo que concentrarme…
Rosemarie le siguió para despedirlo, pero Claudio se giró en la puerta con tanta brusquedad que casi chocó con él y se tambaleó sobre sus pies. En el impulso, un dolor agudo le recorrió la nuca.
—Yow…
—Por cierto, el invernadero está… ¿Qué? ¿Te ha pasado algo en la nuca?
—Parece que la cadena se me enganchó en el pelo… Oh, por favor, adelante. No te preocupes por mí. —Se llevó la mano a la nuca y tanteó, pero no consiguió soltarla.
—No tires de ella al azar. Dañarás tu bonito pelo.
—¿Precioso? Pero no es…
—Vamos, ahora, data la vuelta. Te lo desenredaré.
Todavía conmocionada por el raro cumplido, se dio la vuelta. Bajó la cabeza y se echó el pelo hacia delante. Los dedos fríos de Claudio tocaron su nuca, haciendo su corazón saltar en su pecho.
No sé por qué, pero esto es un poco embarazoso…
Era un lugar que no podía ver. Además, solo se recogía el pelo cuando hacía una aparición formal. Estaba avergonzada por el hecho de que alguien viera una parte de ella por lo general nadie vería.
—Bueno, aquella vez se me atascó el pelo en el tejo y tuve que molestarte para que me ayudaras, así que a partir de ahora lo llevaré recogido. —Intentó entablar conversación para distraerse de su corazón agitado.
—No… —respondió él después de una ligera pausa, quizás por no estar concentrado—. Puedes dejarlo como está. Solo escóndelo. Es veneno para los ojos.
Sus dedos se separaron de su cuerpo. Al mismo tiempo, pasó a su lado para salir de la habitación.
¿Veneno para los ojos? ¿A qué se refiere? ¿Quiere decir que es una monstruosidad? O, en realidad…, pensó confundida. Se movió un poco, y el aroma de Kaola envolvió su cuerpo. La nuca se le calentó. Al instante, se la agarró con ambas manos.
La puerta que debía estar cerrada se abrió de golpe.
—¡Princesa, ¿te vas de viaje de luna de miel?!
—¡Heidi, tráeme mi balde!
Su doncella de confianza entró volando en su habitación muy eufórica y Rosemarie se aferró a ella, medio llorando.
♦ ♦ ♦
¿Para qué me acuerdo de esto?
Rosemarie estaba en el carruaje rumbo a Tierra Santa, recordando su decisión y los detalles de su asistencia a la Adoración de la Reliquia Sagrada; de hecho, recordó demasiados detalles y se puso colorada.
—Rosemarie —habló Claudio—, vamos a tomar un descanso.
—¡S-Sí! ¡De acuerdo! —exclamó, saltando de su asiento.
Parecía que el carruaje se había detenido en algún momento mientras ella estaba perdida en sus pensamientos, Claudio descendió y le tendió la mano, quien la tomó para hacer su propia salida. Al hacerlo, vio a Alto y Fritz en guardia cerca de los carruajes, junto con el magistrado y los caballeros de la guardia. Edeltraud también debía estar allí, pero no lo vio. También intentó buscar a Heidi, pero la doncella se acercó en silencio desde un lateral. Entonces, echó sobre los hombros de Rosemarie un chal de aspecto cálido que llevaba en las manos. Sus ojos rebosaban curiosidad.
—Gracias, Heidi.
—De nada. El viento es bastante frío. Pero el paisaje aquí es exquisito —comentó ella en tono entusiasta mientras Rosemarie la dejaba atrás para seguir la pista de Claudio.
Ambos acabaron en lo alto de una colina un poco elevada. Como telón de fondo había un bosque denso, no tanto como el Bosque Prohibido, pero sí bastante denso. Debajo de la colina, podía ver un paisaje urbano con paredes de estuco blanco. Más allá, brillando a la luz del sol, había una vasta llanura de un tono de azul diferente al del cielo, un azul más celeste…
—¿Eso es… el océano? Es la primera vez que lo veo.
Era una masa de agua que se expandía sin fin. De vez en cuando, una mancha blanca se hizo visible; ¿tal vez burbujas de las olas agitadas? La forma en que brillaba a la luz del sol de mediodía era más sobrecogedora que el resplandor del lapislázuli. Un espectáculo hermoso de contemplar.
Las cortinas de las ventanas del carruaje estaban echadas, así que no pudo ver el exterior durante el viaje. Por un lado, se maravilló ante la belleza; por otro, su cuerpo empezó a temblar al darse cuenta de que por fin había llegado hasta aquí.
—Parece que sí. También es la primera vez que lo veo. Es increíble —dijo Claudio con admiración, de pie junto a Rosemarie, que lo miró sorprendida.
Cierto. Es la primera vez que el príncipe sale del país, ¿no?
No solo desarrolló una cabeza de bestia debido al robo de su maná, sino que también le provocó problemas de salud. No podía llevar a cabo tareas diplomáticas así.
—Um, ¿estás bien?
—Sí. Sin problemas. Todo gracias a que estás a mi lado.
—No, um, ya que todo esto es mi culpa para empezar, bueno…
Ya sea por la alegría general o la rara sonrisa despreocupada que Claudio le dirigía, ella desvió la mirada, nerviosa.
—No te preocupes por eso. En cualquier caso, por lo que me han dicho, la ciudad de abajo es Tierra Santa. La catedral está al borde de ese cabo.
Rosemarie miró en la dirección que él señalaba y divisó la aguja al borde del cabo. Sin embargo, para ser la catedral, el edificio en sí no era tan grande y era mucho más simplista que la iglesia de Baltzar donde se celebró su boda.
—Es un edificio bastante… bueno, lindo, ¿verdad?
—Sí. Por lo que puedo ver desde aquí, al menos.
Al ver su sonrisa sugerente, ella frunció los labios y una vez más dirigió su atención hacia la iglesia.
Pronto irían allí… Al lugar establecido por el santo que tomó sobre sí las revelaciones de Dios.
En Baltzar, la cabeza deforme de Claudio se tomaba con relativa calma, pero aquí seguro sería objeto de escarnio.
No tenía ni idea de cómo llegarían a tratarle.
—La gente de Tierra Santa… —empezó a decir, intentando mirarlo, pero se mareó. De repente, su mente evocó imágenes de aquel bosque, aún más verde que el que tenían a sus espaldas, el Bosque Prohibido. Frente a ella, la bestia sagrada estaba de pie, con su pelaje plateado brillando incluso en el bosque apenas iluminado.
Agitó su par de alas ligeras y se acercó poco a poco a Rosemarie, provocando en ella una mezcla de asombro, regocijo y otras emociones. En el lado opuesto, un joven Claudio se había acercado corriendo con cara de pánico.
El cuerpo gigantesco de la bestia sagrada estaba justo a su lado, y abrió su poderosa mandíbula para…
—¿La gente de Tierra Santa?
La pregunta del príncipe la hizo volver en sí. La muchacha se quedó atónita ante lo que acababa de ver.
Él la miró con desconfianza. Tenía los ojos azules, pero bestiales, sin blanco. Su piel estaba cubierta de un corto pelaje plateado, y en su abundante melena le crecían un par de cuernos rizados como los de una cabra, negros como la obsidiana. Era la viva imagen del León de Plata, la bestia sagrada de Baltzar.
¿Ha sido un incidente de mi infancia? Además, ¿por qué su cabeza también se parece a la bestia sagrada a mis ojos?
Se frotó rápido la cara. Sin embargo, por mucho que se restregaba, el rostro de Claudio seguía siendo el del León de Plata.
—Príncipe Claudio, ¿le importaría bajar un poco la cabeza?
—¿Mi cabeza? ¿Así?
Él agachó la cabeza y ella le acercó con timidez la cara. Sus dedos entraron en contacto con el cabello plateado, que era más suave de lo que la apariencia hacía creer. Pasó la mano por el pelo fino y en trance hasta que chocó con uno de los helados cuernos de cabra. Fue entonces cuando al final cayó en la cuenta.
—No… estoy soñando. Mis ojos…
Esta era la forma bestial del príncipe que todos veían. Su cabeza de bestia y su cuerpo de joven caballero, su apariencia era sin duda suficiente para infundir miedo a cualquiera.
Ella sabía que no estaba viendo esta cabeza de León de Plata porque Claudio estuviera albergando emociones negativas hacia ella. Si ese fuera el caso, entonces debería haber sido obvio cuando tocó su cabeza.
—¿Qué diablos está pasando? ¿De repente me tocas la cabeza así…? —Agarró la mano de Rosemarie, molesto, y empezó a decir algo cuando bajó la mirada con un grito ahogado. Él era siempre perceptivo. Lo más probable es que se diera cuenta—. No me digas… Yo también parezco un León de Plata a tus ojos… ¿verdad? —Su voz era tensa.
Rosemarie se encogió de hombros al sentir sus ojos clavados en ella. Ese pequeño gesto bastó para que él bajara la cabeza, soltara su mano y girara el rostro.
—No me mires —le advirtió en tono desagradable, alejándose para escapar de su mirada. Su magnífica melena se mecía con la brisa otoñal.
—Príncipe Claudio.
—Por favor, no me mires.
Reaccionando con rapidez, ella se agarró a un trozo de su ropa cuando él intentó alejarse. Logró rodearlo para mirarlo de frente, pero él ocultó su rostro en su brazo. Sus orejas de león se mantenían hacia atrás, como asustadas.
Ver a Claudio, el mismo que no pestañaría aunque alguien lo mirara con desdén o le hablara mal, actuar de un modo tan inesperado fue desgarrador para ella.
¿Me está diciendo que no mire porque tendría miedo de su cabeza de bestia? ¿O tiene miedo de que le mire como lo hacen los demás?
Se preguntó en qué estaba pensando para decirle algo así. Si no quería que lo mirasen con odio alguien en quien confiaba, Rosemarie podía simpatizar. Aunque confiaba en él, ver su cabeza transformarse de repente fue aterrador.
Ella reunió todo su valor para acercarse y tocar con suavidad su melena.
—Lo siento. Estoy desordenando tu… ¿pelo? ¿O tu melena? Bueno, nomenclatura aparte, me encuentro en un aprieto.
—¿Un aprieto? —Parecía que sus palabras le habían tomado desprevenido, porque se quitó el brazo de la cara y la miró con los ojos muy abiertos. Ella no podía distinguirlo por sus rasgos animales, pero seguro estaba expresando sorpresa.
—Sí, un aprieto. Porque no puedo decirte que tienes la cara pálida y darte una razón para descansar… —Claudio siempre usaba el hecho de que no podía distinguir si estaba pálido o no como excusa para esforzarse demasiado—. Pero ahora que sé que tu pelaje es tan bonito y esponjoso, me encuentro con ganas de acariciarlo, lo que también me está poniendo en un aprieto.
Extendió la mano y acarició con ternura la misma melena que había crujido, hasta que él le agarró la mano y acercó la cara a su hombro.
Sus bigotes le pincharon un poco la mejilla.
—¿Príncipe Claudio? ¿No se encuentra bien? ¿Estás mareado?
—¿No tendrás… miedo? Tengo una cara bestial. —Su voz profunda sonó junto a su oído, incitándola a congelar su mano que se acercaba a frotarle la espalda.
—No, no tengo miedo. Lo que me da miedo es ver cómo la animadversión y las mentiras se convierten en bestias. Me da miedo saber que las palabras y los verdaderos sentimientos de uno no coinciden. Si tu rostro permaneciera así, tampoco me importaría. Porque no significa que usted mismo haya cambiado, príncipe Claudio.
No conocía todas sus facetas, pero creía saber una buena parte. Era duro consigo mismo y nunca se dejaba llevar. Incluso si la gente lo miraba con asombro y admiración, él lo ignoraba. De hecho, lo utilizaba a su favor. Además, podía tener una lengua grosera, pero en el fondo era amable. El simple hecho de que su rostro cambiara no era motivo de temor.
—Sí, estar cerca de ti hace que sea más fácil respirar, en efecto —pronunció aliviado mientras se inclinaba hacia ella y la estrechaba en su abrazo.
Cuando empezó a preocuparse de que él de verdad no se sintiera bien, por fin se dio cuenta de que los ojos de todos los demás estaban concentrados en ellos. Estaban a poca distancia, así que tal vez no podían oír su conversación, pero como no estaban a cubierto, todos podían ver bien lo que hacían.
El magistrado y los caballeros se apresuraron a apartar la vista. Era bastante obvio que Heidi y Friz trataban con desesperación de ocultar las sonrisas de sus caras. Al ver eso, Rosemarie sintió que la vergüenza se le hinchaba por dentro.
—U-Um, deberíamos ir a otro sitio. Si no te sientes bien, volver al carruaje sería…
—¿No te gusta esto?
—No me disgusta. Es solo que… Creo que se está convirtiendo en uno de esos espectáculos que tú mismo dijiste que no te gustaban demasiado.
—Solo por ahora, no importa aunque seamos un espectáculo. Si no te importa, déjame reponerme un poco más.
—Si estás reponiendo mana, entonces podemos tomarnos de las manos y…
Ella trató de argumentar en contra, pero el galopar salvaje de cascos golpeó sus oídos, cortando a Rosemarie a mitad de la frase. Alto, que había permanecido junto al carruaje, dibujó una expresión seria en sus facciones y se colocó frente a Claudio. Siguiendo su ejemplo, los demás caballeros se dirigieron con cautela hacia el bosque de donde procedía el sonido.
¡Algo se acerca! La espesura se agitó con violencia, y de entre la maleza surgió un jabalí gigante con un gran par de colmillos. Algo blanco se aferraba a su cabeza.
—Alto.
—¡Señor! —respondió a la llamada de Claudio de forma breve y dulce, interponiéndose en el camino del jabalí mientras este cargaba hacia ellos.
—¡Ten cuidado…! ¡¿Eh?!
Estaba convencida de que Alto iba a salir volando, pero, al instante siguiente, agarró con firmeza los colmillos de jabalí y se lo echó al hombro. El animal cayó al suelo con estrépito y se quedó allí, retorciéndose.
¿Eh? ¿Qué? ¿Perdón? ¿Estás de broma?
Mientras se quedaba boquiabierta, una voz jovial resonó y rompió el silencio.
—¡Vaya, vaya! Bien hecho. —Fritz, el clérigo moloso vestido de cura, aplaudió divertido. Aquel acto inició una cadena, que ayudó a los demás a aliviar su tensión.
—Afortunado Alto, el siempre valiente.
—Por favor, no es nada para alabarme…
Rosemarie seguía mirando aturdida a Alto, que respondía con timidez a los cumplidos de Fritz, pero una pequeña sacudida en los hombros de Claudio la devolvió por fin a sus cabales.
—E-Escudero Clausen, él solo… el jabalí…
—Oh, ¿no lo sabías? Sus habilidades de combate de contacto total eclipsan mucho su habilidad con la espada. Por eso no participó en el combate imperial.
—Sea como fuere, nunca he oído hablar de un caballero que se enfrente a un jabalí y lo lance lejos con sus propias manos…
Él mismo mencionó que “tenía la costumbre de irritarse con facilidad en el fragor de la batalla y perder el control, así que no tendría muchas posibilidades”.
—Recuerdo aquel ejercicio de campo en el que se topó con un oso y salió bastante ileso. También lo hizo con las manos desnudas.
—¿El Escudero Clausen… creció en la naturaleza, o algo por el estilo?
Dada su apariencia regia y caballeresca, era difícil de imaginar. Rosemarie frunció los labios, preocupada, y Alto se volvió hacia donde estaban, con aspecto un poco alegre.
—¡Alteza! ¿Qué hacemos con esto! ¿Un festín?
—Solo está inconsciente… Devuélvelo al bosque —ordenó Claudio, casi suspirando, y Alto hundió los hombros con cierta decepción mientras su cabeza empezaba a transformarse ante los ojos de Rosemarie en un ciervo con finos cuernos.
El príncipe Claudio no puede comer otra cosa que no sea sopa, así que supongo que el escudero Clausen lo pedía porque quería comérsela él mismo… ¿Eh? ¿Significa eso que… se comió al oso?
Su mente empezó a pasar imágenes de animales salvajes esparcidos por una mesa, que ella dispersó de inmediato sacudiendo la cabeza. Vio cómo los caballeros iban a tomar al jabalí inconsciente para devolverlo al bosque, cuando algo blanco salió volando de su cuerpo. Por instinto, Claudio extendió los brazos para intentar protegerla. Sin embargo, una brusca brisa hizo que volara hacia el cielo, tan ligera como una hoja de árbol.
—Vuela bien —dijo una voz monótona. Ante ellos había aparecido Edeltraud con una mano apuntando hacia el cielo. Fue entonces cuando ella comprendió que el Archimago había lanzado un hechizo para producir viento.
Ella dejó escapar un suspiro de alivio mientras Claudio soltaba un suspiro de frustración.
—¿Qué ha sido eso? Y lo que es más importante, ¿adónde se fue, maese Edel? Los ojos de Rosemarie, han…
—Reconocimiento de la ciudad. Oh —respondió, cortándolo en seco, pero luego se interrumpió con un jadeo de sorpresa. Algo cayó justo encima de la cabeza de Rosemarie desde arriba.
—¿Qué es esto?
Se lo quitó de encima de un tirón y cayó al suelo sin fuerzas. Lo que había caído tenía un pelaje blanco y esponjoso y una cola como una fregona que le cubría la espalda. Se estiró como si intentara unificarse con el suelo, mostrando la fina membrana que se extendía desde sus patas delanteras hasta las traseras. Tenía un emblema plateado en forma de flor en su pequeña frente.
—¿Una ardilla voladora…?
—El pelaje es un poco blanco, pero es cierto. Así que esta es la cosa que salió volando, ¿eh? ¿Supongo que estaba pegado a la cara del jabalí? Falsa alarma, ya veo… Ah, cierto, Maestro Edel, ¿le importaría echarles una mano cargando ese jabalí?
Con la mente en blanco, Rosemarie pasó por alto a Claudio, que parecía molesto, y a Edeltraud, que asentía con la cabeza, mientras ambos se acercaban a Alto y a los otros caballeros. En su lugar, tomó la ardilla inmóvil.
—No la tomes así como así. Te morderá y te harás daño.
—Sí, pero… La tiré cuando me la quité de encima. Y el maestro Edel la mandó a volar…
Mientras consolaba a la criatura acariciando su fina piel, su viente emitió un pequeño gruñido y abrió poco a poco los ojos. Antes de que pudiera procesar que estaban abiertos, saltó hacia su pecho o, para ser más exactos, saltó hacia el colgante de semillas de Kaola que asomaba bajo su vestido. Al parecer, la criatura tenía hambre.
—No puedes tener esto. Heidi, ¿tenemos algo para él?
—No tienen que darle nada. Date prisa y devuélvelo al bosque para que podamos irnos. —Arrugas se formaron cerca del hocico de Claudio en señal de frustración mientras arrancaba la ardilla de Rosemarie por el pescuezo. Se alejó hacia el bosque llevando al animal que chillaba en un intento de amenazarle. A medio camino, logró sacudirse con la suficiente violencia como para escapar de su agarre, subir por su brazo y pegarse a su hocico con fuerza.
—¡Oh, príncipe Claudio!
—¡Princesa, tengo una galleta!
En un intento aterrorizado por liberarle de la criatura, Rosemarie tomó la galleta que Heidi había subido corriendo y se la tendió a la ardilla. El animal movió su naricilla como recelosa, pero pronto cedió y saltó a su brazo. Liberado de las garras de la pequeña bestia, Claudio tuvo un gran ataque de tos, seguro debido a la repentina entrada de aire en sus pulmones.
—¿Estás bien?
—Pensé que iba a conocer a mi creador allí por un segundo.
Era una suposición justa. Después de todo, esa ardilla se había pegado a su nariz. A pesar de la cabeza de bestia de Claudio, se las arregló para conseguir un buen agarre.
—Démonos prisa. Nada bueno puede salir de quedarnos aquí.
Rosemarie cavilaba con indiscreción sobre las dudas que surgían en su mente. Él, frustrado, agarró a la ardilla que estaba concentrado en mordisquear su galleta, se acercó a un árbol y la colocó sobre una rama, tras lo cual subió de inmediato al carruaje. Cuando ella le siguió, se volvió hacia el árbol para buscarla. Al hacerlo, vio a Edeltraud, que estaba inmóvil, mirando hacia el árbol.
¿El mago Edel? ¿Qué está mirando?
Seguro habían terminado de transportar al jabalí, ya que ella no lo veía por ninguna parte. Pero ahora lo vio allí de pie, mirando fijo el lugar donde Claudio había colocado la ardilla.
—Rosemarie, date prisa. Maese Edel, necesito hablar con usted, acompáñenos.
Ella tomó la mano del príncipe y subió al carruaje, aunque todavía preocupada.
♦ ♦ ♦
El carruaje se balanceó cuando Edeltraud se sentó frente a Rosemarie, escuchando su historia. Al terminar, el mago bajó la mirada hacia el suelo, contemplativo. Claudio se sentó junto a ella, con el rostro aún en forma de bestia, tensando la frente y concentrado en sus pensamientos.
Le pareció notar que tensaba la frente a pesar de su cara de bestia.
Una vez que informó a Edeltraud de que la cara de Claudio parecía la de un León de Plata incluso a sus ojos, el hechicero la incitó a entrar en detalles.
—Cuando estábamos dentro del carruaje, el rostro del príncipe Claudio parecía humano. Aunque, tuve un pequeño mal suelo…
—Ah, claro. Dijiste algo de un “león con cara humana”, ahora que lo mencionas.
—Por favor, no te burles de mí.
El tono burlón del príncipe invitó a una mirada de descontento de Rosemarie. Edltraud aprovechó la ocasión para levantar la cabeza.
—Tener un sueño… Princesa Volland, podría ser debido a su estado mental.
El corazón le dio un vuelco.
No me digas que en realidad estoy pensando en que la cabeza del príncipe Claudio es mejor que no vuelva a la normalidad, ¿verdad?
Después de todo, ella era capaz de permanecer a su lado mientras no lo hiciera.
Sin embargo, eso también significaba que su maná no volvería a él y la Semilla Selladora terminaría matándolo. Era muy egoísta de su parte.
Apretó la mano en su regazo y él la golpeó.
—Deja de darle vueltas. Todavía no estoy muerto y entrar en pánico no ayudará.
Ella no podía distinguir su estado de ánimo por su expresión, pero su voz amable y consoladora estaba contribuyendo aún más a su sentimiento de culpa.
Claudio bien podía creer que ella había caído en la rutina, sintiéndose apurada y obligada a devolverle su maná lo antes posible.
Dije que dejaría de preocuparme.
Frunció los labios y le sonrió.
—Sí, me calmaré. Estoy segura de que esto es solo temporal. —Eso fue lo que decidió creer. Como las artes místicas eran extrañas y misteriosas, nada estaba fuera de lo posible. Edeltraud asintió con la cabeza.
—Podría ser el caso. O el problema está en este lugar, la “Tierra Santa”. También podría haber otros problemas. No hay suficiente información para tomar una decisión. ¿Pasó algo justo antes de empezar a verle así? —conjeturó. Rosemarie no sabía si lo que iba a decir tenía alguna relación, pero abrió la boca y lo dijo de todos modos.
—Me acordé un poco de cuando me perdí en el Bosque Prohibido de niña. Estaba a punto de ser atacada por el León de Plata, pero en ese momento, Claudio vino corriendo hacia… mí… ¿Eh? —La contradicción le llegó al decir eso: lo que estaba recordando era diferente de lo que Claudio le había contado.
En su relato, él dijo que fue a buscarla después de que se perdiera y la encontró llorando en la copa de un árbol. Ni una sola vez mencionó al León de Plata.
—¿Era de verdad un recuerdo tuyo? ¿No fue… un sueño? —preguntó Claudio con un deje de escepticismo.
—No tengo la menor idea. Tal vez sea así… —La confianza que Rosemarie había tenido en el tema se esfumó enseguida. Edeltraud sonó un sonoro suspiro.
—Lo que llaman “recuerdos” son cosas vagas. Podría ser que los recuerdos de Claudio también fueran distintos. Podría saber la verdad si conseguimos alinearlos. —La inesperada afirmación hizo que ambos cruzaran miradas.
—La verdad, ¿eh? Tienes razón. Después de todo, en aquel momento estaba conmocionado por el robo de mi maná… No me extrañaría que yo mismo hubiera olvidado algo, supongo.
—Um, hablando de eso, mago Edel, ¿cómo recuerda lo que pasó entonces? —preguntó Rosemarie, haciendo que ladease un poco la cabeza, pensativo. A pesar de no saber su edad, su gesto parecía bastante joven e inmaduro; no daba en absoluto la impresión de un archimago.
—No estaba en el Bosque Prohibido en ese momento, sino en una reunión con los ayudantes del rey para preparar el Día de la Fundación Nacional. Pero le dije a Claudio que podía entrar y salir del puesto de guardia. Cuando me di cuenta de que el León de Plata estaba agitado y regresé, él estaba fuera del bosque y tú no estabas en ningún lado. Por lo tanto, de verdad no sé si tú y él se conocieron o que pasó en el bosque.
—¿El León de Plata…? Um, está muerto, ¿no? —Su fraseología hacía parecer que estaba vivito y coleando. Edeltraud se detuvo un segundo antes de asentir con firmeza.
—Está muerto. Queda el cadáver, convertido en huesos. Pero el alma aún vaga. Asegurarse de que no salga del Bosque Prohibido es deber del guardia.
—Guardia…
De repente recordó aquellas misteriosas palabras que Edeltraud se había negado a aclarar. Tal vez ahora que Claudio estaba presente, darían una respuesta adecuada.
—Um, mago Edel, antes usted dijo: “Los que se acercan son tragados por los sueños de la bestia sagrada. Yo soy el guardián de sus sueños”. Pero, ¿qué significa eso?
Edeltraud soltó una risita y Claudio se limitó a suspirar.
—Eso es solo el Maestro Edel hablando de forma críptica. Los rumores dicen que el fantasma de la bestia sagrada permanece en el Bosque Prohibida y que te atacará si te acercas a él. Dado que los que no tienen maná y entran en el bosque no regresan, no se puede considerar una simple superstición. Eso es todo lo que dicen, menos las payasadas.
—Ciertas personas se acobardan cuando escuchan hablar de “fantasmas”. Solo cambié la redacción para suavizar el golpe —respondió Edeltraud con despreocupación, haciendo que Rosemarie se quedara flácida.
Supongo que no debería tomarme muy en serio sus palabras…
Pensó que si tenía tiempo para preocuparse por algo, era mejor que acudiera a otra persona para hablar de ello.
Tomó aire para recuperar la compostura y miró con nerviosismo a Claudio.
—Solo es una suposición, pero ¿podría ser que la razón por la que tengo recuerdos de haber sido atacada por el León de Plata es porque escuché el rumor en algún lugar cuando llegué por primera vez a Baltzar?
Los bigotes de Claudio se crisparon. Su ancha nariz se arrugó.
—Bueno, esa también es una posibilidad… Pero, por lo que a mí respecta, hay algo que no me cuadra en todo este asunto de una niña solitaria aventurándose en un bosque tan sombrío y poco acogedor.
—En verdad tienes razón en eso… Aunque, conjeturo que tendremos un poco más de perspicacia una vez que recuerde la razón.
Además, hablar con la vieja guardia en Tierra Santa podría darles aún más pistas para resolver este misterio.
Con renovada determinación, Rosemarie respiró hondo y apretó los labios.
