Por mi culpa mi esposo tiene cabeza de bestia – Volumen 2 – Prólogo

Traducido por Lugiia

Editado por Sharon


—Esta vez, por fin he vuelto a la normalidad —dijo Claudio con un tono armonioso. Sonrió con alegría, haciendo que Rosemarie se ahogara de la emoción.

—Me… alegra mucho. —Reflejado en el espejo frente a Claudio, no quedaba ningún rastro de aquel cabello plateado, tan claro como la luz de la luna, perteneciente a la cabeza del león ni de los cuernos enroscados, parecidos a los de una cabra, de un brillo de obsidiana negra. En su lugar, había una cabeza de elegante cabello negro y un conjunto de rasgos faciales galantes y cincelados. Su par de ojos azules eran largos, estrechos y bastante convenientes para dar la más fría de las impresiones. Sin embargo, en ese momento se entrecerraban al ser empujados hacia arriba por una sonrisa tierna y alegre. El reflejo en el espejo era el de un joven noble y elegante con una presencia regia.

Los espejos solo reflejan la verdad. Lo más probable es que él apareciera en forma humana no solo a los ojos de Rosemarie, sino también ante los demás.

—Parece que también puedo usar la magia —comentó Claudio de repente, girando la palma de su mano. En un abrir y cerrar de ojos, apareció un pájaro azul, como los que hubo en su boda, que salió volando, piando a gritos.

Rosemarie intentó resistir las lágrimas que intentaban salir de sus ojos y sonrió.

—Estoy tan aliviada de haber podido devolverle su maná. —Ahora Claudio no tendría que preocuparse de que alguien persiguiera su posición de príncipe heredero ni de que su vida corriera peligro. El solo hecho de pensar en eso le produjo tanta alegría que no pudo contenerla. Al mismo tiempo, también le infundía un tinte de soledad.

Sé que el príncipe Claudio dijo que no tenía planes de enviarme de vuelta a Volland incluso si su maná volvía a la normalidad, pero… tengo la habilidad de tomar su maná…

Si ella volvía a robarlo, eso significaría descartar todo su esfuerzo por hacer que él volviera a la normalidad. Si eso sucedía, Rosemarie estaba segura de que nadie en este lugar la aceptaría como la verdadera esposa de Claudio, y sería enviada de vuelta a Volland.

Conteniendo el dolor de su pecho con ambas manos, forzó una sonrisa.

—Bueno, ahora puedo heredar el trono sin que nada me retenga. La gente del reino está esperando fuera del balcón. —Como si se tratara de una reacción a la triunfal declaración de Claudio, un coro de vítores estalló desde el exterior del edificio.

—¿El… trono? Pero, Su Majestad, el rey, sigue vivo. Si eso es así… —Claudio siguió caminando hacia el balcón, quizá sin escuchar la inquisitiva respuesta de Rosemarie. El revestimiento escarlata de la capa negra azabache, que llevaba sobre sus hombros, revoloteó detrás de él, sobrepasando momentáneamente el campo de visión de Rosemarie. En ese breve intervalo fue cuando ocurrió.

—¿Eh…?

Los ojos de Rosemarie se abrieron de par en par.

Claudio se había encogido físicamente. La capa que adornaba su espalda se arrastraba ahora por el suelo. A pesar de ese hecho, la persona en sí, de alguna manera, no se había dado cuenta y seguía caminando hacia el balcón.

Pensando que tal vez sus ojos seguían afectados, a pesar de haberle devuelto el maná, miró el reflejo de Claudio en el espejo cercano una vez más, confirmando que, en efecto, se había encogido de tamaño.

—¡Espere un segundo, príncipe Claudio! —Rosemarie se precipitó tras él y alcanzó su capa, incapaz de entender lo que estaba sucediendo. La atrapó con facilidad en sus manos… y se quedó helada de la sorpresa.

—¿Qué sucede? Dime rápido, Rosemarie —exclamó mientras se daba la vuelta, observándola con ojos muy dóciles.

—P-Príncipe Claudio…

—¿Qué pasa? ¿Por qué luces tan asustada? Ah, ya entiendo. Todavía no estás mentalmente preparada para pararte delante de los ciudadanos, ¿verdad? En ese caso, me adelantaré y me ocuparé de los asuntos, y podrás salir cuando las cosas estén un poco más asentadas.

—No, eso no es lo que pasa. No ha vuelto a la normalidad. De hecho, ¡su estado está empeorando! —Ella negó con la cabeza con rapidez, haciéndose a un lado para que él pudiera ver el espejo. La figura fantástica que se reflejaba tenía la cabeza de un joven de cabello negro y el cuerpo de un león alado de pelo plateado…, una bestia sagrada.

—Mi cara ha vuelto a la normalidad, ¿ves? Y también puedo usar mi magia. No hay nada malo aquí. Vamos, se nos acaba el tiempo.

—¡No, de verdad hay algo malo! Usted puede que no tenga ningún inconveniente con su estado, ¡pero la gente de ahí fuera seguramente se horrorizará!

Claudio agitó sus alas como si no fuera nada, produciendo unas llamas de color azul pálido del tamaño de la palma de la mano. Luego trató de alejarse, pero Rosemarie se aferró a su esponjoso cuello para perseguirlo. No sirvió de nada, ya que él procedió a arrastrarla por el suelo, a pocos pasos del balcón.

—¡Por favor, espere! Que alguien detenga al príncipe Claudio, por favor. Su cara es humana, pero su cuerpo es el de un león, y…

—¡¿Quién tiene un rostro humano y un cuerpo de león?!

El repentino grito de ira y el subsecuente impacto en su cabeza hicieron que Rosemarie abriera sus ojos fuertemente cerrados. Lo que apareció en su campo de visión fue el rostro de su esposo Claudio, príncipe heredero de la nación mágica de Baltzar. La miraba malhumorado, con el ceño fruncido y agarrando su frente.

—Príncipe Claudio…, usted tenía el cuerpo de un león y la cara de un humano, y los ciudadanos estaban en el balcón, lo que me llevó a… No, espere, quiero decir, ¿está usted bien? —Ella soltó, no el cuello de una bestia de cabello plateado, sino una corbata pegada a un cuerpo, el cual procedió a rozar a medida que sus manos bajaban por sus costados, haciendo que Claudio se pusiera lo suficientemente rojo como para atrapar su mano.

—¡Detén eso! ¡¿Sigues medio dormida y delirante?! —Su asiento se sacudió al instante en que oyó el grito furioso de Claudio, haciendo que volviera a sus sentidos.

No estaba en una simple habitación que daba al balcón del castillo. Se encontraba dentro de un carruaje decorado con un tapizado elegante con la tenue imagen del escudo real de Baltzar. Rosemarie estaba sentada en un lujoso pero cómodo cojín de algodón que la salvaba de la tensión de estar sentada. Y, vestido con sus ropas de viaje, Claudio seguía siendo un joven humano normal.

—Solo estaba…

—¿Recuerdas a dónde nos estamos dirigiendo ahora? —Claudio soltó la mano de Rosemarie, exasperado. Luego, en su asiento frente a ella, colocó el codo en el alféizar de la ventana para apoyar la cabeza y suspiró. Rosemarie asintió enérgicamente, sintiendo que iba a sudar frío.

—¡Sí…! En estos momentos, nos dirigimos a la Tierra Santa para participar en la Adoración de la Reliquia Sagrada y reunirnos con alguien que podría tener una pista sobre cómo podríamos restaurar su maná. Además, creo recordar que me dormí con el cubo en la cabeza… —Claudio le había dado permiso, así que se echó una siesta con su fiel y seguro cubo en la cabeza…, o eso creía.

Ella miró el interior del carruaje mientras se frotaba la frente, que por alguna razón le dolía. Al ver el cubo plateado con la cinta verde brillante atada al asa a sus pies, respiró aliviada.

—Así es, lo estabas usando. Sí, ciertamente lo llevabas. —La voz ronca de Claudio hizo que Rosemarie ladease la cabeza, confundida, mientras abrazaba el cubo de la misma manera que un niño pequeño abrazaría un peluche, hasta que se fijó en la mancha roja en la frente de Claudio. Su rostro palideció ante eso.

—¡Lo siento mucho! ¿Le he golpeado con mi cubo? ¿Eh? Espere, ¿cómo es que eso sucedió si estaba durmie…? —Rosemarie recordó haberse quedado dormida mientras estaba sentada. ¿Se había inclinado hacia Claudio estando medio dormida y le había dado un cabezazo? Miró a Claudio, perpleja, haciendo que él desviara rápidamente la mirada. Su cara, por alguna razón, estaba tan roja como una remolacha.

—Parecía que tenías una pesadilla, así que me acerqué para despertarte. Pero entonces el carruaje se sacudió y te despertaste de golpe. —Eso explicaría por qué Claudio desvió la mirada. Rosemarie aún no lo entendía del todo, pero, a pesar de eso, se sentía culpable por haber hecho algo malo.

—Me disculpo… Intentaré no llevarlo mientras esté en el carruaje.

—Sí, te lo agradecería. Aunque te agradecería más si pudieras guardarlo en el fondo del baúl.

—Um, bueno, verá, este cubo es como una parte de mi cuerpo…

—¡Y yo te digo que no lo veas de esa forma! ¿Cuánto tardarás en entender que los humanos no vienen con partes desmontables? —Claudio frunció el ceño, decepcionado, mientras repetía lo que decía con mucha frecuencia estos días. Le lanzó una mirada amarga al cubo, otra acción con la que se había familiarizado en este tiempo—. ¿Qué tiene de bueno ese objeto inanimado?

—Puede ser un objeto inanimado, pero al mismo tiempo, no lo es.

—Suficiente… Dejando de lado esa tontería, ¿todavía tienes lo que te di? —Claudio se sujetó la frente debido al cansancio y miró a Rosemarie, dudoso pero esperanzado al mismo tiempo. Fue una mirada que hizo que el pulso de la chica se acelerara. Se puso la mano sobre el pecho para contener el ritmo de su corazón. Al hacerlo, las yemas de sus dedos tocaron algo duro bajo la tela de su vestido, y el dulce aroma de Kaola le hizo cosquillas en su nariz.

—Sí, lo tengo puesto.

—Ya veo. Está bien, entonces. —Claudio sonrió, aliviado. Sin embargo, esa sonrisa solo sirvió para que ella sintiera mariposas en el estómago. Un hilillo de calor tiñó la nuca de Rosemarie, quien sacudió un poco la cabeza para quitárselo de encima. Y fue entonces cuando lo recordó.

—Rosemarie, quédate a mi lado. No, por favor, quédate a mi lado.

Las palabras suplicantes de Claudio en el invernadero, después de que la absolvieran de los cargos de asesinato, pasaron por su mente.

Aunque le había dicho que olvidara aquellas palabras, eso era imposible.

Aun así, debo olvidarlo. El príncipe Claudio seguramente dijo esas palabras por la bondad de su corazón. Si no le devuelvo su maná rápido, su vida estará en constante peligro.

Tenía que averiguar cómo devolverle el maná para que, entre otras cosas, no se desperdiciara ese objeto que Claudio había preparado por su preocupación por ella en su viaje.

Rosemarie recordó cómo rezó con la misma fuerza cuando él le dio esto, y se aferró aún más a la parte delantera de su vestido, como para asegurar su decisión.

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