Villana en un otome, ¿cómo acabaron las cosas así? – Capítulo 91: Matarlo o dejarlo vivir ¿qué es lo que realmente quiero hacer?

Traducido por Herijo

Editado por Sakuya


Como una construcción de piedra erigida en la época de mi bisabuelo, la Mansión de las Colinas Doradas se torna bastante fría en invierno. En las estancias que carecen de chimenea, el frío parece calar hasta los huesos, y los suelos y las paredes están helados.

Por supuesto, el calabozo, carente de cualquier sistema de calefacción, es aún más gélido. Aunque hay unos pequeños orificios perforados que dan al suelo para facilitar la ventilación, parece que el calabozo en realidad es incluso más frío durante el invierno que nuestros almacenes.

Existen corrientes de viento bastante fuertes, y las llamas que iluminan el calabozo se debilitan considerablemente debido a ello. Aprieto mi grueso abrigo de piel alrededor de mi cuerpo mientras desciendo a lo profundo, escuchando el sonido de alguien que sacude con fuerza los barrotes de hierro.

—¿Qué sucede? Estás armando un gran revuelo.

—¡Déjame salir de aquí! ¡Por favor! Me congelaré y moriré…

La voz angustiada que emergió del otro lado de los barrotes de hierro pertenecía a uno de los dos prisioneros que había mantenido en secreto y encerrado aquí a principios de este verano, un bandido de cabello rubio y cuerpo alto y delgado. Su ropa ligera apenas le protege del frío. Su cabello también ha perdido su tonalidad y se ha enmarañado.

—Cállate… ¡No hagas algo tan bajo como suplicar por tu vida… !

Desde la celda contigua, el otro bandido, el primero al que interrogué, lanzaba un grito débil, pero colmado de ira, con todas las fuerzas que le quedaban. Parece que, al ser de mediana edad, su cuerpo ha sufrido más. Me pregunto si el bandido rubio tiembla más por el frío o por lo que le ha sucedido a su compañero. Al quedarme ahí en silencio sin dirigirle la palabra a ninguno de ellos, el bandido rubio se volvió y empezó a gritarle al otro bandido, mostrando su frustración e impaciencia.

—¡Cállate! Si tanto quieres morir, ¡muere tú solo! Yo… no quiero congelarme hasta morir aquí.

—Maldito… ¿Has olvidado tu lealtad a nuestros dioses…?

—¡A quién le importa eso!

El hombre rubio golpeaba los barrotes de hierro. Parece que después de haber estado encarcelado durante tanto tiempo, su espíritu finalmente se estaba rindiendo ante el frío del invierno y la amenaza de perder la vida.

—Oye, te contaré cualquier cosa… Cualquier cosa… Ayúdame, por favor, déjame salir de aquí… ¡Mis pies, mis pies me duelen tanto que no puedo soportarlo…!

Sus pies le duelen tanto que no puede soportarlo; probablemente se refiere a la congelación. Como no les proporcioné zapatos ni calcetines, parece que sus pies fueron los primeros en sufrir, antes que sus dedos. Han transcurrido siete días desde la primera nevada del invierno, y las temperaturas han descendido drásticamente. Es probable que sus heridas ya hayan sufrido necrosis.

—Entiendo. Claro, está bien. Si me cuentas todo lo que sabes, te permitiré salir de aquí. También procuraré que recibas tratamiento para tus pies.

Creo que en este momento sueno terriblemente semejante a un gato jugando con su presa. Incluso puedo sentir cómo se me humedecen los labios por la expectación.

—¡¿En serio?!

—Por supuesto. Para ser honesta, no puedo darme el lujo de seguir cuidando a personas que tardan demasiado en decidir.

Mientras el hombre rubio gritaba de júbilo, el otro bandido gemía con una voz llena de ira.

—¡Esto qué es! ¿¡Cómo puede ser esto!?

—¡Tú solo cállate!

—Maldito, ¡¿no tienes vergüenza?!

Simplemente observé en silencio cómo ambos hombres perdían todo control y se gritaban furiosamente el uno al otro. No parece que estén fingiendo. Ignoré su continua discusión y ordené a mis soldados sacar al bandido rubio, llamado Valon, de su celda.

—¡Valon! ¡No te vayas!

Finalmente, la puerta del calabozo se cerró, dejando atrás los lamentos del bandido que quedaba. Indiqué a mis soldados, quienes ayudaban a Valon a ponerse de pie, que lo llevaran a la sala de interrogatorios en los cuarteles, mientras yo subía las escaleras para buscar a Rashiok.

En el tercer piso, encontré a Rashiok durmiendo frente a la habitación de Ratoka. Me pregunto por qué está aquí. Dado que me siento culpable por haber vuelto a poner a Ratoka bajo arresto domiciliario, he estado evitándolo estos días. Lo que debo decirle, lo que él podría responderme, es natural que no tenga idea de qué hablarle.

El día en que hablé con la Sacerdotisa Faris, hice que Ratoka regresara inmediatamente a la Mansión de las Colinas Doradas, sin darle oportunidad de excusarse.

El invierno pasado, después de despertar de un sueño que duró un mes entero, Ratoka me contó detalladamente por qué me había arrojado una piedra. Según él, desde su nacimiento, su madre había enloquecido y lo había maltratado constantemente, y también había desarrollado un odio hacia la nobleza debido a los aldeanos, lo que se tradujo en la intención de matar al señor del dominio. En su relato, nunca mencionó nada sobre las hermanas incitando sentimientos anti nobles.

Por eso juzgué que la situación era peligrosa. Hay muchas personas reunidas en la capital real. Me preocupaba el riesgo de que esas hermanas, que parecen estar conectadas de alguna manera con los Nordsturms, encontrarán nuevamente a Ratoka y lo “reutilizaran” de alguna forma.

Ratoka nunca mencionó a las hermanas porque no sospechaba de sus actividades, y además, porque no quería traer a colación ningún recuerdo relacionado con sus emociones personales. Es decir, existe una grieta palpable en el espíritu de Ratoka a través de la cual las hermanas pueden deslizarse y potencialmente manipularlo.

Pero, incluso si le explicara todo esto ahora, no podría comprender la verdad detrás de mis acciones. Todo lo que puedo hacer es mantenerme alejada de él, garantizar su seguridad y protección mientras lo mantengo bajo arresto domiciliario.

Por supuesto, esto es solo lo que me repito a mí misma.

Es evidente que mis emociones pueden no estar alineadas con lo que estoy haciendo. Honestamente, realmente no quiero tener que hacerle algo así.

Rashiok emitió un sonido de sorpresa en su garganta al ver la expresión de autodesprecio en mis ojos. Aunque los draconis son muy inteligentes, no tienen tantas preocupaciones complejas como los humanos, por lo que expresan sus emociones de manera más directa.

Si no quieres ser odiada por Ratoka, simplemente no hagas nada que pueda odiar. Es tan simple como eso, parecía ser lo que los ojos de Rashiok intentaban transmitirme.

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