Ochenta y Seis – Volumen 2 – Interludio: Cuando “Johnny” vuelve a casa

Traducido por Lucy

Editado por Lugiia


Primer escuadrón defensivo del frente norte Sledgehammer a todos los Ochenta y Seis… Mejor dicho, a todos los Procesadores que escuchen esta transmisión…

Su compañero yacía demolido en las cercanías, su armamento principal y su blindaje aplastados con brutalidad por una patada propinada por un Löwe de cincuenta toneladas. Nunca más se movería. Él mismo se arrastró fuera de los restos, arrastrando su mitad inferior derecha herida mientras se dirigía a un viejo puente en el borde del campo de batalla. Recostarse contra la barandilla de piedra era lo máximo que podía conseguir, y mantener los ojos abiertos era una agonía. La sangre embarrada sobre la armadura blanqueada de su máquina y que goteaba de su mitad inferior era de un tono rojo oscuro, perceptible incluso en la oscuridad de la noche.

Habla Pájaro Negro, el capitán del escuadrón Sledgehammer…

Sus compañeros de escuadrón ya habían muerto todos en la batalla, y no sabía si algún otro escuadrón de la sala seguía vivo. Habían sido derrotados, sin lugar a dudas.

La Legión contaba con una gran potencia y fidelidad que el Juggernaut por lo general nunca podría esperar igualar. Y un enorme ejército de ellos, del tamaño que nunca habían encontrado antes, había invadido de repente. Una pequeña fuerza como ellos no había tenido ninguna oportunidad. Y a pesar de eso, todavía se sortearon. Lo que estaba a sus espaldas no era una patria que debían defender ni una familia a la que regresar, pero aun así siguieron luchando.

Nuestra guerra ha terminado.

Porque ese era el último orgullo que les quedaba a los Ochenta y Seis.

Un solo Löwe se acercó a él, la luz de la luna se reflejaba en su armadura esmerilada mientras llevaba su cuerpo pesado y metálico con pasos casi inaudibles. Seguro no se molestó en gastar un proyectil para matar a este ratón que había acorralado, ya que ni siquiera le apuntó con sus ametralladoras pesadas de 17,7 mm ni con su amenazante torreta de 120 mm. Se acercó a él con la serena confianza de un depredador, y su enorme estructura ocupaba todo el ancho del puente.

Mirando la amenaza metálica que se cernía sobre él, Pájaro Negro esbozó una fina sonrisa. Sabía, de alguna manera, que había compañeros de Ochenta y Seis ahí fuera escuchando las palabras que pronunciaba en el inalámbrico, configurado para una trasmisión unidireccional.

Todos los Procesadores están escuchando esto. Todos los que lucharon hasta el final. Todos los que sobrevivieron. Por fin, nos han dado el alta. Todos… Hicimos un gran trabajo.

Aquí, en este campo de batalla de cero bajas, donde no había salvación ni recompensas, y lo único que esperaba era una muerte sin concesiones.

Una vez dicho todo lo que tenía que decir, Pájaro Negro apagó la transmisión y tiró los auriculares. Tomó el pequeño mando a distancia que su aplastada mano derecha aún tenía agarrado, y lo sostuvo con la izquierda. El Löwe se acercó, situándose justo delante de él en el puente mientras él se inclinaba impotente hacia atrás.

Cinco años atrás, conoció al capitán del primer escuadrón al que fue asignado. Era un soldado de las antiguas fuerzas terrestres de la República y un Ochenta y Seis desterrado al campo de batalla. Y le enseñó cómo luchar, cómo sobrevivir, y cómo usar esta cosa. Y seguro que no había nadie entre los cerdos blancos que fuera capaz o estuviera dispuesto a realizar esta maniobra.

A pesar de sus horribles labios quemados y su piel cortada, sonrió casi con alegría. No renunciaría a vivir sin ceder a la desesperación, y tampoco dejaría que el odio manchara su dignidad. Había luchado hasta aquí, habiendo elegido vivir como tal.

Pero se le permitía decir esto al final, ¿no? Mirando la extremidad metálica que se balanceaba sobre él como una guadaña, pulsó el interruptor de autodestrucción con una sonrisa.

Ustedes, patéticos y miserables cerdos blancos de la República, que impusieron su guerra a los demás, cerraron los ojos a la realidad y, al hacerlo, perdieron todos los medios para defenderse. Ustedes que perdieron el derecho a elegir sus propias muertes…

—Se lo merecen.

El explosivo plástico colocado en la viga del puente detonó. En este viejo puente, que servía como posición clave del cruce del río, un tirano metálico de la tierra fue consumido por las llamas y cayó al río, acompañado por un tenaz Ochenta y Seis que ni siquiera se contaría entre los muertos.

♦ ♦ ♦

Año 368 del calendario de la República, 25 de agosto, 23:17.

Cuando sonó la alarma en el cuartel general del ejército, ni uno solo de los presentes sabía lo que significaba. Era comprensible, en cierto modo, ya que se había configurado hace diez años. Fueron los miembros de las fuerzas terrestres, que habían defendido la nación antes que ellos y habían sido diezmados hasta su personal de retaguardia, los que habían puesto esa sirena con la determinación y la esperanza de que nunca tuviera que ser escuchada.

La gran pantalla holográfica destinada a las sesiones informativas se encendió de forma automática. La pantalla holográfica, colocada sobre la mayor parte de la pared, proyectaba imágenes sofisticadas y corrompidas por la oscuridad de la noche y las interferencias electrónicas. Mientras sus compañeros miraban el monitor con fastidio y refunfuñando, Lena, sola, tragó saliva con un vago terror al mirar las imágenes.

Las imágenes mostraban las ruinas de una estructura construida en forma de muro, destrozada de arriba a abajo, sus placas de hormigón y blindaje destruidas eran lo suficiente grandes como para cubrir una casa pequeña cada una. Debido al tamaño de la estructura, las cicatrices de su destrucción eran tan grandes como un barranco. Y cruzando ese barranco como un arroyo de color metálico, había un enorme ejército de máquinas con múltiples patas construidas para maximizar su potencial de matanza.

Lena sintió que un escalofrío de horror le subía por la columna vertebral.

—¿Qué es esto, una película? Parece genial.

—Que alguien apague esa sirena; es molesta.

Dio un paso atrás tambaleándose, distanciándose de sus colegas, quienes se regodeaban en una feliz ignorancia porque no eran conscientes del miedo paralizante que podían inspirar. La República se había encerrado en sí misma, empujando la guerra hacia los Ochenta y Seis desde hacía una década. La gran mayoría de sus civiles —incluso su personal militar— no sabía siquiera cómo era su enemigo. Lena era la excepción, porque los había visto antes.

Hace seis años, cuando la llevaron a ver el frente, cuando perdió a su padre y Rei la salvó. Y en otra ocasión, cuando resonó su vista con la de Raiden para proporcionar fuego de cobertura al escuadrón Spearhead.

Los que encabezaban la corriente, con una forma angular que recordaba a un pez melenudo, eran los Ameise de tipo explorador. Los que tenían seis patas, lo que les otorgaba una maniobrabilidad excepcional y les permitía saltar por encima de los muros derrumbados con facilidad, eran los Grauwolf de tipo dragón. Los que cruzaban en una línea ordenada, con sus torretas de 120 mm girando en las cuatro direcciones, eran los Löwe de tipo tanque. Y por último, los que aplastaron los escombros bajo su enorme peso, corriendo por los cambios deshabitados como soberbios tiranos, eran los Dinosauria de tipo tanque pesado.

Y la estructura derrumbada, construida pensando solo en la defensa absoluta e impenetrable… era el Gran Mur.

Esta sirena… debía alertar de la caída de la última línea defensiva.

La hora estaba por fin sobre ellos.

La Legión había acumulado sus fuerzas, ocultas por el bloqueo de la Eintagsfliege, y hoy era el día en que pasarían a la ofensiva. El día en que la República se derrumbaría bajo el peso de su arrogancia, tras haber protegido sus ojos de la realidad y haber elegido vivir en un frágil sueño de paz fabricado. Tal y como Shin le advirtió una vez.

Una multitud de Legión cruzó el derrumbado Gran Mur en enjambres, en hordas, en tropel, sin que nada se interpusiera en su camino hacia los ochenta y cinco sectores… Hacia la República de San Magnolia, que había olvidado cómo defenderse en su sueño de paz eterna. La mayoría de ellos eran seguro Black Sheep, Legión que había acogido a las redes neuronales humanas para conquistar su tiempo de vida establecido. Un ejército de los fantasmas de los cientos de miles de Ochenta y Seis que la República había expulsado y agotado en el campo de batalla.

Ese ejército de fantasmas había regresado por fin.

Algo parpadeó en el negro horizonte, más allá de las ruinas de los muros de la fortaleza y de la marea de acero, como un susurro destinado a atraer a los hombres a un pantano sin fondo. Aquella luz azul como un toldo era el resplandor de un sensor óptico. Su silueta se tambaleaba a la luz de la luna, la perspectiva deformaba su enorme tamaño: una sombra colosal, tan grande como un edificio o algún monstruo gigantesco de los mitos.

Levantó su mitad delantera de forma descomunal y, por alguna razón, el ruido que distorsionaba las imágenes se hizo más intenso. Fue entonces cuando se dio cuenta de repente. Esa desastrosa visión del Gran Mur, que parecía haber sido golpeado y aplastado varias veces por este titán… Como si hubiera sido destruido por un bombardeo.

Un destello llenó la pantalla, y las imágenes se perdieron.

La holo-pantalla se volvió negra al instante. El lugar en el que estaba colocada la cámara seguro había volado por los aires. La sirena chilló sin cesar.

Era lo mismo que aquella vez.

El escuadrón Spearhead se encontró con algo así una vez en el campo de batalla de la primera sala, obligando incluso a élites como ellos a retirarse. Una lluvia de proyectiles de alta velocidad y gran alcance que excedía el rango de lo que debería haber sido posible para la artillería. El nuevo tipo de artillería de largo alcance.

—Railgun… —susurró Lena, frunciendo los labios.

Lena giró sobre sus talones con decisión, dejando atrás el despacho y a sus compañeros, quienes seguían parloteando sin ningún sentido de crisis inminente, dudosa en el mejor de los casos. Sus botas militares chasquearon contra el suelo del pasillo de madera mientras se dirigía a su sala de control.

Su dispositivo RAID chisporroteó con un calor ilusorio y activó su Resonancia Sensorial. Había recibido dos llamadas simultáneas: una de las alas de la división de investigación y otra de uno de los Caballeros de la Reina en un lejano sector de combate.

¡Lena! Esa sirena de hace un momento…

¡Avisando por si acaso, Su Majestad! ¡El frente norte…!

—Sí, Annette. Y estoy al tanto de la situación, Cíclope. Al fin han llegado.

Cambió la configuración de su dispositivo RAID, permitiéndole resonar con todos los objetivos posibles que estuvieran a su alcance. Por lo general, un controlador solo podía resonar con un escuadrón, pero Annette había cooperado con ella durante el último año para establecer esta configuración oculta.

Un ejército de fantasmas de incontables Ochenta y Seis que la República había expulsado y agotado en el campo de batalla. Si querían contraatacar, tendrían que consolidar todas sus fuerzas. Para seguir viviendo y responder a las palabras que dejaron atrás.

♦ ♦ ♦

¡Reina Sangrienta a todos los Procesadores en todos los frentes!

El ejército de la Federación lo denominó de forma oficial “del tipo Railgun”. Este nuevo tipo de Legión derribó por sí solo el Gran Mur y quemó la base de la fortaleza de la Federación hasta las cenizas. Fue lo que apareció en las últimas imágenes observadas descubiertas en las ruinas del cuartel general…

Continuará…


[Nota de Editor (Lugiia)] Cuando “Johnny” vuelve a casa (“When Johnny Comes Marching Home Again”), es una canción de la Guerra Civil estadounidense que expresaba el anhelo de la gente por el regreso de sus amigos y familiares que luchaban en la guerra.

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