Sin madurar – Capítulo 65: En la tormenta (3)

Traducido por Den

Editado por Lucy


Cuando abrí los ojos, ya era de día y los pájaros cantaban fuera. Salí de la cama y me peiné el pelo enredado.

Me puse el chal tirado en el sofá junto a la cama y salí de la habitación. En seguida me encontré con Leandro. Le goteaba agua por un lado de la sien, como si acabara de lavarse la cara. También parecía que acababa de despertarse, pues salió de la habitación de enfrente.

—B-Buenos días…

—Me temo que no son muy buenos días.

Se interpuso en mi camino.

Pensé que quería ir en la otra dirección, por lo que esperé a que pasara. Pero apenas se movió, así que me volví hacia su lado.

Leandro imitó mi movimiento y susurró:

—¿A dónde crees que vas?

Colocó su mano contra la pared, impidiéndome el paso.

¿Qué?

Lo miré atónita. El pelo negro le cubría los ojos.

—¿Por qué? ¿Ya no quieres verme la cara por lo que dije ayer? —me preguntó con una expresión seria en el rostro.

—Ni siquiera sé qué le hizo pensar eso, porque ayer se dijeron muchas cosas.

Miré a lo lejos y evité su mirada. Bueno, eso era lo que intentaba hacer. Pero con una leve sonrisa de satisfacción, Leandro movió su cara hacia donde yo miraba. Traté de mirar hacia arriba, hacia abajo, hacia todos lados, pero él seguía moviendo la cara hacia dónde miraba.

—¡Está bien! —grité, rindiéndome—. ¿Qué tengo que hacer para recuperar su confianza? Ya le prometí que no volvería a dejarlo.

—Confío en ti.

—Dice eso pero tiene la desconfianza escrita en la cara.

—Estás viendo mal…

—Lo veo claro como el agua.

Los ojos azules de Leandro temblaron. Ahora que por fin le devolvía la mirada, se apresuró a cerrar los ojos.

—No es que no confíe en ti…

Tras una larga pausa, abrió despacio los ojos.

—Es solo que tengo miedo de que vuelvas a marcharte. Eso es todo —murmuró.

Al ver su rostro triste mientras decía eso, le toqué la mejilla sin darme cuenta.

Es verdad. Él es esa clase de persona. Siempre anhelando amor y sin saber qué hacer si no estoy a su lado.

Aun así, ha sido bastante paciente mientras me esperaba, incluso después de que le enviara la despiadada carta que decía sin rodeos que no me buscara.

—¿Por qué no cenaste conmigo anoche…?

—¿Eh?

—Ya me has oído.

—¿Por qué de repente habla sobre la cena?

—Anoche te metiste en tu habitación y no saliste. Llamé a la puerta pero no respondiste. Yo… pensé que estabas enfadada conmigo.

Leandro se apoyó contra mí, encorvando su espalda ancha. Se frotó el pecho como si necesitara aliviar su corazón preocupado y enterró la cara en mi hombro. Luego, me rodeó con delicadeza la cintura con los brazos y murmuró:

—Ja… Parece que de verdad no tenías ni idea. Me quedé despierto toda la noche preocupado… y fue para nada.

—No me extraña que todavía tenga los ojos rojos. No ha dormido mucho, ¿cierto? Todavía es temprano, así que vaya y descanse un poco más.

—¿Estás preocupada por mí?

—¿Hace falta preguntarlo?

—Ah…

Lo escuché divagar mientras le daba palmaditas en la espalda. La expresión de su cara por fin se relajó. Suspiró y esbozó una pequeña sonrisa.

—Dijo que el baile era esta noche, ¿no? Escuché que debo asistir porque Su Majestad me invitó en persona. No me dejará sola, ¿verdad?

Leandro se enderezó un poco, como si estuviera decidido.

—Por supuesto que no.

Me rodeó la cintura con los brazos y me estrechó en un abrazo. Sorprendida por el repentino contacto, le di un golpecito en el pecho.

—Esto es un poco repentino.

—Nunca te quejaste en el pasado.

—¿De qué pasado habla? ¿Aquel en el que era del tamaño de un guisante? —pregunté, mostrándole el puño.

—Nunca he sido tan pequeño —resopló.

—Seguro que lo fue cuando nació.

—Otra vez tratándome como a un bebé, ¿eh?

Después de zafarme de su abrazo, me acomodé el chal sobre los hombros.

Leandro por fin se dio cuenta de que solo estaba usando la camisola. Su cara blanca se puso aún más pálida.

—¿Por qué has salido vestida así…?

—Quería un vaso de agua, pero no encontré a Serena por ninguna parte.

—¿Por qué actúas de forma tan despreocupada? ¡Vuelve dentro! ¡Rápido!

Para ser una persona que me vio los pechos a través del pijama, estaba haciendo un alboroto. Mientras me encogía de hombros, Leandro me dio la vuelta y me abrió la puerta del dormitorio. Me empujó con suavidad, se giró y tosió varias veces. Tenía las orejas rojas.

Qué lindo, pensé.

—Ponte algo más apropiado. Desayunemos juntos.

—Ya le dije que duerma un poco más.

—Si desayunas conmigo.

Giré la cabeza, arrugando la nariz, y observé la espalda ancha de Leandro.

Se dio la vuelta en ese momento como si tuviera ojos en la nuca. Luego se cruzó de brazos y ladeó la cabeza mientras preguntaba:

—¿Qué?

No podía creer que esta pelea absurda se debiera a que ayer no cené con él. Pensando que era ridículo, intenté decir algo, pero no pude evitar derretirme al ver el apuesto rostro de Leandro.

¿Por qué me mira tan apenado con ese rostro angelical?

—Nada… Deje que me cambie —respondí mientras pensaba para mí misma: un duque al borde de las lágrimas porque me salté una comida con él. Dios, ¿qué le pasa al mundo?

En fin, regresé a mi habitación. Me senté en la cama, hice sonar la campana y Serena apareció. Era temprano, por lo que parecía cansada. Aun así, me ayudó encantada a alistarme.

♦ ♦ ♦

Comí un cruasán relleno de chocolate y bebí una taza de café con Leandro. Luego, le cogí de la mano y lo llevé a su habitación mientras bostezaba.

Leandro parecía no entender lo que estaba haciendo, pero cuando me puse junto a su cama y golpeteé la almohada, se tumbó sin oponer mucha resistencia.

—No irás a ninguna parte, ¿verdad? —preguntó.

—¿A dónde iría?

—Dices eso, pero siempre sales a pasear sola.

—¿Quiere que me quede a su lado todo el tiempo?

—Por supuesto.

—Esa es una declaración muy, muy, muy peligrosa.

—Tú me hiciste así.

—¿Cómo puede echarme la culpa?

Tiré de la fina sábana y lo cubrí hasta el pecho.

Lo miré con atención. Con una mirada apática, me tendió la mano.

—Creo que podré dormir a pierna suelta si me coges de la mano.

—Parece que cada vez encuentra más excusas.

—Vamos. Déjame dormir tomado de tu mano —respondió con voz somnolienta, aunque lo regañé.

Me senté a su lado como si no tuviera más remedio. Me apoyé en la cabecera de la cama y me cubrió las piernas con la sábana.

—Tú también duerme un poco.

—Ayer dormí desde primera hora de la tarde.

—Tienes un don para preocupar a la gente… ¿Cómo puedes ser tan despreocupada?

—¿Cómo puede culparme después de hacer una montaña de un grano de arena usted solo?

—Una montaña de… ¿qué?

—Olvídelo. Duérmase. Tengo que empezar a prepararme para el baile al mediodía.

—¿Qu…?

Lo mandé a callar y le puse el dedo en los labios. Sorprendido, Leandro cerró los ojos y entrelazó sus dedos con los míos. Al cabo de poco, se quedó dormido.

Estiré la mano hacia la mesa de noche. Había un libro infantil con ilustraciones adorables. El libro estaba atado con una cinta rosa claro que parecía cara y tenía escrito mi nombre con una pluma.

—¿Es para mí…? Parece que sí…

No habría ninguna razón para que Leandro, que tiene diecinueve años, comprara un libro infantil si no fuera para regalármelo. Además, lleva mi nombre.

Con una mano, desaté la cinta y abrí el libro. Para ser sincera, ahora podía leer sin problemas libros infantiles. Al cabo de un rato, pasé la última página y cerré el libro. Como la mayoría de los cuentos de hadas, este también era una historia de amor.

Era la historia de un príncipe que se convertía en un monstruo por culpa de una maldición y una pueblerina que lo cuidó con sumo empeño. Tuvieron un final feliz juntos.

A las personas de este mundo parecía importarles mucho el estatus, pero todas las historias que vendían eran así. Quizás querían algún lugar al que escapar al imaginar algo tan imposible como estas historias. Mientras fruncía el ceño y refunfuñaba, escuché resoplido.

Cuando levanté la cabeza, vi a Leandro despierto, mirándome con la mano en la barbilla. Inmóvil, seguía agarrando mi dedo, así que no sabía que se había despertado.

—¿Cuándo se despertó? Debería haberme dicho algo.

—Verte refunfuñar era muy divertido. Bueno, ¿no te gustó? Lo compré porque alguien me lo recomendó.

—No, estuvo bien. Solo que no era realista.

—¿Por qué no? Está ocurriendo algo similar a tu alrededor.

—¿Dónde?

—A veces… es tan frustrante que me vuelve loco…

—¿Por qué? ¿Abro la ventana para que coja aire?

—¿No había alguien de tu entorno que estuvo maldito?

—¿Habla de usted mismo?

—Sí. Eres rápida, ¿eh?

—¿Habla de usted y yo?

—Sí.

Aparté mi mano de Leandro e hice una X con los brazos.

—Bzzz, mal.

—¿Eh?

Leandro sonrió.

—De alguna manera compró mi estatus, pero ojalá dejara de pedirme que fuera la duquesa o algo así.

—¿Por qué no?

—¡Sabe por qué! ¡El matrimonio entre nobles es una unión política entre familias! No estará pensando en traer una doncella a su familia como duquesa, ¿verdad?

—¿Y si lo estuviera pensando?

—Ay, dios mío.

—Me has quitado las palabras de la boca. ¿Insinúas que estarías contenta como amante?

—¿Está loco?

—Tú eres la loca. Con todas esas tonterías.

—Ya se lo dije antes. Si me da un castillo junto al lago, no pediré nada más…

—Puede que eso te haga feliz a ti, pero a mí no. Y como cabeza de familia, yo tomo las decisiones.

—Pero…

—¿No te gustó?

—¿De qué está hablando de repente?

—Estoy seguro de que volverás a cambiar de tema si te pregunto esto.

Leandro se levantó con una expresión seria. Cuando hice contacto visual con sus ojos azules como el océano, sentí que se me salía el corazón del pecho. Se mordió los labios rojos e inclinó la cara hacia adelante. En cambio, yo giré la cabeza hacia un lado. Pero su rostro atractivo tenía demasiado poder sobre mí.

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