Villana en un otome, ¿cómo acabaron las cosas así? — Capítulo 177: En que confiar

Traducido por Herijo

Editado por Sakuya


En vez de desconfiar de la información que Vanita me proporcionó sobre su condición de soldado esclavo, lo que realmente cuestioné fue su relato personal. A pesar de la creciente oscuridad de mi habitación, continué meditando sobre sus palabras.

Ser seleccionado por ser un niño con conocimientos previos sobre Arxia suena coherente. Sin embargo, aunque haya recibido alguna educación, su historia parecía demasiado lógica… Esa era la impresión que me daba. No había nada superfluo ni faltante en su relato, y resultaba extremadamente coherente. Dichas habilidades discursivas solo se adquieren con la práctica, por lo que debe ser alguien que sabe cómo aplicar sus conocimientos.

Desafortunadamente, mi conocimiento sobre Nazric es casi nulo, pero Vanita me dio la impresión de ser más astuto de lo que cabría esperar. Sin duda, necesito confirmar su historia con otro niño, pero el desafío radica en decidir a quién elegir.

Según el relato de Vanita, los niños esclavos se vigilaban mutuamente, y existía la posibilidad de que verdaderos soldados infantiles entrenados de Rindarl estuvieran infiltrados entre ellos.

Por lo tanto, debo ponderar cuidadosamente a quién interrogar a continuación. Pero, no dispongo de tiempo para tomar la decisión con calma. Estamos en alerta de combate, y la batalla podría estallar en cualquier momento. Tengo que liderar mi ejército de Kaldia, asistir a reuniones con otros líderes, redactar informes sobre logística y suministros, revisar información… Adicionalmente, tengo que vigilar las acciones de otros nobles y de la Casa de los Lores, confirmar y seguir las órdenes de la capital real… la acumulación de tareas casi me provoca dolor de cabeza.

—Um, hey.

Mientras reflexionaba sobre el siguiente paso a dar, la voz de Ratoka rompió mis pensamientos. Entró a mi oscura habitación con un candelabro encendido. Al mirarlo para incentivarlo a continuar, parecía algo indeciso sobre qué decir. Su actitud era un poco similar a la de Vanita de más temprano, pero también había diferencias. En cualquier caso, Ratoka parecía titubeante.

—Um. ¿Puedo ir a visitar las mazmorras subterráneas?

—¿Quieres hablar con los cautivos?

No pensé que tuviera tanto interés en ellos, pero podía entender por qué le preocupaba.

—Ah, había algo que captó mi atención.

Incliné la cabeza, intrigada por su vaguedad. Entonces, Ratoka volvió a hablar en voz baja.

—Ah, no, um. Está bien si no te diste cuenta.

—¿Qué fue lo que captó tu atención?

Parecía que había pasado por alto lo que él había notado, por lo que le ordené de manera breve que me lo contara. No sé si es porque nos conocemos desde hace mucho tiempo, o si Ratoka normalmente no habla de este tipo de cosas conmigo, pero sentí que estaba siendo demasiado evasivo y necesitaba ser más directo.

—Um… Me preguntaba si te molestaría si hablo con los prisioneros. …Lo siento.

No pude evitar quedarme sin palabras ante lo que finalmente salió de su boca tras tanta indecisión. Su titubeo, sumado a la disculpa que consideró necesario añadir al final, me reveló lo que necesitaba saber.

Ratoka ha sido enormemente afectado por mi desconfianza hacia los demás, e incluso ahora está siendo fuertemente influenciado por mí. Como mi doble, comparto casi todo con él. Ahora comprendo que la confianza es una relación mutua, acumulada a lo largo del tiempo. Esto es algo que he aprendido por experiencia propia.

Por su estallido en el carruaje hace unos días, ingenuamente pensé que eso habría disipado cualquier resentimiento residual entre nosotros. Sin embargo, parece creer que aún no confío plenamente en él. Ahora comprendo que algo que ha perdurado durante tantos años no desaparecería tan fácilmente.

—No, lo siento. Sobre eso, soy yo quien debería disculparse.

Sentí como si un lodo espeso oprimiera mi pecho, mientras escogía mis palabras con el mayor cuidado posible y las decía de frente. Esto logró aliviar la tensión en la expresión de Ratoka.

—R-ridículo. Debido a que tú y yo no somos de igual estatus, es natural que yo deba disculparme si no confías en mí, y que tú debas desconfiar de mí. …Al menos eso lo entiendo.

Incluso mientras argumentaba que no éramos iguales, como si yo no estuviera presente, Ratoka tomó mi taza de té negro ya frío de mi mano y se lo bebió de un trago. Casi me provoca resoplar y reírme a carcajadas ante su comportamiento contradictorio.

—Está bien, adelante. De hecho, estaba pensando en darle a alguien la orden de ir a observar a los prisioneros. Te encargo esa tarea, Elise.

—Entendido, ‘mi señora.”

Ratoka salió de la habitación, dirigiéndose a mí con el título que mis soldados solían emplear, un título que normalmente nunca usaría conmigo.

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