Una Verdadera Estrella – Volumen 3 – Capítulo 53: ¿Eres Tang Feng? (2)

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


Maldición… ¿Gordo feo?

Inhaló profundamente. Había adelgazado un poco, pero llevar varias capas le hacía parecer hinchado. Aunque deliberadamente se había maquillado feo, no debería ser considerado un gordo feo.

—Dicen que es Tang Feng —dijo el subordinado en un idioma local que el actor no podía entender.

El jefe calvo miró al hombre de rostro tranquilo que estaba a su lado, entrecerró los ojos y preguntó en un inglés muy acentuado: —¿Eres Tang Feng?

—Lo soy —respondió. Comprenderlo fue como descifrar un dialecto; tuvo que escuchar y adivinar para entender la pregunta.

—Este tipo no puede ser Tang Feng. ¿No decían que es un hombre oriental de pelo negro y ojos negros con buen temperamento y buena apariencia? No sabía que Tang Feng fuera un tipo gordo. —El jefe miró al hombre—. Aunque este tipo también tiene el pelo negro.

—Jefe, es el único oriental de pelo negro y ojos negros entre ellos —dijo rápidamente un subordinado. Al principio, no creían que este gordo feo fuera la persona que quería el jefe, así que siguieron preguntando quién era Tang Feng. Resultó que realmente era este gordo de pelo negro.

No podían hacer otra cosa que llevárselo al jefe.

—¡Imposible, él no es! —gritó enfadado el calvo. Como estaban hablando en su propio idioma, Tang Feng no entendía mucho, pero podía oír vagamente su nombre.

—Jefe, ¿debo devolverlo? Es posible que alguien haya huido al bosque —El subordinado también estaba perdido.

Tras un momento de contemplación, el jefe agitó la mano.

—Llévalo a una habitación y enciérralo. Averiguaremos si es Tang Feng cuando se lo enseñemos a los demás.

Mientras hablaba, el actor vio cómo los hombres del jefe le hacían una foto con un móvil y luego fue conducido arriba por el subordinado.

El hombre parecía saber algo de inglés sencillo y charló con Tang Feng mientras subían.

—¿Eres una estrella de cine?

—Soy actor. —Mirando las esposas de sus muñecas, Tang Feng preguntó—: ¿Puedes ayudarme a quitármelas?

—¿Quieres que te quite las esposas? —La expresión del hombre cambió y adoptó una actitud deliberadamente feroz, diciendo—: No pienses en hacer ningún truco. He visto lo bien que has luchado antes. Tengo que advertirte: aquí todos son de los nuestros. Por muy duro que seas, no puedes luchar contra las balas.

—Sólo me duelen un poco las muñecas.

Las esposas ya le habían rozado las muñecas en carne viva.

—Bien, te las quitaré más tarde. Si eres Tang Feng, eres un tipo con suerte. Si no, bueno, estás en problemas.

Al llegar al último piso, el subordinado abrió la puerta de la habitación que había al final del pasillo. La habitación era muy sencilla, con sólo una cama y un cuarto de baño; nada más, había una ventana pero estaba soldada con barras de hierro.

Este lugar debía de utilizarse habitualmente para el confinamiento.

—Extiende tus manos —el subordinado hizo un gesto a Tang Feng y luego le quitó las esposas de las muñecas.

—¿Puede decirme por qué me buscan a mí? —esperaba que estuviera relacionado con los otros dos hombres, ya que al menos le daría alguna garantía para Xiao Yu y su seguridad. Desafortunadamente, el subordinado sólo lo miró, luego se dio la vuelta y se fue.

La puerta se cerró de golpe. Tang Feng se acercó e intentó abrirla, pero estaba cerrada desde fuera.

De una jaula a otra, el ambiente sólo había mejorado ligeramente, pero no se sentía más feliz. Se quedó junto a la ventana, contemplando el vasto bosque. No muy lejos, había un claro con dos helicópteros aparcados.

Más tarde, dio unos golpecitos a la puerta, pero aparte de oír algunos gritos desde fuera, nadie vino a abrirle.

Sentado de nuevo en la cama, Tang Feng miró por la ventana, ensimismado. Descansó un rato. Al mediodía, el sol estaba en lo alto del cielo. Aunque la blanca luz del sol era deslumbrante, la nieve derretida aún producía un escalofrío.

La puerta emitió un sonido y se abrió. Una mujer rubia de ojos azules entró llevando una bandeja. Sonriendo a Tang Feng, dijo: —Mi querido señor, es hora de comer. He oído que no comió nada ayer por la tarde, así que ahora debe tener hambre.

—¿También eres alguien que capturaron aquí?

La mujer hizo una ligera pausa, luego sonrió y dijo: —No, sólo soy una sirvienta.

—No, no lo eres. —Con su experiencia en leer a la gente, Tang Feng supo desde el momento en que ella entró que no lo era—. Tienes un aire de buena educación.

—Pero aquí, sólo soy una sirvienta. —Su sonrisa parecía teñida de amargura, acto seguido colocó algo de carne y agua en la mesa—. Deberías comer algo. Nada es más importante que la vida.

—Gracias, pero ¿puedo hacerte una pregunta? —Tang Feng miró hacia la puerta, al parecer nadie le prestaba atención.

—¿Quieres preguntar por tus compañeros? Lo siento, yo tampoco sé cómo están.

Sin querer decir más, bajó la cabeza y recogió la bandeja. Pronto entró un hombre bajito y, justo delante de Tang Feng, manoseó el trasero de la mujer, diciéndole algo con una sonrisa. Ella lucía acostumbrada a ese comportamiento y se marchó con una sonrisa.

Después de que la mujer se marchara, el hombre bajito no se fue, sino que se dirigió a la puerta y la cerró.

—Para evitar que te suicides o robes algo —comentó, mirando el cuchillo y el tenedor en la bandeja.

—No me suicidaré.

En efecto, sintiendo un poco de hambre, Tang Feng guardó silencio y empezó a comer. Necesitaba mantener sus fuerzas. El hombre bajito que lo custodiaba parecía bastante hablador.

—Tus pobres compañeros, los que lucharon contigo, ahora están siendo maltratados. No olvides dónde estás. Si ni siquiera pueden protegerse a sí mismos, ¿cómo van a proteger a esas chicas? No pasará mucho tiempo antes de que esas encantadoras damas se conviertan en putas y después de usarlas, serán vendidas a Tailandia.

Tang Feng comió un trozo de carne a la parrilla sin decir nada.

—Mírate ahora, todavía con ganas de comer. Tus compañeros son realmente lamentables —comentó el hombre con un tono lleno de burla sarcástica—. Gordo asqueroso.

—¿Ahora no sólo soy un gordo feo, sino también asqueroso?

Con una ligera sonrisa, Tang Feng miró al hombre bajito, el cual estaba cruzado de brazos, y vio claramente la sorpresa en sus ojos.

La sonrisa no duró mucho.

—Pequeño demonio, ¿no puedes mantener la compostura delante de mí? No creo haberte ofendido. ¿Por qué siempre tienes tantas quejas sobre mí?

—Parece que no eres tan estúpido como pareces —respondió el pequeño demonio, que había quedado al descubierto. Resopló y se apoyó en la puerta, observando fríamente a Tang Feng—. Gordo estúpido, ahora tienes un aspecto realmente horrible.

—Estás aquí para rescatarme —declaró Tang Feng. No estaba de humor para un combate verbal. Pensó en la mujer que le había traído comida y sintió una punzada de incomodidad.

—Sí, sí, sí. Aparte de ser rescatado, ¿para qué más estaría aquí? Vale, deja de comer esto; pronto nos iremos juntos —el asesino profesional gruñó y miró su reloj—. Ese maldito calvo se irá dentro de media hora.

—Yo no me voy —dijo Tang Feng.

—¿Crees que me complace tener que rescatarte? —argumentó el pequeño demonio.

—Pero tienes que hacerlo, ¿no? —el actor dijo directamente—: ¿Y Xiao Yu y el director? No puedo irme solo.

—¿Crees que soy una deidad? Ya es un milagro que pueda sacarte. ¿Cómo puedo manejar a tanta gente? —regañó airadamente—. Realmente no sé lo que Lu Tian Chen vio en ti. ¡Sigues siendo tan feo! Tang Feng, ¿tienes siquiera corazón? Decir que quieres salir con él y con ese imbécil de Charles al mismo tiempo, ¡nunca he visto a alguien tan codicioso!

—Sólo ayúdame a sacar a las chicas —respondió Tang Feng sin reaccionar a los insultos.

—¿Me estás… me estás escuchando siquiera? ¿Quieres hacerte el héroe? Un hombre no es suficiente para ti, ¿por lo que quieres a los dos? ¿Y luego qué? ¿También vas a querer que ese jefe calvo te folle hasta que quedes satisfecho?

Las palabras del pequeño demonio se volvieron cada vez más vulgares.

Tang Feng lo observó de una manera que no era ni amable ni suave, sino que tenía un toque de severidad. El asesino sintió una sacudida en su corazón por su mirada.

—¿Puedes decir algo útil además de insultos repugnantes? Ya sea Lu Tian Chen o Charles, eso es asunto nuestro. Ahora mismo, sólo necesito que me digas cómo están Xiao Yu y los demás —dijo Tang Feng respirando hondo—. Por lo que sé, no importa lo poderoso que sea alguien, teme estar rodeado. Si sigues maldiciendo a Xiao Yu, empezaré a gritar pidiendo ayuda.

—Tú… ¡Estoy aquí para rescatarte!

—Tu actitud no se parece a la de alguien que esté aquí para rescatarme —Tang Feng respondió fríamente.

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