Traducido por Rencov
Editado por Herijo
Shael se despertó, estirando los brazos con pereza y girando el cuello con la rutina de quien está acostumbrada a despertar a su propio ritmo.
—Ah.
A su lado, aún sumido en un sueño profundo, yacía su prometido, Eran. La imagen contrastaba con la noche anterior, cuando él la había observado con curiosidad por haberse quedado dormida antes. Ahora, era él quien permanecía inmóvil, respirando con una calma apacible.
—¡Despierta! —exclamó ella, impaciente.
Ni un solo movimiento. Parecía que, de no intervenir, Eran seguiría dormido por un buen rato más. Shael, naturalmente, no estaba dispuesta a esperar.
Con una sonrisa traviesa, acercó su dedo a la frente de Eran, lista para darle un pequeño toque que lo despertara. Sin embargo, en el último instante, algo la detuvo.
—Mmm…
Inquieta por ese impulso, retiró la mano y comenzó a estirar los dedos, uno por uno, como si preparara sus músculos para algo importante. Hizo lo mismo con las muñecas, estirándolas con precisión.
Cuando decidió que ya era suficiente, volvió a acercar el dedo, esta vez decidida. Con un movimiento suave pero satisfactorio, tocó su frente. El sonido fue más leve que el golpe que ella misma había recibido de Eran en otra ocasión. Y lo había hecho con todas sus fuerzas. Pero, justo cuando Shael se preparaba para repetir el gesto con mayor intensidad, Eran comenzó a despertar, interrumpiendo sus planes.
—¿Qué pasa? —murmuró él, todavía adormilado.
—Ya es hora de que te despiertes. Yo llevo rato levantada —mintió con la naturalidad de quien está acostumbrada a distorsionar pequeñas verdades.
Eran, aún confundido, se sentó en la cama, estirándose lentamente. Su expresión denotaba desconcierto ante el repentino golpe que había recibido.
—Eres perezoso —añadió ella con tono burlón.
—Ah, sí —respondió él sin mucha convicción, levantándose finalmente. No obstante, su mirada, aunque somnolienta, revelaba una pizca de incomodidad. Era claro que sentía que el golpe no había sido justo. Pero eso solo llenó a Shael de una alegría traviesa.
Ese era, sin duda, un buen inicio para el día.
De repente, algo cambió en la expresión de Eran. Una sonrisa se dibujó en sus labios cuando sus ojos se posaron en una pila de cartas que descansaba sobre la mesa. No necesitaba decirlo, pero era obvio lo que estaba pensando.
—¿Quieres jugar de nuevo al juego de cartas de ayer? —preguntó con una astucia que solo Shael podría comprender.
Era evidente. Los ojos de Eran no se fijaban en las cartas, sino en su frente, como si ya anticipara su próxima victoria.
Shael meditó por un instante, evocando el recuerdo de la jornada anterior. Solo pensar en ello le provocó un ligero dolor en la frente. Sin embargo, su espíritu competitivo no le permitía retroceder.
¡No, no podía huir!
—Sí, jugaré —dijo con firmeza.
Con esa afirmación, Eran abrió la mano, mostrando sus cinco dedos extendidos. El mensaje era claro: cinco golpecitos. La apuesta era alta. Si perdía, su frente quedaría en ruinas. Pero si ganaba… ah, ese pensamiento también la hacía sonreír.
Con renovada determinación, Shael asintió. Eran, al verla aceptar el reto, tomó el mazo de cartas, pero antes de que pudiera barajarlo, Shael, rápida como un relámpago, se lo arrebató de las manos.
—Yo repartiré —anunció con un brillo astuto en los ojos.
—Sí, adelante —respondió Eran, complacido, quizás subestimando la tenacidad de su prometida.
Con movimientos calculados, Shael repartió las cartas. El juego estaba en marcha. Ella sostenía una sola carta, mientras que Eran tenía dos. ¡Esta vez debía ganar! La derrota de la noche anterior la había dejado con la sensación de haber sido traicionada por la suerte.
Perdí ayer solo por mala fortuna, pensó, observando cómo su estúpido prometido se mostraba demasiado confiado, ignorante del peligro que se avecinaba. Lo que Eran no sabía era que Shael tenía en su mano una carta bomba, el as bajo la manga que había estado reservando.
Reprimió la sonrisa que amenazaba con curvar sus labios. Era crucial mantener la calma y tomar a su oponente por sorpresa. Todo estaba en su lugar. No podía permitirse fallar. Si iba a hacer trampa, debía hacerlo a la perfección.
Cuando Eran, concentrado y ajeno a la estratagema, estaba a punto de tomar sus cartas, Shael lanzó con precisión su carta bomba al montón de descarte. La jugada fue perfecta.
—¡Esta es mi victoria! —declaró con triunfalismo.
—Ah… —murmuró Eran, sorprendido. Su mirada se dirigió a la carta descartada y, al comprender su significado, tragó saliva. Sabía lo que eso significaba para su frente.
Shael, satisfecha, comenzó a relajar las manos, mientras se preparaba para disfrutar de su merecido triunfo.
Eran permanecía inusualmente en silencio, como si algo extraño le estuviera llamando la atención. Shael lo miró de reojo, extrañada.
¿Te sientes intimidado solo por verme relajar las manos?, pensó con una mezcla de satisfacción y sorpresa. Parecía que su prometido, al verla preparar su golpe, comenzaba a sentirse vulnerable. Pero, con rapidez, desechó esa idea. No le importaba si Eran estaba nervioso; lo único que deseaba en ese momento era darle un buen golpecito en la frente, el primero de muchos.
Con un movimiento rápido, Shael lo golpeó con fuerza.
—¡Ay! —se quejó Eran, aún con los ojos cerrados. Parecía querer evadir el dolor, pero sabía que no tenía escapatoria; aún le quedaban cuatro golpes más.
Shael decidió esperar. Aprendió, tras recibir numerosos golpes de Eran, que el impacto era mucho más doloroso cuando no se estaba preparado. Por eso, aguardó pacientemente, observando a su prometido. Eran, algo confundido, abrió los ojos, probablemente preguntándose por qué ella se había detenido.
¡Ahora!
El sonido del golpe resonó en la habitación.
—¡Aaah! —Eran soltó un grito mientras llevaba la mano a su frente, pero el daño ya estaba hecho.
Shael no pudo contener una carcajada. La sensación de victoria la embargaba, y no había mayor satisfacción para ella que ver a su prometido fruncir el ceño en señal de dolor.
—Todavía me queda uno —anunció con una sonrisa maliciosa.
Estas mismas palabras las había escuchado de Eran tantas veces, cuando era ella quien estaba en su lugar. Ahora le tocaba disfrutar de la revancha.
Un último golpe retumbó en la frente de Eran.
—¡Duele! —se quejó él, frotándose la frente con ambas manos.
Pero Shael ignoró sus quejas y con una actitud despreocupada dijo:
—Entonces, vámonos.
—Sí —respondió Eran, todavía adolorido, mientras ambos se disponían a prepararse para salir.
Una vez listos, Shael le entregó a Eran su muñeco y de paso el equipaje que cargaba entre sus manos.
—Llévalos por mí —dijo sin más. Lo cierto era que era bastante pesado, y no tenía interés en cargarlo ella misma.
Eran, que en otras ocasiones habría protestado o intentado negociar, esta vez tomó el equipaje sin rechistar. Su obediencia repentina no pasó desapercibida para Shael. Algo había cambiado en su comportamiento, y esa sumisión inesperada despertaba en ella una leve sospecha.
¿Mi prometido finalmente se ha rendido ante mí? ¡Necesito comprobarlo!, pensó Shael con un brillo de astucia en los ojos. Decidida a poner a prueba su nueva teoría, comenzó a buscar objetos que pudiera arrojar intencionadamente. Encontró una de sus herramientas mágicas favoritas, esa que usaba con frecuencia.
—Tráemelo —ordenó con desdén, esperando la habitual réplica.
“¿No tienes pies?”, pensó que diría Eran, como solía hacerlo en situaciones similares. Estaba completamente segura de que la ignoraría. Sin embargo, lo que escuchó la dejó sin palabras.
—Sí, espera aquí —dijo Eran sin titubear, antes de apresurarse a buscar la herramienta.
¿Realmente lo ha buscado para mí? ¿Le pasa algo en la cabeza? ¡No! ¡Por fin su mente ha regresado a la normalidad!, reflexionó con desconcierto.
Eran, que últimamente había desarrollado una personalidad más desafiante, parecía haber vuelto a ser el prometido dócil y complaciente de antes. Exactamente lo que ella había deseado. Y, sin embargo, algo en su interior no terminaba de estar satisfecho. Sin darse cuenta, Shael empezaba a encontrar la situación… aburrida.
¿He perdido la cabeza?, se preguntó a sí misma, tratando de encontrar sentido a su confusión. ¿Por qué me resultaría aburrido algo tan agradable?
Sacudió la cabeza con fuerza, tratando de disipar esos pensamientos.
No importa, simplemente disfrutemos de la situación, decidió finalmente, determinada a aprovechar este nuevo comportamiento de Eran.
Cuando él volvió con el objeto en las manos y se lo entregó, Shael no tardó en aprovechar la oportunidad.
—Tráeme agua —ordenó con una voz que no admitía discusión.
Eran, sin vacilar, trajo el agua rápidamente.
—Ahora cómprame un paraguas —demandó, empujando un poco más los límites.
Eran regresó con el paraguas, tal como Shael había ordenado, a pesar de que no había ninguna probabilidad de lluvia en el clima actual. De hecho, no había ninguna razón lógica para llevar un paraguas en ese momento, ya que ambos se encontraban en la torre, un lugar cerrado y protegido. Sin embargo, Eran seguía obedeciendo cada una de sus palabras sin vacilar.
Lo cierto es que ese comportamiento incondicional comenzaba a resultar aburrido. No era divertido, ni estimulante. Shael, con el ceño fruncido, empezó a cuestionarse las razones detrás de este cambio repentino en la actitud de su prometido.
¿Podría ser que el Señor de la Torre lo haya maldecido?, pensó de repente. La idea comenzó a tomar forma en su mente. Era la única explicación lógica que encontraba para un cambio tan drástico en la personalidad de Eran de la noche a la mañana. Incluso si su carácter hubiese cambiado por alguna razón, no tendría sentido que siguiera sus órdenes tan ciegamente, sin rechistar ni oponer resistencia.
Quizás pensó que Eran era el culpable de darle las pastillas y, en represalia, lo maldijo, especuló Shael. Si ese fuera el caso, era posible que Eran estuviera haciendo exactamente lo contrario de lo que realmente deseaba hacer.
Una sonrisa astuta se dibujó en los labios de Shael. Tenía una idea brillante. Si su teoría era correcta, podría usar esta situación a su favor.
—Devuélveme el Orbe de la Serpiente —dijo de repente, probando su hipótesis.
Como esperaba, Eran, sin dudarlo ni un segundo, se dispuso a obedecerla. Estaba a punto de entregarle el valioso Orbe de la Serpiente, un objeto que normalmente jamás habría cedido tan fácilmente. Fue justo en ese momento cuando un sonido claro y refrescante resonó en la habitación.
—¡Ahh!
♦ ♦ ♦
—Jeje…
Shael estaba durmiendo profundamente, pero lo que me sorprendió fue que hablaba en sueños. Era una imagen muy distinta a la que mostraba cuando estaba despierta, con esa actitud fría y desafiante que tanto la caracterizaba. Verla sonreír de forma tan genuina mientras dormía era algo que no había esperado ver de una villana como ella.
Observé su rostro relajado, con una sonrisa que, por alguna razón, me inquietaba. Claramente estaba teniendo un buen sueño.
Espero que no sea uno de esos sueños en los que me acosa, como insinuó anoche, pensé con una ligera incomodidad. La idea me resultaba extrañamente desagradable, y esa sonrisa no hacía más que aumentar mi malestar. Decidí que no podía dejar que siguiera disfrutando de su sueño tan tranquilamente, sobre todo cuando se había apoderado de toda la manta.
Con una intención casi infantil, levanté mi mano y la dejé caer con un leve toque sobre su frente.
—¡Ahh! —exclamó Shael, despertando bruscamente.
Sus ojos se abrieron lentamente, aún velados por el sueño. Parecía confundida y desorientada. Me incliné un poco hacia ella, sonriendo con cierta malicia.
—Debes de haber estado soñando —le dije, notando cómo la sonrisa que había tenido mientras dormía desaparecía lentamente.
—¿Qué tipo de sueño te hizo sonreír tan felizmente? —pregunté, curioso por su reacción.
Shael, en lugar de responder, simplemente fijó su mirada en el espacio, como si no quisiera hablar de ello. Luego, sin previo aviso, señaló el mazo de cartas que estaba en la mesa.
—Eso, vamos a hacerlo de nuevo —dijo con un tono serio.
—¿Sí? —pregunté, sorprendido. No me esperaba esa respuesta. Recién se había despertado y ya estaba proponiendo jugar a las cartas. No era la reacción habitual después de un sueño, y mucho menos viniendo de Shael.
Aun así, asentí. No tenía la intención de contrariarla hoy.
Era por el banquete. Para evitar posibles roces con el Señor de la Torre, era necesario adaptarse a su estado de ánimo, y eso significaba, en gran medida, seguirle el juego a Shael.
Ella extendió sus cinco dedos, una clara señal de que los cinco golpes en la frente seguían siendo la recompensa por perder la apuesta.
—Sí, estoy de acuerdo —respondí sin más.
Al igual que el día anterior, Shael intercambió una de sus cartas de manera sospechosa. Pero esta vez decidí no usar la magia de visión para asegurar la victoria. Aguantaría hasta que el banquete terminara; era más fácil dejar que las cosas fluyeran según lo que ella quisiera por ahora.
Como era de esperar, perdí el juego… exactamente como Shael deseaba. Ella comenzó a flexionar sus manos, preparándose para su “venganza”.
—¿Un sueño premonitorio? —murmuró suavemente, perdida en sus pensamientos.
¿Habrá soñado todo esto?, pensé con curiosidad. Pero antes de que pudiera indagar más, Shael ya estaba levantando la mano, lista para el primer golpe.
—¡Auch! —grité de forma anticipada, cerrando los ojos con fuerza.
Entonces, el golpe nunca llegó. La curiosidad me venció, y abrí los ojos solo para ver a Shael sonriendo maliciosamente. Sabía que había esperado justo ese momento.
—¡Aaah! —grité cuando finalmente lanzó el primer golpe.
—¡Aaah! —volvió a reír con satisfacción, disfrutando de cada segundo.
—¡Todavía me queda uno! —anunció, antes de soltar el último y contundente golpe.
—¡Aaahh! —gemí de nuevo, llevándome las manos a la frente para mantener las apariencias.
Shael se apartó con una sonrisa maliciosa, satisfecha con su pequeña victoria. Yo, por otro lado, luchaba por contener mi risa. En realidad, no había sentido dolor alguno, pero sabía que si ella pensaba que no había dolido, perdería parte de su diversión.
—¡Duele! —me quejé, fingiendo dolor mientras masajeaba mi frente.
Shael sonrió con satisfacción ante mi reacción, disfrutando de su momento de triunfo.
—Entonces deberías haber ganado.
Había mucho que podría decir, considerando que Shael había ganado haciendo trampa. Por lo general, no habría dejado pasar la oportunidad de refutar o al menos señalar su engaño. Pero esta vez decidí no hacerlo. En el fondo, sentía un poco de lástima por ella.
Le he golpeado la cabeza bastante en estos días, pensé, justificando mi silencio.
Era evidente que Shael estaba empeñada en darme esos cinco golpes. Sin embargo, en su entusiasmo, se había olvidado por completo de su objetivo. La villana estaba demasiado satisfecha con los pocos golpes que había logrado darme, y su risa triunfal lo confirmaba.
La verdad era simple: la villana es estúpida.