Traducido por Yonile
Editado por Herijo
Ver a Annabelle y Robert conversando amistosamente había provocado en Ian una extraña molestia. Annabelle lucía tan hermosa como una diosa. Incluso junto al príncipe, no parecía sentirse incómoda en absoluto.
Resultaba doloroso verlos chocar las copas y conversar animadamente. Él sentía que se estaba volviendo loco, y mientras tanto, ella sonreía… mirando a otro hombre.
Sin embargo, no era tan impulsivo como para abandonar a su acompañante y salir corriendo del teatro solo por sentirse irritado sin motivo aparente.
Ian era una persona sensata y podía controlar fácilmente aquella ira injustificada. Apeló a su propia sensatez y trató de calmarse.
El único lugar al que podía retirarse para recomponerse durante la función era, por supuesto, el baño. Se echó agua fría en la cara y se pasó la mano por el flequillo empapado.
¿Por qué estás tan furioso?
Ahora, el simple hecho de pensar en el rostro de Annabelle lo enfurecía. ¿Estaba furioso porque no era él con quien ella charlaba?
Las únicas veces que se encontraban cara a cara era con las espadas de por medio.
Era innegablemente hermosa, pero hoy parecía deslumbrar aún más, y eso lo enfurecía todavía más. Quizás eso era precisamente lo que empeoraba las cosas.
Cálmate.
En serio, debía dejar de pensar en Annabelle y Robert.
Se limitaría a mirar el escenario. Dejaría de enfadarse con Annabelle y la ignoraría con determinación, como siempre había hecho.
Fue hasta entonces cuando, habiendo logrado calmarse, salió del baño.
—Oh, ha salido la luna llena. Qué hermosa noche.
La voz de la soprano continuó desde el escenario, convertida ahora en mera música de fondo para él.
Justo frente al baño, enmarcada por un gran ventanal abierto al exterior, estaba la luna llena. Y sentada en el borde de la ventana, una mujer que eclipsaba su belleza.
El ventanal estaba tan alto que incluso Ian tuvo que alzar la vista.
La mujer que, momentos antes, acaparaba su atención mientras reía junto a otro hombre, ahora estaba allí, a solas con él.
—Ian Wade.
Annabelle, que claramente lo estaba esperando, sonrió. Luego, saltó ágilmente.
Ian no pudo hacer otra cosa que observarla.
♦ ♦ ♦
—Dime, ¿cómo terminaste así? No es propio de ti.
—Entonces, ¿cómo soy yo?.
El cantante tenía una voz increíble, pero mi atención estaba fija en Ian, que seguía inmóvil como una estatua. Mi corazón latía con fuerza ante la perspectiva de culminar mi tarea si lograba darle el antídoto rápidamente.
Desde el momento en que recordé mi vida pasada, me convertí en una persona nueva.
Tal como esperaba, Ian se había levantado discretamente en medio de la ópera tras haber bebido tanta agua.
Sí, siendo humano, tenía que ir al baño tarde o temprano.
Todo iba según el plan.
Tan pronto como Ian desapareció, le susurré a Robert:
—Príncipe, necesito ir al baño un momento.
—¿No puedes esperar un poco? —Estaba a punto de levantarme, pero él me sujetó la muñeca. Luego, habló en voz baja: —Estamos llegando al clímax de la ópera.
—Yo también estoy a punto de llegar a mi clímax.
Me refería al clímax de mi plan, claro, pero Robert me miró desconcertado por un instante, como si pensara que hablaba… del clímax de mi vejiga.
—Vaya… eh, está bien. Ve.
Finalmente, soltó mi muñeca. Entonces, al verme coger mi copa de vino, preguntó con sarcasmo: —¿Y eso para qué?
—Oh, podría darme sed de camino —improvisé, y salí apresuradamente tras Ian.
Tal como esperaba, Ian dobló la esquina hacia los baños.
¿Cómo puede estar saliendo todo tan bien?
Lo seguí hasta la puerta del baño y miré a ambos lados del pasillo: no había nadie. Después de todo, como había dicho Robert, el clímax de la función era inminente, ¿quién abandonaría su asiento para pasearse por el pasillo?
De un salto ágil, me senté en el borde del ventanal, justo frente a la puerta del baño. Ahora, en cuanto Ian saliera, solo tenía que abalanzarme sobre él, llevarle la copa a los labios y verter el vino con el antídoto.
¿Por qué tarda tanto?
Crucé las piernas y esperé lo que me pareció una eternidad. El vestido ajustado, los tacones altos y los accesorios me resultaban más incómodos que de costumbre.
—Oh, ha salido la luna llena. Qué hermosa noche. —La voz del cantante resonaba con fuerza hasta el pasillo. Mientras escuchaba distraídamente la canción, la puerta del baño se abrió y salió Ian. Si antes llevaba el flequillo perfectamente peinado hacia atrás, ahora lo tenía revuelto y húmedo. Que yo recordara, siempre mantenía una apariencia impecable, incluso durante el entrenamiento.
—Ian Wade.
Salté de la ventana y, copa en mano, lo empujé contra la pared. Se mostró sorprendentemente dócil; yo esperaba que esquivara mi embestida. En lugar de eso, se limitó a mirarme con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
—¿Annabelle? —murmuró tras un instante, desconcertado.
Su murmullo me hizo sentir un poco de vergüenza. Era como si lo hubiera acorralado contra la pared sin previo aviso.
¿Por qué pone esa cara de sumisión?
En esta atmósfera, resultaría un poco extraño ofrecerle vino sin más. Así que, reuniendo toda la compostura que pude, le ofrecí la copa.
—Bebe.
—¿Qué?
—Este vino es horrible. La gente debería beber cosas más sabrosas.
Ian me miró como si estuviera loca. Sé que era absurdo, pero no se me ocurría otra cosa.
—No pensarás que tiene veneno, ¿verdad? —Al ver que no la tocaba, incluso tomé un pequeño sorbo para demostrarlo. —He venido hasta aquí solo para darte a probar algo que, la verdad, no está muy bueno.
—¿Aquí? ¿Ahora?
—Sí.
—Está bien…
Ian que me miró como si estuviera presenciando el comportamiento más extraño del mundo, suspiró, tomó la copa y se la llevó a los labios. En ese instante, golpeé el fondo de la copa y el contenido se derramó directamente en su boca.
—¡Tú…! —exclamó él, atónito y furioso.
Se tragó la mayor parte del líquido por puro reflejo, pero el resto se derramó sobre su impecable ropa.
Pero eso ya no era asunto mío.
Vas a tener éxito en el futuro, seguro que podrás superar esta pequeña humillación.
El caso es que se lo había bebido. Ian Wade había tomado el antídoto. Lo había visto con mis propios ojos. Y, que yo supiera, no había testigos en el pasillo.
Este era el final de mi misión. Sin que Reid lo supiera, Ian estaba a salvo de todo peligro, y nuestro pequeño crimen quedaba encubierto.
¡Todo ha terminado!
Le quité la copa vacía de la mano mientras él aún me miraba con una expresión indescifrable.
Bueno, Ian Wade, ya no tendré que volver a verte. Ha sido duro aguantar mis excentricidades, ¿verdad, Ian?
No se lo dije, por supuesto. Me di la vuelta sin remordimientos aparentes, aunque una parte de mí recitaba en silencio mis verdaderos pensamientos:
Perdón por todo. Te he causado muchos problemas, noble caballero. Incluso ahora… acabo de mancharte la ropa como una salvaje. No volveré a hacerlo. A partir de ahora, deberías conocer a esa maravillosa heroína y vivir feliz con un amor normal. Y yo, por supuesto, encontraré a un hombre compatible, tendré un amor normal y viviré feliz también.
Mientras daba los primeros pasos para alejarme de allí, sintiéndome liberada, escuché una voz sombría a mi espalda:
—Annabelle, espera.
Quizás había sido demasiado derramarle el vino encima y darme la vuelta sin disculparme. Debía de estar furioso por haberle manchado la ropa en un evento social como este. Pensé que, si quería golpearme, tendría que aceptarlo.
Me di la vuelta, algo nerviosa.
—¿Sí…?
—¿Te vas así sin más?
—¿Eh?
—No puedes irte así como si nada.
Parpadeé, confundida.
Pero me dolería muchísimo si decidiera golpearme en serio…
—Bueno… no puedo dejar al príncipe esperando…
La expresión de Ian se ensombreció aún más.
Normalmente era muy estricto con el código de caballería; debía de odiar mi vulgaridad al escudarme en una figura de autoridad. Así que me dio aún más reparo decir algo.
—Bueno… la verdad, lo siento…
Él interrumpió mi intento de disculpa, dando otro paso hacia mí: Su expresión era tan aterradora que cerré la boca de golpe. En el silencio tenso, la magnífica voz del cantante volvió a resonar desde el teatro.
—Annabelle.
—¿Sí…? ¿Qué…? ¿Aún no hemos terminado?
—¿Ya no vas a agredirme más? ¿Tampoco vas a insultarme?
Me quedé boquiabierta. Era la última vez, ¡y se me había olvidado soltarle alguna barbaridad para disipar cualquier sospecha! Podía encontrarlo sospechoso, así que improvisé rápidamente:
—¡Has estado sonriendo todo el día! ¡Ojalá llegues a casa y descubras que tienes algo metido entre los dientes!
En realidad, Ian no me había hecho nada tan terrible, pero no me sentía cómoda soltando insultos gratuitos. Solo quería terminar con aquello rápidamente y desaparecer de su vida para siempre. Era mi pequeña expiación y mi última muestra de consideración hacia él.
—Déjalo ya. De verdad tengo que volver con el príncipe.
Anuncié descaradamente el fin de la conversación y me di la vuelta rápidamente, dejando a Ian plantado allí, con la ropa manchada.
Pero entonces, me agarró de la muñeca.
Nuestras miradas se cruzaron y hubo un instante de silencio tenso. Sus ojos rojos, cubiertos por el flequillo revuelto, parecían extrañamente desesperados. Las palabras que finalmente logró articular sonaron con una voz grave, casi dolorosa:
—Tus insultos… Lánzame más.
¿Pero qué dices, loco?