Dejaré de ser la rival del protagonista – Capítulo 24

Traducido por Yonile

Editado por Herijo


La familia de mi padre biológico, el Marqués de Abedes, era una de las casas nobles de más alto rango del Imperio. Su poder era tal que mi madre, Caitlyn, llegó a suplicarle que la dejara quedarse con él; sin embargo, él simplemente se deshizo de ella arrojándole una considerable fortuna y un frío: «Toma esto y vete».

Quizás, si lograba ganar un título y ser reconocida oficialmente como miembro de la familia, tendría derecho a heredar y acceder a una verdadera riqueza. El problema era que el marqués de Abedes era perfectamente consciente de mis posibles intenciones. Y eso le molestaba. Mi esfuerzo por ganar la competición de esgrima no le impresionaba, le irritaba.

—¿Podemos hablar un momento? —La voz pertenecía a Richard, el hijo mayor del marqués Abedes. Era alto, llevaba gafas redondas y me hablaba con tono amable, aunque mantenía los brazos cruzados. —Como familia.

¿Familia? Parpadeé involuntariamente. ¿De verdad somos familia? ¿Está loco?

—Bien —continuó Richard. —Tenía intención de ir a verte, pero no imaginaba que nos encontraríamos así hoy.

A su lado, Elburn, el segundo hijo del marqués, también sonrió y me tendió la mano.

—Nuestro padre también quiere verte. Vamos.

Tanto Richard como Elburn eran jóvenes que estaban ganando renombre y escalando posiciones en la sociedad imperial. Se sabía que eran bastante populares gracias a su atractiva apariencia. El cabello de Elburn, de color lavanda como el mío, estaba impecablemente peinado, y sus ojos azules, un tono ligeramente más pálido que los míos, tenían una forma alargada, casi almendrada.

En particular, Richard Abedes era el segundo protagonista en la novela original. También era la mano derecha del Príncipe Carlon, el villano principal. Era un hábil estratega, bueno en diversas maquinaciones, y gozaba de cierta popularidad entre un nicho de lectores aficionados a las relaciones de amor-odio. Pero, dado que esa persona era mi medio hermano, mi historia personal sería muy diferente.

—Sí, iré —respondí.

Sonreí y me levanté en silencio.

Incluso Robert, Ian y Braden parecieron querer decirme algo, pero al final, simplemente me dejaron marchar con ellos.

—Vamos —indicó Richard.

Así que iba a hablar con los tres hombres de la opulenta familia del marqués. Se suponía que yo ya sabía, desde muy joven, lo que pensaban de mí. En otras palabras, no bastaba con un simple rechazo cortés; tenía cuentas pendientes con ellos.

♦ ♦ ♦

Cuando tenía catorce años, participé por primera vez en la competición nacional de esgrima. Era un evento de gran importancia para cualquiera. Se desarrollaba en formato de torneo durante varios días. Avancé con relativa facilidad, venciendo a mis oponentes en menos de cinco minutos en cada asalto hasta llegar a los cuartos de final.

Ante el sorteo de esa ronda, Reid y Caitlyn se mostraron visiblemente emocionados.

—¡Quién iba a decir que Aaron Rainfield perdería en primera ronda! —exclamó Reid. —Tenía mis dudas, con solo doce años, temía que usara su agilidad y pequeño tamaño con movimientos astutos.

Aaron Rainfield era uno de los candidatos que esperábamos fuera más difícil de vencer. Temía sufrir una derrota humillante si me enfrentaba a él, pero el combate resultó ser casi un espejismo: el primer oponente de Aaron fue Ian Wade, y fue eliminado de inmediato.

—Además, si esto continúa, te enfrentarás a Ian Wade en la final —añadió Reid, señalando el nombre de Ian en el cuadro de emparejamientos.

Era la primera vez que Ian participaba, pero su nombre ya generaba interés como “genio de la esgrima”. Con esos antecedentes, había acaparado la atención casi desde su nacimiento.

—Siendo el hijo de la familia Wade, no será un rival fácil —intervino Caitlyn. —Pero… aun así, Annabelle, debes dar lo mejor de ti. No hay nada que pueda vencer la pura desesperación humana.

—Sí, Ian es el heredero del duque, no necesita ganar un título como este —continuó Caitlyn, revolviéndome el pelo con una amplia sonrisa. —Entonces, ¿no crees que podrías ganar más fácilmente de lo esperado? Mi linda hija, si obtienes el título de esta forma y eres reconocida como miembro del Marqués de Abedes, tu madre será inmensamente feliz.

Yo, con catorce años, apreté la empuñadura de mi espada y asentí. La flagrante discriminación que Caitlyn mostraba hacia mí en comparación con mi hermano Reid era algo que sentía constantemente. Pero ella me había convencido de que, si ganaba el primer puesto, todos me tratarían con afecto. La sonrisa que me dedicó cuando le mostré por primera vez mi talento con la espada había sido la más radiante que le había visto jamás.

—Entonces tu mamá y tu hermano, nuestra Annabelle… Los tres podremos vivir felices así —me susurró, con una calidez y dulzura que nunca antes le había oído. —Reid y yo haremos todo lo posible para apoyarte, así que tú también esfuérzate al máximo.

Cada vez que vencía a un oponente, ella se regocijaba visiblemente. Sus vítores parecían sinceros, aunque, en el fondo, no tenía claro si eran para mí o por los beneficios que esperaban obtener del marquesado si yo era reconocida.

—Si heredas tu parte de tu padre biológico por adelantado, yo me encargaré de cuidarnos bien a todos. Así no tendrás que esforzarte tanto como ahora.

Sentía que toda la carga recaía sobre mí, pero asentí incondicionalmente a sus palabras. De alguna manera, anhelaba desesperadamente volver a ver esa sonrisa amable en el rostro de Caitlyn. Estaba segura de que me amaría si ganaba. Después de todo, yo era su hija. Siendo la niña solitaria que era, estaba tan desesperada por afecto que llegaba a justificar mis propios errores con tal de complacerla.

Tras uno de los combates de semifinales, me dirigí sola al baño. Al salir, me desorienté un momento y terminé deambulando entre el público. Fue entonces cuando me encontré con aquella gente inesperada: el Marqués Abedes y sus dos hijos, Richard y Elburn.

Ni Richard ni Elburn participaban en la competición, pues no eran espadachines, pero habían acudido como espectadores al tratarse del evento más importante del Imperio. Yo acababa de ganar mi semifinal; solo quedaba la final. En ese punto, era imposible que no supieran de mi existencia.

Annabelle Nadit, la hija ilegítima del marqués Abedes, una plebeya de catorce años de la que nadie esperaba nada, había llegado a la final.

Contra.

El único hijo del Duque Wade, Ian, ya famoso por su habilidad con la espada y el claro favorito para ganar.

El hecho de que dos jóvenes de catorce años compitieran en la final, en un torneo abierto hasta los veinticuatro, también era tema de conversación y añadía interés al enfrentamiento.

La mirada del marqués Abedes me recorrió brevemente, de la cabeza a los pies. Lo había visto de lejos en la calle alguna vez, pero nunca tan de cerca.

—Hmph.

El marqués abrió lentamente la boca. En aquel momento, apenas podía creer que se dirigiera a mí. Mi corazón latía con fuerza, debatiéndose entre el miedo y la absurda esperanza de que me reconociera por haber llegado a la final.

—Ni siquiera te pareces a mí.

Eso fue todo. Con esa frase lapidaria, el marqués Abedes pasó a mi lado sin añadir nada más. Y yo no podía rebatirlo. De hecho, lo único en lo que me asemejaba a la elegante gente de Abedes era el color violeta claro de mi cabello. Mis ojos azules también podrían ser similares, pero el tono de los del marqués era, sin duda, mucho más claro que el mío.

Mis dedos se crisparon de vergüenza mientras Richard se detenía frente a mí.

—Tú debes ser Annabelle Nadit.

Tragué saliva, con la boca seca, mientras observaba su rostro. Su postura erguida y su vestimenta aristocrática marcaban un claro contraste conmigo.

—Solo había oído hablar de ti. No puedo creer que por fin nos encontremos cara a cara de esta manera.

Me dedicó una suave sonrisa que captó mi atención.

Yo, que nunca había conocido el afecto de nadie hasta entonces, volví a sentirme vulnerablemente emocionada y me mordí el labio inferior.

—Aunque nuestras madres sean diferentes, sigues siendo mi hermana, pues compartimos la misma sangre —continuó Richard, su voz peligrosamente dulce. —Espero que ganes la final y seas reconocida como parte de la familia.

Mi corazón latió con fuerza ante sus palabras. Los hermanos Abedes, impecablemente vestidos, eran insultantemente apuestos. Me costaba creer que unos hermanos tan maravillosos pudieran reconocerme como su hermana en aquel momento.

Estaba a punto de balbucear un agradecimiento, con una sonrisa temblorosa… cuando Richard, tras confirmar la esperanza en mi rostro, me dirigió una mirada gélida.

—Al ver esa expectativa en tus ojos… esa superficialidad me recuerda a tu madre.

Mi cuerpo empezó a temblar. Fue un golpe mucho más brutal que el desaire del marqués.

—Si te diera unas monedas, deberías marcharte tranquilamente —continuó Richard con abierta molestia. —¿Por qué tomarte tanta molestia con todo esto? Gracias a tu espectáculo, ahora nadie en el círculo aristocrático desconoce tu existencia. Esta es la primera vez que me siento afortunado de que exista Ian Wade.

Con esas últimas palabras, Richard también pasó a mi lado.

Elburn se detuvo un instante, sonrió y me miró.

—No te preocupes. De todos modos, hasta aquí has llegado —dijo, y me dio un golpecito condescendiente en la frente con el dedo. —¿Reconocerte con el apellido Abedes? Ni hablar. Menos mal que está Ian Wade para evitar que algo tan terrible suceda.

Y, de esa manera, Elburn siguió los pasos de su hermano y se alejó.

Cuando me dejaron sola, reuní todas mis fuerzas para no derramar lágrimas.

Al final, solo me quedaban Caitlyn y Reid. Al menos ellos me animaban y esperaban mi victoria.

Entonces, cuando llegó el momento de enfrentarme a Ian en la final, apreté con fuerza la mano que sostenía mi espada.

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