Violet Evergarden – Folleto 3: Charlotte Abelfreya Fluegel y el Reino del Bosque

Traducido por Ichigo

Editado por Herijo


En ese momento, me encontré pensando: Ah, quizá si desapareciera, si me desvaneciera ahora mismo, nadie se daría cuenta.

Una vez que ese pensamiento echó raíces, ya no pude pensar en nada más. Antes de darme cuenta, mis manos y pies se movían solos. Lentamente, me puse en pie y abandoné aquel lugar. Nadie me llamó. Nadie intentó detenerme.

Por eso ahora estaba escondida. Me había refugiado en un rincón del laberinto de rosas del palacio real. Miré al cielo. Estaba nublado. El aire pesaba, denso, amenazando con llover. ¿Alguien me estaría buscando ya? No, quizá ni siquiera se habían percatado de mi ausencia. Podría apostar cien camelias blancas de Drossel a que no lo habían hecho.

Eso no sería una apuesta susurró una voz dentro de mi cabeza.

¿Qué me pasaría si me quedaba aquí, así?

Intenté pensar con calma. Primero, sentiría hambre. Los insectos picarían mi piel. El cielo sombrío descargaría la lluvia sobre mí. Me daría fiebre por el frío, y luego… y luego… y luego…

Mi imaginación no daba para más; el escenario terminaba ahí.

Estiré las mangas de mi vestido y me quité los largos guantes, arrancando hierba con la mano desnuda. Recogí algunos pétalos de rosa caídos y los lancé al aire, aunque apenas flotaron antes de volver a caer. Debía parecer una niña intentando contener un berrinche. Si alguien me viera, seguramente se preguntaría qué demonios hacía allí la reina de Fluegel.

¿Por qué había crecido para ser así? Solo era capaz de darle vueltas a asuntos triviales, sumida en el caos. Una debilidad impropia de alguien nacida en una familia destinada a gobernar un país.

Se supone que los miembros de la familia real no deben exponer su verdadero yo. Bajo ninguna circunstancia debes olvidar actuar con dignidad y ser un modelo para tus súbditos.

Aunque ya era una esposa, me comportaba como una niña.

Sin embargo…

Había vivido un romance como los que sueñan las jovencitas.

Después de mi largo tiempo trabajando en la corte…

Me enamoré y conquisté a mi amado señor.

Estas han sido las cartas de amor públicas más memorables. Sí… en el buen sentido.

Después de correr y correr, ahora estaba viviendo las secuelas de todo aquello.

Mi nombre es Charlotte Abelfreya Fluegel y ya ha pasado un año desde que me casé y vine a Fluegel.

Drossel y Fluegel: sin importar lo que pudiera pasarles a estas dos naciones en el futuro, me tenían a mí como su intermediaria. Si llegara a morir en este laberinto de rosas sin que nadie me encontrara, quería que alguien lo recordara.

Para explicar por qué las cosas habían llegado a este punto, tendría que rebobinar un poco el reloj y retroceder un poco en mi vida. ¿Hasta dónde? Quizás hasta aquella hermosa chica de cabello dorado. Mi favorita. La escritora fantasma que medió en mi romance. No, rebobinar hasta los tiempos de las cartas de amor públicas de Violet Evergarden sería ir demasiado atrás. Un poco más tarde. Quizá lo apropiado sería alrededor del tiempo en que yo, que una vez fui la tercera princesa de Drossel ese hermoso país donde las camelias blancas florecían en abundancia, me fui y cambié mi apellido. Sí, exacto, eso era suficiente.

Fluegel era un país vecino de próspera silvicultura. Me casé con el hombre que tenía los derechos prioritarios para suceder en su trono. Dejando atrás todo lo que había apreciado, me casé. Me había transformado de niña a adulta, al menos en estatus, aunque mi apariencia no hubiera cambiado mucho. Mi esposo era Damian Baldur Fluegel. Al principio de nuestro matrimonio, él era el heredero al trono, pero hace unos días sucedió a su padre en el trono, convirtiéndose en rey de pleno derecho. En otras palabras, yo también me había convertido en reina.

Probablemente la peor reina de la historia. Después de todo, había huido.

Déjenme intentar trazar el tiempo rebobinado con precisión.

La capital de Fluegel era una ciudad de fresca vegetación, con un castillo erigido en las profundidades de un bosque. Dicho palacio real no era robusto ni ostentoso, pero estaba en perfecta armonía con la naturaleza, dotado de una belleza calculada. A diferencia de Drossel, un país sostenido por el turismo, el interés nacional de Fluegel residía en su silvicultura. La flor nacional de Drossel era la camelia blanca; la de Fluegel, la rosa roja. Separados por un gran río, uno se preguntaba cómo podían ser tan diferentes.

Las diferencias no eran malas en sí mismas. Después de todo, el rey Damian y yo nos habíamos conocido precisamente por haber sido criados en culturas distintas. Por eso me atrajo su personalidad… ingenua, quizás, pero desinhibida, tan diferente a la de la realeza de Drossel y otras naciones…

Sí, las «diferencias» no eran malas. Pero cuando no se toleraban, cuando se veían como una falta de beneficios o esfuerzo, se convertían en algo terrible. Muy probablemente, eso fue lo que me condujo a mi estado actual.

¿Era una excusa? Podría serlo. Pero así era.

Al principio, mi vida en Fluegel fue difícil. Acostumbrarme incluso a pequeñas diferencias de hábitos resultaba extremadamente complicado, lo que provocaba frecuentes suspiros en el chambelán. Era un hombre que merecía respeto por haberse encargado de los asuntos personales de Damian durante tanto tiempo. No cabía duda de que mi posición era más alta que la suya, pero pronto comprendí que me menospreciaba. Se podía notar en su mirada, en su actitud.

El chambelán me decía: «Esa no es la forma en que lo hacemos en Fluegel», «Esto es por su protección. De lo contrario, será criticada. Ahora, arréglese», «He dicho esto varias veces, pero…».

No me consideraba una idiota. Creía ser el tipo de chica que podía hacerlo bien si se lo proponía. Pero tenía que admitir que era una llorona inestable. Las diferencias a las que se refería el chambelán eran detalles minuciosos: el orden en que debían sentarse las personas en las comidas o cómo levantar mi vestido al subir a un carruaje… Si me hubieran señalado esas cosas en Drossel, estaba segura de que las habría asimilado al primer intento y no repetiría el error. Pero al intentarlo en este país extranjero, bajo la mirada vigilante de alguien que claramente no me tenía en alta estima, terminaba fallando. Era casi como si yo misma indujera el fracaso. ¿Qué clase de fenómeno era ese?

El chambelán probablemente lo sabía. Lo sabía y, aun así, suspiraba y me hablaba con indiferencia mientras yo palidecía. No había nada bueno en ello para ninguno, pero repetíamos ese círculo vicioso. Para ser honesta, nos llevábamos tan mal que a veces sentía el impulso de saltar por una ventana del castillo como represalia. Sin embargo, no tenía más remedio que seguir adelante. Yo era la recién llegada; él, el experimentado servidor. Si no me acostumbraba, sería mi fin.

Y luego, estaba la fiesta del té. Cierto. El flujo del reloj del tiempo finalmente había regresado al presente.

Todo había comenzado… cuando el chambelán sugirió que, si yo, como nueva reina, organizaba una fiesta del té, ciertamente me daría a conocer y brillaría como una estrella. Dio un largo discurso sobre la autoridad de la reina y demás. Ese detestable chambelán.

Me gustaban las fiestas del té, pero incluso después de un año en Fluegel, no había encontrado a nadie a quien pudiera considerar cercana, así que la idea no me atraía. Sin nadie con quien tuviera una relación amistosa, ¿no sería más una ejecución pública que una muestra de poder?

Desde mi llegada, ostentaba la posición de una princesa extranjera en un matrimonio político, así que tanto la familia real como mis cuidadores mantenían cierta distancia. Para empeorar las cosas, yo era quien había mancillado el tradicional evento de las cartas de amor públicas. La gente desconfiaba de mí, me veían como una princesa sin precedentes. Había notado que Fluegel era más liberal y menos atado a las formalidades que Drossel, pero cuando se trataba de la familia real, la historia era diferente.

Siempre que pasaba por los pasillos del palacio, oía susurrar un nombre. Todos con sonrisas veladas en sus rostros. «Princesita». Así me llamaban. El apodo lo inventó la hermana menor de Damian. De hecho, mis rasgos eran infantiles y me había casado por amor, así que supongo que no había forma de evitar que se burlaran. Recibir un apodo y que se convirtiera en título significaba que estaba arraigado. Así como se esperaba que un caballero actuara conforme a su alias, yo, Charlotte Abelfreya Fluegel, sin importar lo que dijera… vivía en Fluegel como la princesa de la que todos se reirían disimuladamente. Si cometía un error, «es porque es una niña». Si corría hacia Damian, «es porque es una niña». Si decía algo, «es porque es una niña».

Si existiera un hechizo para convertirme en una veinteañera al instante, lo habría tomado. Sería maravilloso ganar dignidad de una forma que nadie pudiera cuestionar. Pero eso era algo que la gente debía ganar con los años, como recompensa a su esfuerzo…

Quizás seguí siendo la “Princesita” hoy también, el día de la fiesta del té.

El chambelán estaba de un humor excelente, lo cual, de una forma u otra, era un presagio de desgracia. Observaba desde mi dormitorio cómo el anciano instruía enérgicamente a la gente a su alrededor. Desde nuestra habitación, podía ver el jardín del castillo, el laberinto de rosas desviándose a un lado, y la ciudad más allá. Cuando recién nos casamos, solíamos mirar juntos por la ventana, pero ahora apenas podíamos hablar cinco minutos. Desde que sucedió el trono, Damian estaba increíblemente ocupado. Trabajaba mientras yo esperaba en nuestra habitación; a veces me despertaba y él estaba a mi lado, sin que me hubiera dado cuenta; mientras alisaba las arrugas de su entrecejo dormido, él se despertaba de repente y volvía a la oficina real.

Estaba deprimida desde la mañana. ¿Por qué tenía que organizar una fiesta del té mientras mi esposo trabajaba sin descanso? Pero bueno, esto también era parte de mis deberes. Era importante relacionarme con otras mujeres de mi estatus. La confianza ganada con ellas nos ayudaría a ambos, a Damian y a mí.

Quienes controlaban las facciones, controlaban la política. Sí, eso lo sabía. Tenía que hacerlo precisamente porque las cosas no iban bien. Para mejorar mi posición, tenía que empezar por mostrarme. Si podía manejarme bien aquí, aumentaría mi autoridad sin tener que reinventarme. Entendía el razonamiento. Lo que decía el chambelán era correcto. Él implícitamente me instaba a hacer lo correcto, y yo era la culpable por no lograrlo…

La fiesta del té se celebró en el jardín exterior a la hora acordada. Había personas a las que no veía desde mi boda; saludé a diestra y siniestra, girando la cabeza a una velocidad increíble. Cuando alguien mencionaba asuntos políticos, devolvía el golpe con una sonrisa, desviando los ataques una y otra vez. Aunque la escena parecía una conversación pacífica, bajo la superficie, yo, la reina, estaba siendo evaluada. Aquello era una batalla.

Creí haber hecho un esfuerzo extenuante hasta la mitad. Logré inculcar la impresión de que «Vaya, ¿quizá la Princesita no es tan mala y es sorprendentemente inteligente?». Las señales de que podía ser considerada digna de estar al lado de Damian empezaban a ser visibles.

Sin embargo, en el mismo momento en que Su Alteza, la hermana menor del rey, apareció, todo se derrumbó. Llegó bastante tarde; más bien, irrumpió cuando la fiesta ya terminaba. Aunque de edad cercana a la mía, tenía una apariencia muy adulta y era terriblemente hermosa. Reconocida como una de las mujeres talentosas de Fluegel, participaba en la asamblea nacional y nos dijo que había venido corriendo porque la reunión acababa de terminar. A mí todavía no se me permitía asistir a las reuniones, aunque fuera la reina, así que sentí una punzada de celos… y me sentí un poco miserable. Por supuesto, lo discutido allí se convirtió en el tema principal, explicado de manera simplificada por Su Alteza a las presentes. Qué mujer tan maravillosa.

Sentí que esto iba a terminar siendo la fiesta del té de Su Alteza, aunque fuera la mía. Bueno, eso también estaba bien. Quizás era más fácil si alguien tomaba la iniciativa. Tenía el defecto de no poder hablar bien con gente con la que no tenía cercanía, así que decidí dejarlo en sus manos. A pesar de ser una fiesta de té, no había comido nada; presentía que tendría hambre por la noche. Me preguntaba qué cenaríamos.

Así, con la mitad de mi alma en otro lugar, no me di cuenta de que el tema había cambiado de los asuntos de estado al próximo sucesor al trono.

Reina, ¿está escuchando? Si las cosas continúan así, no habrá más remedio que nombrar una concubina.

Como no me había dado cuenta, no pude reaccionar de inmediato, incluso recibiendo de frente la brutalidad de esas palabras. Había sucedido hacía solo un momento, así que no recordaba bien mi reacción. Tuve la sensación de haber emitido un sonido lento, como «aah» o «eeh»… parecido al primer llanto de un recién nacido.

Noté de inmediato que Su Alteza no estaba satisfecha.

Es porque está tan relajada que el rey tiene que luchar solo con los asuntos nacionales. Todavía tiene la intención de estar aquí como invitada, sin hacer lo que tiene que hacer, así que todos tienen que contenerse y nadie puede expresar sus opiniones. Hable más. Sea más útil para el país. Y lo más importante, ya ha pasado un año y no se nos ha informado nada. ¿Está discutiendo seriamente la sucesión con el rey? Si esto continúa, alguien sugerirá una concubina para él.

Mientras esas palabras se lanzaban contra mí, tuve un pensamiento. Quizás está tratando de desanimarme. ¿No estoy siendo atacada en este momento?

Miré a mi alrededor. Nadie intentó defenderme. Nadie. No tenía a nadie. Todos esperaban mi reacción. Conocía esta situación. La conocía muy bien. No estaba siendo tratada como una persona. Mi personalidad estaba siendo negada. La dignidad que debería otorgarse al ser humano llamado Charlotte no importaba.

Sin embargo, no me quebré. ¿Por qué? Porque estaba acostumbrada a ser ignorada.

Sí, realmente estoy haciendo un trabajo pobre. Creo que es como usted dice.

Estaba sonriendo. Una sonrisa tensa, quizás.

Sin embargo, aún no se ha decidido cuál será mi parte del trabajo y cuál será la del rey, ya que estamos en proceso de decidirlo como pareja.

Estaba sonriendo.

Ahora que he hablado con todas ustedes, he concluido que debería proponer mis pensamientos al parlamento lentamente, poco a poco.

Estaba… sonriendo.

Yo era la princesa de mi país. Pero ahora, soy la reina de Fluegel. No tenía la intención de ser una invitada, pero es cierto que me estaba conteniendo. ¿Pero no es lo mismo para todas ustedes? Soy consciente. Todas han estado… bueno, observándome desde la distancia, cuidándome. Estaba inquieta, hubiera sido mejor que me dijeran más directamente si había algo mal… Por supuesto, me gustaría tener un intercambio franco de opiniones con ustedes en el futuro… y espero que podamos ayudarnos mutuamente… como compañeras.

Esto era ridículo. Su Alteza estaba consternada. También las demás. Debió haber hablado de manera tan conflictiva pensando que seguramente me haría llorar. Quería que dejara de decir cosas tan estúpidas. Yo era la ex tercera princesa de Drossel. ¿Sabía qué tipo de país era ese? Un país donde estaba bien que las mujeres fueran herramientas políticas. De ninguna manera se nos concedía la libertad para actuar como ella. Como las sombras llamadas «mujeres», no teníamos más remedio que hacer fervientemente lo que pudiéramos.

Nací en un país donde las mujeres eran consumidas. Para colmo, había sido criada principalmente por cortesanos, lejos de mis padres. No había visto a mi madre en una eternidad. Agotada por su matrimonio de conveniencia, madre hizo que padre le construyera un palacio y se recluyó en él. Sí apareció en mi boda, pero no me había enviado ni una sola carta después. Probablemente ya había olvidado que me había dado a luz. Pero ese era el país en el que nací.

Había sido criada por una de las mujeres fuertes de este país: una mujer dura cuidadosamente seleccionada. Ella me educó pacientemente, aunque mi aptitud no fuera buena. Me explicaba las cosas una y otra vez. Me regañó mucho. Me enseñó para que pudiera casarme con cualquiera y vivir en cualquier lugar. También había predicho que una situación como esta podría suceder. Me dijo cómo actuar durante una pelea con otras mujeres. Por eso sonreía en momentos así. Mi apariencia no era mala. No era idiota. Sabía qué efectos provocaría si sonreía. Había poco que pudiera hacer, pero iba a disparar el mejor tiro aquí.

Era una llorona. Era una debilucha. Estaba sola. Sin embargo, me habían enseñado bien. Pasara lo que pasara, no podía perder en momentos así. Eso lo sabía. Había sido protegida a través de la anulación de mi personalidad.

♦♦♦

La fiesta del té terminó justo entonces, y gracias a que el chambelán anunció que era hora de concluir, terminó bien. Más tarde, mi disputa con Su Alteza se convertiría en un rumor en el palacio, pero esa era una historia futura. Por ahora, había terminado. Estaba extremadamente aliviada.

El chambelán me dejó regresar a mi habitación inusualmente temprano y me consoló con un «debe estar cansada».

«Estuvo excelente hoy», me dijo. Envolvió mis palmas temblorosas en sus manos, arrugadas como las de Alberta, y las calentó. «Pase lo que pase, no olvide que tiene un aliado», dijo.

A partir de eso, entendí algo. Que él, de hecho, se preocupaba por mí a su manera. No me gustaba su forma de hacer las cosas, pero había luchado como pudo para mejorar mi posición. Había visto por lo que pasé hoy, y elogiaba mi valiente lucha.

Había sido sometida a la violencia. Me habían dicho cosas terribles. Aunque yo… yo… Estaba enamorada de Damian.

Tanto Drossel como Fluegel lo sabían. Los ciudadanos de ambos reinos lo sabían. Y sin embargo… ah, qué vergüenza. Pero todos lo sabían. Estaba enamorada de esa persona. Estaba enamorada. «No ha engendrado un hijo después de un año, podría ser necesaria una concubina. Si aparece tal mujer, debe aceptarlo», me dijo, sabiendo cuánto me dolería. Me regañaron. Fui regañada por la hermana menor de mi amado. Eso fue lo que me dijo.

—Gracias, pero por favor, déjeme sola.

Todavía logré mantener mi sonrisa, pero tan pronto como eché al chambelán, las lágrimas brotaron sin parar. No podía detenerlas. Debería haber cosas más dolorosas en el mundo. Parecía una tonta por llorar por algo así. Pero ahora mismo, me sentía la persona más desdichada del mundo. Quería volver… Quería ir a casa…Quería ir a Drossel.

No, no era eso. No, no era eso. No, no era eso.

Quería volver con la persona que siempre me permitía llorar, sin importar cuánto lo hiciera. La persona que se quedaría a mi lado.

Alberta…

Quería volver con Alberta. Sabía que era estúpido. Pero pensar que podría llegar un día en que Damian, mi esposo —mi amado—, tomaría a otra mujer además de mí… era tan doloroso. Me dolía el pecho, tanto que era difícil respirar. Así que no podía contener los sollozos. Me preguntaba qué había salido mal.

¿Fue porque me callé, ya que el chambelán siempre me aplastaba diciendo: «Ese comportamiento inaudito no está permitido»? ¿O porque tardé en descubrir que no dirigirme asertivamente a la realeza era de mala educación, acostumbrada a esperar a que me hablaran primero en Drossel? Quizás fue una mezcla de todo.

Aparentemente, Fluegel no había acogido a una princesa extranjera en sesenta años, así que tal vez ya era difícil aceptar a un objeto extraño como yo. Las cosas habrían sido diferentes si fuera una gran mujer —sí, como Su Alteza—, pero yo no tenía nada más que lágrimas. Aun así, ¿era yo tan horrible como para que me dijeran tales cosas?

Ah, nada, absolutamente nada. Nada estaba funcionando. Podría ser que nada saldría bien de ahora en adelante tampoco. Este pensamiento se abrió camino rápidamente en mi corazón.

De repente, pude escuchar claramente los sonidos a mi alrededor. Pasos lejanos, el silbido del viento afuera, mi propia respiración entrecortada. Las lágrimas cayendo de mis pestañas. La forma en que, de repente, me observaba a mí misma desde fuera.

Sí, tal vez las cosas nunca funcionarían de ahora en adelante. Si es así, entonces… entonces, ¿no debería huir?

Varias preguntas —adónde, con quién, para hacer qué— me vinieron a la mente, pero las ignoré. Probablemente me había derrumbado en ese momento. Dejé caer mi propio corazón, que había estado atesorando para que no se rompiera, a mis pies. Tuve la sensación de escuchar un tintineo al hacerlo.

Quizás nada saldría bien en el futuro.

Si es así, entonces no importaba cuánto me esforzara, sería inútil.

Quizás nada saldría bien en el futuro.

Tenía que huir a alguna parte.

Quizás nada saldría bien en el futuro.

Nadie iba a protegerme.

Quizás nada saldría bien en el futuro.

Después de todo, este era un país extranjero y Alberta no estaba aquí. La única que podía protegerme era…

Quizás nada saldría bien en el futuro.

La única que podía protegerme era yo misma.

Quizás nada saldría bien en el futuro.

Tenía que huir.

Quizás nada saldría bien en el futuro.

Tenía que correr.

Quizás nada saldría bien en el futuro.

Si me quedaba aquí así, yo… yo podría saltar por la ventana.

Una vez que pensé esto, sentí que ya no podía respirar. Cuando volví en mí, había salido de la habitación. Los cortesanos estaban ocupados limpiando la fiesta del té en el jardín. El chambelán también había salido. Si salía sin hacer ruido, nadie me perseguiría de inmediato. Al entrar al pasillo, había un soldado, pero solo vigilaba quién entraba y salía; no me seguiría.

Si era ahora, tal vez nadie se daría cuenta si desaparecía, si me desvanecía. Una vez que pensé esto, ya no pude pensar en nada más. Antes de darme cuenta, mis manos y pies se movían solos. Lentamente, dejé atrás ese lugar. Continué bajando las escaleras y troté por un pasaje poco transitado. Aun así, me crucé con algunas personas, pero no parecieron prestarme atención. Quizás ni siquiera concebían que la reina corriera sola por los pasillos. No era que quisiera que alguien me llamara. Sin embargo, nadie lo hizo. Nadie intentó detenerme.

Por eso ahora estaba escondida. Me había refugiado en un rincón del laberinto de rosas del palacio real. Miré al cielo. Estaba nublado. El aire pesaba, denso, amenazando con llover. ¿Alguien me estaría buscando ya? No, quizá ni siquiera se habían percatado de mi ausencia. Podría apostar cien camelias blancas de Drossel a que no lo habían hecho.

Eso no sería una apuesta susurró una voz dentro de mi cabeza.

¿Qué me pasaría si me quedaba aquí, así?

Intenté pensar con calma. Primero, sentiría hambre. Los insectos picarían mi piel. El cielo sombrío descargaría la lluvia sobre mí. Me daría fiebre por el frío, y luego… y luego… y luego…

Mi imaginación no daba para más; el escenario terminaba ahí.

Estiré las mangas de mi vestido y me quité los largos guantes, arrancando hierba con la mano desnuda. Recogí algunos pétalos de rosa caídos y los lancé al aire, aunque apenas flotaron antes de volver a caer. Debía parecer una niña intentando contener un berrinche. Si alguien me viera, seguramente se preguntaría qué demonios hacía allí la reina de Fluegel.

¿Por qué era así? Siempre dándole vueltas a nimiedades, sumida en el caos. Esta no era la vida de casada que había imaginado. Sí, esperaba dificultades, pero… ¿cómo decirlo? Pensé que serían diferentes. Algo más fácil de comprender. Honestamente, no sabía contra qué estaba luchando. Su Alteza probablemente me odiaba, pero ¿era mi enemiga? No, no lo creía. Aunque sí pensaba que era cruel.

¿Contra qué luchaba? ¿De qué tenía miedo? Seguía sintiéndome intimidada por cosas vagas, reprimiendo mi comportamiento, y mientras estaba tan asustada, mi reputación declinaba, hasta el punto de huir. ¿Contra qué luchaba? ¿Por qué luchaba? ¿Por qué yo…?

¿Por qué?

¿Por qué estaba sola ahora mismo?

Después de eso, lloré hasta agotarme y me quedé dormida. Debió ser un sueño profundo, porque no desperté ni al caer la noche. Nadie notó mi ausencia, así que no hubo alboroto. Pude seguir durmiendo.

Mientras dormía, soñé. Con la gente de Drossel. Con Violet; ella también apareció. Mi chica favorita. Me miró mientras lloraba y dijo, como antes: «Eres tan llorona». Y también: «Me gustaría detener tus lágrimas, pero no tengo pañuelo». Le dije que no lo necesitaba y la abracé, pidiéndole que se quedara. Llorando en su pecho, me di cuenta de que se había convertido en Alberta. Al pensar: «Es Alberta», las lágrimas brotaron aún más fuerte.

Le supliqué a Alberta. No importa lo que diga, nadie escucha. Hacen muecas, se burlan. Mi situación nunca mejora. Nadie me ayuda. Nadie es mi aliado. No importa dónde busque, tú no estás. No estás… tú… tú… tú… Es porque no estás aquí, Alberta, que soy tan débil.

Incluso una llorona como yo podría actuar con altivez si estuvieras. Podría mantener mi dignidad. Pero ahora era la lamebotas de todos. Esta no era yo. Por eso mi corazón se rompió, sí, lo dejé caer. Alberta, ¿no viste mi corazón por aquí? Lo necesito… lo necesito… Si no lo tuviera, Damian…

—¿Estabas esperando que te buscara? —susurró una voz ronca.

Fue entonces cuando desperté. Como aquella vez, la luna llena se cernía sobre el cielo nocturno. Las estrellas y la luna eran hermosas en la época de floración de las rosas. Aturdida, parpadeé. Las lágrimas volvieron a derramarse. Cuando mi esposo me vio llorar, me abrazó como para esconderme del cielo nocturno.

—Informaré a los soldados que ha sido encontrada.

—No quiero ningún alboroto. Déjanos solos un rato.

Al escuchar también la voz del chambelán, mi conciencia regresó a la realidad. Había dicho «soldados». Esto podría haberse convertido en un gran problema. Pero ahora mismo, no creí que fuera demasiado aterrador incluso si mi corazón fuera destruido. «Ah, sí», fue todo lo que pensé. Este matrimonio podría realmente haber terminado.

Una vez que Damian le ordenó que se retirara, me puso su abrigo encima y se agachó. Agarró mi mano, guiándome y llevándome en brazos como a una novia.

—Esto me hace parecer una niña.

—No. Eres mi esposa, ¿verdad? Y una reina.

No había nada más que quisiera hacer, así que asentí y me dejé llevar. Atravesamos el laberinto de rosas. Probablemente alguien nos vigilaba. La luz de una linterna se balanceaba a lo lejos como guía.

—¿Quieres divorciarte de mí? —murmuró Damian de repente con voz temblorosa. Me quedé sorprendida. Sin entender

—Damian, si tú quieres hacerlo…

—No es eso, Charlotte. No quiero romper contigo… pero me preguntaba… si podrías estar pensando en eso, ahora mismo…

No estaba segura de a qué se refería.

—Ralph, el chambelán… me ha estado diciendo todo este tiempo. Que si tomaba la mano de una princesa de otro país por primera vez en sesenta años, habría críticas. Me dijo que me asegurara de protegerte.

¿Qué estaba diciendo?

—Al principio, pensé que lo estaba haciendo perfecto. Me quedé a tu lado, para que nadie pudiera decirte nada inapropiado…

¿Qué estaba… diciendo?

—Pero luego tuve que suceder el trono… Había toneladas de responsabilidades, y comencé a mirar solo eso… Ni siquiera me di cuenta de que estabas en una situación tan dolorosa. No es tu culpa. Soy yo quien no gobierna bien, y por alguna razón, se la toman contigo. Estúpido, ¿verdad? Es ridículo. Todos piensan que está bien hacerte esto solo porque eres una extranjera.

Tú no tienes la culpa. Soy consciente de mis propios defectos.

—También me enteré de lo que pasó hoy. Parece que actuaste con valentía, aunque mi hermana te dijo algo realmente tonto…

Tú no tienes la culpa. Damian. Lo sé. Sé que pareces amargado cada noche al dormir. Estás haciendo tu mejor esfuerzo. Cada día. Lo sé. Puede que seas diez años mayor, pero también eres…

—Soy… soy patético. Está bien si te quejas. Sin embargo, no me has dirigido ni una sola queja. Tampoco a Ralph. Nos deleitamos en tu contención y nadie se dio cuenta. Y así, te acorralamos. Hasta que huiste, así sin más.

También eres todavía tan joven.

—Soy… patético… Acorralé a mi propia esposa…

Tan perdido, tan asustado…

—Hasta el punto de que huyó… descalza.

Y temblando.

—Charlotte, ¿ya has llegado a odiarme?

Ah, Damian. Así que tú también lloras, ¿eh? Solía pensar que no derramabas lágrimas. Me pregunto por qué. Eras un príncipe iluminado por la luna para mí, así que pensé que no llorabas. Pero ya veo. Así es, incluso tú…

—Me gustas. Quiero detener tus lágrimas.

Incluso tú tienes un lado llorón.

Después de que Damian dijera eso, me di cuenta por primera vez de que estaba descalza. Tenía la sensación de llevar zapatos al salir; me preguntaba qué había pasado. Me dijo que alguien los había buscado y recuperado. ¿Cuánto tiempo habían estado buscándome? Si fue suficiente para hacer llorar a este hombre, debieron haber buscado por todas partes. No hace falta decir que era una mujer muy difícil.

Sin embargo, mi corazón, roto y disperso, comenzó a moverse poco a poco. Sentí que recuperaba su calidez. La razón podría ser que, por primera vez desde que me casé con él, ahora finalmente nos habíamos convertido en una pareja.

Me preguntó si tenía algo que quisiera hacer o que quisiera que él hiciera. Le dije que quería ver a Alberta. Dijo que entendía. Luego preguntó si había algo más, y le dije algo de lo que todos se habían reído. Habíamos pasado por mucho para casarnos, así que quería hacer algo por nuestros dos países. Propuse construir un orfanato cerca de las fronteras. Damian no se rio. Dijo que sería genial.

—Pensemos las cosas juntos. Lamento no haber hablado de esto antes porque pensé que podría ser una carga para ti. De ahora en adelante, hablemos apropiadamente, los dos. Sobre cosas felices, tristes, dolorosas. Quiero que me hables. Y quiero que me escuches—, dijo. Luego siguió preguntando si había algo más…

Por último, le pedí que me encerrara en el palacio si alguna vez se encontraba una concubina. Se enojó, diciendo que nunca tendría una. No podíamos estar seguros. Parecía que no teníamos habilidad para tener hijos. Podría ser necesaria una concubina. Damian dijo que incluso entonces, no quería una. Y luego… Y luego… Y luego… ¿Qué era de nuevo?

Enterré mi cara en su cuello. Olía a él, ese olor que siempre aceleraba mi corazón.

—Oye, tal vez quiero besarte ahora mismo. Aunque tengo la cara hecha un desastre por llorar. ¿Lo harías incluso con una esposa así?—, pregunté.

Damian rio entre lágrimas. —Incluso si lloras, eres mi encantadora esposa. Por supuesto que lo haría.

Llena de alegría por estas palabras, derramé cálidas lágrimas. Cuando nos besamos, como era de esperar, fue un poco salado. Mi corazón palpitó.

—Todavía estoy enamorada de ti, pero ¿y tú?—, pregunté, asegurándome de sonar indiferente a la respuesta.

Como era de esperar, Damian continuó con cara de llanto.

—En realidad, solo me enamoré de ti después de que nos casamos. Así que mi corazón late muy rápido ahora mismo.

—Ya veo. Así que nuestros sentimientos son mutuos. Eso es increíble—, dije, impresionada.

—Entonces, ¿qué pensabas que era hasta ahora?—, preguntó él.

—Un amor unilateral—, respondí sinceramente.

—¿No escuchas cuando te digo que te amo todas las mañanas antes de salir de nuestra habitación?

—Sí, pero pensé que era algún tipo de halago…

—No soy tan profesional en eso. Cuando algo me gusta, todo lo que puedo decir es que me gusta. Soy muy honesto. Lo descubriste en tu décimo cumpleaños, ¿verdad?

—Qué nostálgico… He estado enamorada de ti todo este tiempo desde entonces.

Estaba viviendo las secuelas de esa historia. No sabía si era feliz o triste. Pero viviría, viviría y viviría. Y esto probablemente continuaría para siempre. Estaba sola en este palacio real.

Pero no estaba completamente sola.

—Damian, ¿me amas?

—Sí, Charlotte.

Estaba viviendo aquí, en este reino del bosque.

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