Traducido por Herijo
Editado por Freyna
—Si su único objetivo es heredar el marquesado Rosan, entonces podría elegir a alguien que esté en una posición más segura que la mía —dijo Cedric.
—Es la dueña del marquesado Rosan. Incluso legalmente, es la única descendiente del marqués Rosan —continuó.
—Sí, es cierto.
—Esta herencia está protegida por Dios y el Templo. Ni siquiera Su Majestad puede actuar arbitrariamente.
—Sí. Además, solo porque ama a mi madre, Su Majestad no me someterá a demasiada presión política.
—Así que, lo que necesita es un esposo que tenga el estatus social adecuado para protegerla de los problemas. Por esa razón, es demasiado arriesgado elegirme como pareja.
»Si no es poder y gloria lo que desea, no hay razón para que se case conmigo y entre en la batalla por la sucesión al trono imperial. No sé si quiere convertirse en la emperatriz, pero de ser así, no entiendo por qué quiere el divorcio en dos años.
Artisea suspiró.
A decir verdad, era por Licia que ella quería el divorcio. Licia todavía era joven. Sin embargo, en dos años, sería tan hermosa como una rosa en todo su esplendor. Y en su vigésimo cumpleaños, recibiría un oráculo.
«Cuida de los débiles y desfavorecidos en mi nombre.»
Ese fue el oráculo que originalmente descendió al Templo. Era la primera vez en casi 100 años que descendía. Y Licia se convirtió en una Santa al mismo tiempo que lo recibió.
Los fieles se regocijaron con lágrimas en los ojos, e incluso aquellos que no creían en Dios quedaron asombrados.
Vivió como una Santa con todas las fibras de su ser. Extendió su mano a todos los que la necesitaban, salvando incluso a los moribundos.
Cuando los daños causados por las inundaciones del río Ava provocaron una epidemia, ella tomó a algunos de sus asistentes y corrió hacia el centro de la crisis, purificando los pozos contaminados y tratando a las personas.
También fue quien dio esperanza a la gente cuando la oleada de monstruos convirtió la Región Occidental en un infierno.
Salvó innumerables vidas y dio esperanza a muchos más. Tenía el poder sagrado de sanar a cualquiera que lo necesitara. Pero probablemente sanó más corazones que enfermedades o heridas.
Los deseos del pueblo se reunieron en la Santa.
Ella nunca se involucró en la política. Ni siquiera aparecía en los círculos sociales y rara vez estaba en la capital. Entre los nobles, Cedric era el único que la protegía y ayudaba.
Para la gente, era la Santa quien los guiaría, no el Emperador ni el Arzobispo del Templo.
La fe del pueblo era la voluntad de Dios.
Así que Artisea aprovechó esto y fabricó un nuevo oráculo.
«La Santa se convertiría en la emperatriz.»
Ante este hecho, la gente se alegró profundamente. La autoridad de la Familia Imperial y del Templo se restauraría a su posición original de una vez por todas. La Familia Imperial recuperaría su legitimidad perdida a través de la Santa, y el Templo podría interferir en el poder del mundo secular.
Hasta ese momento, la lucha por la sucesión había estado en un punto muerto. Aunque Lawrence era el hijo favorito del emperador, no podía hacer nada por sí solo contra Roygar. Por otro lado, el Gran Duque Roygar tampoco podía aplastar al hijo favorito del emperador con su poder.
En esa situación, la mentira difundida por Artisea hizo que la lucha entre los dos tomara un rumbo diferente. Al indicar que una mujer se convertiría en emperatriz, significaba que su esposo se convertiría en emperador.
El emperador Gregor, Lawrence y el Gran Duque Roygar creían en el poder que tenían en sus manos en lugar de en supersticiones como un oráculo. Probablemente, aunque Artisea no lo reveló, el emperador también sabía que el oráculo había sido fabricado.
Sin embargo, en todo el país la gente creía que la hermosa y bondadosa Santa se convertiría en emperatriz, así que nadie podía traicionar esa creencia. El matrimonio con Licia se convirtió en la pieza final para completar la legitimidad de Lawrence.
Y ahora, ella haría lo mismo por Cedric.
Además, Licia y Cedric ya se gustaban. Si dejaba que las cosas siguieran su curso, se enamorarían de nuevo y se casarían. Al menos eso es lo que pensaba Artisea, por lo que quería divorciarse de él antes de eso.
Antes de que el oráculo descendiera. Antes de que Licia se convirtiera en Santa y Cedric la ayudara. Quería divorciarse antes de que desarrollaran sentimientos de amor mutuo.
Cedric era un hombre íntegro. Estaba segura de que si le pedía que se divorciara para que pudiera casarse con Licia después de que el oráculo descendiera, él no lo haría.
Artisea tampoco quería que el hombre al que servía fuera etiquetado como alguien que se había divorciado de su esposa para conseguir a la Santa. No podía contarle estas circunstancias a Cedric ahora mismo.
Artisea dudó. Cedric lo notó y dijo:
—¿No puede decírmelo?
—No estoy tratando de engañarlo, Su Gracia. Es solo que no quiero convertirme en emperatriz, aunque considero que es lo mejor para el imperio que usted se convierta en emperador. Además, no creo que sea adecuada para ese puesto. Puede pensar que es por un bien mayor.
—Parece decidida a sacrificarse por el bien del imperio.
Artisea negó con la cabeza.
—Soy la persona menos apropiada para recibir esas palabras.
A medida que la conversación continuaba, el carruaje llegó a Reve y se detuvo. El cochero tocó la ventana del carruaje para averiguar exactamente a dónde quería ir.
Artisea, en respuesta, tocó la ventana tres veces para indicarle al cochero y a su doncella que aquí estaba bien. Luego miró a Cedric a la cara.
Cedric dijo:
—Creo que es demasiado pronto para hablar del trono imperial.
—Sí.
—Sin embargo, acepto agradecido su oferta para superar la situación del ejército occidental. Mientras estemos juntos, la protegeré con todas mis fuerzas. Y usted hará todo lo posible por el bienestar del Gran Ducado Evron y por mí. ¿Está de acuerdo con eso?
—Sí. Y el divorcio…
—Pensemos en eso dentro de dos años.
—Entiendo lo que quiere decir. Hasta que se establezca una relación de plena confianza, es mejor asegurar lo que se puede dar y recibir de inmediato. —dijo Artisea.
Cedric la miró, sintiendo una presión en su corazón.
—Tengo una condición.
Cuando Cedric dijo esto, Artisea se puso nerviosa y escuchó atentamente sus siguientes palabras.
Se preguntaba qué hacer si era una condición que no podía cumplir. ¿Sería mejor mentir o responder con evasivas?
Pensó que él exigiría honestidad, o algo por el estilo.
Pero Cedric dijo:
—Odio que las personas a mi alrededor salgan lastimadas. Si quiere estar a mi lado, debe recordar eso.
—Sí, entiendo.
—Parece que no lo sabe. Lo que quiero decir es que tampoco debe resultar herida. Por favor, no permita que eso vuelva a suceder. —dijo Cedric, señalando su mejilla—. Prefiero que las golpee a ellas.
Artisea no pudo evitar reír. Cedric también sonrió.
—Prefiero que me golpeen a mí, para poder demandar y difundir rumores para aplastar la reputación de la otra persona, en lugar de ser yo quien lo haga.
—Solo no quiero que la lastimen.
—Sí, está bien. Gracias por su preocupación, Su Gracia. —Ella respondió con una sonrisa aún en su rostro.
Cedric mostró una sonrisa completa, pensando que su rostro sonriente se veía mucho mejor que su rostro serio.
—Bueno, yo también tengo una condición.
—Adelante.
—Hay una joya llamada Corazón de Santa Olga, el legado de la familia Fischer. Démelo como regalo de propuesta de matrimonio.
Cedric se sorprendió porque nunca esperó que Artisea le pidiera joyas u otra cosa.
—¿El legado familiar de la familia Fischer…?
—Sí. Eso lo ayudará a entender qué tipo de persona soy. —Artisea dijo en voz baja—. Si no cambia de opinión después de obtener el Corazón de Santa Olga, haga su propuesta de una manera tan magnífica que todos hablen de ello.
Cedric asintió sin hacer más preguntas.
Artisea intentó abrir la puerta del carruaje. Cedric bloqueó suavemente su mano y sonrió a Artisea, quien lo miró sorprendida. Luego abrió la puerta y salió primero.
Después de salir, extendió su mano hacia Artisea. Ella vaciló y puso su mano sobre la suya. Luego Cedric la levantó y la bajó con cuidado.
—Ah.
—No es apropiado que una dama baje del carruaje primero.
—Sí… es cierto.
Artisea se ruborizó un poco. Sentía como si un pequeño pez nadara en su pecho.
El camino era estrecho y fangoso. Una multitud de niños, como mosquitos, se aglomeraron a su alrededor y extendieron sus manos.
—¡Deme una moneda!
—Tenga piedad, bella dama.
—¡Por cada ayuda que dé a los pobres, Dios le reservará a usted un lugar mejor en el cielo!
Alice sacó apresuradamente un manto negro y se lo puso a Artisea. Artisea bajó profundamente la capucha de su manto.
—¿Siempre lleva ese manto preparado de antemano? No creo que haya planeado venir a este lugar hoy.
—Sí, porque el color de mi cabello suele llamar la atención. —respondió Artisea.
El cochero gritó y dispersó a la multitud. Artisea se alejó rápidamente del camino principal, escoltada solo por Cedric.
Caminar por los callejones con uno o dos hombres comunes era toda una aventura. Pero Cedric no era un hombre común. Era el Escudo del Imperio y el guerrero más grande del Imperio.
Aunque Artisea estaba cubierta con un manto negro, no podía ocultar la silueta de su vestido, que claramente mostraba que era una noble. Estaba claro que su acompañante también era un noble. Dadas las circunstancias, no sería sorprendente que fueran asaltados en menos de cinco minutos.
Sin embargo, debido a la abrumadora presencia de Cedric, nadie se acercó.
Artisea no se dio cuenta, pero Cedric podía sentir a algunos de ellos a su alrededor, tensos y conteniendo la respiración.
—¿Con quién se va a reunir?
—Con el mayordomo que ha servido al marquesado Rosan durante generaciones y que fue despedido poco después de la muerte del anterior marqués Rosan. —continuó Artisea—. No tengo a nadie en quien confiar. Probablemente tenga rencor contra mi madre y contra mí, pero como su familia ha sido leal al marquesado Rosan durante generaciones, confío en el poder de mi linaje para acercarme a él.
—Ya veo.
Cedric miró a su alrededor nuevamente. No podía creer que un mayordomo que había servido a una adinerada y noble familia durante generaciones hubiera caído hasta acabar en un lugar como este.