Traducido por Herijo
Editado por Freyna
En ese preciso momento, Cedric había seguido el consejo de Ansgar y estaba visitando la joyería Odorov.
—Su Gracia, es un honor para nuestra tienda que una persona como usted nos visite —dijo el joyero mientras guiaba a Cedric a una sala de recepción con cómodos sofás.
Mientras sorbía el té que el joyero le había ofrecido, Cedric preguntó con calma:
—Alguien me dijo que debería venir aquí si quería saber sobre el propietario actual de una joya histórica.
—¿Está buscando alguna joya en particular? —preguntó el joyero con curiosidad.
—Estoy buscando una joya llamada ‘Corazón de Santa Olga’.
—¿Se refiere al diamante que era el legado de la familia Fischer?
Así que era un diamante. Cedric acababa de descubrirlo. Como se llamaba ‘Corazón’, había supuesto naturalmente que sería un rubí.
—Sí, estoy buscando el legado de la familia Fischer.
Entonces, el joyero puso una expresión de gran incomodidad. Cedric, al ver su rostro, volvió a preguntar:
—¿No lo sabes? ¿O hay alguna circunstancia que dificulte hablar de ello?
Las joyas se utilizaban como medio para transacciones secretas y también para acumular riqueza. El oro era un medio más común y con mayor liquidez que los diamantes o zafiros, y era más fácil ocultar su origen. Sin embargo, las joyas con nombre e historia eran, de otra manera, un medio útil para las transacciones. Especialmente como soborno, ya que una joya histórica posee un valor que va más allá del simple valor material. Además, esta provenía de una familia destruida después de que el matrimonio se suicidara. Algunos desearían poseerla como trofeo, otros querrían conservarla como recuerdo. O, incluso si el propósito de obtener la joya no tuviera ninguna intención siniestra, el proceso de distribución podría haber sido ilegal. Más aún si se trataba de una joya que había sido el legado de una familia.
—No quiero investigar sobre la joya, simplemente deseo comprarla —dijo Cedric.
Entonces, el joyero suspiró levemente.
—Entiendo. Por ahora, escribiré una carta a la persona que posee los derechos de la joya. Quizás sea algo bueno. Que alguien como Su Gracia haya mostrado interés…
El joyero se levantó, pidiéndole que esperara un momento. Cedric también se levantó y miró alrededor de la joyería mientras el joyero escribía la carta de presentación. La sala de recepción a la que lo condujeron era un lugar para atender a invitados distinguidos. Sin embargo, parte de la colección de la joyería Odorov estaba expuesta como decoración.
Observó un par de gemelos y un reloj de oro en un estante empotrado en la pared. Aunque apenas sabía de joyas, le llamó la atención un collar que parecía caro y una pulsera hecha de diamantes entrelazados.
Cedric levantó impulsivamente la pulsera. Parecía muy singular. Hecha con dos hileras de pequeños diamantes entrelazados, brillaba con múltiples colores al recibir la luz.
El joyero regresó pronto con un sobre sellado con cera.
Cedric, con un rostro más firme de lo habitual, dejó la pulsera sobre la mesa.
—Ya que he recibido la información, lo correcto sería comprar al menos un artículo.
—¡Oh! ¿Se refiere a esto? ¡Muchas gracias!
El joyero, que no esperaba nada, hizo una profunda reverencia con los ojos brillantes. Freyl, que hasta entonces había esperado en silencio junto a la puerta a que su señor terminara, puso una expresión estupefacta. Cedric lo sabía, pero fingió no darse cuenta.
♦ ♦ ♦
El lugar que le indicó el joyero Odorov era la casa de un hombre llamado White.
—Era un hombre que tenía una pequeña joyería. Tenía buen ojo y era una persona de confianza. Si le hubiera ido bien, a estas alturas podría haber sido un joyero de renombre…
—¿Lo dejó?
—En los negocios, a veces ciertas inversiones pueden parecer un juego de azar.
—Supongo que sí, ya que el riesgo y el beneficio son proporcionales.
—Eso también es cierto, pero si surge un riesgo diferente al esperado, no hay forma de superarlo por mucho que uno se prepare. Lo que le pasó a White fue como haber tomado precauciones contra incendios y ser golpeado por un tsunami.
Odorov no le dio más detalles.
Sintiéndose como si estuviera resolviendo un acertijo, Cedric se dirigió a la casa de White con Freyl. Freyl no dejaba de refunfuñar quejumbrosamente.
—Es demasiado.
—¿Quieres decir que es demasiado que me acompañes?
—Su Gracia, ¿realmente ha decidido casarse con la hija de Miraila?
Cedric lo miró de reojo y replicó:
—Creía que estabas de acuerdo.
—No, sé que lo hace por el Ejército Occidental.
—Tú mismo dijiste que era una estratagema útil.
—No es que crea que no funcionará. Me pregunto si vale la pena sacrificar su felicidad por ello.
Freyl arrastró las palabras al hablar.
Cedric lo ignoró y espoleó su caballo. Freyl rápidamente apuró el suyo para alcanzarlo. Y dijo seriamente:
—Su Gracia, ¡es la hija de Miraila! ¿No le parece un poco…?
—¿Dudas tanto de mi criterio?
—¿Eh?
—Quiero decir, ¿tan poco confías en mi criterio para juzgar que la heredera Rosan es una persona diferente a Miraila?
Cedric lo dijo a propósito, aunque sabía que Freyl no era así. Freyl negó con la cabeza.
—No es eso. No lo es, pero…
—La señorita Artisea habló de dos años. No creo que un matrimonio arreglado de dos años sea un precio impagable por el bien del Ejército Occidental.
—¡Divorciarse de la hija de Miraila después de un matrimonio arreglado manchará su honor, Su Gracia!
Cedric recordó de repente las palabras de Artisea.
«El Ejército Occidental recibirá el trato justo que merece, y el Gran Ducado de Evron podrá escapar del peligro. ¿Y aun así, Su Gracia, lo desechará todo por su reputación personal?»
Y por eso, sonrió levemente. Si Artisea no hubiera dicho eso, habría considerado la propuesta un insulto y habría estado furioso
—No tengo intención de permitir que mis leales soldados no reciban el trato que merecen por miedo a que mi nombre se manche.
—Su Gracia.
—Y eso fue algo que la heredera Rosan me hizo comprender.
Freyl no pudo decir nada más y guardó silencio con una expresión extraña.
¿Es simplemente eso y nada más?
Sintió deseos de preguntar. Sí, este matrimonio arreglado valía la pena. Enviar los vestidos también estuvo bien. Sería un excelente medio para hacer que pareciera un matrimonio por amor y provocar el descuido del Emperador.
Pero, ¿era necesario comprar una pulsera de diamantes?
No puede ser. Sin embargo, él mismo parecía no ser consciente de ello. ¿Se dará cuenta si se lo digo?
Freyl dudó. ¿Comprendería Cedric siquiera esta preocupación? La preocupación, hablando con total franqueza, de si tendrían que servir a la hija de Miraila como Gran Duquesa por el resto de sus vidas.
Mientras pensaba en esto, los caballos de ambos llegaron a la dirección que les había indicado el joyero Odorov. Cedric vaciló al bajar del caballo. Delante de la puerta principal colgaba un paño negro en señal de luto.
—Vaya…
Al escuchar su lamento, Freyl dijo:
—Comprendo su sentir, pero entremos. No podemos permitirnos volver en otro momento, ¿verdad?
—Tienes razón.
Cedric suspiró profundamente. Freyl llamó a la puerta.
Desde el interior oscuro de la casa, abrió con cautela una joven que parecía haber cumplido apenas los veinte años.
—Parecen personas importantes, ¿qué asunto los trae? Mi padre ha fallecido. Pueden decirme a mí el motivo de su visita.
La mujer habló con un rostro cansado por la sospecha y el agotamiento. Tenía profundas ojeras oscuras bajo los ojos.
Freyl sacó apresuradamente la carta de presentación que guardaba y se la dio a la mujer.
La mujer rompió el sello allí mismo, leyó el contenido y miró a Cedric con rostro desconcertado. Luego, se arrodilló apresuradamente.
—Estoy honrada de ver el rostro de Su Gracia el Gran Duque.
—No. No te arrodilles. Guardar tales formalidades también es un esfuerzo para mí.
—Le agradezco su consideración.
La mujer habló con voz educada pero cansada, y se levantó. Los condujo a la sala de recepción.
Ya era de noche, así que la casa estaba oscura. La mujer encendió una sola vela en la sala. Luego, salió con una bandeja que contenía tazas con solo agua caliente y las dejó sobre la mesa.
—Lamento no tener nada que ofrecerles. En nuestra casa no tenemos ni unas hojas de té decentes. Pero al aceptar esta taza de agua ahora que el alma de mi padre aún no ha dejado esta casa, por favor permítanos el honor de sentir que Su Gracia le ha dado el último adiós.
—Soy yo quien lamenta haber venido en un momento tan difícil.
Cedric no tenía mucha sed, pero bebió lentamente el agua caliente hasta terminarla. Freyl lo imitó.
—Muchas gracias. Mi padre se alegraría mucho si lo supiera.
La mujer inclinó la cabeza y dijo:
—La carta de presentación del señor Odorov decía que Su Gracia buscaba una joya… Mi padre ha fallecido, pero los libros de cuentas de cuando era joyero están intactos, así que le ayudaré en todo lo que pueda.
—Me disculpo de antemano por las molestias que causaré a alguien en duelo. Estoy buscando el diamante llamado Corazón de Santa Olga. El señor Odorov me dijo que el señor White poseía los derechos…
Las manos de la mujer temblaron violentamente. Por eso, la taza que sostenía tembló e hizo ruido al chocar contra el platillo. Cedric tomó la taza de sus manos con cuidado para evitar que se cayera y la dejó sobre la mesa.
La mujer lo miró con el rostro pálido. Parecía enfadada, y también asqueada por el odio y el aborrecimiento.
Él solo quería comprar la joya pagando un precio justo. Sin embargo, el rostro de la mujer indicaba claramente que algo más que una simple transacción de joyas había ocurrido debido a ese diamante.
—Esa joya no está en nuestra casa.
—¿A quién se la vendiste?
La mujer dudó un momento, luego se levantó y desapareció en el interior. Su actitud era tan inusual que Cedric y Freyl intercambiaron una mirada.
La mujer regresó pronto a la sala con varios sobres de documentos.
—Este es el contrato de transferencia de propiedad del Corazón de Santa Olga.
Le tendió un sobre. El nombre del comprador de la joya escrito en el contrato era el barón Yetz.
—Esta es la letra de cambio emitida por el barón Yetz cuando se redactó el contrato.
Cedric sacó la letra de cambio para verla. La fecha en que se redactó era de hace siete años.
—El resto son las respuestas a las cartas que mi padre envió pidiendo que se pagara la letra. Mi padre estuvo escribiendo cartas durante siete años, pero solo recibió unas diez respuestas. Todas eran para pedir un aplazamiento del pago.
La mujer apretó los dientes y dijo:
—En la última carta estaba escrito, regañándolo: “Te pagaré cuando sea el momento, ¿acaso no confías en mí?”.
Era evidente lo que había sucedido. El noble había retrasado deliberadamente el pago ignorandolo. El barón Yetz había robado el diamante con su estatus y un trozo de papel firmado. De hecho, tales cosas no eran tan raras.
Freyl examinó el contrato y dijo:
—Según este contrato, la propiedad del diamante solo se transfiere cuando la letra de cambio ha sido pagada en su totalidad.
—Sí. Dijo que añadió esa condición por si acaso.
—Parece que podríais ganar si lo llevas a juicio.
La mujer sollozó.
—¿Cómo podríamos hacer eso? Ese diamante fue obsequiado a la marquesa Camellia.
Cedric y Freyl volvieron a cruzar miradas. La marquesa Camellia era la cuñada del Gran Duque Roygar.