Traducido por Tsunai
Editado por YukiroSaori
Riftan le rodeó los hombros con el brazo como si estuviera agarrando las riendas de un potro.
—Te mostraré la habitación donde nos alojaremos.
Max lo siguió escaleras abajo y lo miró.
—¿Estará bien que no te asegures de que los c-caballos… entren a los establos?
—Los caballeros se encargarán de eso.
Respondió tranquilizándola mientras caminaban por el pasillo, que brillaba con cera como si hubiera sido pulido con aceite, y abrió la habitación más aislada.
Max miró con curiosidad dentro del camarote desde el lado de Riftan y observó la habitación poco iluminada. No podía compararse con su habitación en el Castillo Calypse, pero era lo suficientemente espaciosa y lujosa.
Se apresuró a entrar y se dejó caer en la mullida cama, mientras Riftan bajaba su equipaje del hombro hasta el costado del lecho con un ruido sordo.
—Todos los marineros aquí son hombres. No hay sirvientas para atenderte, así que si necesitas algo, dímelo —dijo mientras abría el pequeño ojo de buey al lado de la mesa, la luz del sol que se filtraba a través de él arrojaba un brillo en su rostro—. Tampoco deambules sola. Nadie se atrevería a hacerte nada sabiendo que eres mi esposa, pero de todos modos es mejor tener cuidado.
Incluso sin su excesiva preocupación, Max dudaba que alguien le prestara atención, pero ella simplemente asintió sin decir una palabra.
Después de un rato, volvieron a subir a cubierta cuando el barco comenzó a alejarse del muelle. Los marineros estaban ocupados corriendo por la cubierta, cumpliendo con las tareas asignadas. A medida que la embarcación se alejaba de tierra, tiraban de las cuerdas que colgaban del mástil, dejando que decenas de velas se desenredaran.
Max permaneció junto a la barandilla y observó el enorme barco navegar hacia el mar embravecido. Cada vez que una ola fuerte golpeaba el casco, podía sentirse un sutil movimiento de balanceo bajo los pies.
Entonces, los vientos comenzaron a levantarse y las velas se inflaron como nubes. El viento soplaba con tal fuerza que parecía que alguien empujaba sus espaldas.
Max se aferró al costado de Riftan mientras intentaba adaptarse a la extraña sensación de navegar sobre el agua. Y, como si quisiera asegurarle que todo estaba bien, él le acarició suavemente la espalda.
—Esta es tu primera vez en un barco, es posible que te sientas mareada. Evita mirar hacia el agua hasta que te hayas adaptado. Tampoco te concentres en el movimiento de balanceo, ya que podrías marearte.
Max ya se sentía un poco mareada, así que siguió su consejo y se alejó de la barandilla.
Miró por encima de la popa y observó cómo la ciudad se alejaba cada vez más. Pronto, se convirtió en un simple punto brumoso, y quedaron flotando solitarios en medio del mar. Después de disfrutar de la brisa marina junto a Riftan durante un rato más, regresó a su habitación.
Su primer día en el barco transcurrió con tranquilidad.
Aunque Max sintió náuseas durante horas mientras navegaban, se sintió bastante mejor después de una siesta y pudo comer adecuadamente cuando llegó la noche. Fue al comedor con Riftan, comió y se acostó temprano. A pesar del descanso, su cuerpo seguía pesado y sus extremidades se sentían lánguidas. Quizás todo el cansancio acumulado le estaba cayendo encima de golpe.
Tan pronto como su cabeza tocó la almohada, se quedó dormida. Al día siguiente, no se levantó hasta que el sol estuvo en lo alto del cielo.
—¿Cómo está tu mareo?
Riftan se acercó con un vaso de agua mientras ella se sentaba aturdida. Max bebió un trago de agua tibia y miró a su marido. Riftan vestía un pantalón informal de algodón combinado con una sencilla túnica blanca. Al no llevar armadura, Riftan parecía mucho más joven y renovado.
—¿Todavía sientes náuseas?
—N-No. Creo… estoy bien ahora.
—No te esfuerces, quédate aquí y descansa. No tienes que preocuparte por tratar a los heridos ni montar a caballo mientras estamos a bordo. ¿Quieres que te traiga algo de comida?
—Me gustaría… lavarme la cara… y cambiarme de ropa primero…
Riftan se fue de inmediato para ordenar a los sirvientes que trajeran comida y agua para lavarse.
Poco después, un niño de no más de dieciséis años trajo el agua, y Max la usó para limpiarse el rostro. Luego se peinó y recogió el cabello en una trenza suelta. Mientras buscaba en sus bolsos una muda de ropa, Riftan le entregó una caja.
—Hice un favor para conseguir esto.
Los ojos de Max se abrieron cuando, al abrir la caja de terciopelo, se reveló un vestido azul índigo. Riftan miró su atuendo con una expresión de desaprobación.
—Ahora, quitate esos malditos pantalones.
—¿Qué pasa con los… p-pantalones?
Max murmuró con un puchero, pero sacó dócilmente el vestido de la caja. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que sentía la suavidad aterciopelada de la seda, que no pudo evitar que su rostro se iluminara por la sensación.
Extendió el vestido frente a su cuerpo para ver cómo le quedaría, con una expresión emocionada. Riftan fue hasta la puerta, la cerró bien y luego se volvió hacia ella, tendiéndole la mano.
—Yo te vestiré, date la vuelta.
—Puedo ponérmelo yo misma.
Max abrazó el vestido contra su pecho a la defensiva y Riftan entrecerró los ojos ante su reacción.
—No planeo hacer nada inoportuno hasta que te hayas adaptado completamente a vivir en un barco. Así que no te preocupes por nada y pásame tu ropa.
Max entrecerró los ojos con sospecha, pero finalmente cedió y le entregó el vestido.
Riftan le pasó la túnica por la cabeza y aflojó los cordones de los pantalones, deslizándolos hasta el suelo. Hizo una pausa y, con la mandíbula apretada, contempló su cuerpo por un momento, antes de colocarle el vestido por encima de la cabeza.
Max introdujo los brazos en las mangas largas, alegre al sentir la seda fresca caer suavemente sobre su piel.
Con gran moderación, Riftan bajó el dobladillo del vestido hasta los tobillos. Luego tiró suavemente de los intrincados cordones en la espalda y los ató en un nudo.
—Excelente. Se ve bien en ti.
Él la giró y la recorrió con la mirada de pies a cabeza. Max se sonrojó cuando sintió el sutil aura caliente que los rodeaba, pero contrariamente a sus expectativas, Riftan dio un paso atrás y sin rodeos giró la cabeza.
—Parece que ahora te sientes mejor, así que desayunemos en el comedor. Vámonos, es mejor salir de la habitación antes de que cambie de opinión.
Max lo siguió en silencio fuera de la habitación sin preguntarle a qué se refería. Bajaron un nivel y entraron al comedor donde desayunaron tarde antes de subir a la terraza. El cielo estaba azul, despejado y no se veía ni una sola nube.
Max corrió hacia la barandilla y contempló el mar azul profundo con olas blancas. Riftan se acercó a ella y apoyó los codos contra la barandilla.
—Si el tiempo sigue así, podremos llegar a Levan en una semana.
—¿Qué tan lejos está la b-batalla… de Levan?”
—Faltan unos tres o cuatro días. Cuando lleguemos a Levan, primero pasaremos por el templo central. Si nuestro momento es el adecuado, podemos unirnos a los caballeros sagrados enviados desde Osiria e ir con ellos a la batalla.
De repente, la tensión se extendió por su rostro.
—Te quedarás en el templo. Haré los arreglos para que te quedes en el monasterio.
Max se puso rígida. Cuando ella no respondió de inmediato a su declaración, él se levantó y con preocupación colocó sus manos sobre ella para mirarlo.
—Si no quieres quedarte en el monasterio, puedo hablar con la familia real Livadon y ellos pueden proporcionarte un lugar para quedarte en el palacio.
—Yo… no quiero quedarme sola… en un lugar desconocido. Si voy contigo, Riftan…
Max cerró rápidamente la boca al ver cómo el rostro de su marido se distorsionaba en un ceño escalofriante. Riftan habló con calma, pero eso lo hacía aún más aterrador.
—Ya fue una decisión increíblemente difícil traerte hasta aquí, así que basta con eso.
—P-Pero… los caballeros necesitan un sanador…
—Hay un montón de archimagos y sumos sacerdotes en Livadon, por lo que no hay razón para que corras más riesgos.
Max agachó la cabeza, deprimida. Con el tiempo, había aprendido que, cuanto más tranquilo estaba Riftan al discutir con ella, más peligroso era cuando finalmente levantaba la voz. Tragó saliva con dificultad y respondió en tono abatido:
—Entiendo. Entonces… me quedaré en el m-monasterio.
Los hombros de Riftan se relajaron visiblemente ante su consentimiento. Luego, le acarició suavemente la mejilla como para tranquilizarla.
—No te preocupes, me aseguraré de que tu estancia allí sea lo más cómoda posible. El Monasterio de Levan es enorme y lujoso, no sería un mal lugar para quedarse.
Max dejó escapar un suspiro. ¿Creía sinceramente que ella podría vivir cómodamente sabiendo que él estaría en peligro?
Si quedarse a su lado significaba tener que montar a caballo todo el día hasta que se le rompieran las caderas, o dormir todas las noches sobre terrenos de tierra llenos de baches, entonces se apuntará sin dudarlo. Llegó tan lejos, luchando y pasando por muchas dificultades, pero nunca se arrepintió ni un solo segundo de ello.
Estaba realmente molesta, pero se giró y miró hacia el mar para ocultarlo. Riftan la abrazó en silencio por detrás. Cuando sintió su cuerpo cálido y fuerte contra su espalda, se sintió aún más impotente.
Una vez que el barco atracara de nuevo, tendría que despedirlo. Sintió un viento lúgubre soplar contra su corazón, pensando que tendría que quedarse sola en el monasterio hasta que terminara la batalla.
Max apoyó débilmente su cabeza contra su pecho.
♦ ♦ ♦
El viaje continuó sin contratiempos. El casco del barco se balanceaba violentamente mientras avanzaba entre fuertes vientos y grandes olas, pero lograba mantener el rumbo.
Max se había sentido muy nerviosa al principio; sin embargo, ahora ni siquiera pestañeaba ante el ligero vaivén del barco. Aun así, fingía tener miedo, porque cada vez que la embarcación se sacudía, Riftan la abrazaba con fuerza y le aseguraba que todo estaría bien.
La vida en el mar era monótona, pero ella no se aburría en absoluto. Riftan casi siempre permanecía a su lado, salvo cuando debía encargarse de los controles del barco.
Max se sentía más contenta que nunca: le rogaba a Riftan que le enseñara a usar la daga que él le había regalado, o que le explicara cómo jugar a los dados, uno de los pasatiempos favoritos de los caballeros.
No importa cuánto lo molestara, Riftan nunca mostró una pizca de irritación o molestia. Y aunque ella ganó el juego de dados contra Riftan muchas veces, él solo le sonreía de forma real y le arrancaba los botones dorados de su ropa y se lo daba como premio. Luego, cuando llegaba la noche, él la lavaba y le cepillaba el pelo, como un sirviente leal.
A veces Max incluso le leía libros. Cuando le dolía demasiado para cualquier actividad amorosa, se sentaban juntos en la cama y ella leía en voz alta cuentos de héroes épicos antiguos o poesía romántica escrita por bardos. Él apoyaba su cabeza en su regazo y cerraba los ojos como si estuviera escuchando una dulce música. No importaba cuán grave fuera su tartamudez, nunca se sentía patética o tonta cuando estaba cerca de él.
El tiempo que pasaron juntos fue tan valioso que Max incluso deseó que el barco se perdiera en el mar para siempre. Pero cada vez que pensaba en eso, se sentía atormentada por la culpa al pensar en Ruth y los otros caballeros con sus vidas colgando de un hilo.
Por supuesto, estaba preocupada por ellos, pero su corazón se sentía como si estuviera envuelto en llamas solo de pensar que Riftan se iría a un lugar tan peligroso.
Max se aferraba de manera apasionada a sus brazos para protegerse todas las noches de la ansiedad y Riftan correspondía acariciando con amor cada centímetro de su cuerpo.
Solo la tomaría cuando ya no pudiera contenerlo más, y Max reaccionó más íntimamente ante la sensación de sus cuerpos conectados. Sin embargo, después de su intensa pasión, todo lo que podía escuchar eran las olas solitarias en medio de un silencio lúgubre.
Cada vez que se recostaba sobre el pecho de Riftan, se sentía tan cerca de él, como si incluso sus almas se fusionaran para convertirse en una. Su suave aliento le hizo cosquillas en la parte superior de la cabeza y los latidos de su corazón contra su pecho se festejaron como si fueran suyos. En ese momento, Max se dio cuenta de que ya no podía vivir sin él, su corazón deseaba poseerlo por completo. Necesitaba a Riftan, como un polluelo recién nacido que persigue ciegamente a su madre gallina. Sin embargo, para su consternación, el momento del adiós se acercaba con el tiempo.
—No salgas de la habitación esta noche.
Riftan, que acababa de regresar de cubierta tras hablar con el capitán, la instruyó con expresión seria. Max, que estaba sentada en la cama leyendo un libro, lo miró sorprendida.
Riftan se dirigió al rincón donde había dejado su armadura desde hacía días y comenzó a ponérsela, pieza por pieza. Max se agitaba cada vez más al verlo.
—¿Q-Qué pasó?
—No es nada. Sólo me estoy preparando para un posible peligro.
—¿P-Peligro?
Riftan se apretó el cinturón y se abrochó la coraza, luego se volvió hacia ella y frunció el ceño cuando la vio. Suspiró y tocó su rostro que tenía una tez pálida.
—El barco navegará a través de una cala de sirenas. Si no tenemos suerte, podría estallar una batalla.
Max tragó con fuerza y sintió un nudo en la garganta. Las sirenas eran monstruos famosos por destrozar barcos y atraer las almas de los marineros con sus seductoras voces. Se había olvidado por completo de los monstruos, dado lo pacíficas que habían sido las cosas últimamente.
Riftan se abrochó la funda de la espada a la cintura y volvió a salir de la habitación, dejando a Max sola. Buscó inquieta entre las estanterías y se asomó por la portilla. En el horizonte plateado, un espeso velo de niebla se arrastraba lentamente.
¿Estamos pasando por la Cala de las Sirenas ahora mismo? Se preguntó Max mientras miraba las altas rocas de marfil cubiertas de musgo. Su columna tembló y cerró la portilla. Al contrario de lo que temían, no aparecieron sirenas, ni siquiera cuando el barco pasó entre las rocas de la cala.
Max se relajó un poco y se recostó para leer su libro; sin embargo, no podía concentrarse ni comprender las palabras que leía. Durante mucho tiempo hojeó cuentos populares, que leyó pasivamente dos veces. Se sintió abrumada por la necesidad de saber qué estaba pasando y salió del camarote. Entonces, escuchó voces débiles cantando desde algún lugar.
Nerviosa de que pudieran ser los tentadores cantos de las sirenas, caminó hacia el sonido. A medida que se acercaba, la canción se hacía más clara y sus hombros tensos se relajaban. Eran las voces de los marineros cantando. Incapaz de superar su curiosidad, Max se apresuró a subir a cubierta.
Las voces de los marineros retumbaban sobre la cubierta teñida por la luz del atardecer. Cargaban cubos de agua, tiraban de cuerdas y ajustaban las velas mientras cantaban al unísono, marcando el ritmo con los pies:
Hey-ya, hey-ya, avanzan los remos.
A través de olas tan altas como el monte Taesan, navegaremos hasta el final de este mar.
Al lugar donde duerme el sol.
Hasta el final del horizonte brillante donde podría estar el paraíso de Adrina.
Aunque llegue un tifón, nadie podrá detenernos.
Hey-ya, hey-ya, avanzan los remos.
¡Navegaremos hasta el final de este mar!
Max estaba desconcertada por las voces retumbantes que llenaban sus oídos. Un joven caballero con armadura que patrullaba las balaustradas vio a Max y caminó hacia ella. Lo reconoció, era un joven caballero llamado Jacque Briman. Él la miró con expresión seria y la reprendió con calma.
—Señora Calypse, no deberías deambular sola.
—Lo sé. Es solo que… escuché el canto y… me preguntaba qué estaba pasando.
Los caballeros miraron con los ojos entrecerrados a los marineros que cantaban.
—Se dice que esta es la forma más efectiva de ahogar los cantos de las sirenas y evitar que los marineros queden encantados y estrellen el barco contra los arrecifes. Estarán cantando toda la noche hasta que pasemos sanos y salvos por los territorios de las sirenas.
—¿Toda… toda la noche?
Los ojos de Max se abrieron y el joven caballero sonrió amargamente.
—Entiendo que es muy ruidoso, pero por favor aguante. Debemos poner la seguridad como nuestra máxima prioridad. Se dice que si continúan cantando fuerte, no sólo las sirenas, sino también los tritones no se acercarán a nuestro barco.
—Entiendo.
Max contempló el brillante mar rojo que brillaba dorado, mientras escuchaba el rugido de los hombres resonando sobre las ondulantes olas. Como explicó el joven caballero, con voces tan poderosas difícilmente se escucharían los cautivadores cantos de las sirenas.
Max regresó a su camarote mientras los marineros seguían cantando incluso después de que se pusiera el sol. Comió la comida que le trajo uno de los sirvientes mientras escuchaba el fuerte canto. La canción era cruda y nunca podría llamarse dulce, pero las voces animadas de los marineros significaban que todo estaba bien. Pronto, el canto sirvió para tranquilizarla.
Después de terminar su comida, Max se acostó en la cama e intentó dormir. Sin embargo, a medida que se hundía más en la noche, su mente estaba cada vez mas inquieta. Estuvo dando vueltas toda la noche y cuando el resplandor azulado del amanecer se asomó, inmediatamente saltó de la cama y corrió hacia la cubierta.
Los marineros todavía cantaban las melodías tocadas con chirimía y mandolina. Sin embargo, estaban tan cansados de permanecer despiertos toda la noche que no cantaron tan fuerte como el día anterior. Max escuchó en silencio las melodías que resonaban en la oscuridad, dio la vuelta desde la cubierta y se dirigió a la popa del barco.
Allí vio a los marineros sentados en el medio, formando un círculo y usando cajas de madera volcadas como sillas. Los caballeros, por otro lado, custodiaban las balaustradas y llevaban aljabas atadas a la espalda, llenas de largas flechas.
Max miró a su alrededor y vio a Riftan entre ellos, luego se alejó. Sin embargo, como si Riftan hubiera sentido su presencia, giró la cabeza y frunció el ceño cuando la vio, luego siguió a Max.
—¿Por qué estás aquí? Todavía no es seguro.
Max se sorprendió por su repentino acercamiento y luego se acurrucó junto a él. Entrecerró los ojos y miró el mar oscuro. A lo lejos, por encima de las olas rugientes, había altas rocas rodeadas por una espesa niebla.
—Incluso si… estamos tan lejos… ¿todavía no es s-seguro?
—No hay forma de saber si estamos a salvo. Hay casos raros en los que los barcos son perseguidos…
—No estés tan tenso, comandante. Incluso si nos persiguen, no habrá ningún problema siempre y cuando ahoguemos el canto de las sirenas con el nuestro.
Hebaron, que estaba apoyado contra la barandilla, intervino de repente. Bostezó ruidosa e indiscretamente y sonrió con picardía a Max.
—He estado escuchando toda la noche voces fuertes de hombres, me duele la cabeza. ¿La señora no tiene nada que decir? Necesito limpiarme los oídos con la suave voz de la dama.
—Deja de hacer tonterías y piérdete.
Riftan gruñó desagradablemente y enseñó los dientes, pero Hebaron ni siquiera se inmutó.
—No sea tan remilgado, comandante. Deberías saber que el corazón de un hombre debe ser tan ancho como los grandes y vastos mares…
—Cierra la boca antes de que te arroje al mar.
Riftan respondió con un ladrido y puso una mano en la espalda de Max, llevándola hacia donde se reunían los caballeros y marineros.
—Hicimos un guiso de carne para comer como reposición de las energías que perdimos al permanecer despiertos toda la noche. Mientras estés aquí en la cubierta, tómate un plato también.
Mientras se acercaban al caldero grande, un marinero vertió el guiso espeso y humeante en un recipiente limpio y se lo entregó a Max. Aceptó agradecida el cuenco humeante y se sentó en una caja grande. Riftan se sentó a su lado con su propio plato y tomaron sorbos de su comida. Removió la sopa con la cuchara y miró los rostros de los marineros.
Después de una larga noche, todos parecían agotados de haber cantado toda la noche. La mayoría de sus rostros estaban demacrados, pero algunos de los marineros más robustos seguían tarareando melodías cerca de la popa. Un joven marinero que tocaba una mandolina se acercó a Riftan mientras ella los miraba.
—Gran caballero, ¿puedo ofrecerme para tocar una canción para su amada esposa?
Los ojos de Max se alzaron ante la repentina petición, y Riftan, que estaba bebiendo sopa, se detuvo y frunció el ceño al marinero. Este continuó, con cortesía:
—Es repugnante escuchar repetidamente las canciones del mar que cantamos toda la noche… Si hay alguna canción en particular que la señora desee escuchar, entonces pondré todo mi corazón en cantarla.
Riftan lo miró en silencio y luego se volvió hacia Max.
—¿Hay alguna canción que te gustaría escuchar?
De repente, todos los marineros y caballeros se giraron hacia ella. Max negó con la cabeza.
—N-Nada en particular…
—También conozco muchas canciones populares. Tocaré cualquier canción que la dama me pida.
Max miró el rostro expectante del marinero y no pudo negarse. Frunció el ceño, indecisa, mientras intentaba pensar. En el castillo Croix había escuchado muchas canciones, pero al preguntarle directamente, no se le ocurría ninguna. Buscó en su memoria, inquieta, hasta que de pronto recordó la canción del festival de primavera en Anatol.
—No sé cuál es el título… pero es una canción que escuché en un festival del pueblo…
—¿Recuerda la letra?
El marinero inclinó la cabeza ante su vaga petición.
Tarareó algunos versos que recordaba haber escuchado, mientras luchaba por buscar en sus recuerdos. Entonces, el rostro del marinero se iluminó con una amplia sonrisa como si lo reconociera.
—Esa es la poesía de Adelian. Es una canción popular que se canta desde la fundación de la era Roem. También es mi canción favorita. La cantaré y la tocaré bien para la dama.
El marinero ajustó su postura y comenzó a rasguear la mandolina que tenía en la mano. Max sonrió cuando el tono familiar le devolvió la cálida nostalgia por la primavera. El tempo era más lento en comparación con lo que escuchó en el festival, y Max quedó desconcertada por la melancólica melodía.
Pronto, la encantadora voz de barítono del joven marinero resonó suavemente:
El caballero besó el rostro de la ninfa,
y voló lejos hacia el cielo distante.
El roble que amaba,
dejado solo en la colina,
en medio del viento,
sus delicadas ramas se balanceaban.
Por favor, dragón,
toma su cuerpo destrozado y roto
a la tierra del descanso eterno.
De esta tierra caótica,
cariño, muy lejos.
Ah~
cariño, te amaré
hasta el día en que exhale mi último aliento.
Max se apoyó en los hombros de Riftan mientras ella saboreaba la delicada y resonante melodía de la mandolina. No fue hace mucho, pero el momento en que ella bailaba en el campo se sentía muy lejano.
