Traducido por Aria
Editado por Yusuke
Asustada de que se hubiera pasado de la raya, Max se había encogido inmediatamente de miedo, temiendo que lo hubiera hecho enfadar con ella. Había estado rodeada de hombres enfadados, sus experiencias eran demasiadas para llevar la cuenta. Era casi una segunda naturaleza para ella comenzar a sentir que se desmaya cada vez que un hombre más grande daba un paso hacia ella, amenazándola.
Pero no era sólo la violencia lo que la asustaba ahora. Era el hecho de que alguien que la trataba tan bien, que la cuidaba tanto, ahora había empezado a enseñarle los colmillos. Se sentía como un perro castigado por su dueño por su insolencia.
Quería rogarle que no la hiriera, que no la odiara. Sabía que había metido la pata, pero su voz se negaba a salir, así que, en su lugar, sólo se aferró con fuerza a su capa en su desesperación.
—Baja —le dijo Riftan, sacándola de sus pensamientos traicioneros, y se dio cuenta de que por fin habían llegado al castillo. Se acercó a ella, ofreciéndole la mano suya para ayudarla a desmontar del caballo, y Max la agarró con vacilación.
Se deslizó suavemente, hasta que Riftan la acercó, con su cuerpo pegado al suyo, levantándola en brazos y llevándola por el jardín. Un grupo de sirvientes se acercó, saludando, pero Riftan no les prestó atención, preocupado por una sola cosa.
—Pongan a Talon en los establos —les ordenó rápidamente cuando finalmente entró al gran salón.
Max levantó la vista mansamente, observando su expresión y estudiando los detalles de su rostro. Apenas le dedicó una mirada al salón que ella se había esmerado en redecorar en semanas. Max sentía que su cuerpo temblaba más, el miedo crecía en su interior.
Está enfadado, realmente enfadado. Gritó en silencio en su mente, antes de tragar el miedo y hablar:
—Ri-Riftan —comenzó suavemente—. Yo-yo c-caminaré por mi m-misma.
—No hables —se apresuró a decirle él, mientras subía corriendo las escaleras, la alfombra amortiguando sus pasos mientras Max se estremecía ante su tono duro.
A pesar del peso añadido de su armadura, y de ella en sus brazos, junto con la subida de dos tramos de escaleras, Riftan apenas sudó. Rápidamente entró en su habitación, dejándola bajar finalmente, y cerró la puerta tras ellos.
Max se quedó en el centro de la habitación, de pie e incómoda mientras esperaba su castigo, cuando Riftan le dirigió una intensa mirada después de cerrar la puerta.
¿Aquí es donde empieza? Se preocupó, ¿y si, y si me hace daño físicamente? ¿Por qué está tan enfadado? ¡Sólo he intentado arreglar las cosas como lo haría la esposa de un señor!
Sus nudillos se volvieron blancos mientras su agarre de la falda se tensaba. Cuando finalmente encontró su voz de nuevo, y abrió la boca para hablar, algo ya estaba cubriendo su boca.
—¡Mmph! —Ella se calló, con los ojos abiertos por la sorpresa.
La mano de él, todavía con guantes de hierro, se acercó a su cara, sujetando firmemente su cabeza mientras la sujetaba por la parte posterior. Sus labios agrietados se movieron contra los de ella, la lengua empujando sus labios abiertos para entrar en su boca.
Las manos de Max subieron, apoyándose en sus firmes manos, agarrándolas para estabilizarse.
Su cuerpo se apretaba dolorosamente contra la armadura de él, mientras su barba le rozaba su suave barbilla. Ella dejaba escapar jadeos sorprendidos de vez en cuando, con los ojos vacilantes mientras lo miraba. Cuando por fin se apartó, su mirada se endureció al contemplarla entre sus brazos.
—¿Qué habrías hecho si no hubiera llegado a tiempo? —le preguntó, su frustración se filtraba en su voz, mientras acunaba sus mejillas con cuidado. Max se estremeció cuando el frío metal entró en contacto, pero finalmente se relajó contra él.
—N-No esperaba que f-fueran capaces de a-atravesar las p-puertas —le respondió con sinceridad.
—¡No deberías haber estado allí en primer lugar! —le espetó él—. No importa lo que pase, nunca, jamás, ¡salgas ahí! ¡Y menos cuando es peligroso para ti! —exclamó frustrado antes de bajar el tono de voz—. ¿De acuerdo? ¿Entiendes? —le preguntó, con su preocupación brillando mientras la miraba fijamente a los ojos.
Tan atraída por él, asintió rápidamente con la cabeza y el alivio lo invadió rápidamente, la tensión se desprendió de sus hombros y emitió un profundo suspiro cuando por fin se calmó.
Tras un momento de vacilación, Max finalmente se acercó a él, con su mano apoyada en su barbilla, frotando círculos relajantes. Agotado, Riftan se inclinó hacia su tacto, bajando la cabeza mientras acercaba su cara, apoyando sus frentes una contra la otra.
A esta proximidad, el aroma a hierba de su pelo hizo cosquillas en la nariz de Max. Se preguntó si había dormido en los verdes campos la noche anterior en lugar de en un catre o una cama.
—Cuando te vi —comenzó, su voz temblando mientras hablaba—. En el suelo, sentí que estaba a punto de perderte, ¡maldita sea! —maldijo, sus brazos se apretaron alrededor de ella, como para mantenerla cerca de él—. Vine tan rápido como pude, ni siquiera paré a descansar, y cuando te vi así…
—L-Lo s-siento —Max le susurró, pero los ojos de Riftan se volvieron graves mientras se perdía en sus pensamientos.
—Si no hubiera sido más rápido, si hubiera llegado un segundo más tarde, las cosas habrían sido mucho peor, joder.
—S-Siento haberte a-asustado. L-Lo s-siento m-mucho. —Ella se estremeció un poco, tirando de su brazo, diciéndole suavemente que estaba empezando a ponerse áspera mientras le frotaba la barbilla. Al recordar que aún tenía la armadura puesta, Riftan finalmente la soltó y procedió a quitarse el metal que lo limitaba.
Cuando se quitó los guanteletes y los brazaletes, se acercó a Max y la abrazó de nuevo.
—¿Estás herida en algún sitio?
—N-No.
—Déjame ver —le dijo, separándose rápidamente. Max se sintió como una polilla en la llama, sus ojos hipnotizados por sus orbes negros mientras él la miraba con preocupación—. Déjame ver por mí mismo que no estás herida —añadió mientras Max podía sentir su corazón palpitando dolorosamente contra su pecho, su respiración resonando en sus oídos.
Recordó las noches solitarias, la interminable preocupación de cuándo volvería. Las frías noches en las que se acurrucaba sobre sí misma, abrazándose para dormir en una amplia cama completamente sola, esperando desesperadamente que él volviera a casa.
Sus manos callosas revoloteaban por todo su cuerpo. Desde su pelo despeinado, hasta su cara, apoyándose en sus hombros, y agarró su bata, tirando de ella hacia abajo bruscamente. Max ahogó su sorpresa, su cuerpo se sacudió cuando el aire golpeó su piel. Podía sentir el sudor resbalando por su cuello mientras él procedía a examinar su cuerpo.
A medida que sus manos seguían recorriendo el cuerpo, Max sintió un calor que sustituía a la sensación de miedo de antes. Sus ojos siguieron sus manos, observando la forma en que su piel tocaba la de ella.
Sus manos pronto subieron una vez más, agarrando el pasador de su pelo, arrancándolo y tirándolo al suelo con premura. Agarró una vez más la parte trasera de su pelo y la acercó a él.
—Un rasguño, una cabeza —le susurró de repente Riftan al oído.
Max parpadeó confundida.
—¿Qué? —Sólo pudo pronunciar como respuesta.
—Con cada rasguño que encuentre en ti, una de sus cabezas rueda por sus hombros —le aclaró él en otro cálido susurro, y Max sintió que se le ponía la piel de gallina por todos los brazos con sus palabras. Había un tipo diferente de intensidad cuando lo decía en voz baja, como una oración silenciosa. Ella estaba acostumbrada a oírle gritar con rabia, como un incendio forestal.
Max temblaba bajo su contacto como una libélula atrapada en una tela de araña.
Sus hábiles dedos se ocuparon rápidamente de los tirantes que sujetaban su vestido, cuando ella sintió que empezaban a aflojarse, y le bajaron el pecho. Sus ojos oscuros recorrieron su figura.
Desde los pálidos omóplatos hasta la clavícula, pasando por los pechos, aún cubiertos por una fina tela. Ella sintió que su respiración se agitaba por la anticipación.
—Una cabeza —dijo finalmente, sus ojos detectaron rápidamente un rasguño antes de arrastrar el vestido hacia abajo para exponer más su piel. Cuando llegó a su antebrazo, vio la piel descolorida, y sus labios se curvaron en un gruñido.
Nerviosa, Max trató de disimular mal el moretón.
—Me lo hice en la b-biblioteca —se excusó ella—. Cuando me t-tropecé con a-algo.
—No mientas —le espetó él.
—¡N-No m-miento! ¡Nhngh! —murmuró ella mientras él presionaba suavemente un beso en su moretón, las palabras muriendo en su garganta, viendo como él bajaba lentamente. Después de pellizcarle suavemente el punto del pulso por la muñeca, Riftan se enderezó, enganchó uno de sus brazos bajo las rodillas de ella y la levantó sin esfuerzo, con el otro brazo sosteniendo su espalda.
En un acto reflejo, Max le rodeó la nuca con los brazos, su clavícula acunada bajo el pliegue de su cuello. Él bajó la cabeza y le dio una serie de suaves besos rápidos mientras se dirigía lentamente hacia la cama.
—Ri-Riftan, de v-verdad, no e-estoy herida —insistió ella, pero Riftan se mostró obstinado y la tumbó suavemente en la cama mientras se elevaba sobre ella.
—Dije que lo comprobaría yo mismo —le dijo, desechando finalmente su vestido, quitándoselo de la cintura para abajo y tirándolo al azar en el suelo. Sintiéndose totalmente expuesta con sólo la pintoresca tela que cubría su pecho, Max desvió la mirada con nerviosismo.
Sus manos recorrieron sus piernas, deteniéndose en los tobillos mientras le quitaba el zapato, y luego la otra, remangando la falda. Ella no pudo contener su mueca cuando él rozó el rasguño que se había hecho al caer al suelo.
Inmediatamente, Max exclamó, cerrando las piernas.
—¡E-Esto no es n-nada! —continuó—. ¡S-Sólo me caí por mi c-cuenta!
—Han sellado su destino con esto —gruñó por lo bajo, con los ojos clavados en la herida, un brillo oscuro en sus ojos. Por reflejo, Max le apretó el brazo suavemente, ganando su atención.
—D-De verdad, no d-duele. N-No lo hagas por mí —le suplicó, y él frunció el ceño.
—No sólo intentaron una invasión en mis tierras, sino que también hirieron a mi esposa. Estoy en mi derecho de matarlos a ellos y a su sangre para que paguen por sus crímenes —le dijo—. Eso ni siquiera será suficiente para satisfacer mi sed de sangre. Necesito dar un ejemplo ahora, para evitar que ocurra algo de naturaleza similar en el futuro —explicó, y los labios de Max temblaron.
—P-Pero tú a-acabas de llegar —su sollozo ahogado se derramó mientras él rápidamente la miraba sorprendido. Con un giro de ojos, Max se negó a desviar la mirada mientras continuaba a pesar del temblor de su voz—. Si vamos a la guerra, tendrás que irte l-lejos de n-nuevo. Y yo tendré que estar s-sola.
—Joder —maldijo él en voz baja, una mano subió inmediatamente por detrás de la nuca de ella y tiró de ella hacia abajo, aplastando sus labios en un beso abrasador. Podía sentir su deseo por ella, sus ganas de devorarla, de acercarla más de lo que era físicamente posible.
Y a pesar de sus mejores deseos de hacerlo también, le dolía el cuello junto con su cuerpo por la forma incómoda en que se estaba doblando. Al notar su incomodidad, Riftan se apartó y la acomodó en consecuencia, su mano tirando de su schumi hasta la cintura, y tomando su trasero mientras la levantaba.
Sintió que la cabeza le daba vueltas cuando él la levantó, y jadeó ante el frío metal de su coraza al entrar en contacto con ella, en contraste con la cálida palma de su mano. Gimió cuando la lengua de él se abalanzó sobre ella, saboreando cada rincón de su boca, enredándose en la suya antes de que él se apartara con un hilo de saliva que conectaba sus bocas.
Sus ojos se clavaron en ella intensamente.
—Tú ¿qué estás haciendo conmigo? —murmuró en tono angustiado.
Se lamió los labios, le quitó el resto de la ropa y la tiró entre las demás en el suelo. Max estaba ahora acurrucada cómodamente, desnuda como un bebé recién nacido para que él la viera. Sus cálidas manos se acercaron inmediatamente a su pecho, ahuecando sus suaves montículos, amasándolos antes de sumergirse y envolver sus tensos nudos en su cálida boca.
Sus manos enterraron inmediatamente sus dedos, cargándose en torno a su pelo, tirando ligeramente de él mientras ella provocaba un gemido jadeante.
La sensación de su armadura contra su piel desnuda era extraña. Se sentía débil, indefensa y vulnerable. Sus ojos alcanzaron a ver su cuello, su sudor brillando mientras la armadura reflejaba su luz, dándole a su lustroso cabello negro un brillo hipnotizante.
Riftan sintió que su visión se nublaba frente a él a medida que su hambre por ella se hacía más intensa, y sus ministraciones comenzaban a volverse más toscas a cada segundo. Sintió que perdía el control de sus facultades, y la atrajo contra él con tanta fuerza que ella temió que la hiciera pedazos.
Jadeó ante la creciente sensación de sus puntas rozando el frío hierro con rudeza mientras una sensación eléctrica recorría su cuerpo y se retorcía de placer.
—Siempre estuviste en mi mente, joder —exhaló en ese tono ronco, plantando besos feroces en cada centímetro de sus montículos—. Cada día desde que nos separamos estas últimas semanas. Ha sido muy duro.
Un grito ahogado se escapó de sus labios mientras él amasaba su pecho.
—Es casi como si hubieran pasado años desde la última vez que te vi —le dijo mientras su boca se tragaba su otro pico.
EL perfecto argumento, “si hay guerra, otra vez tendremos que estar separados”