Bebé tirana – Capítulo 20: Estoy muerto

Traducido por Den

Editado por Yonile


En la sala de conferencias del palacio real de Ermano, los nobles y consejeros esperaban a que la reunión diera inicio. Pero, por alguna razón, el ambiente era diferente al habitual. Se debía a que era la primera asamblea a la que asistiría el emperador recién coronado.

—¿Aún no es la hora?

—Ajem, aún quedan cinco minutos.

—Ah, qué lento pasa el tiempo.

Cada segundo que pasaba parecía una hora. ¿Cuánto tiempo llevaban esperando que llegara un día como este? Al recordar cuántas veces se habían visto obligados a caminar sobre hielo durante el mandato de Esteban, no pudieron evitar emocionarse.

Ahora podemos tener una reunión con el adorable nuevo emperador.

Era como si una suave brisa primaveral soplara en la habitación. De todos los nobles presentes, uno parecía espcecialmente alegre: el marqués Gardenia. Desde el día de la coronación, solo había podido ver a Mabel desde lejos, por lo que deseaba que la conferencia comenzara de inmediato.

Ahora que su molesto padre ya no está, podré pasar algo de tiempo con Su Majestad.

Esa idea lo ponía contento. Al darse cuenta de ello, el duque Javier lanzó al marqués una repentina pregunta:

—¿Por qué está tan animado, marqués Gardenia?

Por un instante, el rostro del marqués se ensombreció, pero pronto una amplia sonrisa se plasmó en él. Aunque el comentario innecesario del duque lo dejó intranquilo, sentía que podía superar cualquiera cosa con solo pensar en Mabel.

—Es un gran honor asistir a la primera conferencia de Su Majestad, así que por supuesto que estoy contento. —Esbozó una sonrisa llena de orgullo y le dirigió una mirada penetrante al duque.

Mantén tus manos alejadas de mi nieta, zorro astuto.

—Me he enterado de lo inteligente que es Su Majestad —respondió el duque—. Estoy deseando ver cómo nuestro nuevo emperador gobernará este país.

A pesar de que soltó una risita alegre, cierta malicia en sus palabras.

Más bien, estoy deseando ver qué meteduras de pata comete.

Los demás presentes guardaron silencio mientras ambos se enzarzaban en una guerra de palabras y temple. Por fortuna, el mayordomo pronto anunció la llegada del emperador, poniendo fin al ambiente sombrío.

—¡Su majestad el emperador!

La puerta se abrió y apareció Mabel. Cabello color cerezo que parecía ser tan suave como para derretirse; dos ojos redondos que pestañeaban despacio; mejillas regordetas y risueñas teñidas de un débil rojo. Tal era la apariencia de Mabel cuando entró en la habitación, escaneando su alrededor con una expresión asustada. Aunque muchos pensaban que era «linda» con solo haberla visto de lejos, ahora sus pensamientos cambiaron al observarla más de cerca.

Es muy adorable.

¿Cómo una niña tan dulce como ella tiene los genes del anterior emperador?

Querían ser golpeados por las manitas regordetas de Mabel, que en ese momento agarraban con fuerza el dobladillo de su vestido. ¿Era posible que Mabel fuera tan encantadora? Quizás sí, porque todos en la habitación por fin se dieron cuenta de que habían olvidado algo bastante importante.

—¿Han olvidado cómo saludar a su emperador? Basta con echar un vistazo a la sala para ver que todos nos reciben con caras de tontos.

Sí, un detalle que habían pasado por alto y que ahora ganaba importancia: alguien cargaba a Mabel.

Era ni más ni menos que el anterior emperador, Esteban. Ignorando las expresiones aún estupefactas a ambos lados de la sala, cargó a Mabel con cuidado hasta el trono. La habitación se llenó de murmullos y susurros ante el inesperado giro de los acontecimientos. Con Mabel en su regazo, Esteban se cruzó de piernas con arrogancia, para asegurarse de que su hija no se cayera, por supuesto.

—Empecemos —anunció.

El ambiente que una vez fue animado se había desvanecido. Algunos de los presentes se estremecieron, otros intentaron mirar a Mabel pero desviaban sus ojos de inmediato ante la mirada de Esteban. La tan esperada reunión acogedora volvía a ser un sueño lejano.

Nunca escaparemos de sus garras…

Se tragaron las lágrimas, rezaron y la conferencia comenzó con una atmosfera de desesperación demasiado familiar para todos.

♦ ♦ ♦

Qué incómodo…

Mi padre me agarraba con fuerza mientras me retorcía, reacio a soltarme mientras la reunión seguía su curso.

—Las regiones occidentales solicitan hechiceros de agua. Parece que la sequía ha empeorado.

Ante las palabras del consejero, mi padre golpeteó con el dedo el brazo del trono antes de responder.

—Despacha a los hechiceros como corresponde. Ah, pero no envíes ninguno a Teraphe. Ya tienen suficientes hechiceros propios, no queremos que se aprovechen de los nuestros.

—Sí, Su Majestad.

Ahora entendía por qué tenía que estar aquí.

Hice tanto alboroto sobre lo importante que era que asistiera a estas reuniones periódicas, pero ahora solo soy la tercera en discordia. ¿No sigue siendo básicamente el emperador?

Por supuesto que ya esperaba que otros hicieran el verdadero trabajo ya que ni siquiera podía hablar bien todavía, pero no pensé que tendría que ver cómo transcurría todo.

Escudriñé a los consejeros, pero solo reconocí un rostro: el de mi abuelo, el marqués Gardenia. Por alguna razón, lucía una sonrisa alegre y me miraba con atención mientras todos los demás mantenían la cabeza gacha.

La duquesa Donovan no está aquí.

Supongo que era la única noble que no estaba al tanto de estas reuniones. Era un alivio; todavía no estaba preparada para enfrentarme a la exmujer de mi padre.

En cualquier caso, la reunión transcurrió sin problemas. Otro consejero, de ojos afilados y grandes, caminó hasta el trono e inclinó la cabeza.

—Ayer se avistó al Demonio de Deblin durante una batalla en la frontera.

Me estremecí ante la repentina mención de aquel nombre inesperado. Al darse cuenta, el emperador me acarició la cabeza antes de volver a centrarse en el consejero.

—Qué tenaz.

—Además, han informado que se comportaba de forma extraña.

—¿Cómo?

—Tras perder el control y continuar con la matanza habitual, se quedó inmóvil. Los testigos afirman que parecía como si de pronto hubiera recobrado el sentido.

Me puse rígida ante la palabra «matanza».

Ya lo sabía, pero…

No dejaba de ser impactante. En comparación con el aterrador apodo de «Demonio de Deblin», ese niño empapado en sangre con el que me topé parecía un alumno de primaria en su último año. Aunque no lo ayudé a escapar de forma directa, empezaba a preguntarme si lo que había hecho estuvo mal.

No, podría haberme matado si hubiera llorado.

Al oír cómo dejaba fuera de combate a ejércitos y mataba tanto a amigos como a enemigos, resultaba casi ridículo creer que en realidad le perdonó la vida a un bebé como yo.

La reunión pasó a otro tema mientras seguía sumida en mis pensamientos.

—La vizcondesa Vincent ha…

—De nuevo la vizcondesa…

Mientras escuchaba en silencio la aburrida conferencia, mi mirada se posó en la mano que me sujetaba.

¿Por qué?

Todavía recordaba con claridad cómo el emperador me había ignorado. Aun así, ahora actuaba como si nunca hubiera ocurrido. Supuse que había perdido el interés en mí y sus visitas cesarían, pero…

Me ha visitado todos los días desde la coronación.

Esa maldita coronación. El movimiento del emperador con la segunda corona había sido tan espontáneo que no pude reaccionar hasta que la tuve encima. Tampoco pude llorar por ello, ya que era oficialmente el emperador. Pero si llorar no era una opción, eso exigía un cambio de táctica.

Os arrepentiréis de haberme convertido en el emperador.

A partir de ahora, buscaría cualquier oportunidad para causar problemas. Quizás podía tirar los documentos de la mesa o interrumpir las reuniones echándome a llorar. Pero, por desgracia, mis brazos eran demasiado cortos como para recurrir a la primera opción, y si me decantaba por la última, lo más probable era que me sacaran de la sala.

Ah… En ese caso, no tengo más remedio que liberar mi ira.

Dejando de lado, por el momento, la venganza, miré alrededor de la habitación con satisfacción. Entonces paré la oreja ante algo interesante.

—Son los papeles de divorcio de la vizcondesa Vincent.

El documento circuló entre los presentes hasta llegar al emperador y a mí, gracias a que estaba sentada en su regazo.

¿Papeles de divorcio?

Eché un vistazo, pero solo vi garabatos negros e incomprensibles.

Levanté la cabeza y noté que el emperador tenía una expresión amenazadora.

—¿No es la tercera vez que solicita el divorcio? —musitó.

—Sí, Su Majestad.

—¿Qué hizo el vizconde esta vez?

—Obligó a su mujer a vivir en la casa de invitados y trasladó a su amante a la casa principal.

Abrí los ojos de par en par.

¿Qué demonios?

Eso no fue todo.

—A causa de ello, la vizcondesa sufrió un aborto después de que unas viejas escaleras colapsaran bajo ella.

¡Ese bastardo!

Apreté los puños. Golpearía a ese vizconde Vincent si estuviera aquí.

—¿Qué opina el vizconde al respecto?

—Les aseguró a los responsables de la investigación que todo había sido un accidente. Según él, trasladó a su mujer embarazada por su propia salud.

Entonces así es como suena la basura cuando habla.

Tal vez sus otros dos divorcios también se debieran a “accidentes” similares. Sentí pena por la vizcondesa que tenía que aguantar a semejante marido.

El consejero que hablaba levantó la vista y, cuando se topó con mi rostro serio, agachó rápido la cabeza, sorprendido.

—Si aprueba el divorcio, Su Majestad debe estampar su sello en los papeles de divorcio de la vizcondesa con sus propias manos…

Lo apruebo. Lo apruebo. LO APRUEBO.

Sobra decir que lo iba a aprobar. Levanté la mirada de prisa por si había algo más que añadir a la historia, pero el emperador seguía sentado inexpresivo.

¿Ni siquiera está mirando? ¿Sabe algo que yo no?

Ya habían rechazado dos veces los papeles de divorcio, por lo que quería pensar que existía alguna razón para ello.

El consejero prosiguió, con su mirada fija en mí de nuevo.

—Parece que el vizconde también le regaló un castillo a su hijo ilegítimo.

¿Incluso tiene un hijo ilegítimo? Escoria.

Golpeé con furia la mesita delante del trono. Ante ello, el consejero volvió a mirarme. Era muy incómodo que me observaran tanto, pero estaba tan enfadada como para darle importancia. Delante de todos, grité mi decreto con la voz más solemne y grave que pude poner.

—¡Bincen! ¡Egecue! (¡Vincent! ¡Ejecutadlo!)

Merecía morir por hacer que su mujer perdiera a su hijo, todo para poder satisfacer sus deseos sexuales. Pero, a pesar de mis claras instrucciones, la reacción del consejero fue totalmente insatisfactoria. Se limitó a mirarme como si fuera tonto.

—¿Perdón?

—¡Egecue! (¡Ejecutadlo!) —repetí.

—¿Su Majestad…? ¿Qué quiere decir «egecue»?

Venga ya.

Me golpeé el pecho con los puños, enfadada de que siguieran sin entenderme.

—¡Egecue! ¡Egecue! (¡Ejecutadlo!)

—¿Egecue?

Al no poder hablar, solía enfadarme un poco, pero ahora mismo estaba más que resentida con la lentitud con la que crecían mis dientes. Intenté calmarme y respiré hondo, luego recité despacio cada sílaba.

—¡Eg!

—¿Eg?

—E.

—¿E?

—¡Cue!

Uno de los consejeros siguió balbuceando “egecue” y, al cabo de poco, exclamó:

—¿Ejecutar?

¡Sí! ¡Sí!

Asentí con violencia, superada por la emoción de que por fin hubieran entendido mis palabras. Ahora solo tenía que esperar a ver si aceptaban o refutaban mi orden. Pero…

—Ja, ja, ja, ja.

—Ja, ja, ja, ja.

Se echaron a reír.

¿Q-Qué? ¿Por qué se ríen?

La pena de muerte no era un asunto que tomar a la ligera. Mientras pestañeaba sorprendida, un consejero levantó ambos brazos, riendo.

—Ah, estoy muerto.

¿Qué hace…?

Las cosas solo se volvieron más absurdas a medida que se sumaban más participantes.

—También estoy muerto.

—Su Majestad, estoy muerto.

Todos comenzaron a fingir que se morían. Incluso mi abuelo se rio y actuó igual. Me limité a observar todo con la boca cerrada. De alguna manera, mi sentencia de pena de muerte se había traducido en «jugar a hacerse el muerto».

Definitivamente este país está condenado.

Incluso los consejeros del emperador habían superado con creces lo que cualquier persona racional consideraría cuerdo.

♦ ♦ ♦

Tras el incidente de la ejecución, el emperador emitió el veredicto respecto al vizconde Vincent en mi lugar. El divorcio fue aprobado y el vizconde debía pagar una enorme pensión alimenticia a su exmujer. Fue una sentencia clara, pero no me sentí del todo satisfecha.

Deberíamos haberlo ejecutado.

Den
Es toda una tirana XD

Qué pena. Aun así, estampé con diligencia el sello en los documentos en caso de que el veredicto fuera anulado. Sin embargo, me puse roja cuando recibí una ronda de aplausos de todos los presentes por mi “logro”.

Olvídalo.

Por fin estaba de vuelta en mi habitación, estirada sobre mi cama gigantesca. Solo había asistido a una reunión, pero mi cuerpo estaba exhausto, y mis ojos se cerraban poco a poco.

Los bebés duermen demasiado…

Mis párpados se cerraron y caí en un profundo sueño.

♦ ♦ ♦

—Hmm…

Abrí despacio los ojos.

¿Por qué hay tanto ruido?

Si no era la hora de despertarse, la niñera por lo general mantenía todo  en silencio, pero por alguna razón, era ruidoso.

Abrí los ojos, molesta porque mi siesta había sido interrumpida. Entonces me encontré con un rostro desconocido frente a mí.

—¡Wah!

Un deslumbrante cabello dorado y un curioso par de ojos ámbar.

—Hola.

Me quedé helada ante la presencia de este joven encantador.

¿Quién? ¿Quién es este chico de cara bonita…?

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