Traducido por Den
Editado por Yonile
Sorprendida por el rostro —demasiado hermoso para un niño— de este chico desconocido, una mano apareció por detrás de mí y lo empujó.
—Te dije que hicieras silencio. Mabel se ha sorprendido —lo reprendió Oscar y me dio palmaditas en la espalda. Mis ojos saltaron del chico de cabello dorado a Oscar repetidamente.
Ahora que lo pienso, tienen más o menos la misma edad. Qué lindos.
Sonreí, contenta de ver a estos dos chicos adorables juntos. Oscar me devolvió la sonrisa y me cargó.
—Perdona, Mabel, no pretendía despertarte.
Mis mejillas tocaron las de Oscar, quien perdió el control y comenzó a frotarlas, mareándome ante la excesiva muestra de afecto.
¡Arghh…!
Me quedé helada de vergüenza cuando de repente hice contacto visual con el chico rubio. Nos observaba con cara de asombro.
—¿O-Oscar…?
—¿Qué?
Oscar me abrazó con normalidad y se volvió para mirarlo.
¿Eh? El tono de su voz cambió.
—Tú… eres Oscar, ¿verdad? —tartamudeó el rubio.
—¿Qué tontería estás diciendo? —Su voz cínica me dejó perpleja.
Oscar era dulce y amable como un cachorro cuando hablaba conmigo, así que no podía haber sonado frío con su amigo.
Me recostó con cuidado en la cama sin prestar atención a la reacción del chico.
—Mabel, ¿todo fue bien en la conferencia? —preguntó.
—Shi (Sí).
—Ah, debo llamarte «Majestad» ahora.
Sacudí la cabeza. No me importaban los demás, pero no quería que Oscar me llamara por ese título.
Es como si se lo hubiera robado.
—Odo.
—¿Lo odias?
—Odo. Odo empeado.
—Ya veo, Mabel. ¿No te gusta? De acuerdo, te llamaré por tu nombre cuando estemos los dos solos, ¿vale?
—Biee (Bien). —Asentí y miré al chico rubio que estaba detrás de Oscar, que ahora le señalaba aún más impactado.
—Vaya. En serio…
—¿En serio qué?
—Escuché rumores de que estabas un poco loco por tu hermana, pero que sea hasta este punto…
—¿Por qué no cierras la boca?
Al ver la actitud brusca de mi hermano, abrí los ojos de par en par. Sin duda se comportaba de forma muy diferente de a la que estaba acostumbraba. Esto no era algo que debiera ignorar, ¿cierto? Pero cuando nuestros ojos se encontraron, sonrió tan dulce como el algodón de azúcar.
¿Mi hermano… en realidad tiene doble personalidad?
Al notar que miraba al chico detrás de él, Oscar suspiró y acercó al chico.
—Mabel, este es mi compañero de entrenamiento.
Observé al chico rubio con ojos curiosos. Tenía que ser una persona de estatus alto para entrenar junto a Oscar, que era el antiguo príncipe heredero y un futuro duque. Sí, esa debía ser la razón por la que este joven parecía tan agraciado. Cuando no dijo nada, Oscar le dio un codazo.
—Vamos, Enrique, preséntate.
—¿Ah? Sí… Hola, bebé, soy…
Antes de que pudiera terminar su presentación, un ruido aterrador resonó por toda la habitación. Oscar había desenvainado su espada y blandía la hoja contra el cuello de Enrique. Me quedé atónita ante este giro inesperado de los acontecimientos y, como era de esperar, Enrique también.
—¿Qué? ¿Por qué haces esto?
—Qué impertinente. Saluda al emperador con respeto.
Su declaración me dejó sin palabras. Enrique pareció igual de estupefacto. Por supuesto, había que tratar al emperador con respeto, pero aun así…
Niños… ¿no sabéis comportaros como los de vuestra edad?
Era imposible mantener la calma cuando unos jóvenes —que todavía ni siquiera eran adolescentes— empuñaban espadas mientras pronunciaban palabras como «impertinente».
Sin embargo, lo que hizo Enrique a continuación fue aún más ridículo.
—Tienes razón, Oscar, he sido impertinente. He sido irrespetuoso con el emperador.
De repente se arrodilló ante mí.
¿A qué viene esta formalidad excesiva?
Enrique, con rostro afligido por la culpa, inclinó la cabeza antes de que siquiera pudiera reaccionar a alguna de sus acciones absurdas.
—Le ruegue que perdone mi impertinencia, Majestad. Fue un descuido momentáneo.
—No pasha na’ (No pasa nada).
—No volveré a cometer el mismo error —prometió.
—Vaee… (Vale…)
—Una vez más, le pido disculpas, Majestad.
No parecía que fuera a dejar de disculparse, por lo que ya me estaba cansando de ello.
Detente ya, niño.
—¿Cómo puedo pedir per-? ¡Ugh!
Incapaz de seguir soportando lo que sea que fuera esto, le puse la mano en la cabeza para que se callara. Empezó a temblar. Pensé que su reacción era un tanto linda, así que le acaricié la cabeza y sonreí.
—Te edono (Te perdono).
Le dediqué una amplia sonrisa a Enrique, que se limitó a mirarme perplejo.
Así pues, dejémoslo aquí. ¡Buen chico!
Su boca tembló antes de hablar.
—Maj-
—¡Mabel!
Pero fue interrumpido por el grito repentino de Oscar. Por alguna razón, tenía una expresión angustiada.
¿Qué le pasa?
Pronto se reveló el motivo.
—Mabel, nunca me has acariciado la cabeza, así que ¡¿por qué a él…?!
—¿Qué?
—Acaríciame también la cabeza…
Terminé concediéndole su deseo y le acaricié también la cabeza. Cuando volví en mí, me di cuenta de que estaba acariciando a Oscar con la mano izquierda y a Enrique con la derecha.
Espera, ¿algo es extraño…?
Si alguien más estuviera aquí para ver esto, se encontraría con un bebé de un año supervisando a dos niños de siete años. Retiré las manos ante tal pensamiento, asustada de quienquiera que viera la escena hiciera un escándalo aún mayor. Ambos me miraron con ojos brillantes, como pidiendo más caricias.
—Ja… —suspiré y les acaricié la cabeza un rato más hasta que estuvieron satisfechos.
Aquel día tuve una revelación.
Cuidar niños es duro.
♦ ♦ ♦
Cuando abrió los ojos, un sangriento campo de batalla se extendía ante él.
Otra vez esto.
El perro de Deblin, mejor conocido como el Demonio de Deblin, miró a su alrededor. Se trataba del mismo escenario desolador del que siempre estaba rodeado. Se formaban charcos de sangre alrededor de las montañas de cuerpos apilados. Los pocos que seguían con vida, los pocos que aún se aferraban al pequeño y persistente deseo de vivir, apenas podían hacer otra cosa que mover las puntas de los dedos.
Con un solo tajo, les obsequió a cada uno de ellos con una muerte indolora antes de alejarse.
Estoy harto de esto…
¿Cuánto tiempo había pasado desde que perdió el control? No lo recordaba. Había muchas cosas que ya no recordaba. Lo único que sabía con certeza era que había estado matando desde que tenía memoria.
«Eres un caballero que juró lealtad a la familia imperial de Deblin.»
«Demuestra tu lealtad.»
«Ve y mata a esos hombres de Ermano que se han atrevido a pisar mi tierra. Tráeme sus cabezas.»
La voz del emperador del Imperio Deblin, Veron Arthur Deblica, resonaba dentro de su cabeza. Por mucho que intentara luchar contra ella, siempre acababa matando como el emperador Deblin quería. Una vez incluso se apuñaló en el corazón para romper esta eterna atadura.
Sin embargo…
«Has hecho una tontería, Aidan. Tu cuerpo es inmortal.»
«No estás en posición de cuestionar nada. Todo lo que debes hacer es obedecer mis órdenes.»
El día en que se dio cuenta de que no podía escapar de las garras de Veron Arthur Deblica fue el día en que sucumbió a su triste destino. Era una vida desdichada: un ciclo interminable de pérdida de control, matanzas desenfrenadas y un regreso nauseabundo a la realidad, donde debía enfrentarse a los males que había cometido. Luego venía la espera, sabiendo que ocurriría lo mismo de nuevo, sin piedad y sin fin.
Una vida sin sentido ni propósito.
Lo único que Aidan poseía era su nombre y un cuerpo maldito que no podía morir.
¿Cuánto tiempo puede durar una vida así cuando está plagada por este ciclo enfermizo?
Desesperado, huyó del campo de batalla para escapar de los soldados de Ermano recién llegados, que se abalanzaron sobre él. Siempre ansiaban conseguir su cabeza.
Mientras corría, se dio cuenta de que no se dirigía a ningún destino en particular. No le importaba dónde acabara, siempre que no fuera el palacio real de Deblin. Lo único que quería era alejarse todo lo posible mientras aún tenía pleno control sobre su cuerpo.
¿Para qué volver a casa ahora si de todos modos me veré obligado a arrastrarme hasta allí cuando pierda el control?
Sonrió con amargura ante aquel pensamiento. Luego trepó a un árbol y se sentó en una de sus gruesas ramas. La brisa fresca soplaba y las ramas y las hojas se agitaban, creando un susurro arbóreo a su alrededor. Pero la música de la naturaleza era tenue, pues ya sentía que su cuerpo era arrastrado hacia las profundidades del abrazo de la tierra donde lo que quedara de él se destruiría.
—Quiero morir… —murmuró por lo bajo mientras levantaba la cabeza.
El cielo rosado captó su atención. Por lo general, ignoraría un paisaje tan efímero, pero le evocó un rostro.
No había pasado mucho tiempo desde que Ermano lo había capturado. La mayor parte de su estancia en el país enemigo no fue para nada agradable, pero una cosa se le había quedado grabada: aquel bebé, con los ojos azules como el cielo, al que sólo había visto dos veces. Incluso con las órdenes de Veron martilleando en su cabeza, tanto ahora como entonces no podía evitar recordar esa cara.
Fue la primera vez que…
Un peculiar instante de verdadera claridad que había disipado la bruma de su mente. Gracias a él, experimentó un pequeño rayo de esperanza.
Quizás…
Tal vez ese bebé fuera su salvación. Levantaría el hechizo que lo ataba y por fin le concedería la muerte que tanto deseaba. Aunque la posibilidad fuera minúscula, Aidan estaba dispuesto a aprovecharla con todo lo que tenía. Después de todo, ¿qué podía perder? Si fracasaba, el ciclo continuaría como siempre, y sería como si nunca lo hubiera intentado.
Entonces volvió en sí y el cielo rosado se había vuelto negro. De un salto aterrizó en el suelo.
Debo volver.
Si quería tener alguna oportunidad de llegar a Ermano, necesitaba reunirse con Veron cuando aún estuviera consciente. Así comenzó la marcha hacia el infierno. Esta vez, se sentía un poco menos miserable de lo habitual.
Tal vez realmente conseguiría la muerte que siempre había anhelado. Al menos eso esperaba.
♦ ♦ ♦
El chico rubio era Enrique Javier.
Fue una suerte que la niñera viniera y los echara justo cuando estaba pensando cuánto tiempo tenía que acariciarlos. Tras su partida, Xavier explicó la presencia del invitado inesperado.
—Su alteza el príncipe perdió un duelo y prometió concederle un deseo.
—Oooooh…
—Suplicó veros, Majestad, así que el príncipe no tuvo más remedio que hacerlo.
Ya veo.
Con razón se había comportado tan frío con su amigo.
Enrique Javier era el primogénito de la familia Javier y compañero de entrenamiento de Oscar. Al parecer ambos entrenaban con Lissandro desde que eran unos bebés.
Hmm, lo apruebo.
Parecía un chico amable, por lo que me gustaba. También aprobé su amistad con Oscar, ya que parecía bastante simpático. Ahora, sin más distracciones, pasé un rato agitando el sonajero y pensando. Fue entonces cuando me di cuenta de que hacía días que no veía a Min.
—Afuea (Afuera).
—¿Afuera? Es muy tarde. —Xavier negó con la cabeza.
Ya se estaba poniendo el sol. No era tan tarde, pero todas las personas que me cuidaban estaban preocupadas. Sin más remedio, usé el método secreto que siempre funcionaba: le agarré de la ropa con fuerza y bajé la mirada.
—Afuea… (Afuera…)
—¡Nos vamos! ¡Iremos fuera!
♦ ♦ ♦
Al ver que ya no hacía tanto frío como antes, me di cuenta de que transcurría el tiempo.
—Jo, jo.
Por fin llegamos a la entrada del Bosque del Norte donde se solía ver a Min. Todavía en brazos de Xavier, respiré una gran bocanada de aire.
—¡Min!
Min salió con paso pausado en cuanto lo llamé.
¿Cómo estás?
Hacía tiempo que no nos veíamos, así que lo saludé amablemente. Sin embargo, Min giró la cabeza.
[Hmph, pensé que te habías olvidado de mí, ya que dejaste de venir.]
Eh, no… Ocurrieron algunas cosas…
[Lo que sea, no te necesito.]
Min estaba furioso. No me sentía bien al verlo golpear el suelo con la cola de esa manera. Debió haberse sentido solo.
Después de decirle a Xavier que me bajara, me acerqué a Min.
—Min…
[Hmph.]
Pero volteó la cabeza.
Ah, bueno, no tendré más remedio que volver…
Justo cuando estaba a punto de hacer que Xavier me llevara de regreso, asumiendo que Min necesitaba más tiempo a solas…
[¿A-A dónde vas?]
—¿Hmm…?
[¿A dónde vas sin mí?]
De repente corrió hacia mí y se aferró a mi pierna.
Parecías enfadado, así que…
[No estaba enfadado.]
Pero lo pareces ahora.
[No estoy enfadado, así que no te vayas. No me dejes en este bosque solitario.]
Suspiré ante su súplica desesperada.
Ohh…
Cuidar de Min, Oscar y Enrique… Era una vida pesada para un bebé de un año.
♦ ♦ ♦
Al final, nos acomodamos en un espacio abierto cerca del bosque, como Min quería.
Min, tengo una pregunta.
[Pregúntame lo que quieras.]
Los ojos de Min brillaban con intensidad. ¿Quizás era esos a los que se les pasa el enfado con facilidad? De todos modos, había algo por lo que sentía curiosidad desde hacía tiempo, pero no había tenido ocasión de preguntar.
¿Qué eres?
[Soy una deidad guardiana.]
Sí, una deidad guardiana… Pero ¿qué tiene que ver conmigo? ¿Por qué soy la única que puede oírte? ¿No es raro que un bebé de un año esté conversando contigo?
Las preguntas salieron disparadas de mi boca una tras otra, síntoma de todas las sin responder que me había visto obligada a guardarme hasta ahora. Min agitó la cola y apoyó la cabeza en una de mis piernas.
[No puedo explicarlo todo, pero estaba esperando tu nacimiento. Tú eres la razón de mi existencia, por eso puedes oírme. Ya sé que tu espíritu no pertenece a un niño de un año.]
¿Por qué yo…?
[Porque Dios te ha elegido.]
¿Dios?
Me sentí confundida ante la repentina mención de «Dios». Sí, no era del todo extraño descubrir que un dios es la razón de que me desperté en un mundo completamente diferente con todos los recuerdos de mi vida pasada. Por no hablar de que me estaba enterando de todo esto por un gato que habla.
Era extraño. En mi anterior vida rezaba todos los días con la esperanza de escapar de mi miserable vida. Escapar del mundo frío e insensible en el que había nacido. Pero ahora me decían que el Dios que nunca escuchaba mis plegarias existía.
¿Por qué elegirme a mí?
[Tu deber es averiguarlo, Mabel.]
Vale…
Aunque no traté de indagar más, no es como si supiera por qué tenía que descubrir el motivo. Más bien, no quería saberlo. Porque no creía en Dios.
♦ ♦ ♦
[U-L-U-L-A-T-O]
[Ululato.]
Un ruido misterioso me despertó. Fruncí el ceño y me quité los guantes para dormir.
¿Qué es este alboroto?
Me acerqué al borde de la cama y me caí al suelo. Dolía, pero era soportable.
[Ululato. ¡Hambre!]
¿Hambre…?
Levanté la cabeza hacia la fuente del ruido: provenía del balcón. Con un poco de esfuerzo, logré llegar hasta la ventana y la abrí lo suficiente para poder deslizarme por ella. Salí a hurtadillas al balcón y me encontré con tres pájaros sentados en la barandilla. Tres búhos reales.
[Ululato. Hambre.]
[Ratón. Ululato. Esconder. ¡ULULATO!]
[No. Ululato. Ranas.]
Los búhos hablaban uno tras otro, y yo me quedé ahí en medio del balcón, escuchándolos distraída.
Estos tres búhos no podían ser deidades guardianas, ¿verdad? En caso de que estuviera soñando, me pellizqué las mejillas y…
—Ay.
Si esto era real, eso quería decir que… Me quedé boquiabierta.
Un búho que habla…