Traducido por Den
Editado por Yonile
—Aidan.
Una voz grave resonó en la sala.
Inclinado sobre una rodilla, Aidan levantó la cabeza. En sus ojos escarlatas se reflejaba un hombre sentado en lo alto de un trono: Veron Arthur Deblica. Su larga cabellera púrpura le llegaba hasta el cuello. Parecía que los rumores de que el emperador loco de Deblin se pasaba el día encerrado en su laboratorio, saltándose las comidas y dejándose crecer el pelo, eran ciertos. Un par de ojos amatistas miraban con atención a Aidan; eran realmente de un perverso tono púrpura.
—Hoy lo has hecho bien.
Con la barbilla apoyada en la mano derecha, Veron sonrió satisfecho. La mirada de Aidan se posó en el brazo izquierdo del hombre, donde la tela de su camisa colgaba sin fuerza. El brazo que le faltaba a Veron era su mayor defecto, además de ser la razón por la que despreciaba al exemperador de Ermano, Esteban.
Aidan agachó la cabeza una vez más, conservando su inexpresividad.
Estoy harto de ser su perro.
Había regresado al palacio de Deblin por voluntad propia y había seguido todas las órdenes de Veron como una mascota obediente. Había perpetrado todo tipo de crueldades para demostrar su lealtad, desde infiltrarse en casas y matar a quienes el emperador quería muertos hasta masacrar ejércitos enteros batalla tras batalla. Al fin, Veron creyó que estaba completamente bajo su control.
—Supongo que por fin conoces tu lugar —dijo el emperador. Como Aidan no dijo nada, prosiguió—: ¿Quieres un premio?
Las comisuras de los labios de Veron se curvaron mientras su voz tranquila interrogaba al chico. Era una voz lo bastante suave como para adormecer a alguien. Pero Aidan seguía sin responder y Veron esperaba una respuesta.
—O… —La sonrisa desapareció del rostro de Veron—, ¿debería aplastarte de nuevo… para asegurarme de que no hay duda de a qué atenerte?
Cuando Veron dejó de hablar, el silencio se apoderó de la sala. Aidan se limitó a bajar aún más la mirada, sus ojos ahora fijos al suelo. El emperador de Deblin era un hombre malhumorado. En un momento podía parecer feliz y al siguiente matar a alguien de repente. Después de tanto tiempo a su lado observando y aprendiendo sus modales, Aidan sabía cómo reaccionar: no debía hacer nada. Si se quedaba callado, el emperador acabaría perdiendo interés en él.
—Aburrido…
Veron chasqueó la lengua y bebió un largo trago de un vaso de alcohol que había cerca de él. Dejó escapar un suspiro de satisfacción, volvió a centrarse en Aidan y lo escrutó con la mirada.
—La oferta sigue en pie, ya que fui yo quien lo solicitó. ¿Hay algo que desees de mí?
—No.
Al ver que Aidan respondía sin vacilar, Veron sonrió. Durante mucho tiempo el chico se resistió de forma constante a sus órdenes, pero parecía que Aidan finalmente había sucumbido a él.
El palo siempre funciona mejor.
Valió la pena el esfuerzo de enviar a Aidan a todas esas batallas. Que perdiera o no el control de sus poderes no importaba lo más mínimo. Al final, era la marioneta obediente en la que Veron esperaba que se convirtiera.
Contento con los resultados, Veron habló en tono condescendiente.
—Te lo preguntaré una vez más. ¿No hay nada que desees? Yo que tú no desperdiciaría esta oportunidad.
Tras pensárselo unos instantes, Aidan por fin habló.
—Tengo una petición.
—Ajá, ¿y cuál es?
Aidan levantó la cabeza, sus ojos escarlatas brillaban con intensidad.
—Dadme un ejército. Le daré donde más le duele a Ermano.
—¿Tú…?
Veron se sorprendió por la inesperada petición. Hasta ahora, Aidan nunca había pedido luchar por voluntad propia. De hecho, solo recientemente había empezado a obedecer órdenes sin oponer resistencia.
Me alegro.
Quería emprender una hazaña por el bien del imperio. No había razón para negarse.
—Muy bien, te daré un ejército. Regresa victorioso, Aidan.
—Sí.
Aidan hizo una última reverencia, se dio la vuelta y abandonó la sala. Una fina sonrisa se dibujó en su rostro inexpresivo, aunque desapareció en un instante.
Por fin.
Después de soportar tanto durante tanto tiempo, Aidan al fin consiguió lo que quería. La próxima vez que volviera a este palacio, sería para dejarlo en ruinas.
♦ ♦ ♦
¿El Demonio de Deblin quién era? La mayoría lo describía como un asesino sanguinario que mataba a cualquiera, amigo o enemigo. Sin embargo, una vez ayudó al chico a escapar.
¡Nunca pensé que volvería a verlo!
Aunque me quedé boquiabierta ante la repentina noticia del ataque, Lissandro mantuvo una calma inusual.
—Qué temeridad al atreverse a invadir el palacio desde la entrada. Lo más probable es que transportaran un ejército hasta aquí usando magia a gran escala.
—¿Magi? (¿Magia?)
—Sí, el emperador de Deblin, Veron Arthur Deblica, es uno de los más hábiles magos del continente. Transportar un ejército a la capital probablemente no sea difícil para él. —Lissandro fue amable en explicarme los detalles.
Con una mirada, los caballeros enseguida se colocaron en formación protectora a mi alrededor.
Eh… ¿Qué debo hacer en este tipo de situaciones?
Mientras estaba en brazos de Lissandro, me sumí en mis pensamientos. Tenía que hacer algo porque, aunque lo odiara, yo era el emperador.
Pero ¿qué puedo hacer? Lo último por lo que me felicitaron fue por no ser quisquillosa con la comida.
Por triste que fuera admitirlo, eso era todo lo que podía hacer. Se me ocurrió usar mi poder para buscar ayuda, pero tenía miedo de usarlo en una situación tensa como esta cuando aún sabía tan poco sobre cómo podría afectarme.
—Deberíamos evacuarla a una zona más segura —dijo Lissandro.
—Shi.
Si de algún modo el enemigo me tomaba como rehén, sería muy grave. Mi mejor opción era permanecer escondida en algún rincón bien recóndito del palacio hasta que terminara la lucha. Contemplé la escena por encima del hombro de Lissandro, doncellas y criados se alejaban a toda prisa, nerviosos.
Un ataque sorpresa…
Al menos, el ejército de Deblin aún no se había infiltrado en el palacio. Parecía que no estaban equipados para destruir la puerta principal del palacio, que estaba bien fortificada y custodiada. Su segundo obstáculo era la barrera protectora alrededor del palacio, que les había impedido teletransportarse directamente al interior.
Ya de vuelta en mi habitación, me senté en el borde de la cama y abracé un muñeco de conejo que me había dado la niñera.
—No tenga miedo, Majestad. Siempre hay muchas tropas apostadas en la capital.
—Hm.
Por culpa de la crisis, se han olvidado de explicar las cosas de forma sencilla para un bebé.
Decidí reflexionar sobre la situación actual. Como dijo la niñera, no parecía ser una crisis tan grave. Por muchas tropas que hubieran podido traer, era poco probable que superaran el número de soldados emplazados en el corazón del imperio. ¿Era el Demonio de Deblin tan estúpido como para adentrarse directamente en el campamento enemigo sin saber eso?
—¿Pader? (¿Padre?)
—Su Majestad probablemente ha ido a hacerse cargo de la defensa del palacio. Como es uno de los mejores espadachines del imperio, no tiene que preocuparse por él.
Pero no estaba preocupado por él.
Al darme cuenta una vez más de que no podía hacer nada, me tumbé en la cama y pronto volví a perderme en mis pensamientos.
—Ralo… (Qué raro…)
Cuanto más pensaba en ello, más extraño me parecía. El Imperio Deblin, que siempre había provocado conflictos innecesarios en las fronteras, invadía de repente el corazón de Ermano. Se trataba de una misión suicida. Aunque el Demonio de Deblin era un monstruo que mataba a todos a su paso, ya había sido sometido una vez.
¿Tiene un as en la manga?
Me revolví en la cama, preocupada, pero no encontraba una explicación plausible. Poco después, Xavier entró corriendo, sorprendiéndonos a todos.
—¿Qué pasa? —preguntó Lalima—. ¿Por qué has venido corriendo?
—Las tropas han sido a-aniquiladas —tartamudeó.
—¡¿Qué?! ¡¿Nuestras tropas?! —gritó Lalima, en estado de shock.
Xavier negó con la cabeza.
—No… las tropas de Deblin…
—Venga ya. Es de esperar con el emperador regente en primera línea. ¿Por qué estás haciendo un alboroto?
Lalima se echó a reír, pero el semblante de Xavier no cambió. Llegados a este punto, sentí curiosidad por saber por qué seguía tan preocupado, así que me incorporé en silencio. Lalima, que no se había dado cuenta, le dio un codazo en la mejilla.
—¿Qué te pasa, Xavier?
—Bueno… el emperador regente no los mató —respondió.
—¿Qué? Entonces, ¿quién lo hizo?
—El Demonio de Deblin…
¿QUÉ…?
—¡El Demonio de Deblin mató a todas las tropas que lo acompañaban…!
Al oír una noticia tan increíble, se me cayó el muñeco de conejo que llevaba en la mano. Qué. Demonios.
¿En qué está pensando?
♦ ♦ ♦
He vuelto a mancharme de sangre.
Con el dorso de la manga negra, Aidan se limpió las gotas de sangre de la mejilla. De todos los hombres enviados con él, no quedaba ni uno vivo. Los soldados de Ermano, de pie tras el mar de cadáveres, le observaban completamente conmocionados.
Como pensaba.
La suposición de Aidan de que había algo especial en el nuevo bebé emperador era correcta. Su mente se despejaba más a cada paso que daba hacia el palacio, lo que significaba que no podía permitirse perder esta oportunidad.
Si puedo conseguir ese bebé…
No tenía que volver a Deblin. No tenía que matar por órdenes de Veron. Podía ser libre. Este rayo de esperanza había resucitado las emociones que Aidan creía muertas. Había pensado en masacrar a todos los presentes y marcharse con el bebé, pero eso significaba que tanto Deblin como Ermano harían todo lo posible por darle caza. Incluso para alguien como él, eso sería problemático.
Atravesó una brecha en el muro de cadáveres y los charcos de sangre y se dirigió hacia la puerta del palacio. Al ver que por fin se ponía en marcha, los soldados y magos de la muralla se prepararon, pero no atacaron. Acababan de presenciar la derrota de todo un ejército de Deblin, por lo que vacilaban.
—¿Es esto lo que querían decir con que mata tanto a aliados como a enemigos? —preguntó un guardia.
—Pero no parece interesado en nuestras tropas —respondió otro.
—Quién sabe. Podría cambiar de opinión de repente y atacarnos.
Los soldados de Ermano seguían hablando entre ellos, a la espera de nuevas órdenes. Cuando Aidan estaba a punto de llegar a los muros del palacio, Esteban hizo por fin su aparición.
—Alto ahí.
Y se detuvo.
Sujetando la espada con soltura, Esteban saltó de la muralla. Los soldados miraron boquiabiertos al emperador regente mientras se acercaba al Demonio de Deblin, sin armadura y con una sola espada.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que Esteban luchó que muchos habían olvidado el formidable espadachín que era. Quienes habían visto sus hazañas de primera mano se relajaron, pues tenían plena confianza en él.
—Es la primera vez que te veo en persona, Demonio de Deblin.
Aunque había capturado a Aidan y lo había llevado al palacio, nunca había ido a visitar al chico en persona. Los ojos escarlatas se clavaron en los azules como el hielo de Esteban.
—Tú debes de ser el exemperador Esteban —dijo Aidan.
—¡Cómo se atreve!
—¡Ese insolente…!
Desde la muralla estallaron gritos de rabia, pero Aidan ni siquiera pestañeó. Esteban sonrió intrigado.
—En realidad me gusta tu temeridad. ¿Por qué decidiste atacar el palacio de Ermano?
En realidad no era un gran ataque, ya que Aidan había masacrado a sus propios hombres, pero aún no era el momento de sacar conclusiones. Por encima de todo, el hecho de presentarse ante el palacio con un ejército era amenaza suficiente.
Esteban escrutó al joven, que guardaba silencio. El chico parecía tener más o menos la edad de Oscar, pero sus ojos escarlatas eran mucho más intimidantes que los de un niño.
¿Qué tendría que soportar alguien para tener unos ojos así? Pero no parece imposible de controlar, así que ¿por qué se descontrola?
Esteban se acercó con cuidado a Aidan por si Veron había preparado alguna trampa adicional de la que aún no se hubiera percatado.
—Responde a mis preguntas, Demonio de Deblin —exigió Esteban—. ¿Por qué?
—Ninguna razón en particular.
—¿Qué?
Sus palabras sembraron la conmoción arriba de la muralla.
Esteban permaneció paciente y siguió interrogando al chico.
—Entonces, ¿por qué masacraste a tu propio ejército?
—Eran un estorbo.
La voz de Aidan sonó tranquila, como si su respuesta fuera lógica.
—¿Un estorbo para qué?
Aidan volvió a guardar silencio, haciendo que Esteban frunciera el ceño. Esta conversación no llevaría a ninguna parte.
Parece que tendremos que capturarlo primero.
Dejar marchar al Demonio de Deblin no era una opción, no cuando existía la posibilidad de que perdiera el control y perpetrara una masacre estando libre. Esteban sacó a relucir toda su destreza marcial y buscó la mínima brecha en la guardia de Aidan, pero no la había. Arrugó aún más el ceño.
Cuanto más tiempo pierdo, más peligro corren los demás.
Aunque confiaba en que lograría someter al Demonio de Deblin si contraba con el tiempo suficiente, no podía garantizar la seguridad de los que estaban en los alrededores.
—La razón por la que vine aquí… —comenzó a decir Aidan.
Esteban abrió un poco los ojos, sorprendido. No esperaba que el muchacho hablara por su cuenta.
—La revelaré.
—Entonces dila.
—Traigan aquí al emperador.
—¿Qué…?
Emperador. Con esa sola palabra, la atmósfera que rodeaba a Esteban se volvió violenta y despiadada. El Demonio de Deblin había hecho lo único que podía provocar en su totalidad la ira de Esteban.
Así que su propósito era Mabel después de todo.
Al final de esta extraña cadena de acontecimientos se encontraba Mabel. Aidan no se inmutó ante el cambio de actitud de Esteban.
—No podemos permitirlo —declaró con tono resuelto Esteban, haciendo todo lo que estaba en su mano para reprimir su furia.
—No, creo que hablaré con el emperador.
—Tu solicitud es denegada.
Intercambiaron miradas. El viento empezó a arremolinarse en torno a Esteban mientras concentraba su energía, convirtiéndose en un vendaval que desgarró la piedra sobre la que se encontraba. Aidan hizo lo mismo mientras una inquietante nube de humo negro se cernía a su alrededor.
La tensión no tardó en alcanzar su punto álgido. Esteban ciñó el agarre de su espada, preparándose para poner fin al combate de un solo golpe. Justo cuando estaba a punto de saltar hacia delante…
—¡No periés! (¡No peleéis!)
Un grito agudo interrumpió la pelea.