Traducido por Den
Editado por Sakuya
Para ser honesto, no era bueno saliendo con mujeres. Puede ser porque existían demasiadas mujeres astutas que juzgan a las personas por su apariencia, dinero y poder, y fingen ser débiles y lloran.
También he visto a hombres que estaban tan emocionados de estar con su novia que les compraban regalos caros.
Pero, sobre todo, porque como soldado estoy rodeado de hombres todo el tiempo.
Cuando pienso en ello, no he tenido muchas buenas experiencias con las mujeres. La excepción es la dama frente a mí, de quien no puedo apartar la mirada. Es inteligente, pero sin darse aires de grandeza. Nuestra conversación es ágil y divertida. Siempre sonríe y se preocupa por los demás. Su voz, ligeramente aguda, es alegre como la de un pajarito. Además, es simpática y no coquetea. Sus ojos verdes son resplandecientes y sus labios no están pintados de un llamativo carmesí, sino que son como la fruta recién recogida por la mañana con el rocío. Cuando hablo con ella, no podía evitar sonreír.
Hablando de fruta…
Recordé su vestido y sus suaves extremidades de anoche.
No, ¡no es eso! Su clavícula… Sí, su clavícula era hermosa.
Solo tengo que pensar en su clavícula.
Ahora que lo pienso, no llevaba joyas caras, sino una gargantilla con forma de rosa. Quedaba bien alrededor de su esbelto cuello. Parecía muy sofisticado, tenía muchas capas de pétalos de rosa.
¿Era un regalo de alguien…? Probablemente de alguien que la conocía bien.
Sin embargo, la idea de que un hombre le diera semejante regalo me hizo sentir un poco irritado.
Quizás un collar de esmeraldas verdes como el bosque, que brillara sobre su blanca piel, le quedaría mejor. Nada llamativo, sino delicado y con pequeñas joyas.
No estaba muy familiarizado con la joyería femenina, pero por alguna razón, mi imaginación se expandía cuando la señorita Fredericka era la modelo.
Su atuendo de hoy tenía encajes que llegaban hasta el cuello. Me quedé mirando su cuello mientras cambiaba de tema. No pretendía hacer eso, pero la señorita Fredericka debió haber sentido mi mirada descarada porque abrió su abanico con un movimiento natural, bloqueando mi campo visual.
Estaba mirando tu clavícula, ¡no tus pechos!
No negaré que me molestaba que la señorita Fredericka me cuestionara.
—Me preguntaba qué clase de collar te quedaría bien —confesé.
Pensé en pedirle a un joyero que creara el collar que había imaginado, así podría regalárselo. Sin embargo, la señorita Fredericka pareció molesta y tímida al mismo tiempo. ¿No estaba acostumbrada a recibir regalos de un hombre?
Esbozó una sonrisa graciosa y linda, pero Xavier, que estaba a un lado, se aclaró la garganta.
—Con el debido respeto, señor, me temo que regalar un collar a una mujer significa: «Quiero atarte».
¡¿Qué?! Me quedé tan sorprendido que me golpeé la pierna contra la mesa, haciendo que todo lo que había encima se sacudiera.
La señorita Fredericka me preguntó si estaba bien, mientras que Xavier suspiró. Lo fulminé con la mirada.
La señorita Fredericka me sirvió más té con una amplia sonrisa, suavizando el ambiente causado por mi metedura de pata. Naturalmente, le sonreí, pensando en cuán considerado era de su parte que intentara evitar que me sintiera incómodo.
Era una verdadera dama.
Sentí una inexplicable calidez en mi pecho.
En ese momento no pensé en lo que realmente significaba, y en parte me olvidé de ello, porque el impacto de la llegada del señor y la señora Castley fue muy grande.