Crié a un sirviente obsesivo – Capítulo 20: Las dificultades iniciales de convertirse en adulto (2)

Traducido por Melin Ithil

Editado por Lugiia


♦ ♦ ♦

—No estoy llorando. —Raynard sorbió su nariz y colocó un pastel lleno de crema batida en su boca. Él era el único que pensaba que sería convincente decir tales palabras con sus ojos tan rojos como los de un conejo—. ¡Les dije que… no son lágrimas…! —gritó, cortando su pronunciación por los bocados de pastel. Miró a los empleados sacudiendo sus hombros, intentando reprimir sus risas. En ese instante, gruñó y empezó a comer más rápido, moviendo su mandíbula como si combatiera con el pastel para tratar de sacudir sus sentimientos.

Los empleados, al notar su incomodidad, intentaron desesperadamente dejar de reír, pero no era tarea fácil. Al final, todos salieron del salón con la excusa ridícula de traer más leche y té.

Yurina, por otro lado, se rió en voz baja al ver la tetera de té todavía llena. Raynard, después de terminar su trozo de papel, bebió leche y dijo de nuevo:

—De verdad, no estoy llorando.

—Sí, ya veo.

—Solo estoy… un poco sorprendido. —Miró nuevamente a su alrededor con los ojos húmedos.

—¿Te sorprende tanto? Ya te había comentado que tendrías una fiesta por la mañana.

—Lo sé, lo sé, pero… —comentó, apuñalando las uvas verdes con un tenedor—. Pensé que solo sería una fiesta con un pequeño pastel, no imaginé que vendría tanta gente.

—¿De verdad?

—Ujum… Y, de hecho, es la primera vez que tengo una fiesta como esta.

—¿En serio?

—Sí… No había nadie a quien le importara mi cumpleaños.

Bueno, considerando la vida que había vivido, no había dudas en sus palabras. Cuando lo escuchó decir eso con voz deprimida, Yurina recordó sus cumpleaños en Corea.

Nunca había estado sola como él, solía tener una fiesta en su casa e invitar a todos sus compañeros de la escuela primaria o cenar tranquilamente con su familia. Incluso, cuando ninguna de las dos era posible, recibía muchos mensajes y llamadas con felicitaciones.

Para ella, los cumpleaños siempre fueron un día feliz. Sin embargo, ¿cómo habrán sido los de Raynard? Dado que era un niño que nació sin siquiera conocer a su padre, ¿lo habrá ignorado su madre?

Si era así, era posible que sus cumpleaños solo fueran recuerdos horribles que odie recordar.

Yurina, al ver que en su plato solo quedaba crema batida, puso otro trozo de pastel en él.

—Come mucho. Después de que terminemos, salgamos a jugar como prometimos.

Ella quería que el cumpleaños de hoy fuera un recuerdo especial para él.

♦ ♦ ♦

—¡Yurina, mira eso! —A pesar de su trabajo duro en las clases de etiqueta, Raynard señaló hacia la ventana del carruaje con una expresión pura e inocente, justo como cuando lo conoció por primera vez.

Yurina siguió su mirada y observó, pero no pudo entender qué es lo que veía que lo emocionaba tanto.

—Es solo una escena de calle normal.

Se decía que la calle Evans, la más concurrida de la capital, era un área comercial donde varias culturas se mezclaban, popular tanto para plebeyos como para aristócratas.

Los vendedores ambulantes se alineaban donde los plebeyos podían simplemente bromear o mirar y los edificios de ladrillo estaban llenos de tiendas decoradas para los nobles.

Cuando se llevaba a cabo el «Festival de Primavera», se creaba un verdadero escenario donde actuaban bandas y artistas itinerantes de todos los rincones del Imperio. Sin embargo, en el transcurso de otoño a invierno, no había nada especial para ver de momento.

Para Yurina, quien había visitado mucho el centro de la ciudad, era un paisaje poco impresionante.

—¿Se puede sentar ahí afuera para comer? —preguntó el joven, agarrando el brazo de la niña y arrastrándola con él.

Al dirigir su mirada en la dirección que señalaba, un café lujosamente decorado apareció ante sus ojos. En la terraza soleada, se encontraban algunas damas nobles disfrutando de su hora de té en medio de su paseo vespertino.

—Sí, no tienen comidas pesadas, pero sirven platillos simples como sándwiches y ensaladas. —Yurina empezó a hacerle señas a Betsy mientras leía las intenciones del niño al mirar el café con ojos curiosos.

Betsy rápidamente abrió la ventana conectada al cochero y detuvo el carruaje.

Después de una comida ligera en el café, los dos regresaron a la calle sin detenerse a disfrutar de la hora del té. Era otoño y la luz del sol se acortaba a diferencia de las otras estaciones, por lo que Raynard la instó a darse prisa ya que les faltaba muchas cosas por ver.

Ella lo complació sin decir nada.

—Hay tantas cosas interesantes. —Raynard era consciente de la mirada de las personas, pero no podía ocultar su rostro curioso ni bajar el volumen de su voz.

Yurina le ordenó a la doncella que colocara entre los brazos del joven la pluma y la tinta que él había mirado con atención hace un momento. No le parecía suficiente, así que lo llevó a una tienda de lujo donde solo entraban nobles y compró un broche de rubí que coincidía con el color de sus ojos.

—¿De verdad me estás regalando esto? —Miró el broche en la palma de su mano e hizo una expresión extraña.

—Es mi regalo de cumpleaños. Esta gema es el rubí del que te hablé. ¿Qué te parece? Brilla como tus ojos, ¿no lo crees? —Se acerco a él, recogió el broche y lo sostuvo frente a sus ojos.

—Pero ¿puedo tener algo tan caro?

—¿Qué estás diciendo? Incluso la ropa que llevas puesta ahora es cara —respondió deliberadamente como si no fuera nada y le colgó el broche en el pecho izquierdo.

Él bajó la mirada y observó el broche.

Sus ojos rojos brillaban a la luz del sol, combinando a la perfección con la luz del rubí elaborado con mucho esfuerzo.

Betsy, quien los estaba observando, asintió con una expresión de satisfacción.

Después de mirar el broche por un momento, Raynard se acercó a la doncella con una sonrisa agradable en su rostro y le susurró unas palabras.

Betsy abrió los ojos sorprendida, dando un pequeño grito y pronto asintió con una expresión determinada.

—¿De qué están hablando ustedes dos?

—Secreto.

—Sí, es un secreto.

—¿Qué?

Se miraron y sonrieron con expresiones firmes. Luego, se fueron del lugar, dejando sola a la niña.

Yurina, quien había sido marginada de repente, esperó en silencio frente a la tienda con sus dos escoltas.

¿Qué acaba de suceder?

Ella no pudo evitar reírse de sí misma. ¿Debería estar orgullosa del hecho de que él, quien siempre la perseguía como un cachorro, le abandonara y compartiera un secreto con Betsy? ¿O debería estar decepcionada?

Miró a su alrededor, sintiendo una sutil emoción que no podía describir.

Como era fin de semana, muchas personas se encontraban en la calle. También habían unos pocos carruajes con escudos de la aristocracia, así como nobles vestidos con ropas finas para su paseo.

Es un buen día.

Yurina cerró sus ojos y disfrutó de la cálida luz del sol que caía sobre ellos. Salió para crear buenos recuerdos para Raynard, pero, de hecho, ella también estaba disfrutando de esa salida con él.

Se sentía como si hubiera salido a jugar con su mejor amigo. Era una agradable sensación de tranquilidad después de mucho tiempo.

—Señorita. —Mientras Yurina empezaba a preguntarse cuánto tiempo más le harían esperar antes de su regreso, uno de los escoltas a su espalda se acercó y le dijo—: Creo que debería ir allí.

La niña miró fijamente el lugar que le señaló. En esa calle llena de nobles, un hombre bien vestido agarraba a Raynard del brazo y le hablaba en voz alta. Aunque estaba bastante lejos, su voz era tan fuerte que se podía escuchar con claridad.

—¿De qué familia eres? —El hombre tomó su mejilla con una mano tan grande que cubría la cara del niño. Al ver que solo traía una doncella consigo, supuso que no era un noble sino el hijo de un plebeyo rico.

Antes de conocer a Yurina, Raynard le habría golpeado la mano y respondido con malicia que no era su asunto, pero ahora simplemente cerró la boca y bajó la mirada.

Ella de inmediato notó que su actitud era así para no causarle problemas a ella ni a la familia Carthia.

Betsy, quien lo había estado siguiendo, trató de bloquearlo e intentar hablar, pero un caballero escolta traído por el hombre levantó su espada y la bloqueó. Aunque no desenvainó su espada, era lo suficientemente amenazante.

Sorprendida, Betsy miró a su alrededor con inquietud, incapaz de hacer algo. Entonces, sus ojos encontraron a su señorita y estiró su mano pidiendo ayuda.

Era de mala educación que una doncella hiciera eso con su maestra, pero solo significaba que la situación era urgente.

Yurina hizo una seña a sus escoltas para que la siguieran, quienes esperaban detrás de ella, y luego se acercó rápidamente a ellos.

Mientras tanto, el hombre seguía mirando aquellos ojos rojos con un rostro inexpresivo.

¿Como te atreves…?

Con una ira creciente, Yurina recordó el incidente de hace semanas. Pasó por su mente cómo se difundieron rumores de que el abominable rostro de la señora Lauren, ahora desaparecido del mundo social, estaba en la mira de la familia Carthia.

No sabía exactamente qué pasó, pero la situación era obvia. Ese hombre de aspecto noble, sin razón alguna, había empezado a discutir con el niño por sus ojos rojos.

Si Raynard hubiera sido grosero primero con ese hombre, Betsy se habría arrodillado frente a él para que se disculpara por haber cometido un error.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Betsy se vio visiblemente aliviada y suspiró. Durante todo ese tiempo, el hombre no movió la mano que sostenía el rostro del niño, sino que se inclinó hasta la cintura y lo miró.

—¿Por qué no respondes? Pregunté de qué familia eras…

—Si el niño fue grosero, déjeme disculparme en su lugar. —Yurina se acercó al lado de Raynard y dijo aquello a propósito. Quería que descubriera su significado oculto: debía deshacerse de esa mano rápidamente. También transmitía otro significado más profundo: debía disculparse con ella si el joven no había sido grosero.

Sin embargo, el hombre se echó a reír mientras seguía mirándolo como si no pudiera escucharla.

—Es realmente rojo.

—¿Qué demonios es esto…?

—No puedo creerlo aunque lo esté mirando. Si un «Beatus» estaba tan cerca, ¿cómo es qué no pude encontrarlo? Si no te hubiera visto hoy, habría desperdiciado mi tiempo.

Yurina, quien había querido reclamarle por faltarle el respeto, cerró la boca con asombro ante la palabra «Beatus».

¿Como es que lo sabe?

Una palabra que apenas se encontraba al leer un antiguo libro sobre magia, refiriéndose a las personas de ojos rojos, quienes se convirtieron en el apoyo espiritual del destruido reino de Dennyk y aquellos bendecidos por la diosa.

Beatus.

¿Por qué el nombre frente a ella no solo conocía la palabra, sino que también estaba convencido de su existencia?

En ese instante, Yurina miró cuidadosamente la apariencia del hombre.

El hombre de mediana edad frente a ella, que se parecía a su padre, el marqués Carthia, parecía poder reconocer a simple vista si era o no un aristócrata normal. Tenía un ojo agudo y una boca firme como si viera a través del corazón de todos.

El marqués de Carthia, cuya expresión es infinitamente suave cuando mira a su hija, también tiene una expresión severa cuando trata con sus subordinados.

Sin embargo, Yurina no se sorprendió al notar que era un noble con alta jerarquía.

Cabello rojo.

La armonía de su cabello rojo brillando a la luz del sol y el raro ojo dorado daba una sensación inusual.

Una sensación desconocida y familiar a la vez. No obstante, con la palabra «Beatus» que salió de su boca, pudo entender de inmediato quién era.

—Marqués Defrom…

Sus ojos dorados, los cuales habían estado fijos en Raynard, se dirigieron hacia ella.

La mano de Yurina tembló, la mirada sombría del hombre pareció darse cuenta de que ella era una extraña de un lugar lejano. Trató de sostener sus manos para fingir estar tranquila, pero no funcionó.

—¿Me conoces?

Había acertado. Instintivamente retrocedió unos pasos. Sin embargo, su paso era pequeño, por lo que no se alejó tanto de él. El hombre, el marqués Defrom, finalmente soltó la mejilla del niño.

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