Traducido por Sweet Fox
Editado por Herijo
—No ha habido nada inusual en lo que he visto hasta ahora.
Ethan Bishop informaba de los eventos del día a su señor, como hacía cada día. El objeto de dicho informe era, por supuesto, Hari Ernst.
—No pude oír la conversación en el interior, pero mantuvo un semblante radiante hasta el momento de subir al carruaje, y el ambiente con la señorita Velontia fue mucho más cordial que cuando se conocieron.
—Es imposible que tuviera esa expresión si no hubiera ocurrido nada. Simplemente, no te diste cuenta.
Tan pronto como Ethan terminó de hablar, resonó una voz fría; Eugene, quien parecía llevar un tiempo de bastante mal humor, habló.
Al ver su expresión, Ethan preguntó:
—¿Debería mantenerme más cerca la próxima vez?
Esto equivalía, en efecto, a preguntar si podía aproximarse a zonas que antes le habían estado vetadas. Hacerlo le permitiría conocer al detalle no solo las conversaciones mantenidas en espacios cerrados, sino también las cosas que hacía o las acciones que emprendía cuando estaba sola en su intimidad. Por supuesto, esto tendría que hacerse en secreto, sin el consentimiento de la persona escoltada. Por eso era algo que a Ethan no se le había permitido hacer hasta ahora.
—Te pedí que fueras su escolta, no que la vigilaras.
Una vez más, Eugene respondió de forma tajante. Su mirada, fija en Ethan, era bastante aguda, como si discutieran algo indigno de mención.
Ethan inclinó la cabeza, respetando su deseo.
—Dime de qué hablaron antes de que yo llegara. —Murmuró Eugene en voz baja, con el semblante aún impasible.
En verdad, desde la perspectiva de Ethan, el comportamiento de Hari Ernst no difería significativamente del habitual. Pero quizás no para la persona que tenía delante; Eugene llevaba un rato mostrando una actitud gélida.
—Mencionó que quería… —Ethan dudó si debía decir eso. Recordaba haberle dicho a Hari: «Fingiré que no escuché nada esta vez».
Pero la mirada insistente de Eugene lo forzó, y finalmente habló.
—Dijo que quería beber…
En ese momento, la frente de Eugene, habitualmente lisa, se arrugó, formando un leve surco. Al ver esto, Ethan, sin darse cuenta, defendió a Hari, ofreciendo una excusa:
—Sin embargo, nunca he visto a la señorita beber. Por lo tanto, creo que simplemente expresaba una cuestión del momento.
Ante las palabras de Ethan, Eugene sintió una emoción sutil e indescriptible. Sus sentimientos se volvieron aún más complejos al recordar a Erich visitando su despacho hacía un tiempo y quitándole la botella de licor.
¿Será la adolescencia, o quizás una fase rebelde? ¿Era un fenómeno que todos los chicos de esa edad experimentaban al menos una vez?
—En mi opinión, creo que podría estar preocupada por el asunto de la doncella llamada Sarah.
Ante las siguientes palabras de Ethan, Eugene apartó los pensamientos que bullían en su cabeza.
—Cuando la señorita expresó sus dudas por primera vez, pareció aceptar rápidamente la respuesta del mayordomo, que se le dio siguiendo instrucciones previas, pero… —Ethan habló de algo que le rondaba por la cabeza desde hacía tiempo, observando sutilmente el rostro de Eugene—. Por lo que he oído, tenía a esa doncella muy cerca desde el primer día que llegó a Ernst.
Eugene escuchó las palabras de Ethan con un rostro inexpresivo, difícil de interpretar.
—Así que, creo que podría sentirse triste porque la doncella que la atendía personalmente desapareció de la noche a la mañana.
Ante las palabras de Ethan, Eugene asintió con naturalidad.
—Sí, puede ser.
Ni un solo rastro de inquietud alteró su rostro. Tras un instante, los labios de Ethan se entreabrieron lentamente.
—¿Realmente volvió esa doncella a su pueblo natal?
La voz que resonó en la silenciosa habitación sobresaltó al propio Ethan. A decir verdad, no había tenido la intención de revelar sus sospechas tan directamente. Pero al ver el rostro excesivamente calmado de Eugene, la pregunta que había mantenido reprimida se le escapó sin querer.
—¿Por qué? ¿Te preguntas si la maté?
Ethan enderezó la espalda cuando la silenciosa mirada se posó en él. La voz que penetró en sus oídos carecía de cualquier emoción, pero poseía una fuerza que provocaba tensión en quien escuchaba.
—Incluso alguien como yo, no mata a la ligera a personas que no han hecho nada lo bastante grave como para merecer la muerte. —Una fría sonrisa burlona asomó a sus labios—. ¿O te preocupa que le haya cortado la mano a esa doncella? [1]
—No, señor. —Ethan lo negó de inmediato.
Sin embargo, Eugene seguramente sabía exactamente qué pensamientos habían llevado a Ethan a pronunciar tales palabras momentos antes.
—Hari es perspicaz, sensible a los cambios a su alrededor y siempre observa meticulosamente a las personas a su lado. Así que, ¿qué crees que pasaría si más tarde descubriera que la doncella que cometió un error contra ella sufrió algún daño?
Al oír esto, Ethan recordó a la Hari Ernst que había observado. Ciertamente, tal como decía Eugene, a menudo cuidaba con esmero a quienes la rodeaban. Ethan bajó la mirada, pensando en los pequeños obsequios de comida que había recibido ocasionalmente de ella.
Frente a sus hermanos, Eugene es infinitamente cariñoso y parece un buen hermano, pero Ethan sabía que, en realidad, era una persona completamente diferente.
—¿Crees que voy a tomar ese riesgo?
Lo que Eugene acababa de decir equivalía a admitir que si no hubiera habido algo que le frenara, no habría habido razón para no hacerle daño a la doncella. Porque esa doncella había herido nada menos que a su hermana menor.
Pero si ese es el caso, ¿por qué me puso a mí, que también podría considerarse un factor de riesgo, al lado de la señorita?
Eugene, con el rostro desprovisto ya de cualquier atisbo de humor, le reprendió fríamente.
—Olvídate del tema de la doncella. No cruces la línea. No es asunto tuyo. ¿Entiendes?
—Sí, me disculpo.
—Vuelve a tu trabajo.
La conversación permitida terminó ahí. Ethan hizo una profunda reverencia a Eugene y se retiró.
Después de que saliera por la puerta, Eugene se quedó solo en la silenciosa habitación, reclinado en su silla. Sus ojos se ensombrecieron al recordar los eventos de la tarde.
Hari había dicho que estaba de buen humor hoy, pero Eugene no se dejó engañar. Sonreía así siempre que intentaba ocultarle algo.
«—¿Cómo es nuestra tía? ¿Y la señora Memma, que vino como tu tutora? ¿Te tratan bien?
—Sí. No tienes que preocuparte por mí.»
Siempre había sido así, desde que eran niños. Hari le había mentido incontables veces con una sonrisa.
«—Estoy bien. Todo el mundo es muy bueno conmigo.
—Nuestra tía y la señora Memma son amables. Así que, no tienes que preocuparte.
—No te preocupes por mí. Estoy realmente bien.»
Eugene descubrió más tarde que su tía, la señora Leonard, y la tutora, la señora Memma, habían sometido a Hari a un maltrato verbal diario. Fue justo después de interrogar a los sirvientes, alertado por lo que Erich le había contado al visitarlo.
—Ella está llorando
Eugene tomó una decisión ese día
—Dijo que odia comer sola.
Se recriminó hasta la saciedad por su propia estupidez al creer ciegamente en su rostro sonriente y sus palabras de que todo estaba bien.
—Pero esa no parece ser la única razón, y creo que tiene que ver con lo que me dijo nuestra tía.
Pensar en lo que su tía, la señora Lenold, le había hecho a Hari, y lo que había intentado hacer arrastrándola a la fuerza ese día, todavía le helaba la sangre. También supo más tarde por la señora Bastier que Hari había recibido varazos durante las lecciones de la señora Memma, hasta el punto de tener las piernas cubiertas de moretones.
Eugene todavía no podía olvidar la sensación de estupefacción de aquel momento. Las penurias que Hari debió de soportar mientras él no sabía nada solo podían haber sido peores. Y, sin embargo, ella nunca había pedido ayuda, nunca había exteriorizado su situación, sino que, al contrario, le había confortado y consolado a él. Una y otra vez, animándole, diciéndole que todo iría a mejor, que lo estaba haciendo bien…
No sabía cuánto consuelo había recibido de ella incluso mientras estaban separados. Las cartas que Hari le había enviado durante ese tiempo estaban todas guardadas en un cajón, ni una sola desechada. Incluso cuando Eugene revelaba inadvertidamente su propia flaqueza en sus respuestas, siempre recibía a cambio sus amables palabras de aliento. Ella le había sostenido incontables veces cuando se sentía tan agotado que pensaba que iba a derrumbarse allí mismo. Fueron seis años los que había sobrellevado apoyándose en ella.
Por lo tanto, Eugene ahora quería hacerla sonreír de verdad. No forzar una sonrisa para soportar algo, o para ocultar el deseo de llorar, sino que quería permitirle sonreír con felicidad auténtica. Quería protegerla para que nadie más la hiriera, por ninguna razón.
Pero hoy, Hari le había sonreído con la misma expresión de antes.
—¿Por qué…?
Un susurro flotó por la silenciosa habitación. Eugene no podía entender la razón. Por qué Hari tenía que sonreír con esa expresión. [2]
—Vamos tomados de la mano.
Su mano se cerró lentamente con fuerza mientras repasaba el recuerdo. La calidez que había quedado atrapada en su mano momentos antes era todavía vívida. Y también lo era el vacío que sintió en el instante en que el calor compartido se desvaneció.
Debería haberla sujetado de nuevo…
Incomprensiblemente, una emoción similar al pesar asomó sutilmente en su interior. Eugene lo reprimió y cerró los ojos.
De alguna manera, hoy se sentía más cansado que otros días.
[1]
[2]