¡Cuidado con esos hermanos! – Capítulo 17: Reunión con Rosabella Velontia

Traducido por Sweet Fox

Editado por Herijo


—Ernst y Velontia no están particularmente cerca, así que imagino que el viaje habrá sido largo.

Una mano pálida se movió ante mis ojos. Mientras el líquido transparente llenaba la copa, su sutil aroma alcanzó la punta de mi nariz.

—Gracias por su preocupación. Afortunadamente, el viaje fue cómodo; el paisaje exterior era tan hermoso que ni siquiera noté el paso del tiempo.

A sus dieciocho años, Rosabella Velontia irradiaba orgullo por su belleza. 

¡Qué mujer! Su belleza era la misma incluso diez años atrás. 

Sabía que, una década después, su encanto maduro sería extraordinario, pero en ese momento se mostraba serena, con la frescura propia de su juventud.

Sin duda, ella era una de las personas a las que había querido imitar: un dechado de elegancia, inteligencia y gracia que parecía emanar de cada gesto.

—Es un té de rosas que provienen del jardín de Velontia. No sé si sea del agrado de la señorita Ernst.

Rosabella Velontia, a quien estaba observando, me pareció sorprendentemente accesible

—Gracias. Tiene un aroma delicioso.

En mi vida pasada, habíamos tenido una relación relativamente cercana, pero siempre percibí una barrera invisible entre nosotras. ¿Sería, quizá, por la diferencia de edad? Rosabella Velontia, a quien antes consideraba sumamente distante, ahora me parecía normal.

No, por supuesto que seguía siendo aquella bella y elegante dama, modelo a seguir para muchas mujeres. Pero ya no percibía en ella ese halo de inaccesibilidad de antaño. ¿Se debía a que aún era joven? ¿O era yo quien había cambiado, dejando atrás la adoración infantil? ¿Quizá porque ya no era una niña pequeña?

La observé con una extraña sensación. Tal vez, en el pasado, lo que sentía por ella era envidia. Rosabella encarnaba el ideal de noble señorita al que yo aspiraba, pero su innata elegancia y dignidad me parecían cualidades inalcanzables para mí.

—Deseaba conocerla y hablar con usted en persona desde hace mucho tiempo.

Pero ahora… Se sentía más cercana a mí.

Esta Rosabella era muy diferente a la que recordaba de mi vida pasada, aquella que me parecía inalcanzable, como una figura sentada en un pedestal demasiado alto.

Nuestras miradas se cruzaron. Finalmente, tras terminar de servir el té, Rosabella sonrió y comentó:

—Sin embargo, la encuentro distinta a como la imaginaba.

—¿A qué se refiere, si me permite la pregunta?

Dejé la taza silenciosamente sobre la mesa.

—Cuando bajó del carruaje y entró en la mansión, al verla, tuve por un instante la impresión de encontrarme con mi tía.

¿Su tía? Por cierto, ¿en qué me parecería a ella? Oh, ¿quizá insinuaba que mi compostura no concordaba con mi edad? Aunque mi apariencia es juvenil, mi interior no lo es, así que su comentario me dejó algo perpleja…

—Es una de las pocas personas que conozco, lo admito, capaz de mantener su noble dignidad en toda circunstancia. Como usted ahora, su mirada permanece serena, señorita Ernst. Es realmente admirable. Yo, francamente, no podría lograrlo.

En resumen, estaba sorprendida porque no le parecía una joven común y corriente.

Ah. Si estuviera en mi cuerpo real, seguramente habría decepcionado a Rosabella. Claro que no descuidaba mis clases de etiqueta porque sí, pero para ser honesta, ella hubiera estado imitándome en ese entonces.

Por lo tanto, a ojos de Rosabella, era yo quien se esforzaba al máximo en este momento. Ser reconocida así por ella… ¿Podría considerarse la recompensa a veinte años de esfuerzo en mi vida anterior?

—Le ruego me disculpe si mi comentario la ha incomodado.

No lo consideré ofensivo en absoluto. Aunque su franqueza era distinta, en cierto modo, a la de Lavender Cordis. Sentí que Rosabella no me miraba con condescendencia ni me ignoraba; simplemente expresaba su percepción sincera. Además, conocía su personalidad por mi vida pasada, así que sabía cómo era.

—No me he sentido ofendida en absoluto. Que me encuentre parecida a su tía… puede parecerme una exageración, pero le aseguro que no me causa molestia.

Fue inesperado. Dado que me prestaba suficiente atención como para recibirme personalmente, contrariamente a mis expectativas iniciales sobre ella, reafirmé mi intención de cultivar su amistad.

—No era eso lo que me preocupaba.

Rosabella sonrió ante mis palabras.

—Creo que me llevaré bien con la señorita Ernst.

Le sonreí al escucharla decir eso.

—Le ruego esté tranquila. Después de todo, vamos a ser familia.

♦♦♦

Sin embargo, durante el viaje de regreso a Ernst en el carruaje, me invadió una sensación compleja.

Una familia…

La verdad es que nunca fui muy cercana a mis cuñadas en el pasado.

Rosabella siempre me pareció una dama inaccesible y la señorita Temperto, que se había casado con Kabel, era tan tímida que resultaba difícil congeniar con ella.

Y esa no era la única razón…

—Me gustaría dar un paseo, iré al jardín.

Al llegar a Ernst, en lugar de entrar directamente en la mansión, me dirigí al jardín.

Ethan, como de costumbre, me siguió en silencio.

Casi de inmediato, el olor a hierba fresca me acarició la nariz, recordándome que el verano estaba cerca.

—Oh, cómo me apetece tomar algo —pensé en voz alta sin darme cuenta.

En días así, lo ideal sería sentarse en la terraza con una buena copa.

Eso me llevó a preguntarme: ¿cuántos años habrán pasado desde la última vez que bebí… en esta línea temporal?

¿Se conservarán bien las bebidas de la bodega?

Claro que la bodega no la surtí yo, sino el duque de Ernst; sin embargo, llevo unos años considerando su contenido como mío.

Sin embargo, de la nada, sentí un movimiento muy aterrador detrás de mí.

Me giré instintivamente y me encontré con la mirada inquisitiva de Ethan que hizo que me sobresaltara nuevamente.

¡Ah, claro! ¿Estabas ahí? Jeje… ¿Por qué pones esa cara? ¿Qué acaba de pasar? ¿Me habrá oído decir algo? ¡Qué raro! ¡Yo no he oído nada!

Le dediqué una sonrisa automática, tratando de parecer la inocencia personificada, pero su expresión confirmaba mis sospechas: me había oído hablar sola.

—Me parece que está en una edad muy temprana para beber.

Mi sonrisa se tambaleó ante su expresión seria. 

¡Agg! ¡No lo digas con ese tono! ¿Acaso pensará que soy una niña que se ha vuelto rebelde? ¡Es un completo malentendido! ¡Mi edad mental es la de una adulta desde hace tiempo! ¿Y qué tiene de malo que quiera tomar una copa? ¡Esto es injusto, terriblemente injusto!

—¿Beber? —repetí, intentando sonar desconcertada. —Hum… no sé de qué me habla.

Además, no sé si he estado bebiendo realmente siendo niña. ¡No he bebido ni una gota de alcohol desde que volví! ¡Eso es aún más injusto!

Miré a Ethan con la mayor inocencia que pude reunir, pero su reacción dejó claro que no estaba convencido.

—Fingiré que no he oído nada esta vez. Pero si la veo beber, no tendré más opción que informar al duque.

Soltó un suspiro.

Su mirada era la de un adulto observando a un niño inmaduro jugar con fuego.

Esa mirada hizo que mi estudiada sonrisa se desvaneciera.

¡Agg, agg! ¡Maldición! ¡No creo merecer esto! ¡Agg!

—Creo que se equivoca. No tiene por qué preocuparse.

Sin embargo, Ethan no me creyó. Me observó fijamente con su habitual rostro inexpresivo. 

¿Y eso qué debería significar para mí? Me entran ganas de salir corriendo. ¡Qué impulso tan extrañamente vergonzoso y a la vez tan descarado! Ah… ¿Cuánto tendré que esperar para poder beber?

Su expresión me lo confirmaba: Ethan Bishop me consideraba ahora una adolescente problemática.

¿O acaso piensa que soy una rebelde sin causa? Claro, ninguna de las dos opciones me favorece, ¡maldita sea!

Me mordí el labio y seguí caminando.

Al cabo de un rato, llegué ante un campo de vibrantes flores amarillas.

Hmph, si así van a ser las cosas, actuaré de esa forma.

Ya que me había etiquetado como una chica problemática, decidí dejar de lado las apariencias y comportarme con más naturalidad. Francamente, no sabía cuánto tiempo más tendría que soportar la vigilancia de Ethan, y era agotador sentir su mirada clavada en mí todo el día.

Con un gesto impulsivo, me dejé caer y me senté directamente sobre la hierba, en medio del jardín de flores. Ethan pareció sobresaltarse ligeramente ante mi actitud, tan poco propia de una dama noble, pero no dijo nada.

Estábamos junto al sendero principal del jardín, rodeados por el delicado y dulce aroma que desprendían las flores amarillas.

Deberían poner un banco aquí. El lugar es precioso.

¿Debería pedírselo a Hubert?

—Ethan, ¿sabe cuál es el nombre de esta flor?

—No lo sé.

Lo imaginaba. En realidad, no me interesaba demasiado el nombre; solo quería preguntar. Al intentar agacharme, sentí una punzada de dolor en las piernas, recordándome los tacones que llevaba.

Miré a Ethan y, desafiante, me dejé caer directamente sobre la hierba. Vi cómo su expresión vacilaba un instante.

Uy. Parece que he provocado una reacción interesante.

—Permítame ofrecerle mi abrigo.

—Oh, gracias.

Tomó el abrigo y lo extendió sobre la hierba para que pudiera acomodarme encima. Era divertido observar la sutil contrariedad en el rostro normalmente impasible de Ethan, cómo cada pequeño gesto lo delataba.

Me acomodé sobre el abrigo extendido en medio del jardín de flores. Ethan titubeó de nuevo, visiblemente incómodo.

Vaya, ¿le sorprende mi forma de ser? Está bien. Total, ya me considera una adolescente rebelde. Y como de todos modos no puedo beber, bien podría actuar como tal.

Aun así, Ethan parecía debatir internamente entre intervenir, manteniendo su dignidad, o quedarse quieto. Finalmente, optó por quedarse de pie junto a mí, aunque con aire ligeramente avergonzado, y retrocediendo un paso más en silencio.

En algún lugar cercano, escuché el trino suave de un pájaro. Nubes blancas flotaban en el cielo azul. 

Ah, la luz del sol es cálida y agradable. 

Había pensado que el sol directo me molestaría, quizás demasiado intenso o levantando polvo. Pero no, era perfecto. Me recosté sobre el abrigo.

Al hacerlo, mi perspectiva cambió: ahora veía de cerca las flores amarillas y las briznas de hierba verde intenso. Alargué la mano lentamente y arranqué una de las flores.

¿Vas a casarte con la señorita Velontia?

La pregunta resonó en mi mente, trayendo consigo la imagen de otra persona.

El compromiso de Eugene y Rosabella estaba a punto de cumplir cinco años. Dado que tanto los Ernst como los Velontia eran familias influyentes, la noticia de su compromiso se había convertido en su momento en el gran chisme que había animado a toda Arlanta.

Sin embargo, al ver que su compromiso se alargaba más de lo esperado, comencé a preguntarme vagamente si llegarían a romper.

Un día, al encontrarme con Eugene, le pregunté casi por impulso.

Estábamos precisamente en este mismo jardín de flores amarillas donde ahora descanso.

Fue en esa transición entre el final de la primavera y el comienzo del verano. Eugene me miró.

En cuanto sus ojos se posaron en mí, me arrepentí al instante. No debería haber preguntado.

Por supuesto que nos casaremos.

Su voz, gélida, resonó en mis oídos. Dejando claro que ni mis preguntas ni las dudas de nadie importaban lo más mínimo.

Observé en silencio su expresión por un momento; parecía perdido en pleno invierno, a pesar del cálido sol primaveral.

No recuerdo cuántos años hacía que no veía sonreír a Eugene.

—Dime, ¿cuál sería un buen regalo de bodas? Quisiera prepararlo con antelación.

Volteó a verme.

—No tienes por qué hacerlo. No deseo recibir nada de ti.

Al evocar ese recuerdo, me sentí involuntariamente pequeña.

Era un regalo que pensaba preparar con esmero, pero sus palabras lo volvieron inútil al instante.

Me molestó tanto su actitud… Y para colmo, la verdad es que nunca llegué a preparar ningún regalo. 

¡Agg! ¿Acaso creías que no iba a llevarme bien con tu futura esposa? Quizás temías que no le daría una buena bienvenida. Si es así, puedo entenderlo.

Aunque, siendo sincera, actué mal al no preparar nada al final. Me arrepiento de eso.

El caso es que, en aquel momento, estaba tan resentida con Eugene que le grité:

—Sí, claro. Que comas y vivas bien.

—Qué chico tan malo… —murmuré para mí

Aunque ahora pienso que quizás no debí decir eso, en aquel momento estaba demasiado enfadada.

—¿Quién es el chico malo?

¿Quién va a ser? Tú.

Pero antes de poder decirlo, una sombra se proyectó sobre mí.

—¿Qué haces aquí?

—Estoy tomando el sol.

Aunque Eugene no parecía entender por qué estaba haciendo eso, se acercó a mí sin decir nada.

—Dame la mano. Te ayudaré a levantarte.

Fingí aceptar. Me tendió la mano y la tomé. Entonces, tiré de ella con fuerza. Normalmente, él sería más precavido, pero al tomarlo desprevenido, Eugene cayó hacia mí con más facilidad de la que esperaba.

—¿Qué broma es esta?

Sin embargo, demostró tener rápidos reflejos y logró estabilizarse antes de caer por completo, apoyándose quizás en mi mano. Nos miramos fijamente. Por suerte, mi expresión no pareció enfadarlo ni incomodarlo.

—Recuéstate tú también. La vista desde aquí abajo es mejor de lo que creerías.

Le dediqué una sonrisa traviesa. Eugene arqueó las cejas lentamente, observándome con atención, como si intentara descifrar mi sonrisa.

—Vamos, acuéstate.

¡Venga ya! ¡Estoy haciendo el tonto, quiero que tú también lo hagas!, pensé, y agarré su brazo, tirando de él para hacerlo perder el equilibrio de nuevo. Eugene frunció el ceño y, esta vez sí, cayó sobre mí. Rápidamente, lo hice rodar para que quedara tumbado a mi lado antes de que pudiera incorporarse.

¡Objetivo cumplido!

Uf, qué difícil. ¿Por qué costará tanto conseguir que alguien se tumbe a tu lado?

Entonces, de repente, recordé a Ethan, que seguía allí de pie, observando la escena.

Vaya… ¿Acabo de poner en ridículo a Eugene delante de uno de sus hombres? Bah, ¡qué más da!

Total, ¡soy una adolescente en plena fase rebelde!

—¿Qué tal se está aquí tumbado? ¿A que sienta bien?

Eugene me dedicó una mirada indescifrable; no parecía avergonzado, pero tampoco complacido. Finalmente, apartó los ojos de mí y los dirigió hacia el cielo.

Era el atardecer, y el cielo comenzaba a teñirse de tonos anaranjados. Un pétalo amarillo, arrastrado por la cálida brisa, flotó hasta rozar mi mejilla.

Sí, a veces la gente necesita un descanso como este. Si trabajas todo el día, no es bueno ni para el cuerpo ni para la mente.

—Hermano Eugene.

Poco después, cuando lo llamé, regresó la mirada hacia mí.

En lugar de decirle lo que pensaba, simplemente sonreí. Eugene me dirigió una mirada peculiar.

Fue casi al anochecer cuando finalmente reaccionó.

Primero, Eugene se incorporó y se acercó a mí. Le tomé la mano, esta vez con suavidad. Él me ayudó a ponerme en pie y, cuando intentó retirar su mano, mantuve la mía firme. Entonces reí y dije, con una pizca de traviesa familiaridad:

—Solo caminemos de la mano.

Sus ojos oscuros me observaron de nuevo. Empecé a caminar antes de que pudiera negarse.

Noté que Ethan estaba más lejos que la última vez que lo había visto. Mientras avanzábamos entre las flores amarillas, nos siguió en silencio a cierta distancia.

—¿Ocurre algo?

—¿Qué?

Él continuó:

—Te has reído bastante hoy.

Respondí a su observación:

—Bueno, ¿será porque me siento bien?

No me detuve en la calidez de su mirada. Él pareció mostrarse escéptico ante mi respuesta, pero dado que mis razones eran un asunto personal, no le ofrecí más explicaciones a Eugene.

Así que seguimos caminando de la mano por el jardín, bajo el cielo del atardecer.

—Así que están aquí.

Cuando entramos en la mansión, Hubert y los demás sirvientes nos recibieron con una reverencia.

—Voy a subir a cambiarme de ropa. Nos vemos después.

—Hari.

Pero una calidez inesperada regresó justo cuando yo levantaba la mano para despedirme. Al girarme hacia la voz que me llamaba, el rostro de Eugene se reflejó en mis ojos. Me llamó por mi nombre, sin decir nada más, deteniéndome como yo lo había hecho antes.

—Tienes una flor en tu cabeza, hermano —dije, observándolo.

Entonces Eugene frunció el ceño y llevó su otra mano hacia su cabeza. Enseguida, una flor amarilla apareció en su mano. Eugene observó lo que sostenía y pareció desconcertado. Frunció el ceño, como si estuviera molesto por la presencia de la flor.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Porque te quedaba bien.

De nuevo, sus brazos se lanzaron hacia mí, pero me escabullí rápidamente. Esta vez, Eugene no me alcanzó.

 

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