¡Cuidado con esos hermanos! – Capítulo 20: Vientos de Cambio

Traducido por Sweet Fox

Editado por Herijo


—Disculpe, Alteza, pero mi hermana es muy tímida y reservada. Me temo que le resultaría difícil ser su compañera de conversación.

Tras la sorprendente declaración de Dice, el salón de banquetes se convirtió en un hervidero de murmullos. Y era normal, pues era la primera vez que el Príncipe Heredero invitaba personalmente a alguien al palacio para ser su confidente.

Yo también me quedé muy sorprendida, mirando su rostro sonriente. Pero quien no tardó en echar un jarro de agua fría fue, nada menos, que Eugene.

¿Tímida y reservada? ¿Quién? ¿Yo? Bueno, dejando eso a un lado, ¿de verdad puedes rechazar así la propuesta del Príncipe Heredero? El “regalo” de cumpleaños era tan extraordinario que al principio me pregunté si lo habría acordado previamente con Eugene, pero viendo su reacción, estaba claro que no.

—¿Reservada? No lo parece…

—No se le nota por fuera, es lo que suele pensar la gente.

—¿En serio?

—Sí.

Dice titubeó ante las palabras de Eugene, dichas con una firmeza inquebrantable.

—Entonces, ¿qué tal si visito yo la residencia Ernst para ver a la señorita? —Dice cedió un paso. En su rostro, aún radiante, no había ni rastro de ofensa. Parecía un hecho evidente que sentía un gran aprecio por nuestra familia, incluido Eugene.

Sin embargo, el rostro de Eugene seguía siendo gélido. Antes de que pudiera rechazar de nuevo la invitación del Príncipe Heredero, me dispuse a hablar. Pero esta vez, Kabel se me adelantó:

—Lamentablemente, mi hermana es tan popular que hay una fila de gente suplicando por verla, aunque sea una vez. Así que, si de verdad desea verla, tendrá que esperar al menos un año a partir de hoy y… ¡Agg!

¡Ay! ¡En cuanto me descuido un poco, este chico está a punto de meter la pata hasta el fondo! Volví a pisarle el pie con fuerza, sonriendo. ¡Creo que tengo que zanjar esto rápido!

—Agradezco su inmensa consideración, Alteza. Esperaré con ilusión el día en que volvamos a vernos.

Aunque Eugene me había dicho que hiciera lo que quisiera, rechazar repetidamente la petición del Príncipe Heredero en un acto como este no me parecía apropiado. Al oír mi respuesta, Eugene me miró. Sus ojos parecían querer decirme algo, pero esta vez guardó silencio, como respetando mi decisión.

—Entonces, iré a visitarla a Ernst más adelante —concluyó Dice, dedicándome otra mirada llena de interés antes de retirarse.

Quizás debido a la declaración de Dice, después de aquello la gente se arremolinó a mi alrededor y no tuve un momento de respiro durante el resto del banquete.

—Pasaré por la residencia Velontia antes de irme.

Cuando el banquete terminó, Eugene se despidió, escoltando a Rosabella.

—Hari, nos vemos. Descansa bien hoy. Y feliz cumpleaños por adelantado.

Johannes y Louise se despidieron de nosotros y regresaron juntos a la residencia Bastier. Después, yo también subí al carruaje con Kabel y Erich.

—¿Por qué aceptaste verlo? ¡Podrías haberlo rechazado sin más! —protestó Kabel con voz irritada en cuanto entramos al carruaje. Al menos, me alegraba que, tal como le había advertido, no hubiera causado más alboroto dentro del salón.

—¡Asegúrate de llamarme cuando venga! ¿Entendido?

—Tú solo vienes a casa los fines de semana.

—¡Por un día de clase no pasa nada!

—Creo que ya estás al límite con los puntos de penalización, ¿no? —intervino Erich—. No tienes remedio. Envíame una carta cuando sepas la fecha. Haré un hueco especial para ir.

—¡Yo también, yo también! ¡Asegúrate de enviarme una carta! ¡No me importan los puntos esos!

—Kabel, ¿de verdad quieres repetir curso? Ten un poco de conciencia —replicó Erich.

¡Ay, qué cansancio! Me llevé una mano a la frente ante la insistencia de los dos hermanos y me recosté profundamente en el respaldo. Sentía que hoy habían pasado demasiadas cosas. Ya era sorprendente celebrar un banquete en el Salón Kazenta, ¡pero encima recibir una invitación del Príncipe Heredero para ser su compañera de conversación…!

Recordé los ojos del joven, llenos de interés. Jamás había soñado que tendría la oportunidad de hablar a solas con alguien de la realeza. Por eso, todo lo ocurrido en el banquete me parecía un poco irreal.

Entonces, recordé algo que acababan de decir.

—Espera un momento, Kabel. ¿Cómo que estás al límite con los puntos de penalización si apenas ha empezado el semestre?

—Eh… ¿Q-qué? No… ¡No es para tanto! ¡Erich se equivoca!

—¿En qué? ¿Quieres que te recite ahora mismo la impresionante cantidad de puntos que llevas acumulados desde el primer día?

Kabel tartamudeó excusas, pero era evidente que mentía. El resto del camino a casa se convirtió en un interrogatorio a mi problemático hermano.

♦ ♦ ♦

Unos días después, estaba en la sala de piano. Este lugar, antiguamente la sala de juegos de mi infancia y ahora completamente remodelado, podía considerarse prácticamente mi espacio personal.

Las notas claras del piano flotaban libremente, nadando entre los rayos del sol de la tarde. El piano que Eugene me regaló brillaba aún más blanco bajo la luz. Ah, mi piano. Es tan bonito. El sonido es tan claro y puro… ¿Cómo puede encajar tan perfectamente con mis gustos?

Estuve un buen rato tocando, completamente absorta. La pieza que interpretaba era el Cat Waltz. ¿Quizás alguien quiera reírse porque en este magnífico piano solo toco algo como eso? ¡Bah! No importa. Aquí solo estoy yo.

Después de tocar a mi antojo, suspiré profundamente y bajé las manos, algo entumecidas. ¡Ay, qué cansancio! Hoy me habían entrado ganas repentinas de tocar y me había empleado a fondo.

Uf.

Me quedé sentada en silencio un momento y luego me dejé caer sobre el teclado. Un acorde disonante surgió de las teclas presionadas por mis brazos. En esa posición, respirando suavemente, parpadeé despacio.

De la nada, el sonido de unos pasos ligeros acercándose por el pasillo resonó en el silencio.

—Hari.

Al oír la voz baja que llegaba desde el otro lado de la puerta, llevanté el torso del teclado.

—Entra. —Miré por la ventana; el sol ya empezaba a ponerse.

La puerta se abrió y entró Eugene. No parecía acabar de llegar a casa, pues ya vestía una camisa informal.

—Hoy has llegado pronto.

—Es tu cumpleaños.

Sus palabras me alegraron y sonreí un poco. Eugene me miró desde arriba, se acercó un poco más y me tendió algo que llevaba en la mano.

—¿Qué es?

—Una carta del palacio imperial.

Ah, ¿la envía el príncipe Dice? Qué rápido, si fue hace solo unos días que dijo que visitaría la residencia Ernst.

Extendí la mano para tomar el sobre que Eugene me ofrecía, pero no pude quitárselo. Eugene apretaba con firmeza la mano que sostenía la carta. Alcé la vista hacia él y volvió a hablar:

—Ya te lo dije antes, si no quieres, no tienes por qué aceptarlo. Nadie puede obligarte.

Sí, ya me lo imaginaba, si fue capaz de rechazar la propuesta del Príncipe Heredero delante de todo el mundo…. No pude evitar sonreír un poco y respondí, arrugando ligeramente los ojos:

—Bueno, no es que no quiera. Solo me preocupa cometer algún error.

Soy una persona normal, no tengo tanta confianza… Siendo sincera, aunque de verdad no quisiera, no habría podido rechazarlo allí mismo.

Finalmente, la mano de Eugene se relajó poco a poco. Esta vez sí pude tomar la carta que me entregaba.

—Si es por eso, no te preocupes. Aunque cometas algún error, nadie te lo reprochará.

Recordando el ambiente del banquete de ayer, parecía cierto que, aunque cometiera un error grave, nadie se atrevería fácilmente a criticarme.

Recordé de pronto la frialdad con la que Eugene trató a la sirvienta que me derramó agua caliente en la mano hacía un mes. Y ahora sabía que Eugene la había despedido ese mismo día. Y sin embargo, a mí me dice que no importa si cometo errores…

Vale, de acuerdo. ¿Soy mala persona por alegrarme en secreto de esto?

—Que me lo digas tú me da mucha confianza.

Aunque, en realidad, creo que siempre ha sido así. Me gustaba que esa persona, infinitamente fría e indiferente con los demás, bajara la guardia frente a mí y me mirara con calidez en sus ojos.

—No son palabras vacías.

—Lo sé.

—Si lo sabes, puedes depender más de mí.

No era un sentimiento de superioridad cercano a la vanidad. Simplemente, creo que me gustaba esa sensación de pertenencia, saber que yo formaba parte, aunque no fuera del todo, de ese sólido muro que nadie más podía traspasar fácilmente.

—Está bien, te concedo permiso para acariciarme la cabeza. —Miré a Eugene y sonreí juguetonamente.

Ante mi respuesta, que no venía mucho a cuento, Eugene arqueó ligeramente una ceja. Lo miré con aire remilgado, como si le estuviera otorgando un permiso especial solo para él. Una risa ahogada, casi un suspiro, me hizo cosquillas en el oído, e inmediatamente después, sentí una cálida mano sobre mi cabeza.

—Cuéntame cómo es el Príncipe Dice —dije, sintiendo la caricia en mi pelo.

Una voz baja respondió:

—Es un año mayor que tú. Tal como dice la gente, es una figura adecuada para ser el próximo Emperador, aunque todavía no ha madurado del todo.

El padre de Dice, el actual Príncipe Imperial, tenía fama de ser amable y bondadoso, pero también excesivamente pasivo y poco audaz, por lo que existía la percepción de que no era apto para liderar el país como Emperador. Por eso, muchos esperaban que, tras la muerte del anciano Emperador actual, su nieto (el Príncipe Heredero Dice) ascendiera directamente al trono en lugar de su padre.

—Tiene un lado bastante infantil, y a veces es difícil predecir por dónde va a salir. Como esta vez.

Y efectivamente, diez años después, el próximo Emperador sería el Príncipe Heredero Dice. Recordé su espléndida ceremonia de sucesión, grabada en mi memoria.

—Aun así, su buena voluntad hacia la Casa Ernst es sincera, así que seguramente no quiere verte por alguna segunda intención, sino simplemente para entablar amistad.

Que él nos tuviera en tan alta estima era, sin duda, algo bueno. Aunque la forma en que murieron los anteriores Duques de Ernst seguía siendo una herida dolorosa en mi corazón…

—Él cree que está en deuda con nosotros, así que no se atreverá a tratarte a la ligera. Piensa que simplemente le estás siguiendo la corriente y ya está. —Mientras decía esto, Eugene me revolvió suavemente el pelo, como para disipar cualquier preocupación. La ligera inquietud que aún sentía se desvaneció en el aire, arrastrada por su voz que acariciaba mis oídos.Ojalá yo también pudiera ser un apoyo para él, pensé en secreto, y le sonreí como diciéndole que no se preocupara.

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