Dama celebridad – Capítulo 3

Traducido por Herijo

Editado por Freyna


Mientras los observaba atónita, Rebecca me susurró suavemente al oído:

—Son la Dama Lillia Diollus y el Joven Amo Ricky Diollus, hijos del anterior Duque Diollus VII y la Gran Dama. Aunque crecieron como hermanos, son su tía y tío paternos. ¿Se acuerda de ellos?

¿Pero qué…? Solo entendí la última pregunta de Rebecca sobre si me acordaba, y negué con la cabeza.

A juzgar por el ambiente, parecíamos tener una relación similar a la de hermanos, pero… por lo que fuera, parecía ser pésima. Si nos lleváramos bien, no vendrían a decirle algo así a alguien que acaba de salvarse de la muerte.

—Puaj, qué empalagoso.

Ricky, el chico que estaba sentado arrogantemente con las piernas cruzadas, tomó una galleta de la mesa, se la metió en la boca e hizo una mueca de asco.

—¿Cómo podías estar comiendo esto justo antes de tirarte al estanque? Normal que engordaras.

—Rubette, ¿de verdad te tiraste al estanque porque Kedrick te dijo ayer que le dabas asco y que desaparecieras de su vista? —preguntó Lillia, añadiendo más leña al fuego con una sonrisa divertida.

No entendía por qué mostraban tanta hostilidad, pero una cosa estaba clara:

A esta chica la han estado acosando y ridiculizando hasta la saciedad.

A juzgar por el nivel de las burlas, no parecía un simple juego de niños. Si hubiera sido tolerable, no se habría arrojado al estanque con intención de morir.

Justo cuando empezaba a aflorar mi compasión por la desconocida dueña de este cuerpo…

Ricky se acercó riendo entre dientes.

—¡Ay!

Luego se sentó a mi lado y, alargando la mano, ¡me apretó y pellizcó el vientre!

Este imbécil. ¿Pero qué demonios hace?

La ‘broma’, hecha con bastante fuerza, dolió tanto que se me saltaron las lágrimas, y la sensación fue aún más desagradable que el propio dolor.

Yo, Juliet Karenina, juro que nunca en mi vida me habían tratado así.

La envidia y los celos hacia mi famosa persona eran habituales, pero ni siquiera eso me entristecía, pensando que era simplemente el precio a pagar por ser tan perfecta.

Pero ¿esto qué es? En mi estado actual, incluso recibiendo este trato, no podía recurrir a la autocomplacencia de pensar: Es porque soy genial.

—Puaj, qué asco. Está todo pegajoso. ¿A esto se refería Kedrick?

—Jajaja… Ay, qué tonto eres. Deja de hacerme reír.

Los pequeños demonios se dedicaban a reírse y burlarse abiertamente de mí en mi propia cara.

Rebecca se limitaba a morderse el labio con expresión compungida viéndome sufrir el acoso. Se había presentado como doncella; por lo visto, su posición no le permitía intervenir para ayudar.

—Oye, tú, ¿dónde demonios tienes el cuello? A ver, a ver, ¿encontramos el cuello perdido de nuestra Rubette? —Ricky, que se reía, alargó la mano esta vez hacia mi barbilla.

Pero antes de que me tocara, le aparté la mano de un manotazo seco y doloroso. Los ojos de Ricky se abrieron de par en par.

—¿Qué haces?

Pero aún era pronto para que se sorprendiera.

Acto seguido, le crucé la cara a Ricky con la mano abierta, y su cabeza, de aspecto frágil, se giró limpiamente con el golpe.

—¡Ugh!

—¡L-Loca…!

Rebecca se tapó la boca, horrorizada, y Lillia retrocedió un paso, impactada.

Si le hubiera abofeteado con mi delicada mano original, quizá solo le habría hecho cosquillas, pero una bofetada con esta mano regordeta seguro que dolería bastante. Aun así, no pude evitar sentir una punzada de satisfacción.

Ricky, temblando, se llevó lentamente la mano a la mejilla y giró la cabeza para mirarme.

—Tú, tú, tú…

—Esto es muy desagradable. Si vuelves a hacer una estupidez así, te denunciaré por agresión.

—¿Q-Qué dices?

—¿Con qué modales te atreves a ponerle la mano encima al cuerpo de una dama? ¿O es que eres demasiado joven para haber aprendido que tocar a alguien sin consentimiento es un delito?

Los ojos de Ricky vacilaron, desconcertado por mi reacción. Se puso en pie de un salto y, temblando de rabia incontenida, me señaló con el dedo.

—¡¿C-Cómo te atreves tú, loca, a ponerme la mano encima?! Tú… ¡¿Crees que mamá se va a quedar de brazos cruzados cuando se entere de esto?!

—Haa…

Decía yo que parecía joven, pero no dejaba de ser un niño. ¡Lo único que se le ocurre decir es: «¡Le diré a mamá!!»

Mi espíritu combativo, se desinfló como si me hubieran echado un jarro de agua fría.

¿Qué demonios estoy haciendo con estos mocosos?

—Sí, corre a contárselo. Pero que te quede claro, sean hermanos míos o lo que sean, si vuelven a hacer una estupidez así, no habrá segunda oportunidad. Les voy a enseñar una lección práctica de que la vida real no es un juego, así que anden con cuidado.

—¡¿Q-Qué dice esta… esta cerda?!

—R-Ricky, no le hagas caso, vámonos rápido —intervino Lillia—. Ya lo dijo el médico, que parece que ha perdido la cabeza. En cuanto vuelva mamá, iremos a contárselo.

—¡Grr… ¡Estás muerta! ¡Ya verás! —gritó Ricky.

Lillia sacó a rastras al exaltado Ricky de mi habitación.

Un profundo silencio cayó tras la tormenta.

En medio de aquel silencio, Rebecca seguía mirándome, aún con la boca abierta.

—S-Señorita…

A juzgar por su reacción, toda la escena —abofetear a Ricky y armar semejante escándalo— no era en absoluto algo que la dueña original de este cuerpo hubiera hecho jamás.

Sintiendo una oleada de cansancio, me dejé caer de espaldas en la cama y le dije a Rebecca:

—¿Podrías salir, por favor? Esto es una pesadilla absurda y necesito despertar cuanto antes. Voy a dormir un poco a ver si se me pasa.

Rebecca asintió dubitativamente y salió. Me obligué a cerrar los ojos e intenté dormir.

Esta situación parece demasiado real ahora mismo… Aun así, ruego fervientemente que solo sea un sueño.

♦ ♦ ♦

¿Habré dormido unas seis horas?

Miré alternadamente la ventana, ya oscura, y el espejo, y me desesperé. Incluso después de despertar, mi extraña apariencia seguía ahí.

—Me voy a volver loca, de verdad…

Mi reflejo en el espejo era solo el de una niña. No había ni rastro de la glamurosa celebridad Juliet Karenina.

Justo en ese momento, cuando la confusión y la desolación hicieron que se me llenaran los ojos de lágrimas…

Algo negro y de aspecto viscoso y palpitante salió disparado de mi cabeza.

—¡Oh, mierda!

Grité, sorprendida, y me quedé paralizada.

Aquello, que a primera vista parecía un pegote de mugre negra, se separó por completo de mi cabeza y empezó a tomar forma gradualmente.

—Oh, Dios. Oh, Dios. Por favor…

Retrocedí horrorizada, sintiendo que me iba a desmayar.

Finalmente, ‘eso’ terminó de adoptar su forma…

¡¿Pero qué demonios es eso?!

¿Una persona? No, tenía forma humanoide, pero no era humano.

Piel oscura y pegajosa, cuerpo musculoso. Las cuencas donde deberían estar los ojos estaban vacías, la nariz era solo un par de agujeros, y una lengua blanquísima se retorcía asomando por una boca rasgada de oreja a oreja.

Recordaba a algún alienígena aterrador de una película.

—¡A-Atrás! ¡No te acerques!

—Espera. Cálmate. No te alteres, Juliet Karenina —dijo el alienígena, alcanzándome al instante mientras yo huía despavorida.

—¡¿C-Cómo quieres que me calme?! ¡Mira qué aspecto tienes!

—Aja.

El alienígena se detuvo en seco y chasqueó algo parecido a unos dedos. Al instante, ocurrió algo mágico.

¿H-Ha cambiado?

El alienígena se transformó en un instante en un chico desconocido.

Pelo castaño, ojos azules, con el aspecto de un muchacho de edad similar a la de este cuerpo.

—¿Así está mejor? Es la cara de Kedrick Reiger, el favorito de Rubette.

Empecé a respirar hondo para calmarme ante aquella situación increíblemente irreal.

¿Sería por el aspecto ahora humanoide del alienígena? Mi corazón, que latía desbocado por la agitación, empezó a calmarse lentamente.

Después de todo lo que había pasado, sentí que ya ni siquiera me extrañaría que apareciera otro alienígena.

—Uf… —dije, intentando mantener la calma—. Puede que sea del gusto de la dueña de este cuerpo, pero… no es mi tipo.

—Me va más, eh… ¿cómo decirlo…? Alguien más maduro… ¿un cuerpo bien formado? Ese tipo de cosas.

—Aja.

El alienígena soltó un «Aja» de asombro ante mi firme declaración de preferencias en medio de aquella situación, y volvió a chasquear los dedos.

Tal como le había pedido, esta vez se transformó en un joven.

Pelo plateado, ojos dorados preciosos; era un hombre apuesto, ya sin rasgos infantiles y de aspecto robusto.

—Oh, Dios mío…

Me quedé tan sorprendida de lo guapo que era el alienígena que olvidé la gravedad de la situación y me quedé embobada mirando su cara.

El alienígena sonrió, como si estuviera satisfecho con mi reacción.

—Es famoso por ser el más guapo de este imperio. Lark van Rashmagh Descarde, el Príncipe Heredero.

—Esta cara sí que es de mi gusto.

—Me alegro.

Hay que reconocer lo que es. Asentí dócilmente al alienígena, que sonreía. Y entonces…

—Tú.

Me acerqué a él de improviso y lo agarré por el cuello de la camisa.

—Antes has pronunciado claramente mi nombre real: ‘Juliet Karenina’. Tú sabes por qué estoy atrapada en esta pesadilla, ¿verdad?

El alienígena, que me miraba fijamente con su atractivo rostro, respondió al cabo de un instante con una extraña mirada:

—Correcto…

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