Traducido por Herijo
Editado por Freyna
Juliet Karenina. No, a partir de hoy, Rubetria Diollus.
He vivido una vida ocupada 24/7/365 en el otro mundo, pero nunca me he sentido cansada. Soy del tipo de persona que disfruta de una vida ajetreada y odia desperdiciar el tiempo.
Ya que de todas formas he cruzado un río sin retorno, lloriquear un día fue suficiente.
Para vivir como Rubette en el futuro, y para pagar la deuda que le debo, tenía que cambiar incondicionalmente esta vida patética, y no podía perder ni un momento en hacerlo.
La buena noticia es que Rubette era bastante lista.
Pasaba la mayor parte del tiempo encerrada en su habitación sin salir, leyendo todo el día. Estudió mucho porque no quería oír que era una carga para la familia.
Aprendió todo tipo de cosas que una dama noble no habría necesitado estudiar en profundidad.
No era tanto que le apasionaran los estudios, sino que le sobraba el tiempo. No solo no había libro sin leer sobre política, economía, sociedad y cultura, sino que también estaba al tanto de lo que ocurría en el mundo exterior leyendo el periódico a diario. Nunca participó activamente en la vida social, pero dominaba la etiqueta y el baile a la perfección, así que ya está todo dicho.
Lo que estudiaste con tanto esfuerzo, lo usaré bien. Por ti.
Tras darle brevemente las gracias a Rubette, pensé.
Bien, lo primero es lo primero.
La motivación ardía en mí.
Debo desmantelar la absurda jerarquía de esta casa, que Molga Diollus maneja a su antojo.
Todos los empleados de esta casa comprados por Molga estaban de su lado. Además, mis dos hermanos mayores, criados por Molga desde niños, desconocían por completo su verdadera cara. La única persona que podría ayudarme era mi padre, pero desafortunadamente, tenía un pequeño problema.
Ha perdido la cabeza. Apenas sobrevive, aferrándose a la vida.
Mi padre, el duque Diollus VIII. Leonard Diollus.
Era un hombre bastante romántico, si se quiere decir de forma amable; pero dicho sin rodeos, no podía ser más irresponsable. La tragedia comenzó cuando su amada duquesa Diollus, es decir, mi difunta madre biológica, murió cuando Rubette tenía cuatro años. Después de su muerte, se volvió completamente apático, abandonando todos sus deberes como cabeza de la familia, por lo que vivía simplemente respirando. Permanece encerrado en su habitación 24 horas al día, 365 días al año, bebiendo sin parar, así que, aunque vivimos bajo el mismo techo, verle la cara es más difícil que contar estrellas.
En fin, por esa razón, desde hacía 10 años, los tres hermanos fuimos criados prácticamente por Molga.
Bueno, eso no significa que papá ignorara por completo a sus hijos, pero…
Para ser justos, el duque, aunque no mimaba a su única hija, era el tipo de padre que le daba una tarjeta negra sin límite para que celebrara una fiesta con sus amigos por su cumpleaños. Yo, en mi mundo anterior, solía cansarme de recibir tanto afecto no solo de mi familia, sino de todo el mundo, así que un padre así sería incluso bienvenido…
Pero la verdadera Rubette necesitaba afecto y atención.
Rubette, cohibida ante su indiferente padre, acabó por cerrarse, y el duque Diollus, por su parte, tampoco prestó mucha atención a su callada hija.
Es realmente desesperante. No hay ni un solo recuerdo con mi padre. Peor que desconocidos. Encima, está destinado a morir antes de cumplir los cuarenta, después de pasarse la vida bebiendo y siendo distante con su hija.
—Señorita, ¿no tiene apetito?
—Ah.
Salí de mis pensamientos de repente. La doncella, Rebecca, con su cabello ceniza cuidadosamente recogido, estaba de pie junto a la mesa del desayuno servido en la habitación, mirándome con preocupación.
Rebecca…
Al recuperar los recuerdos, vi a la joven que tenía delante con otros ojos. Entre los sirvientes del ducado que consentían los abusos de esos demonios, esta amable doncella fue la única que cuidó de Rubette…
Me hierve la sangre.
A raíz de la terrible conmoción ocurrida en el decimosexto cumpleaños de Rubette —algo en lo que no quiero ni pensar, ni mencionar—, Rebecca decidió que ya no podía seguir ignorando el abuso infligido a Rubette. Así que valientemente decidió denunciarlo ante su padre, el duque.
Ese fue el comienzo de la tragedia.
Molga se enteró de antemano, atrapó a Rebecca y le dio una paliza. La voz de Molga susurró mientras me mostraba a una Rebecca que apenas podía respirar:
«—Niña malcriada. Deberías estar agradecida de que Lillia y Ricky incluso invitaran a sus amigos para celebrarte el cumpleaños. ¿Y vas a quejarte por una simple broma entre amigos?»
«—A-Abuela. N-No era mi intención…»
«—¿Por qué mientes? ¿No se lo contaste todo a esta estúpida criada?»
«—Solo le hablé a Rebecca… A mi padre no… no pensaba decirle nada…»
«¿Y me vienes con éso cuando acabo de atrapar a esta criada yendo a la habitación de tu padre para contárselo?»
«—L-Lo siento…»
Rebecca fue encerrada en aislamiento.
«—¡Abuela, por favor, déjeme ver a Rebecca! ¡Ha sido culpa mía, yo he cometido un error…!»
Molga, que vino a ver a Rubette tres días después, mientras ésta suplicaba como un perro, sonrió y le mostró a Rebecca, pero…
«—¿R-Rebecca…?»
Ya estaba muerta. Después de aguantar tres días y tres noches sin tratamiento, sin probar ni un sorbo de agua.
«—Esa chica murió lamentablemente porque abriste la boca cuando no debías».
Molga advirtió a Rubette, que estaba conmocionada al ver cómo se llevaban un carruaje con un cuerpo apenas cubierto con paja.
«—Nuestra buena Rubetria. Si no quieres ver morir a gente inocente por tu culpa, compórtate de ahora en adelante».
Rubette, ya cohibida por el abuso continuo, pensó:
Sí… Actué como una idiota, y por eso Rebecca murió. Debería haberme quedado callada, como hasta ahora…
Al final, la muerte de Rebecca provocó que Rubette se encerrara aún más en sí misma. Era para volverse loca.
—Señorita…
—Oh, lo siento. Estaba pensando en otra cosa.
Los ojos de Rebecca se abrieron de par en par ante mi respuesta.
—¿Ha recuperado la memoria?
—¿Eh? Ah, sí…
La señorita que hasta ayer la trataba con la formalidad reservada a un desconocido había vuelto a ser cercana en un solo día, así que Rebecca parecía pensar que mi espíritu, que “se había ido de casa”, acababa de regresar. Bueno, no estaba equivocada. Sonreí y asentí.
—He dormido un poco y ya me siento despejada. Gracias por tu preocupación.
—¡Uf, me alegro! Hoy pedí especialmente al chef que preparara un montón de los platos que le gustan a la señorita, así que coma mucho.
—Sí…
Lancé una mirada recelosa a la imponente mesa. Un pavo entero asado estaba colocado en el centro, y en el plato justo frente a mí había dos gruesas rebanadas de cordero, un filete de salmón al lado y medio vaso de vino blanco para acompañarlo.
¿Tierra, mar y aire en un solo lugar? ¿Y para desayunar a las 9:30 de la mañana?
¿Es una broma?
Era absurdo, pero era yo, Rubette, quien siempre había comido así. ¿A quién iba a culpar?
—Oye, Rebecca.
—Cuando termine su comida, le traeré un panecillo con mantequilla untado con abundante mermelada de arándanos. Está hecha con arándanos frescos traídos anteayer de la Granja Camilla.
—Sí, entiendo, pero…
—¡Oh! ¿Qué le pasa a su expresión? ¿A nuestra señorita no le apetece hoy pan con mermelada? Entonces, ¿qué tal un pastel de chocolate cubierto de macarrones?
Rebecca guiñó un ojo con un gesto alegre, como si disparara una pistola. Se notaba su conmovedor esfuerzo por parecer más alegre de lo habitual, por animar a la señorita que se sentiría deprimida tras su intento de suicidio.
Pero aun así, no es no.
Aprecio la consideración de Rebecca al preparar una comida magnífica por la mañana, pero la rechacé con un gesto de mi mano.
—Lo siento, pero retíralo todo. Como es una pena desperdiciarlo ya que está preparado, llévatelo y cómetelo tú.
—¿Perdón? ¿No va a desayunar?
Me levanté de mi asiento y hablé mientras me estiraba lentamente.
—Voy a perder peso a partir de hoy.
Miré de reojo a Rebecca, que no respondía, y efectivamente. Con una expresión extraña, parpadeó sus ojos ceniza y asintió apresuradamente. Podía leerle el pensamiento: «¿Cuánto le durará esta vez a la señorita la dieta…? ¿Unos días, o solo unas horas?».
—Ya veo. Pues lo retiraré por ahora, así que avíseme si tiene hambre más tarde.
—No creo que eso suceda. No digo que vaya a pasar hambre, pero voy a ajustar mi alimentación.
—¿Ajustar su alimentación?
—Sí. A partir de hoy, voy a empezar a hacer ejercicio en ayunas durante una hora por la mañana. Así que ten el desayuno listo en mi habitación a las 9:30 después del entrenamiento. El menú es media manzana y un plato de avena.
—¿S-Sí?
—¿No tienes papel y pluma? ¿Quieres apuntarlo?
Rebecca, que parpadeaba con sus grandes ojos, pronto rebuscó en el bolsillo delantero de su uniforme y sacó un pequeño cuaderno y una pluma. Empecé a hablar de nuevo.
—El desayuno es a las 9:30. Media manzana y un plato de avena.
—¡Sí, sí!
—El almuerzo es a la 1. Trae el plato principal habitual del comedor todos los días, pero dile al chef que no lo aderece. Aquí… —Señalé el cordero y el filete de salmón en la mesa—. Este tipo de filetes, sin salsa. —Luego señalé el pavo gigante—. Y los platos de ave, sin salar.
—Pero entonces no sabrá bien, ¿no?
—No pasa nada. ¿Cómo vas a perder peso comiendo todo lo que está delicioso?
—B-Bueno, eso es cierto, pero…
A pesar de su confusión, Rebecca escribía fielmente mis palabras en su cuaderno.
—Y con un solo plato principal es suficiente, no te excedas así, y no sirvas vino. Nada de harina. Y como obviamente no comeré pan, de ahora en adelante no hace falta que preparen cada semana ese tarro enorme de…! —dije con gesto de repugnancia mientras abría los brazos para expresar su tamaño—mermelada. Ah, y…
Arrastré el paquete de dulces que había tirado detrás de la cama. Los dulces de Rubette, bien envueltos y sellados en el mantel.
Hubo un sonido sordo al dejarlo a los pies de Rebecca.
—¿Q-Qué es esto?
—Mis provisiones, las que devoraba a cada minuto tras esconderlas. Llévalas y tíralas todas.