Traducido por Yonile
Editado por Herijo
—¿Del templo?
—Sí, señor. Originalmente, se esperaba su llegada antes de la comida, pero las ruedas del carruaje se rompieron y se retrasó un poco.
—¿Por qué precisamente ahora…? —murmuró el marqués Abedes con nerviosismo.
El sirviente respondió con urgencia:
—El sacerdote indicó que era correspondencia relacionada con la señorita Annabelle.
¿Conmigo?
Yo estaba mirando por la ventana, contemplando soltar las frases que tenía preparadas en cuanto terminara el postre. No tenía la menor intención de involucrarme con esta familia turbia más allá de disfrutar de una comida deliciosa. Mi objetivo era establecerme discretamente en la capital.
¿Por qué sacrificaría mi reputación? No deseaba sufrir en un lugar lejano, sin conexiones. Esa fue la razón por la que no me marché al extranjero tras recordar mi vida pasada.
Especialmente por Richard… él es de los que pagarán con creces por sus actos, así que solo necesito darle un par de golpes y largarme de aquí.
Sí, me producía cierto asco, pero no necesitaba llevar mi venganza hasta el punto de que se convirtiera en una molestia para mí. ¿Acaso no era mi especialidad causar pequeñas y fastidiosas inconveniencias?
A juzgar por su actitud, imaginé que me daría algo de dinero si se lo pedía, pero no quería exprimirlo más de lo necesario.
Pero, ¿qué clase de carta nos enviaba el templo, involucrándome a mí y a esta gente?
El marqués Abedes frunció el ceño, desdobló la carta y comenzó a leerla pausadamente:
—Estimado marqués Abedes, he oído que hoy se celebra una comida familiar muy significativa…
Puse los ojos en blanco y jugueteé distraídamente con un mechón de mi cabello. Mi pelo, de un violeta claro, tenía un matiz ligeramente rojizo, distinto al de los Abedes.
—Permítame ofrecerle un regalo por esta ocasión tan especial.
Si la carta del Sumo Sacerdote hubiera llegado un poco más tarde, podría haber causado un desastre considerable.
—La señorita Annabelle es mi benefactora, quien me salvó con intenciones puras y nobles.
Ni una palabra de esa frase era cierta, pero tampoco vi necesario señalarlo. Volví a tomar el tenedor, pensando que sería una simple carta de agradecimiento y felicitación, pero me detuve al oír la siguiente línea:
—Dentro de una semana celebraré mi ceremonia de jubilación, y durante la misma, realizaré una prueba de paternidad.
¿Una prueba de paternidad? ¿Él va a hacer eso?
Una prueba de paternidad requería una cantidad considerable de poder divino. Una vez realizada, el sacerdote quedaría incapacitado durante varios días y nunca había un sustituto disponible para él. Era evidente que sentar un precedente así abriría la puerta a innumerables solicitudes similares.
Ah, por eso lo hace coincidir con su ceremonia de jubilación. Su sucesor probablemente se lamentará al ver el precedente sentado.
—Como bien sabe, el procedimiento requiere cuatro permisos.
Si eran cuatro, se refería a los permisos de la familia implicada, el propio sacerdote, la deidad y la familia real.
—Dado que la aprobación del templo ya está asegurada, confío en que el Marqués y la señorita Annabelle llegarán a un acuerdo en la mesa. Y, aunque no puedo asegurarlo, los rumores sugieren que el Príncipe Robert podría conceder el permiso real, ¿no es así?
Richard, siempre tan experto en controlar sus expresiones, no pudo evitar abrir la boca, sorprendido. El marqués Abedes terminó de leer la carta con voz temblorosa:
—Sin duda, será una ceremonia de jubilación muy significativa. El templo también informará al público que siempre recompensa la bondad recibida. Espero, pues, su respuesta positiva.
La ceremonia de jubilación del Sumo Sacerdote se celebraría en la plaza Eilas, la más grande de la capital, capaz de albergar a una multitud. Su ceremonia de retiro era un evento de gran escala al que asistían la familia real, altos nobles, miembros del templo y también plebeyos interesados. Y pretendía realizar la prueba de paternidad delante de todos ellos.
Cuando la lectura concluyó, un pesado silencio se instaló en la mesa.
¿Ahora resulta que esta gente, que me ha tratado como basura solo para intentar robarme dinero, quiere darme su apellido?
Hacía tiempo que había decidido convertirme en una persona nueva, libre de ataduras a esas cosas. Es cierto que ahora no tenía dinero, pero conservaba mis habilidades y mi orgullo.
Pero…
Recordé sus palabras anteriores: “Te ayudaré, porque somos una familia”.
Dudaba que fueran tan descarados, pero ahora debían estar lamentando haber dicho eso. Prometí no aceptar ni una joya de esta casa, pero el derecho a la herencia era algo completamente diferente. Con tanto dinero y estatus en juego, valía la pena jugar esa carta hasta las últimas consecuencias. Podría vivir como una noble sin apenas esfuerzo.
Yo, que conservaba mis tendencias de villana (aunque algo torpes), tomé la decisión fácilmente. Incluso si la familia acababa repudiándome, tendría que ser después de asegurarme el derecho a heredar. Viviría a cuerpo de rey después de recibirlo todo, sin darle un céntimo a Reid.
—Uh, uh, ja, ja… —El marqués Abedes forzó una sonrisa torpe. Claramente, no esperaba este giro de los acontecimientos.
Rechazar el favor del Sumo Sacerdote en estas circunstancias equivalía a ignorar abiertamente al templo. Además, era una elección que lo dejaba en una posición muy comprometida. Aceptar la prueba significaba, indirectamente, darle peso a mi conexión con ellos, complicando su situación respecto a mis anteriores afirmaciones sobre Robert.
—No puedo creerlo… —masculló Elburn entre dientes, pero Richard lo interrumpió bruscamente.
—¡Qué excelente noticia! —exclamó. Como era de esperar, fue rápido. Parecía haber reprimido su instinto inicial.
A estas alturas, no había nadie en la sociedad que no conociera mi supuesta relación con el marqués Abedes. Les resultaría muy difícil manejar la situación si rechazaban el favor del templo. Y mientras todos piensen que soy la pareja de Robert…
Preferirían darme el derecho a heredar y usarlo como una tapadera segura, quizás incluso como espía para Robert. Además, lo que sea que estén tramando ahora es algo turbio… Deben temer que Robert se entere.
Entonces, hablé con una sonrisa:
—En ese caso, deberíamos enviar una respuesta al templo de inmediato.
El marqués de Abedes se vio obligado a asentir. Escribió una respuesta que decía: ‘Agradecemos profundamente la bondad del templo. El marqués de Abedes y Annabelle Nadit aceptarán encantados’. Y la envió.
Con el consentimiento de las partes obtenido, solo quedaba un paso para la prueba de paternidad: el permiso de la familia real. La gente del marqués Abedes no tuvo más opción que consentir.
Así que me había tocado el premio gordo.
—Yo me encargaré del permiso de la familia real —dije, interviniendo. —Si se lo dejaba a ellos, había muchas posibilidades de que algo saliera mal. —Añadí con complicidad: —Ya saben, por la conexión entre el príncipe Robert y yo.
Y como había ocurrido algo tan impactante, nuestra cena terminó abruptamente, sin siquiera abordar el tema de cómo manejar la situación con Robert.
♦♦♦
Mientras Annabelle cenaba con los Abedes, en otra parte de la ciudad, el duque y la duquesa de Wade también cenaban y conversaban sobre ella.
—Las cosas se han complicado desde que Annabelle empezó a relacionarse con el príncipe Robert. Por eso le preocupa verse envuelta en una relación con la familia imperial.
Braden, el duque, vaciló.
—Bueno, Leslie… ambos solo se han visto unas pocas veces. Decir que están involucrados sentimentalmente…
—Un par de encuentros son suficientes para iniciar una relación.
—Si ese es el caso, Ian se encuentra con Annabelle casi todos los días…
—Ian es diferente. Esos dos tienen una relación pésima.
—No, pero quizás podrían llegar a llevarse bien…
—¿Por qué dices eso? ¿A Ian le gusta Annabelle?
—No es eso… es solo una sensación que tengo…
—Querido, ¿tienes algún problema con la vista o el oído? ¿O quizás con la cabeza? —Leslie sonrió con incredulidad, como si el tema no mereciera discusión.
—¿Estás comparando al Príncipe Robert con Ian ahora mismo? Seamos objetivos. ¿Cómo comparas a Ian, que no ha hecho más que pelearse con ella, con el príncipe, que se le acerca con toda clase de halagos y detalles?
Braden empezó a sentir la misma frustración que experimentó cuando cortejaba a Leslie años atrás. Era aún más frustrante no poder darle una respuesta adecuada. Y era obvio que su hijo, tan parecido a ella, pensaría de la misma manera. Lamentablemente, no tenía pruebas, solo su instinto, así que no podía refutarla.
¿Existe mayor tragedia?Soy el único en este mundo que conoce los verdaderos sentimientos de mi hijo.
Tragó saliva, presagiando que sus quebraderos de cabeza no harían más que empeorar. Ya fue difícil conquistar a su esposa; conseguir una nuera sería varias veces más complicado.
En aquel entonces, solo tenía que lidiar con Leslie; ahora tengo que manejar a Leslie, a Ian y a la señorita Annabelle…
Mientras Braden suspiraba con resignación, Leslie le dio una palmada en el hombro.
—Está bien, cariño —dijo con una sonrisa cálida y tono amable. —Me entristece que te desanimes solo porque tu instinto te falla. No es pecado ser un poco despistado.
Braden no pudo negar las palabras de su audaz y amada esposa, así que respiró hondo. Leslie, completamente ajena al significado de ese suspiro, añadió a modo de consuelo:
—Y entiendo tu preocupación. Nunca ha habido un caso de un miembro de la familia imperial casándose con una plebeya. No importa cuánto se atraigan, podría tener un final difícil.
Inclinó la cabeza por un momento y luego agregó:
—Me pregunto si la señorita Annabelle será reconocida como miembro del marquesado de Abedes… Aunque, francamente, creo que eso sería muy difícil.