Traducido por Herijo
Editado por Dea
Mi señorita había estado actuando extraño estos últimos días.
Bueno, casi siempre actuaba de forma inusual, pero desde hace un tiempo que la oía tararear alegremente a altas horas de la noche.
Eso por sí solo no es tan malo, pero lo que me preocupaba era el aroma penetrante que salía de su habitación.
En un principio pensé que había algo podrido, pero cuando fui a buscar no pude encontrar nada.
En cuanto a dónde no busqué…
La alacena que mi señorita secretamente usa.
Siempre que entraba a su habitación mientras ella estaba tarareando felizmente, se apresuraba a esconder algo dentro de los cajones con urgencia.
De allí provenía el fuerte aroma.
Qué sospechoso…
Miré por encima de la alacena.
Mi señorita no se encontraba, ya que estaba en la academia.
Es algo malo de mi parte mirar sin su permiso. Pero ese olor…
Recientemente ese aroma empezó a desprenderse incluso de sus manos.
Lo que me hizo preguntarme…
Perdóneme, señorita…
Lo que encontré dentro era un frasco.
Solo un envase común y corriente con algo en su interior.
Lentamente retiré la tapa para ver el contenido del mismo.
—¡Qué hedor!
El frasco estaba lleno de una sustancia lodosa de color café. El rojo áspero de la pimienta de cayena se asomaba desde diferentes puntos..
Parecía una olla maldita.
Una maldición hecha por mi dulce señorita…
¿Por qué? ¿Hay alguien que le hizo algo tan terrible que necesitaba sufrir de una maldición?
Pensando en lo que pudo haber sufrido, mis ojos se pusieron llorosos.
Esa alegre y refrescante niña había sido presionada al punto que tuvo que maldecir a alguien. Las lágrimas no se detuvieron
Cuando mi señorita regresó de la academia, notó que mis ojos estaban rojos y que no podía aguantar más.
—¿Qué ocurrió, Sisie? Debió ser algo demasiado malo como para hacerte llorar. Si hay algo que pueda hacer no dudes en decirlo.
—¡Señorita…!
Las lágrimas empezaron a salir de mis ojos en el momento que le confesé que había visto el frasco.
—Oh, entonces lo viste…
—L-Lo siento, pero estaba preocupada por el olor. ¿Será que la maldición ya no servirá? ¡Aun así no es bueno maldecir a las personas!
—Quería que lo probaras una vez que estuviera terminado… ¡Espera! ¡¿Maldición?!
—¿Probarlo?
Mi señorita me permitió probar de sus encurtidos.
Al principio estaba sorprendida por lo salados que eran, pero el sabor era delicioso. Eran parecidos a los pepinillos y a su vez muy diferentes.
Mi señorita se quejó de que aún no estaban listos y de cómo el gusto era demasiado ligero. Pero al menos no era una maldición después de todo.
Aparentemente ella estaba tarareando con felicidad mientras hacía la mezcla para los encurtidos.
Realmente, era demasiado impredecible.
Pero estaba muy feliz de que no se tratara de una maldición.
Su alegre tarareo hizo eco esa noche.