Traducido por Herijo
Editado por Dea
Después de la escuela, me encontraba sola en el jardín con una expresión en blanco debido a que no sabía como encarar a Remy y a Angie.
Me aseguré de vigilar a esta última, pero no noté ninguna interacción con el maestro Alfred.
También quise hablar con Remias, pero era un tema difícil y que me fue imposible de sacar.
Y por lo tanto estaba ahí sentada, sintiéndome incómoda mientras comía algunos encurtidos.
—Cosette tus aperitivos de hoy son… ¿vegetales?
Miré detrás de mí y vi a Remias acercándose.
Él odiaba los vegetales, pero conforme fue creciendo les fue agarrando el gusto.
¡Haces sentir orgullosa a tu madre!
Empecé a explicarle qué era lo que estaba haciendo.
—Este es un platillo llamado verduras encurtidas. Es un poco salado, pero ese el punto bueno de ellas, ahora ¡prueba!
Remias las miró con una expresión extraña mientras las empujaba a su rostro.
—Hoy traigo brotes de bambú y patatas encurtidas, el salvado de arroz también está listo y es delicioso. Toma aquí, aquí.
Los encurtidos normalmente eran de berenjenas y pepinos, pero las papas también eran una excelente opción.
Incluso le di unas cuantas al chef principal y recibí el sello de aprobación.
Estos ahora formaban parte del menú de la casa; se podría decir que estaban a punto de convertirse en algo realmente popular.
Las verduras encurtidas serían servidas junto con los sándwiches en lugar de los tradicionales pepinillos.
Incluso podrían servir para limpiar el paladar durante una comida de varios platos.
Estaba sorprendida por todas las nuevas posibilidades que descubrí después de probarlas con jamón y pan.
Eran realmente infinitas.
La próxima vez las probaría con mayonesa.
Remias, de manera cautelosa, llevó las verduras encurtidas a su boca. Su expresión cambió.
—¡Están buenas! Nunca había probado algo así antes, pero es tan refrescante como rico. Qué extraño…
—Me alegra que las disfrutaras. Estoy bastante orgullosa de mi trabajo con esos encurtidos. Lo que hice para aumentar su sabor fue…
Qué cerca.
Casi le digo cómo están hechos.
Habiendo dicho eso, ahora me encontraba sola con Remias.
Era una gran oportunidad para hablar sobre cierto asunto.
Y para mi suerte, nadie se encontraba a nuestro alrededor.
Había estado tratando de descubrir cómo se sentía Remias con respecto al duque Dolanju, pero parecía que trataba de evitar cualquier charla relacionada con él.
Por lo que me había sido imposible averiguar cómo se sentía.
Así que hoy era mi oportunidad. Intentaría profundizar un poco más esta vez.
—Remias…
Lo miré directo a los ojos.
No quedaba nada del chico flaco y desnutrido de aquella ocasión.
Casi parecía otra persona, con sus bellas líneas de sus mejillas y su pelo dorado que parecía de seda.
Sus labios que comieron los encurtidos eran de un color durazno claro, que estaban en armonía con su piel pálida.
Tal vez no fue la mejor ocasión para darle los encurtidos.
Su pintoresca belleza no encajaba con el aspecto sucio de los encurtidos.
Pero por lo menos eso me ayudó a mantener la calma.
—¿Qué ocurre, Cosette?
Él me sonrió.
—Remias… solo me preguntaba cómo es tu padre…
Se congeló en el acto.
¡Claro que lo haría! Tenía pocas ideas sobre cómo abordar el tema, pero esta era de las peores. ¡Fui demasiado directa!
—Se… Se podría decir que no concuerdo con él en muchas cosas… Somos incompatibles.
Estaba sosteniendo mi cabeza con remordimiento cuando la suave voz de Remias llegó a mis oídos.
—¿Incompatibles?
—Padre quiere la guerra con Rumerica. Dice que nos beneficiaría en gran medida y que es lo mejor para el país. Pero no puedo estar de acuerdo con él. Puede que Rumerica sea un país pequeño, pero eso no garantiza nuestra victoria. Y la guerra lastimara a los civiles y agotará al país, pero más que nada mucha gente morirá. Cualquier beneficio será sólo temporal.
Él lucía como si estuviera tratando de soportar algo.
Era doloroso solo de ver, por lo que tomé su mano.
Remias vio a nuestras manos juntas y siguió hablando
—Preferiría ver la cultura de este país crecer mientras la paz continua, a ir a la guerra. La paz es lo que permite nuevas culturas y el desarrollo del arte… Quiero ser pintor.
—Sí, sé que siempre has amado pintar imágenes.
Los cuatro habíamos ido a incontables días de campo mientras éramos niños.
Cada uno hacía lo que quería, y Remias siempre pasaba su tiempo pintando.
Dijo que no le permitían pintar en casa, así que guardaba sus herramientas con nosotros, e incluso cuando le decíamos que jugáramos a las escondidas él se negaba.
Cuando volábamos cometas, George se rió de mis lamentables dibujos por lo cual después de ese incidente siempre pintaría con Remias.
Sus habilidades mejoraron y eventualmente se sentía como un desperdicio usarlas en los cometas.
—Todavía tengo todos los cometas que pintaste para mí.
—Vi que los enmarcaste. Gracias a ti, me fue posible pintar todo lo que quise. Pero en casa…
El padre de Remias veía sus pinturas como una debilidad por lo que las rompía sin pensarlo dos veces.
—Es impensable para mí que alguien rompa pinturas tan bellas.
—Quiero evitar la guerra a cualquier costo, incluso si significa exponer los crímenes de mi padre.
La mirada fuerte de Remias vio a través de mis intenciones
—¿No era eso lo que querías preguntar?
—Sí…
Él notó mi propósito.
Me sentía como una cobarde, así que miré hacia otro lado. Remias apretó mi mano con fuerza.
—Encontraré las pruebas de lo que está haciendo. Probablemente sea el único que puede hacerlo.
—Remias…
—Incluso si no logra poner a Remy en la posición de reina, mi padre no descartara la idea de ir a la guerra tan fácilmente. Incluso los otros están empezando a inclinarse hacia su lado. No tenemos mucho tiempo.
El duque Dolanju comenzaba a obtener apoyo de los otros nobles.
El que apuntara a la posición de la reina era solo un seguro extra.
—Pero quiero aunque sea ayudar a Remy. No me importa lo que me ocurra, caeré junto a padre si es necesario. Sin embargo, ella no sabe nada. Simplemente está enamorada de su alteza.
Remias mordió su labio con coraje.
Ahora fue mi turno de apretar su mano.
—No te preocupes, sé que los dos saldrán bien. Aún no se si haya algo en lo que pueda ayudar, pero no pienso dejarlos sufrir.
Nunca permitiría que eso pase.
Su majestad tampoco lo querría.
No estaba segura de la severidad de los castigos de este mundo, pero seguramente la pena de muerte no era la más común.
Espero…
—Cosette… Gracias.
Limpié las lágrimas de su rostro con mi pañuelo y, acto seguido, Remias me abrazó.
Permanecimos así un largo rato.
Ninguno de los dos notó la sombra que nos observaba.