Traducido por Den
Editado por Meli
『Cualquier consulta sobre las hadas es siempre bienvenida.
Doctora de hadas, Lydia Carlton.』
Alrededor del atardecer, apareció una clienta frente al umbral de la casa de Lydia. Era una mujer mayor que llevaba un ostentoso vestido de color azafrán y una capa de piel.
—¡Cielo santo! ¿Se le propuso un hada? —jadeó Lydia.
—Sí. Me gustaría aceptar su proposición. —La mujer sonreía como una joven inocente—. Sin embargo, mi familia no está de acuerdo conmigo —explicó—. No puedo entender por qué casarse con un hada es indecoroso.
—Entiendo, pero le aseguro que en el pasado se establecieron unas cuantas alianzas.
Hacía tanto tiempo que no tenía una consulta de verdad que Lydia estaba emocionada.
—Y, si no es inapropiado de mi parte, ¿qué clase de pretendiente es? —preguntó a la expectativa.
—Al principio parecía muy diferente, de hecho, se presentó con la apariencia de un joven apuesto. Pero no me sorprendí cuando me enteré de que no era humano.
Parece que no es ni un brownie ni un hobgoblin que resida por aquí.
—Por ahora, señora Hadley, ¿me lo podría presentar? Podría actuar como un enlace para ambos y tratar de convencer a su familia.
—¿De verdad? ¡Eso sería maravilloso! —exclamó—. Qué alivio. Me alegro tanto de haber venido a visitarte. —Satisfehca, la mujer tomó las manos de Lydia entre las suyas.
Historias como esta, eran comunes entre mujeres jóvenes. No obstante, existían muchos tipos de hadas en el mundo. Y era entendible que alguna se le propusiera a esa anciana pura y adorable.
—Traeré té. Por favor, póngase cómoda. Discutiremos los detalles mientras nos deleitamos con algunos refrigerios —ofreció Lydia, levantándose.
Necesito saber todos los detalles con exactitud. Esta es una ocasión tan jubilosa. ¡Incluso podría ser mi primer paso para ser reconocida por fin como una doctora de hadas!
Para la gente las hadas solo eran personajes de los cuentos infantiles para la hora de dormir. No hace mucho tiempo, nadie habría dudado de su existencia. Sin embargo, con la llegada del siglo XIX y todos los cambios drásticos en la industria, el pueblo de Inglaterra las había olvidado rápidamente.
Pero Lydia sabía que seguían existiendo. A donde quiera que fuera las veía y oía sus voces. Algún día, como su difunta madre, quería convertirse en una doctora de hadas de la que las personas dependieran y llegar a ser respetada por sus buenas acciones. En ese momento aún era una novata, no obstante, estaba muy motivada.
—Será mejor que esa anciana no esté senil —comentó una voz que provino de lo alto de las estanterías.
Lydia observó como una galleta que flotaba en el aire recibía un mordisco. Pronto apareció un gato de largo pelaje gris que se lamía los labios en busca de alguna migaja. El animal se sentó encima de una estantería y cruzó las patas traseras. Se acomodó su corbata favorita y se peinó los bigotes de los que estaba muy orgulloso, y miró a Lydia.
—¡Nico! ¡Eso es muy grosero!
—Pero, sabes, en tu caso, aunque puedes ver hadas, no tienes buen ojo para la gente.
—Cuando está relacionado con los humanos, ¡como humana, por supuesto que lo sabría! —espetó mientras echaba agua caliente en una olla.
—Pero hasta ahora no ha sido así. El cliente anterior era un autoproclamado ángel y antes de él, un espiritista. Creíste en todas sus locas fantasías y fracasaste por completo. Incluso esa anciana, con su historia de que una apuesta hada se le propuso, suena como uno de sus sueños —replicó el gato gris mientras meneaba su larga cola.
Era el hada, amigo de la infancia de Lydia quien hacía comentarios desagradables. Pero no era convincente, pues él no actuaba tal cual era.
—Esta vez, sin duda alguna, es una petición de verdad. Porque hay hadas que pueden adoptar una forma humana, ¿sabes? —El timbre de la puerta sonó con insistencia—. Vaya, ¿otro visitante? Nico, ¿podrías preparar el té?
—¿Qué? Explotas demasiado a las hadas.
Sin prestar atención al gato protestón, Lydia se apresuró hacia la puerta principal. Cuando la abrió, se encontró con un caballero corpulento.
—Creo que mi tía le ha hecho una visita —dijo, quitándose el sombrero.
—Hmm, ¿se refiere a la señora Hadley?
—Discúlpeme. —Entró en la casa. Después de ver a la anciana sentada en el sofá del salón, la agarró del brazo con rudeza—. Tía Ruth, por favor, deja de hacer el ridículo. Eres el hazmerreír del pueblo por hablar de hadas y de casarte con una.
—¡Espere un momento! Por favor, no juzgue de esa manera. Llamar la atención de un hada en realidad no es tan inusual —afirmó Lydia ante el repentino intruso.
—Ya veo. —El caballero la miró con incredulidad—. Escuché que la hija de Carlton era un bicho raro y parece que los rumores son ciertos. Solo alguien como tú podría conversar con una anciana senil.
—No estoy senil —protestó la dama—. ¿Quién eres? Por favor, suéltame —pidió.
—¿De qué hablas, tía Ruth?
—¡Ya sé! Mi padre te ha enviado, ¿verdad? Porque parece que no puede abandonar la idea de casarme con la familia que dirige el banco.
—¡Dios bendito! —gritó el hombre y se volvió hacia Lydia—. Como puedes ver, mi tía piensa que es una debutante.
—¿Eh?, pero eso no significa que se haya inventado la historia de que un hada le pidió matrimonio…
—Por desgracia… —El hombre comenzó a arrastrar a la mujer hacia la puerta—. Jovencita, si sigues hablando de hadas, dudaré de tu cordura.
—¡Pero soy una doctora de hadas! Una experta en hadas, así que, por favor, si tan solo me escuchara…
—¿Una doctora de hadas? ¿Usas hechizos mágicos antiguos? ¡Como si eso fuera creíble! La gente incluso dice que eres una intercambiada con sangre de hada. Entonces, en realidad lo eres si las hadas existen.
Una intercambiada. Las hadas se llevan al bebé humano y lo reemplazan por su propio hijo. Para Lydia, la verdadera hija de la casa Carlton, esos rumores no eran más que una puñalada a su corazón. Sus ojos verdes con matices dorados, su mirada perspicaz o su buen olfato parecían ser de otro mundo, por eso, desde niña los vecinos a menudo murmuraban al respecto.
—Aun así, por favor, no involucres a mi tía en una de tus fantasías. No es capaz de distinguir el sueño de la realidad —reclamó el hombre.
Lydia, desanimada por sus comentarios, no intentó impedir que se llevara a la anciana.
Las personas vivían como si las hadas no existieran, no obstante, hablaban mal de ellas. A pesar de que ese gran país estaba demasiado ocupado tratando de aceptar nuevos inventos y culturas de otras partes del mundo, todavía tenía tiempo para rechazar todo lo que creían irracional y ambiguo.
Sin embargo, la conexión con las hadas aún no estaba rota. Esa era una razón más por la que las personas trataban inconscientemente de ignorar su presencia y de olvidarse de ellas.
—Esa mujer estaba senil, tal como dije —alardeó el gato apoyado en la puerta de la cocina sobre sus patas traseras. Dio un sorbo a la taza de té recién servida que sostenía en la pata.
¿Por qué no puede quemarse la lengua?, pensó Lydia mientras suspiraba.
—No lo creo. Aunque se considerara una joven, ¿llegaría al extremo de usar a un hada como pretendiente? Habría funcionado con un hombre apuesto —comentó, dirigiendo la mirada hacia la puerta. En ese momento, vio algo brillante que yacía en el portal y lo recogió—. Ah, me pregunto si se le cayó a la señora Hadley. ¡E-Esto es un Cristal de Nieve!
Era un cristal transparente con forma de copo de nieve convertido en un colgante. Era gélido al tacto, se había originado en las profundidades del agua. Había oído que se formaba a partir de las burbujas de las hadas de agua dulce, juntando partículas siderales brillantes que se cristalizaban para crear esa hermosa flor de seis pétalos.
—¿Es real? —Nico lo tomó en su pata y le dio un lametón—. Hmm, sabe a hielo.
—¡Nico! ¡Harás que se derrita!
—Un verdadero Cristal de Nieve no se derrite, aunque lo tires a una chimenea —replicó y lo dejó caer en su taza. En el té con leche, la flor de hielo transparente permaneció abierta.
—Eso significa que la señora Hadley realmente conoció a un hada. Porque esto solo puede encontrarlo un hada que vive en el agua. Estaba diciendo la verdad.
—Bueno, Lydia, eso es problemático. Un hada que vive en el agua y puede transformarse en un humano apuesto solo puede ser un feroz kelpie.
—¿Un kelpie? Eso es imposible. Nunca he visto uno cerca de este pueblo.
—Puede que haya bajado por el río.
Según los relatos: eran hermosos caballos que vivían en aguas dulces; aquellos humanos que se dejaban cautivar por su seductora apariencia eran arrastrados hasta las profundidades del agua para ser devorados. A la mañana siguiente, solo el hígado intacto regresaba a la orilla del agua.
—Ay no, si planeaba invitar a la señora Hadley al agua… Nico, ¡tenemos que apresurarnos!
—¿A qué?
—A comprobar si hay o no un kelpie.
—Ah no. No quiero. No deseo regresar como un hígado.
—¿Así que tienes un hígado, aunque eres un gato sobrenatural? —Lo sujetó para que no desapareciera.
—Vamos, ¡suéltame! ¡Me estás despeinando!
—Entonces ¿vienes?
—¡Está bien! —accedió a regañadientes—. Caray, eres demasiado irascible —se quejó—. Pero la noche es demasiado peligrosa, así que iremos mañana, ¿de acuerdo?
Después de soltarlo, el gato resopló enfadado y peinó rápidamente su suave pelaje gris con las patas.
♦ ♦ ♦
Al día siguiente, Lydia se dirigió de inmediato al río situado a las afueras del pueblo. No había nadie en la ribera, cuya superficie reflejada el cielo nublado y gris, haciéndolo aún más deprimente. Junto con Nico, se acercó con cautela a la orilla, en busca de cualquier onda antinatural.
—Oye, Lydia, hay alguien ahí.
Un fuerte viento sopló. Ella se sujetó el cabello y entrecerró los ojos para observar mejor a una figura de pie junto al lecho del río.
—¡Señora Hadley! —Corrió hacia ella—. ¿Qué hace aquí?
—Ah, señorita Carlton. —Desvió su vista del agua a Lydia, cubría su cabello gris con un chal—. Por favor, disculpe que me haya ido ayer de esa manera. Parece que mi padre no aprueba mi matrimonio con un hada.
—Hmm, sobre eso, yo…
—Pero estoy muy agradecida por tu amabilidad. Fuiste la única que me creyó.
—Señora Hadley…
—Ruth. Por favor, llámame Ruth. Quiero que seamos amigas.
—Claro.
—Estaba esperando verlo. ¡Qué oportuno! Te lo presentaré.
—¿Un caballo acuático? ¿Aquí? ¡¿Dónde?!
Miedoso —pensó cuando notó que Nico había desaparecido—. Debo alejar a la señora Hadley.
—En cualquier caso, Ruth, el viento es demasiado fuerte. ¿Por qué no regresamos al pueblo?
Cuando estaban a punto de ponerse en marcha, una voz las interrumpió.
—Oye, humana, ¿eres la mocosa esa?
Lydia se dio la vuelta y se encontró con un joven que se interponía entre ellas y el río. Tenía el cabello negro como el carbón y era muy apuesto, con un escultural cuerpo. Tenía un rostro armónico. Era una creación tan perfecta que no se compraba con nadie que haya visto. El hombre la examinó con su mirada penetrante.
—Hmmm, eres más atractiva de lo que esperaba.
—Qué amable de tu parte.
—Y también tienes un bonito trasero. —Lo trazó desde arriba de la falda.
—¡¿Qué estás haciendo?! —Le dio una bofetada en la mejilla.
En ese instante, un fuerte viento se alzó y en la superficie del río comenzaron a formarse ondas embravecidas. Frente a ella, el hombre cambió de forma, convirtiéndose en un hermoso pero intimidante caballo negro.
—¿U-Un kelpie? Ruth, ¿es él?
—No… Tenía el cabello plateado…
Lydia retrocedió mientras protegía a Ruth, que estaba detrás de ella.
—Oh, así que no eras la mocosa. Ya veo, parece que he olvidado lo rápido que envejecen los humanos.
—¿Quién eres? ¿Qué le pasó al pretendiente de Ruth?
—Vine a ver qué clase de mujer será la novia de mi hermano. —El kelpie dio vueltas alrededor de ambas. Temblorosa, Lydia buscó dentro de su bolsillo—. Habla de dejar nuestro territorio para casarse con una humana. Por supuesto, me opuse, pero no me hizo caso. Así que, sentí curiosidad por la clase de mujer que podía hacer que actuara así. Si resultaba ser escoria, planeaba devorarla.
—¡No te acerques más! —amenazó Lydia, sujetando una ramita de espino blanco—. Soy una doctora de hadas, por lo que no permitiré que la lastimes.
—¿Una humana pequeña como tú? Primero de todo, un hechizo para ahuyentar el mal tan insignificante como ese no surtirá efecto sobre mí. —Relinchó con fuerza, alzándose con ferocidad.
El caballo negro se acercó y Lydia se estremeció, demasiado asustada para hablar. Apretó sus párpados y sintió algo suave como una pluma tocar su rostro.
—Hermano, por favor, detente.
Abrió los ojos con cautela y vio que había un joven de cabello plateado de pie frente a ella, como si las protegiera de la Corte Unseelie. El suave toque debió haber sido su larga cabellera, no, su crin.
—¡Ruth…! —El joven se apresuró a sujetar a Ruth, que se había desmayado del miedo.
♦ ♦ ♦
Fue hace medio siglo. Ruth se crió en las Tierras Altas de Escocia, en una región donde se decía: vivían caballos acuáticos. Allí, la joven conoció a uno, en su forma humana, y se enamoraron. Sin embargo, su padre ya la había comprometido y, para colmo, el hombre desapareció, temiendo que llegara el momento en que descubriera que era un hada feroz devorador de humanos. Pero incluso después de muchos años, él no pudo olvidarla. Pensando que ahora era la única oportunidad que tendría para estar con ella, dado que la vida de un humano es muy corta, fue río abajo hasta el pueblo.
Según el hermano menor kelpie, no se había olvidado de ella, quien había conservado el Cristal de Nieve que le había regalado. Este se alegró mucho con su reencuentro y le pidió matrimonio de inmediato, pero siguió sin poder decirle que era un caballo acuático.
Esa fue la historia que Lydia escuchó en cuanto llegaron a la casa Carlton. Ruth, que había sido llevada por el hermano menor, descansaba en uno de los dormitorios.
El kelpie tenía una voz dulce y modales elegantes. A diferencia de su hermano mayor, era más delgado, aunque también tenía esa belleza estatuaria.
Aun en su forma humana, Lydia no podía dejar de pensar en lo poco realista de la situación. Frente a ella, había dos hombres apuestos: uno de cabello plateado sentado con gracia, con las manos apoyadas en las piernas; y otro de pelo negro reclinado en una silla con los pies sobre la mesa, con una actitud arrogante e intimidante.
—Son caballos. ¡Caballos! —murmuró Lydia con vehemencia, sin razón alguna.
—Doctora de hadas, abandonaré esta tierra. No debería haber venido para empezar.
—Oye, ¿estás bien con eso? —gritó el hermano mayor.
—Hermano, ¿no te oponías?
—Por supuesto. En cualquier caso, aunque los llevemos al mundo de las hadas, los humanos siguen teniendo una esperanza de vida muy corta. Pero he sido testigo de cuánto sufrías y es insoportable seguir viéndote tan desconsolado.
—Resulta que tienes un lado bueno —comentó Lydia.
—Por supuesto que sí. ¿Qué tan bajo pensabas de este magnífico kelpie?
—Que eras un kelpie bárbaro.
—Maldita perra, ¿quieres ser devorada?
—Hmph, sé perfectamente que un kelpie fuera del agua está indefenso. Si no, no te habría invitado a mi casa.
—Menuda mocosa engreída. En serio, ¿qué tienen de especial las humanas?
—Ruth es una mujer educada y modesta. —Se volvió hacia Lydia—. No, quiero decir, cada mujer humana es única y…
—Está bien… No necesito que un caballo trate de ser cortés.
—Deja de decir caballo. ¡Somos nobles kelpies! Menos este de aquí, que es defectuoso. Por lo general, tenemos nuestro propio territorio y vivimos en soledad. Pero él se queja de estar solo y siempre me sigue. En primer lugar, la razón por la que conoció a una humana y la eligió como pareja fue porque es un inútil. Así que te garantizo que un kelpie normal no podría ser capaz de vivir feliz con un humano, ¡pero este sí!
—Tu hermano menor ya ha dicho que se irá. Y creo que es lo mejor. Sea como sea, un matrimonio entre un humano y un kelpie es imposible. Ruth se desmayó después de ver tu transformación, debió haber sido una gran conmoción para ella.
El kelpie pelinegro guardó silencio, como arrepentido de lo que había dicho.
—No es tu culpa, hermano. Es mejor así. Lo iba a descubrir de todos modos. Me alegro de que todavía me recuerde después de todo este tiempo —expresó el hermano menor.
—Bueno, entonces —comenzó a decir Lydia. Se levantó y sacó el Cristal de Nieve del bolsillo de su falda—. Este fue el regalo que le hiciste a Ruth, ¿cierto?
—¿Por qué lo tienes tú? —preguntó el mayor.
—Se le cayó. En cualquier caso, si se destruye, nunca podrás volver a acercarte a ella, ¿cierto?
Era un método que se utilizaba de vez en cuando para cortar el contacto con la Corte Unseelie: destruir el regalo que recibiste de aquel con el que quieres cortar cualquier lazo. De esa forma, el hada perdería de vista a ese humano.
—Oye, no hace falta ir tan lejos —interrumpió el mayor.
—No, estoy de acuerdo. Por favor, hazlo —intervino el menor, con dulzura pero seguridad.
Eran hadas que eran bestias salvajes. Pero los kelpies atraían a los humanos, sus presas, con su fuerte y noble presencia. No obstante, al ver cuánto se preocupaba por Ruth ese hombre de cabello plateado y aspecto frágil y tranquilo, y que estaba dispuesto a alejarse de ella por su bien, a pesar de que sufría con ello, Lydia tuvo que recordarse a sí misma que seguían siendo hadas feroces.
—Oye, Lydia, ¿sabes cómo destruir el Cristal de Nieve? —preguntó Nico cuando los hermanos ya se habían marchado. Estaba reclinado sobre el reposabrazos del sofá y sonreía descaradamente.
—Nico, ¿cómo te atreves a abandonarme y huir?
—No te abandoné, solo me hice invisible.
—Lo pasaré por alto esta vez. Así que háblame del Cristal de Nieve.
—Por desgracia, tampoco sé nada. Todo lo que sé es que si intentas romperlo o quemarlo será en vano.
—¿Eso es todo? Entonces deja de ser tan vanidoso.
Cuando la ocasión exigía su ayuda, ese gato era inútil.
—Puede que Ruth lo sepa —dijo, mirando hacia la puerta, ahí estaba Ruth, de pie.
—Ruth, estás despierta. ¿Cómo te sientes? —preguntó Lydia mientras se acercaba y la guiaba hasta el sofá para que se sentara.
Desconcertada, pasó sus dedos por su larga melena gris desenredada, como si quisiera confirmar que eran realmente suyos,
—Había olvidado… que he envejecido tanto. Nunca podría haber ido con él desde el principio.
Ante sus palabras, Lydia se quedó perpleja.
—¿No estás asustada de los kelpie?
—¿Kelpie? Aah, sí, cuando era niña un sacerdote me dijo que eran caballos acuáticos feroces. Me explicó que no me acercara a la orilla del agua sola. Por eso tenía el pequeño presentimiento de que era un kelpie.
—¿Y aún así te enamoraste de él?
—No estaba asustada en absoluto. Porque siempre fue muy amable, tanto, que no me llevó al agua.
Así que no se había desmayado porque era un kelpie. Sino porque el caballo acuático negro había amenazado con devorarla.
—Cuando se marchó la primera vez, me arrepentí. Me di cuenta de que en el fondo debí haber estado dudando al enterarme de que era un kelpie. Hay gente buena y mala en nuestra sociedad y, sin embargo, no entiendo por qué no pude creer en él. Al casarme y volver a este pueblo, incluso después de tantas décadas, ese arrepentimiento nunca se desvaneció. No fui infeliz, pero no podía estar con mi hijo ni mi marido. Después de que mi sobrino se hiciera cargo del negocio familiar y me quedara viuda, seguí sintiéndome como una extraña en la casa Hadley.
—¿Por eso pensaste en ir con él esta vez?
—Si él, cuya apariencia no ha cambiado desde entonces, todavía desea tenerme una vez más…
Confiar en un kelpie era inimaginable. Aunque el hermano menor era sin duda diferente del resto de su especie, su madre le había dicho que el deber de un doctor de hadas era mantener a las personas alejadas de las hadas malvadas. Humanos y hadas, en ocasiones sus caminos se entrelazaban y podían establecer una buena relación, sin embargo, a veces, no deben mezclarse. Especialmente con los caballos acuáticos, clasificados como la Corte Unseelie. El peligro era desmesurado. Por eso, no se permitía contraer matrimonio con esas criaturas.
—Fue estúpido de mi parte. Aunque él no ha cambiado, yo sí. Debe haberse decepcionado de mi aspecto actual. Como es un alma tan amable, no dijo nada. —Ruth notó el colgante de Cristal de Nieve que Lydia tenía en su regazo, y suspiró—. Debe sentir lástima de mí, quien sigue obsesionada con esta vieja herida. —Tomó colgante de la mano de Lydia y le quitó la cadena. Entonces, comenzó a llevárselo a la boca.
—¿Qué estás haciendo?
—Dijo que si me lo tragaba, se derretiría y desaparecería. De esa forma, no podrá volver a verme… Debería… Debería haber hecho esto hace mucho tiempo, antes de que viera mi cuerpo envejecido.
Con que el Cristal de Nieve se destruye de esa forma…
Lydia comprendió que el kelpie, consciente de sus instintos, le había revelado a Ruth cómo mantenerlo alejado. Tal vez quiso evitar ver su rostro atemorizado una vez que descubriera su identidad. Esos eran los sentimientos que albergaba en el fondo de su corazón. Los humanos y los caballos acuáticos no estaban hechos el uno para el otro, se supone que no. No obstante…
—Espera, ¡detente! —gritó Lydia, arrebatándole el Cristal de Nieve y fijando su mirada en su rostro anonadado—. ¡No puedes darte por vencida! Él te ama incluso ahora. Pero tenía miedo de que descubrieras que era un kelpie y lo odiaras. ¡Aaah! ¡Por qué tenéis que preocuparos por detalles menores! Si de verdad os preocupáis por el otro, ¡dile la verdad y averigua lo que piensa!
—P-Pero…
—Ven conmigo. ¡Si no nos damos prisa, esos dos se irán del pueblo! —exclamó y jaló a Ruth por el brazo. Salieron de la casa y se dirigieron hacia el río. La enardecida determinación de Lydia hizo que terminara arrastrando a Ruth como una muñeca.
Cuando llegaron a la orilla del río, la superficie del agua mantenía su color oscuro y reflejaba las nubes grises. Atravesaron el bosquecillo y Lydia se acercó al río y miró detenidamente la superficie.
—Oye, Lydia, ¿no ibas a cortar los lazos con los kelpie? —preguntó Nico, que las había seguido.
—Sí… Como doctora de hadas esa debería ser mi prioridad. Sin embargo, soy amiga de Ruth. No puedo separarlos cuando están profundamente enamorados —explicó y se volvió hacia el agua—. Kelpie, ¿me escuchas? ¡Ruth dice que no te tiene miedo, aunque seas un kelpie! Por eso necesito estar segura de una cosa… —Tomó aire y gritó—: ¡¿Y tú?! ¡¿No la amas porque ahora es una anciana?!
Sobre el quieto reflejo de pronto se formaron turbulentas ondas. Ambos caballos acuáticos se alzaron en las olas. La crin de los hermanos brilló con el arco iris de gotas. Sobre la superficie del agua, parecía como si los envolviera una luz cegadora. El aire a su alrededor estaba teñido de un resplandor misterioso que provenía de un reino separado al mundo de las hadas. De repente sintió una débil y escalofriante sensación de peligro originada por el increíble espectáculo, pero por el bien de Ruth, fue valiente y alzó la voz.
—Aah, caray, le dais demasiadas vueltas. Oye, hermano menor, ¿eso crees que es ser un hombre? Aunque seas un caballo acuático mientras tengas amor, seguirás intentando cortejarla. ¡Eso es lo normal!
—Ser un kelpie y ser un hombre no es lo mismo —señaló Nico, cosa que ignoró.
—Entonces ¿no vienes? —lo apresuró Lydia y le dio el Cristral de Nieve a Ruth—. Pues muy bien, entonces ella se tragará el Cristal de Nieve.
En ese momento, el caballo plateado trotó en su dirección. Una vez cerca de ellas, se transformó con gracia en un hermoso hombre.
—Ruth, no has cambiado nada. Todo lo que veo es la forma de tu alma. Si no me tienes miedo, ¿pasarías el resto de tu vida conmigo?
Apretando el Cristal de Nieve en su mano, Ruth asintió. Luego, se giró hacia Lydia con una sonrisa en el rostro y la abrazó con suavidad.
—Lydia, gracias… Me alegro tanto de que nos hiciéramos amigas…
La soltó y se alejó en silencio. A medida que se acercaba al caballo acuático, la luz que lo envolvía arropó a Ruth y su cabello gris se convirtió en un rojo brillante. Lydia los observaba con ojos llorosos: los brazos del hombre abrazaban a una joven llena de vida.
♦ ♦ ♦
—Justo cuando haces una amiga humana, vas y la envías al mundo de las hadas —se quejó el gato gris sentado en una silla. Movía los bigotes como si también disfrutaran de la fragancia de la taza de té que sujetaba con la pata delantera.
—No hay nada que pueda hacer. Fue por el bien de Ruth.
—¿Te das por vencida en hacer amigos humanos y decides aumentar tus amigos hadas en su lugar? —Miró con recelo al hombre de pelo negro ondulado que masticaba galletas.
—¿Qué es esto? Qué comida tan blanda.
—Para empezar… —Sus manos, con las que sujetaba la tetera, temblaron—. ¿Por qué estás aquí, Kelpie?
—Bueno, mi hermano menor se fue a la nueva frontera con su novia. Y, es bastante aburrido ahora…
—¡Eso no significa que tengas que venir a mi casa!
—También he comenzado a interesarme por los humanos.
—Aunque observaras a Lydia, ella no podría igualar a un ser humano normal.
—¿Qué? ¡Nico! ¿Qué significa eso? —gritó Lydia. No se había dado cuenta de que muy pronto la gente cotillearía sobre la hija de los Carlton que conversaba acaloradamente con solo un gato en su casa.
Fin.