El renacimiento de una estrella de cine – Capítulo 36: Medicamento salvavidas

Traducido por Shisai

Editado por Shiro


Qi Shaodong, subgerente de Constructora Horizonte.

Y, al mismo tiempo, hermano menor de Qi Shaohua, heredero designado de la nueva generación de Constructora Horizonte.

Estos dos hermanos no eran como en la familia Qiu, donde luchaban entre sí por el poder y el control.

A diferencia de la familia Qiu, entre estos dos hermanos no existía una lucha a muerte por la sucesión. El patriarca Qi lo había dejado claro desde el principio: solo Qi Shaohua, hijo de la primera esposa, tenía derecho a heredar el emporio familiar. Qi Shaodong, nacido de un segundo matrimonio tras la muerte de aquella esposa, solo recibiría una pequeña porción de la fortuna: suficiente para vivir con holgura, pero sin poder alguno. Al fin y al cabo, era gracias al respaldo del clan Wei —la familia de la primera esposa— que los Qi habían podido expandir sus dominios comerciales en los últimos años.

Así, Qi Shaodong creció como hierba silvestre: descuidado desde la infancia, pero también libre de las ataduras que imponía la ambición.

No obstante, mostró aspiraciones. Estudió en el extranjero y, de regreso, comenzó obediente desde los peldaños más bajos, ascendiendo hasta alcanzar el cargo de subgerente. Claro estaba, detrás de cada paso se escondía la mano de su madre, tejiendo hilos en la sombra para abrirle el camino. Sin embargo, por mucho que escalara, jamás podría sobrepasar a su hermano mayor. Quizás por esa misma conciencia de desigualdad, el patriarca Qi prefería pasar por alto los deslices de su hijo menor, cerrando los ojos en especial ante aquellos escándalos románticos que arruinaban relaciones ajenas.

Como si buscara colmar una carencia, el apuesto Qi Shaodong parecía encontrar un placer particular en «robar» las novias de otros. Y esos «otros», curiosamente, solían ser herederos promisorios de sus respectivos clanes. Al principio, nadie se atrevía a asegurar que lo hiciera con premeditación; después de todo, mientras no hubiera matrimonio de por medio, todos eran libres. Pero cuando las últimas dos relaciones repitieron el mismo patrón, los rumores comenzaron a propagarse, envueltos en un velo de misterio.

Y en más de una ocasión, la familia Qiu y Constructora Horizonte habían competido en el terreno inmobiliario. De ese subgerente de identidad peculiar, Qiu Qian ya tenía un informe detallado guardado en sus archivos.

Así, apartó con suavidad a Qiu Xiaohai, se dirigió al estudio, rebuscó en un cajón y extrajo una pequeña caja negra. Tras manipularla unos instantes, se colocó los auriculares y regresó al televisor.

La pantalla ya mostraba a otra celebridad ingresando al evento. En el sofá, Qiu Xiaohai se inclinaba una y otra vez, intentando apartar con el cuerpo la figura que bloqueaba a A-Bai en la transmisión, algo inútil frente a la fría superficie del cristal. Al verlo, Qiu Qian no resistió la tentación de hundir con afecto la cabecita de su hijo bajo su palma.

—[…] Permítanme presentarles. Este es el señor Qi Shaodong, subgerente de Constructora Horizonte. Y este, estoy seguro de que les resulta familiar. —La voz de Su Quan, mezclada con el bullicio, llegó hasta el auricular con un susurro estático.

—¡Ja, ja! En efecto, soy un ferviente admirador del señor Bai. —Se alzó entonces una voz ágil, pulida, cargada de elegancia—. Qi Shaodong. Es un honor, señor Bai. Hace mucho que lo admiro.

—El honor es mío. Usted es demasiado cortés, señor Qi —respondió Bai Lang, con tono mesurado.

—No se trata de cortesía —prosiguió Qi Shaodong, con una sonrisa perceptible en su voz—. Su interpretación de Li Chuanqing en Oro y Jade dejó a mis… amigos de juerga sonrojados y sudorosos. Ese porte, esa aura… todos admitieron, suspirando, que palidecían a su lado. Durante un tiempo incluso estuvo de moda imitarle a escondidas.

—¡Pues yo aún no he descubierto en qué te has esforzado por imitarlo, joven maestro Qi! —Rio Quan Qu.

—¿Y eso es un cumplido, Quan Qu? —replicó Qi Shaodong con fingido reproche—. Justo ahora que me esmero en aparentar elegancia, vienes a insinuar que antes ya era igual de refinado.

—Digamos que es un refinamiento… poco convencional —bromeó Su Quan—. Pero constante, eso sí.

Shiro
La expresión que Su Quan utiliza es un término mordaz para alguien que usa una apariencia educada y elegante para encubrir una naturaleza inmoral o despreciable. Pero él lo usa como un insulto cariñoso entre amigos.

—¿Y qué clase de presentador eres, saboteándome de esa forma? —se quejó Qi Shaodong con tono teatral.

Bai Lang respondió con una risa leve, acompañando el juego.

—En la serie no fue más que actuación. ¿Cómo podría compararse con la auténtica distinción del señor Qi?

—Por favor, no sea tan formal —replicó Qi Shaodong, adoptando un tono más cercano—. Si hasta Su Quan me llama «joven maestro Qi», usted también puede hacerlo. Qué casualidad: justo estos días hablaba de usted con Su Quan, y hoy, el destino me ofrece la fortuna de conocerlo. Dígame, ¿tendría tiempo para cenar alguno de estos días? Podría reunir a esos amigos de los que hablé en una velada informal.

Shiro
Se pierde en la traducción, pero la palabra «joven maestro» usa el mismo caracter (Shao) que el del nombre de Shao Qidong. De allí el sobrenombre y el juego de palabras.

Ante el televisor, los ojos de Qiu Qian se entornaron con peligroso fulgor.

—Oye, si cada admirador pidiera cenar con él como tú, el señor Bai no tendría un minuto de paz —intervino Su Quan, mitad en broma, mitad en serio.

Su Quan lo bloqueó de una manera algo falsa.

—Entonces, ¿al menos una copa? —cedió Qi Shaodong con amabilidad—. El señor Bai acaba de protagonizar un nuevo anuncio de cerveza, muy atractivo por cierto. ¿Qué le parece si lo celebramos después del evento?

Antes de que Bai Lang pudiera responder, Su Quan se adelantó con tono pícaro:

—Eso sí que no. A estas horas, el señor Bai no puede aceptar invitaciones así porque sí. A cierta persona no le haría ninguna gracia.

—¿Oh? —La voz de Qi Shaodong se deslizó en un registro diferente.

Fue en ese momento cuando Qiu Xiaohai se lanzó de improviso sobre su padre, tirando sin querer del cable y arrancándole los auriculares. Para cuando Qiu Qian logró recolocárselos, la conversación ya se había desvanecido en fórmulas vacías.

El ceño de Qiu Qian se frunció. El pequeño saboteador, tumbado sobre su vientre, se quejó:

—Ya no se ve a A-Bai.

Aunque insoportable a ratos, seguía siendo adorable. Qiu Qian pellizcó suavemente la boquita fruncida de su hijo.

—Entonces vayamos a buscar a A-Bai para traerlo casa.

—¿De verdad? —los ojitos de Qiu Xiao Hai brillaron al instante.

Qiu Qian recordó las advertencias de Bai Lang.

—¿Terminaste la tarea?

El niño se encogió de hombros.

—Todavía no.

—Tráela. La terminas y nos vamos.

—¡Sí!

♦ ♦ ♦

En el corazón de «Calle caótica» hervían persecuciones, forcejeos en el pavimento y peleas de esquina.

Tanto el novato policía Chen Fengge como el matón callejero Luo Zai —ambos encarnados por Bai Lang— cargaban con una exigencia física incesante, sus cuerpos convertidos en el epicentro de la acción.

El equipo de producción, consciente de ello, invirtió con generosidad en un coreógrafo profesional. Su tarea: diseñar dos estilos de lucha opuestos —uno pulcro, de élite; otro callejero, brutalmente eficaz— y preparar a los actores con un entrenamiento riguroso, capaz de reducir al mínimo los tropiezos en el plató. Porque las coreografías de combate, como toda disciplina atlética, demandan práctica constante: la brecha entre un cuerpo afinado y uno torpe es abismal.

Bai Lang asumía el rol de Luo Zai. El otro protagonista, el joven policía Chen Fengge, caía en manos de Sun Xibin: un rostro radiante de Flying Sky Films. No encajaba en el canon de belleza clásico; sin embargo, su piel tostada y su sonrisa amplia, blanca como el sol, le otorgaban un carisma cálido y cercano. Sumado a una actuación natural, que lo había llevado a interpretar a obreros y campesinos, Sun Xibin era un veterano muy por encima de Bai Lang en experiencia.

Así, una vez confirmada la dupla, ambos se sumergieron en una suerte de «clase intensiva de educación física». Por sus agendas enredadas, entrenaban separados, cada cual con un instructor propio.

Para Bai Lang, era territorio desconocido. Jamás en su vida anterior había rozado el cine de acción; su imagen de entonces lo volvía inconcebible para el género.

La razón de que Calle caótica lo eligiera como matón se hallaba en el guión: Luo Zai debía ser un gánster de rostro inusualmente refinado. Más adelante incluso aparecería disfrazado de joven aristócrata, desconcertando a contrabandistas con esa fachada impecable. Así, la elección de Bai Lang resultaba menos extraña de lo que parecía. El verdadero reto residía en su actuación: debía imprimir a sus facciones delicadas un aire de maleante, sin traspasar la línea de lo vil que repelería al espectador.

Pero antes de desplegar arte, debía atravesar un purgatorio físico. Entrenamiento marcial, exprimido en cada resquicio de su agenda.

El instructor asignado fue un sargento retirado de la marina. Aún portaba la severidad militar en cada gesto, y en la boca, un vocabulario tan áspero como una lija. Creía en la obediencia absoluta: «una orden, un movimiento». Poco le importaba el estatus del alumno; toda protesta era respondida con improperios, acusaciones de debilidad enfermiza y desprecio abierto. En los primeros días, Bai Lang, falto de preparación mental, no solo soportó insultos, sino que terminó con los músculos rendidos, desplomándose en la cama en cuanto llegaba a casa.

Intentó, claro, negociar pausas para recuperar el aliento. Pero en el ejército no existen descansos para soldados rasos. Cada vez que lo pedía, el instructor lo cubría de sarcasmos, llamándolo inútil, diva consentida, perezoso que solo buscaba comodidad… La incesante cascada de burlas estuvo a punto de hacer perder la paciencia al siempre templado Bai Lang.

La primera semana entera fue solo de fundamentos. No fue hasta la segunda que comenzaron los verdaderos golpes y patadas. Entonces, entre sesiones de sparring, su cuerpo acumuló cardenales, manchas azules que florecían sobre su piel. Bai Lang llegó a sospechar que el viejo le guardaba un rencor oculto, o que quizá algún enemigo lo había enviado para castigarlo bajo la apariencia de un entrenamiento.

Y aun así, no podía negar su eficacia. Su patada giratoria, su barrido bajo, hasta sus rodadas evasivas eran ahora más precisas, más ágiles que dos semanas atrás. Mientras pudiera dosificar el descanso, no pensaba quejarse. Después de todo, las punzadas de dolor parecían poca cosa frente a los insultos que lo empujaban a resistir.

Lo que Bai Lang callaba, sin embargo, Qiu Qian lo sufría con impaciencia.

Llevaba dos semanas aplicándole ungüentos y linimentos, viendo cómo cada músculo adolorido se teñía de moretones. Aunque Bai Lang le aseguraba que era parte del proceso, Qiu Qian no podía resignarse. Su reloj-espía quedaba inservible durante las sesiones, y Hong Hong había sido expulsado desde el primer día con la excusa de que «los métodos eran confidenciales».

Pero la autoridad del instructor no bastaba para detener a Qiu Qian. Una tarde eligió irrumpir en el estudio.

El guardia en la entrada dudó, paralizado por el aura feroz y descarada que desprendía Qiu Qian, y finalmente no se atrevió a interponerse.

Así llegó a tiempo de presenciar cómo Bai Lang, cubierto de sudor, recibía insultos y golpes al mismo tiempo, entrenando bloqueos bajo una lluvia de ataques. Qiu Qian se despojó de la chaqueta con un gesto brusco y la dejó caer al suelo.

—¡Vaya espectáculo! —tronó su voz—. Insultar así de fácil debe de ser un lujo. Vamos, prueba con alguien de tu tamaño.

El viejo instructor, encolerizado por la irrupción, gruñó:

—¿Qué mocoso insolente es este?

—¡Usando tus propias palabras, el que te va a hacer llamar a tu madre soy yo, tu puto padre! —replicó Qiu Qian con una sonrisa feroz, descargando un puñetazo certero.

De inmediato, una sucesión de alaridos desgarró el aire del estudio, reverberando en las paredes desnudas. Desde luego, no provenían de Qiu Qian.

Y Bai Lang no se movió para detenerlo.

Su rostro, desvaído, se contrajo mientras buscaba recuperar el aliento y contener el latido desbocado que sacudía su pecho. Instantes atrás había rogado que detuvieran el ejercicio, pero el viejo instructor, impasible, había ignorado sus palabras, obligándolo a continuar bajo aquella presión implacable. Ya extenuado por el entrenamiento previo, Bai Lang sintió por primera vez en carne viva una malicia cruda y tangible.

Por eso, no tuvo más remedio que replantearse la situación desde los cimientos.

Calle caótica era producida por Full Color Pictures, una compañía de peso considerable, sin lazos directos con Hong Yu. La influencia de este quizá alcanzara los márgenes, pero a juzgar por su aparente cordialidad anterior, no había motivos para suponer que se esforzara tanto en hacerle la vida imposible.

Si se pensaba en Li Sha, con quien había tenido aquel desagradable choque por Kang Jian, su padre dirigía Harmony Entertainment, principal competidor de Full Color. Bajo ese contexto, parecía improbable que ella pudiera infiltrar sabotajes en la producción rival.

Entonces, de todo el equipo, la única figura con la que arrastraba cuentas pendientes era Su Quan. Aun después de aquella disculpa velada, Bai Lang nunca creyó que la actitud de este en la reunión hubiera sido un simple desliz.

Pero, ¿qué sentido tenía enviar a alguien para que lo maltratara de esta forma? ¿Pretendían que abandonara el proyecto? ¿O querían, a través de la lengua venenosa del viejo instructor, esparcir rumores de que era un vago indisciplinado que no se tomaba en serio su trabajo? Métodos tan burdos hacían que dudar de Su Quan resultara inevitable: ¿sería realmente tan torpe?

Y, yendo un paso más allá, ¿no sería todo esto obra de Qi Shaodong, quien tras el estreno de El emperador Feng no había dejado de llamarlo con fingida preocupación?

Tras barajar posibilidades sin alcanzar una respuesta clara, Bai Lang levantó la mirada y se encontró con el rostro de Qiu Qian, oscurecido por la furia.

Para entonces, el viejo instructor yacía ya en el suelo, retorciéndose entre gemidos. Qiu Qian se inclinó hacia Bai Lang, que permanecía sentado, exhausto, y preguntó con voz tensa:

—¿Por qué no dijiste nada?

—¿El entrenamiento militar no es siempre así? —respondió Bai Lang, sin emoción en la voz.

Qiu Qian entrecerró los ojos.

—Te lo pregunto otra vez: ¿la razón real?

Bai Lang vaciló antes de admitir, con un hilo de voz:

—Yo tampoco lo entiendo del todo. ¿Qué iba a decir?

—¡Idiota! ¿Crees que si lo hubieras contado no lo habríamos investigado? —La mano de Qiu Qian tembló, ansiosa por descargar otro golpe, pero el hombre frente a él era el único al que no podía permitirse herir.

—La serie ni siquiera ha empezado a rodar. Crear un escándalo ahora… ¿para qué? —Bai Lang dejó escapar una sonrisa amarga—. Estoy cansado. ¿Podemos irnos a casa?

Con el rostro aún encendido por la rabia, Qiu Qian lo levantó en brazos.

—Si tú no mueves ficha, lo haré yo. ¿Qué demonios temes?

Bai Lang, apoyándose contra él, frotó suavemente su frente en señal de tregua.

—Hoy puedo darte la razón una vez. No te enfades.

Qiu Qian apretó los dientes hasta sentir el rechinar en su mandíbula.

♦ ♦ ♦

Nadie habría imaginado que, pocos días después, algo aún más grave incendiaría su ira.

La ocasión fue la fiesta de cumpleaños de seis años de Rong Zan. Tras escuchar el deseo del niño de invitar a Qiu Xiaohai, Rong Ai recordó la promesa hecha en el banquete de celebración y decidió cumplirla, extendiendo una invitación a la familia de Qiu Qian —los tres— para una reunión íntima, solo con los miembros del clan Rong.

Pero la alegría se quebró apenas cortado el pastel. Rong Ai comenzó a sufrir una súbita opresión en el pecho, dolor torácico, dificultad para respirar, náuseas y un sudor frío que empapaba su frente. Síntomas claros de un infarto. Lo más aterrador: jamás había tenido antecedentes cardíacos y, entre los cajones repletos de medicinas, no se halló ningún fármaco de emergencia, sumiendo a los presentes en un caos impotente.

No obstante, los Rong estaban acostumbrados a enfrentar crisis. Mientras unos llamaban a la ambulancia, otros buscaban instrucciones médicas por teléfono. El problema era que la mansión principal, donde se celebraba la fiesta, quedaba en las afueras, a media hora del centro. Incluso un helicóptero tardaría más de diez minutos en llegar. Entretanto, el rostro de Rong Ai se desvanecía en un blanco espectral, su respiración se hacía frágil, entrecortada.

El hermano mayor de Rong Siqi, con expresión sombría, habló al teléfono con voz urgente:

—¿340 mg de aspirina? No, no, ya buscamos. Aquí no hay. La farmacia también está lejos. Solo podemos esperar al equipo de rescate. ¿De verdad no hay otra medida? ¿Masaje cardíaco? ¿Algún procedimiento de emergencia?

Shiro
La aspirina ayuda a diluir la sangre, lo que puede prevenir la formación de nuevos coágulos o el crecimiento de los existentes en las arterias coronarias. Esto mejora el flujo sanguíneo hacia el corazón y puede limitar el daño muscular, lo que da más tiempo hasta que la persona pueda recibir atención médica en una clínica.

Todos contenían la respiración, atrapados en esa espera insoportable mientras aguardaban el helicóptero. Lo único que podían hacer era escuchar, en tenso silencio, la conversación de Rong Sichen con el médico al otro lado de la línea.

Del altavoz brotó un suspiro denso, cargado de gravedad:

—El masaje cardíaco no debe aplicarse a la ligera, salvo como último recurso absoluto. En este caso, recomiendo resistir unos minutos más y esperar la asistencia médica profesional. Es lo más seguro.

Al oírlo, los rostros de los Rong, apiñados alrededor de Rong Ai, se tiñeron de sombras aún más hondas.

Como invitados, Qiu Qian y Bai Lang habían permanecido al margen desde el inicio, cuidadosos de no entorpecer. Qiu Xiaohai, entretanto, apretaba con fuerza la mano de un pálido Rong Zan, como si en ese gesto torpe y frágil quisiera entregarle un hilo de consuelo.

Fue en medio de aquella atmósfera sofocante, cuando cada segundo se sentía eterno, que Bai Lang dio un paso al frente. Abrió la mano y reveló una pequeña caja.

—Tengo el medicamento. Aspirina de 340 mg. Denle una al señor Rong, rápido.

Los ojos de Rong Siqi se iluminaron al recordar algo olvidado. Rong Sichen, sorprendido, se inclinó hacia él, aunque la cautela le templó la voz:

—¿Está seguro? ¿Es de verdad aspirina? ¿Por qué la llevas contigo?

Bai Lang no se atrevió a mirar a Qiu Qian. Apenas dejó escapar una sonrisa amarga.

—Porque yo padezco la misma condición.


Shisai
¡Hola! Estaré ayudando a Alba de vez en cuando. Así que no se asusten si me ven en algunos capítulos, jaja.

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