El renacimiento de una estrella de cine – Capítulo 39: «Calle caótica» comienza su filmación

Traducido por Beemiracle

Editado por Shiro


La terminación unilateral e inesperada del contrato de representación artística de Su Quan por parte de Total Entertainment cayó como una bomba, sacudiendo los cimientos de la industria del entretenimiento. Y dado que Luo Zhenan —el representante a cargo de Su Quan— había sido incorporado a la compañía precisamente por él, la rescisión arrastró consigo su propia expulsión.

Pero aquello fue solo el principio. Total Entertainment anunció al mismo tiempo la cancelación de todos los proyectos y colaboraciones vinculados con Su Quan.

Esto significaba que los trabajos conseguidos gracias al patrocinio de la empresa quedaban ahora en suspenso: o bien se cancelarían, o bien habría reemplazos. Con la reputación de Su Quan, era improbable que los involucrados aceptaran su reemplazo de inmediato, pero la retirada masiva de respaldo sería un golpe devastador a su imagen, sobre todo cuando los motivos de la rescisión permanecían envueltos en un silencio inquietante.

Al amanecer, una multitud de periodistas ya se agolpaba frente al edificio de apartamentos de Luo Zhenan; la mansión independiente de Su Quan, con su vasto jardín, era mucho más difícil de sitiar.

En ese instante, Luo Zhenan caminaba de un lado a otro por su sala, teléfono en mano y el ceño crispado.

—¡¿Qué demonios está pasando?! ¿A-Quan, el jefe Qiu se ha vuelto loco? ¡¿Por qué no recibí la más mínima advertencia?! ¿Acaso esto también es cosa del viejo Hong? ¿Fue él quien presionó directamente a Total Entertainment?

Al otro lado, solo hubo silencio.

—¡Si había algo, al menos podrías habérmelo dicho! ¡Debía estar preparado! ¡Esto es increíble! Yo, tu mánager, me entero por el periódico. Fang Hua acaba de llamar: no dio explicación alguna, solo dijo que la compañía pagará la penalización en tres días. ¡Eso significa que es un hecho consumado, que no hay vuelta atrás! —La voz de Luo Zhenan estaba cargada de exasperación—. ¿No tenías buena relación con el jefe Qiu? ¡¿Qué ocurrió?!

—Primero averigua si hay novedades en el equipo de Calle caótica. Pregunta específicamente por cambios de personal. —La voz de Su Quan al fin emergió, tan serena que parecía ajena a la tormenta.

—¿Calle caótica? ¡¿Qué importancia tiene eso ahora?! —Luo Zhenan, desbordado, casi gritó—. ¡La rescisión es un escándalo, y sin razón! ¡Es como si te echaran a patadas! Todos esperan saber lo que pasó, debemos decidir cómo responder…

—¡Basta de tonterías y haz lo que te digo! —La voz de Su Quan se volvió cortante—. Hay algo que necesito confirmar. Quiero la respuesta antes del mediodía.

—¿Y qué hago con los periodistas? —Luo Zhenan tragó su rabia, forzado a mantener la compostura—. ¡Estoy completamente a ciegas! ¿Qué se supone que debo decirles?

—¿Eres tú el mánager o yo? —replicó Su Quan, con evidente impaciencia—. ¿Tengo que hacer también tu trabajo?

Un gruñido ahogado ardió en el pecho de Luo Zhenan: ¡Maldición! Pero contuvo la ira y respondió:

—De acuerdo. Diré que no te encuentras bien, que llevas días descansando en casa, y que por ahora no hay comentarios. Tú no respondas llamadas. Pero esto no puede prolongarse. Mañana necesitamos una respuesta clara. Así que, pase lo que pase, esta noche debes explicarme con exactitud qué…

La línea murió.

Su Quan había colgado sin más. Luo Zhenan no tuvo tiempo de indignarse: con rostro sombrío, se pasó una mano por la cara, abrió su agenda de contactos y comenzó a mover hilos. Después de todo, llegar a ser el representante de un Emperador del Cine no era cosa de pusilánimes.

♦ ♦ ♦

Al otro lado, en su villa suburbana, Su Quan volvió a marcar el número de Qiu Qian.

De nuevo, apenas un tono antes de ser enviado al buzón de voz.

Desde temprano en la mañana, había dejado decenas de mensajes de voz y textos. Ninguno había obtenido respuesta.

Era evidente: su número había sido añadido a una lista de rechazo, bloqueando cualquier intento de comunicación.

Con el rostro sombrío, Su Quan colgó la voz mecánica femenina del buzón y probó suerte con el teléfono fijo de la villa. La misma respuesta. En ese punto, la contención se quebró: estrelló el auricular contra la base con violencia.

Un estallido seco, como si pretendiera destrozar también las insinuaciones que Hong Yu le había lanzado horas antes a través de la línea:

«… El señor Qiu y yo hemos alcanzado un acuerdo mutuamente beneficioso».

«Creo que nuestra colaboración permitirá al Grupo Enjiang un desarrollo sin precedentes».

«El señor Qiu es, sin duda, un joven perspicaz. Sabe distinguir lo esencial, lograr grandes cosas… y es lo bastante desprendido…».

Su Quan cerró los ojos, forzándose a contener la rabia que le subía a la garganta. Luego, respiró hondo y marcó otro número. Esta vez, el de Wang Yun.

Para su sorpresa, la llamada fue atendida tras unos pocos timbres.

—¿Le contaste a A-Qian lo de la enfermedad de Bai Lang? —disparó sin rodeos.

La voz de Wang Yun vaciló un instante.

—¿No querías decírselo tú mismo? Vi el periódico hoy y pensé que era…

—¡¿No se lo dijiste?! —interrumpió Su Quan con brusquedad.

—No. —La respuesta fue firme.

—¿Entonces tampoco le dijiste a A-Qian que yo lo sabía? —apretó aún más el ritmo.

—Naturalmente que no. —La voz de Wang Yun sonaba tensa, como si midiera cada palabra—. Pero, A-Quan, ¿qué está pasando entre tú y A-Qian? ¿Qué clase de pelea tuvieron?

—Nada. Un simple malentendido. —El suspiro de Su Quan alivió levemente la presión, y su tono se suavizó—. Pase lo que pase, no le digas que fuiste tú quien me habló de Bai Lang. No quiero que descargue su ira contigo.

Wang Yun bajó la voz.

—Sin razón, no se enfadará conmigo.

—Por eso mismo me preocupo. Debe de haber un malentendido. —La voz de Su Quan se tornó casi suplicante—. A-Yun, ¿podrías ayudarme a concertar un encuentro con A-Qian? No logro localizarlo.

—Si lo llamo ahora, sabrá de inmediato por qué.

—Inténtalo, por favor. Dijiste que me ayudarías.

—Si acepta mi llamada, lo haré.

—¡Gracias! No olvidaré tu ayuda, A-Yun.

♦ ♦ ♦

Tras colgar, Wang Yun apagó deliberadamente su teléfono. Luego tomó el portabolígrafos de su escritorio y lo guardó en una caja de cartón.

Era el último objeto.

Alzó la mirada y recorrió por última vez aquella oficina que había ocupado apenas unos días.

Había sido el anhelo de años: llegar al mejor hospital, tratar los casos más difíciles. Así creía poder compararse con sus tres brillantes amigos, resplandeciendo en su propio lugar.

Pero en el trayecto, había olvidado el propósito inicial, sacrificando la ética médica en aras del beneficio.

Lin Gongcheng tenía razón al reprochárselo. Salvar una vida o dañarla… a veces depende de un solo pensamiento, de una única decisión.

Visto en grande a través de lo pequeño, ni siquiera había cumplido con lo más básico. No tenía derecho a ocupar ese puesto.

Y, sin embargo, todavía había margen para empezar de nuevo. No había cruzado el punto de no retorno.

Con un alivio tenue latiendo en el pecho, Wang Yun levantó la caja y salió de la oficina.

♦ ♦ ♦

El día posterior al anuncio de Total Entertainment sobre la rescisión del contrato de Su Quan coincidió, casualmente, con la conferencia de inauguración de Calle caótica.

Ese día, casi el 80 % de los medios enviaron representantes, ansiosos por interceptar a Su Quan, cuyo nombre figuraba desde hacía semanas en la lista oficial de asistentes.

Pero, como todos sospechaban, no apareció.

En su lugar, Bai Lang —también artista de Total Entertainment— se convirtió en el blanco de un acoso incesante. Aunque respondía siempre con un lacónico «No lo sé», la insistencia fue tal que el presentador terminó advirtiendo que cualquier pregunta ajena a Calle caótica supondría la expulsión inmediata.

Mientras hablaba, el elenco principal se alineaba tras una larga mesa.

Sun Xibin, sentado junto a Bai Lang, se inclinó hacia él y murmuró:

—Oye, ¿qué pasa en tu compañía? ¿Nos cuentas?

Pareció olvidar, sin embargo, el pequeño detalle de que llevaba un micrófono en la solapa. Su «comentario furtivo» resonó claro y alto en toda la sala.

El rostro del presentador se contrajo como si le hubieran clavado un puñal, y giró la cabeza con rapidez fulgurante.

De inmediato, todos los periodistas presentes clavaron la mirada en Sun Xibin.

Alto, fornido y de porte luminoso, Sun Xibin se dio cuenta enseguida de su error. Soltó unas risas nerviosas —«Je, je…»— y carraspeó con torpeza. Luego, con seriedad impostada, se volvió hacia los reporteros y, bajo la mirada asesina del presentador, hizo un gesto cortés de «Por favor, continúe».

Fue entonces cuando Bai Lang recordó las evaluaciones que en su vida pasada había recibido de Sun Xibin: «amable y alegre». No sabía si habría exageración en ello, pero pronto reparó en el representante de Sun Xibin, apostado al borde del escenario con una mirada feroz, tan dura como la del propio presentador, como si advirtiera por enésima vez a un niño incorregible.

Bai Lang esbozó una sonrisa apenas perceptible. Quizá ese «alegre» era en realidad un eufemismo de «falto de tacto» o «un poco despistado». Pero, al fin y al cabo, trabajar con alguien así resultaba mucho más llevadero que lidiar con alguien que poseyera una «sonrisa de tigre».

Shiro
«Sonrisa de tigre» es un término que se refiere a una persona que parece amistosa y de confianza por fuera, pero que en realidad esconde intenciones maliciosas y crueles por dentro. Es un tipo de persona que sonríe mientras planea hacerle daño a los demás.

Sin embargo, justo cuando el presentador, tras muchos intentos, lograba restablecer el orden y se disponía a introducir la trama principal —aunque ya figuraba en el folleto entregado al público—, un periodista se puso de pie de repente. Aún con el teléfono en la mano, parecía haber olvidado dónde estaba y exclamó en voz alta, estupefacto:

—¡¿Qué?! ¿Dices que Su Quan apareció frente a Total Entertainment? ¡¿Ahora mismo?!

El murmullo se propagó como un incendio. En segundos, alguien salió corriendo, y luego, uno tras otro, varios se escabulleron a toda prisa, dejando la sala, antes abarrotada hasta los pasillos, súbitamente reducida a un tercio de su ocupación.

El presentador abrió y cerró la boca, incapaz de reaccionar de inmediato.

Y contra todo pronóstico, por la misma entrada que había visto desfilar huidas en tropel, apareció una figura alta, imponente, que murmuraba con desconcierto:

—¿Por qué se fue todo el mundo? ¿Ya terminó esto?

Bai Lang se quedó un instante perplejo, la comisura de sus labios contrayéndose en un leve tic involuntario.

Los pocos periodistas restantes se giraron hacia la voz, y sus expresiones se volvieron de inmediato complejas. Porque quien acababa de entrar, quitándose con calma las gafas de sol, no era otro que Qiu Qian, el gran jefe de Total Entertainment.

Parecía genuinamente desconcertado. Tras mirar hacia el escenario y luego a la parte trasera de la sala, encontró un asiento libre en las primeras filas, se dejó caer con desenfado y preguntó al joven periodista a su lado:

—Todavía no ha terminado lo de arriba, ¿verdad?

El muchacho, un novato, balbuceó entre tartamudeos:

—To-to-todavía no.

El murmullo de excitación volvió a recorrer la sala. Algunos ya tecleaban mensajes frenéticos en sus teléfonos.

El presentador, al límite de su paciencia, estalló:

—¡El que siga con el teléfono, que se largue ya mismo! ¡Y nosotros continuamos!

♦ ♦ ♦

Mientras tanto, en las oficinas de Total Entertainment, Su Quan era conducido a su antigua oficina privada. Su exsecretaria personal le sirvió una taza de café para que «el señor Quan» aguardara.

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