El renacimiento de una estrella de cine – Capítulo 41: Ataque y contraataque

Traducido por Bee

Editado por Shiro


Las publicaciones con las fotos estallaron en internet casi al unísono, en el letargo de la tarde.

A esa hora, Bai Lang estaba en el jardín infantil de Qiu Xiaohai, participando en su festival deportivo. Qiu Qian había partido el día anterior hacia el país V por el proyecto de licitación, pero antes de marcharse había reordenado todo su equipo de seguridad, asignándolo en torno a Bai Lang, e incluso había llamado a Lin Gongcheng para reforzar con más personal la vigilancia en el plató de rodaje y sobre ciertos individuos de interés. Solo después de estas disposiciones, Bai Lang lo había «despedido» del país. Así, había tomado un día libre para asistir al evento como representante de la familia.

La escuela ya estaba habituada a la singular dinámica entre Qiu Xiaohai y Bai Lang. La maestra y la niñera del niño tenían guardado el número personal de Bai Lang: si el pequeño enfermaba o sufría algún percance y Qiu Qian no era localizable, lo llamaban a él sin dudarlo. Si no respondía de inmediato, devolvía la llamada sin falta. Su voz cálida y paciente había transformado a ambas —que en un inicio eran apenas admiradoras lejanas— en devotas incondicionales.

Durante el festival, Qiu Xiaohai brilló con una vitalidad renovada. Tras meses al cuidado de Bai Lang, rebosaba salud y ganó con holgura la carrera de cien metros. El segundo lugar, para sorpresa general, fue para el refinado Rong Zan. Bai Lang, inclinado en la meta con una botellita de agua en la mano, estuvo a punto de ser derribado por u pequeño Hai que llegaba radiante, desbordado de emoción. El sol, el césped y las sonrisas luminosas asaltaron sin piedad la memoria de innumerables teléfonos móviles alrededor.

Y así, cuando Bai Lang regresó a casa cargando tanto el premio como a un pequeño Hai profundamente dormido, aún ignoraba por completo el terremoto que rugía ya en internet.

♦ ♦ ♦

Los que desataron más estrépito fueron los fanáticos de Su Quan, que venían acumulando frustración en silencio.

El abrupto anuncio de Total Entertainment había encendido críticas contra la empresa, aunque sin fundamentos claros. Con la aparición de la explicación sobre los «planes de vida» y, sobre todo, la ausencia de una refutación por parte del propio Su Quan, el clamor se había ido apagando. Después de todo, esa era la excusa perfecta: cualquier actor cambiaría de compañía en busca de mejores oportunidades. Aunque el método hubiera sido brusco, si su ídolo había hallado un escenario más amplio, ¿qué importaba abandonar a una «empresita» como Total Entertainment?

¡¿Pero que la verdad fuese esta?! Al ver las publicaciones, los fanáticos estallaron.

Al principio, sin texto explicativo, las fotos suscitaron cautela: muchos preguntaban por qué se difundían imágenes tan extrañas. Criticar implicaba admitir que su Su Quan podía ser gay, y nadie quería dar ese paso. Sin embargo, las fotos con Qiu Qian —captadas en clubes privados, algunas borrosas, otras torcidas, como robadas al azar por un fanático— contrastaban con las de Bai Lang, todas recortes de reportajes previos. Bajo el título La verdad que yo creo, todo parecía la confesión de un seguidor que, sabiendo desde hace tiempo, ya no podía callar y se erguía a hacer justicia por Su Quan.

La yuxtaposición de lo privado (Su Quan) y lo público (Bai Lang), junto con la coincidencia de que Qiu Qian hubiera asistido a la inauguración de Calle caótica justo al día siguiente de la ruptura, formó un cóctel perfecto. Bastó un comentario suelto en un hilo —«ese desgraciado de Bai Lang»— para que la chispa incendiara la pradera de la indignación.

Superada la conmoción inicial, los fanáticos de Su Quan reaccionaron en masa.

Unos pocos admitieron decepción, pero la mayoría —en su gran parte admiradoras que lo veneraban por su belleza— pensaron: ¿Y qué si Su Quan es gay? ¡Es tan hermoso que hasta los hombres caen rendidos! Lo respetamos plenamente. Debió de ser ese Qiu Qian, de reputación nefasta, quien lo engatusó, aprovechándose de su dedicación y de su vida sentimental intacta.

Y una cosa era aceptar que fuera gay; otra muy distinta, imperdonable, era pintarlo como un tercero en discordia.

Aferrándose a esa premisa, la legión de fanáticos descargó toda su artillería contra Bai Lang y Qiu Qian, ahora convertidos en la «pareja desalmada».

Cuando Fang Hua llamó a Bai Lang para informarle, él abrió varios foros y se encontró con hilos inflamados de insultos, discusiones en llamas que ardían con fiereza.

—De nuestra parte ya empezamos a bloquear IDs en distintos foros —explicó Fang Hua por teléfono—. Pero A-Cheng dice que quien mueve los hilos es un profesional, cambia de lugar sin cesar. Localizarlo llevará unos días. Mientras tanto, necesitamos una postura oficial, una respuesta.

—¿Y el equipo de Su Quan? ¿Ha dicho algo? —preguntó Bai Lang, desplazando el cursor con calma mientras leía comentarios cuyas palabras le sonaban inquietantemente familiares.

Fang Hua suspiró. En otro tiempo, por su conexión con Lin Gongcheng, ella misma había tratado con Su Quan. ¿Quién habría pensado que todo llegaría a esto?

—Él no necesita responder. Con esconderse basta, incluso fingir una enfermedad le daría mejores resultados. Después de todo, no ha admitido nada. Dejar que sus fanáticos nos sepulten en veneno es más que suficiente.

—Ciertamente —admitió Bai Lang.

La jugada de Su Quan era, sin duda, un negocio redondo. En términos de pura influencia, dejando a Hong Yu fuera de la ecuación y tomando solo a Qiu Qian como referencia, Su Quan estaba en evidente desventaja: sin el respaldo de una agencia, carecía de cimientos sólidos. Por más que en el pasado hubiera engrosado sus arcas, malgastar esas reservas en una venganza era poco más que un vano esfuerzo. En cambio, difundir acusaciones de «tercero en discordia» —un estigma que las seguidoras detestan con particular fervor— apenas exigía energía y, una vez sembrado, se propagaba como fuego en hierba seca.

Y si luego Total Entertainment persistía en su campaña de presión contra Su Quan —como obligarlo a abandonar Calle caótica—, él podría servirse de esos rumores para reinventarse como víctima inocente. Así, aunque perdiera prestigio y recursos, no quedaría en la ruina absoluta. Cuando la tormenta se disipara, no faltarían manos compasivas dispuestas a tenderle un rescoldo de apoyo, devolviéndole las conexiones que tanto había cultivado.

En cuanto a la reputación, el papel de víctima le ofrecía incluso otra ventaja: si Su Quan decidía salir del armario en ese preciso momento, el daño sería mínimo. El instinto de los fanáticos suele inclinarse a proteger al débil, y la nueva agencia que lo acogiera ganaría fama de caballerosa y justa. De este modo, incluso sin Hong Yu, su carrera no sufriría un golpe fatal.

Pero mientras Bai Lang solo medía el alcance laboral del conflicto, Su Quan jugaba en un tablero mucho más amplio.

Estratégicamente, todos los cañones apuntaban a Bai Lang. Como bien había señalado Fang Hua, de su lado debía llegar una explicación.

Había solo dos caminos: admitir o negar.

Si Bai Lang admitía su relación con Qiu Qian, tendría que aclarar la naturaleza del vínculo entre Qiu Qian y Su Quan, demostrando que nunca fue el «tercero en discordia». ¿Pero cómo probar lo que jamás existió? Al final, lo más probable era que Bai Lang cargara con el estigma de «amante», saliera del armario bajo esa sombra y viera su reputación desgarrada.

Negarlo, en cambio, no traería paz. Desde ese instante, él y Qiu Qian tendrían que vivir ocultándose, midiendo cada gesto en público. Y al optar por esta vía, tampoco podría ofrecer explicaciones claras sobre la supuesta «ruptura» entre Su Quan y Qiu Qian. Bastaría un nuevo rumor, un indicio mínimo, para que Bai Lang volviera a ser señalado como quien «robó el novio de otro». La sospecha se volvería su segunda piel.

A esas alturas, incluso si no lograba asestarle un golpe letal, Su Quan ya se sentía satisfecho con la idea de mantener a Bai Lang en las sombras: restringido, cuestionado, bajo permanente sospecha. Mejor aún, si el desgaste se prolongaba hasta que alguno de los involucrados, harto, decidiera admitir la verdad públicamente, la mancha sobre Bai Lang quedaría más oscura. De lo contrario, ¿por qué no había tenido el valor de admitirlo antes?

Tras sopesar pros y contras, Su Quan estaba más que dispuesto a trocar una pérdida menor por una ganancia futura.

Además, teniendo en cuenta que Hong Yu y Qiu Qian habían llegado a un «acuerdo», era natural que el primero se moviera para limpiar el desastre. Perdido Qiu Qian como opción, para Su Quan un patrón era tan bueno como otro. Permanecer bajo la égida de Hong Yu al menos significaba que, en «ese aspecto», su carga sería menos frecuente.

Volvamos a la llamada entre Bai Lang y Fang Hua.

—La primera ola de refutaciones ya está publicada. El argumento es que las fotos de Su Quan solo muestran una charla amistosa. Interpretarlas como prueba de una relación es demasiado forzado —informó Fang Hua sobre los avances—. Después, pondremos en duda la autenticidad de las imágenes: el lugar, la hora, la intención. También prepararemos explicaciones más sólidas sobre la rescisión del contrato con Total Entertainment.

»No es complicado. En muchos trabajos, Su Quan aceptó primero y se retiró después, pero la compañía lo encubrió discretamente. Ahora podemos exponerlo como un secreto que nos vimos obligados a revelar bajo presión. ¿Ensuciar? Todos sabemos jugar ese juego. —Su voz, al final, dejaba escapar un cansancio amargo.

Bai Lang esbozó una sonrisa.

—Perdona las molestias, hermana Fang. Siempre causándote problemas.

—A más fama, más problemas. No es nada. Tú solo preocúpate de comer y dormir bien, la salud es lo primero —lo tranquilizó Fang Hua, aunque enseguida volvió al centro del asunto—. Aunque A-Cheng refuerce la seguridad en Calle caótica, y eso no nos afecte de inmediato, la presión de los acosadores nos persigue como si lleváramos una culpa oculta… Tú y Qiu Qian tendrán que dar una respuesta tarde o temprano, admitir o negar.

Bai Lang tenía su propio juicio, pero no podía decidir solo.

—Debo consultarlo primero.

La frase hizo que Fang Hua interpretara algo distinto, y añadió:

—Si decides admitirlo, di que fue idea mía.

Bai Lang soltó una risa breve.

—¿Eso cuenta como apoyo público?

—Tonto, es señalarte la opción correcta. Si eliges mal, la que sufrirá las consecuencias seré yo —replicó Fang Hua, con un deje de reproche, pensando en Qiu Qian—. Pero, ¿y tu familia? ¿No deberías llamarles primero? Bai Li es un asunto, pero tus padres…

No alcanzó a terminar: la señal de llamada entrante la interrumpió. Solo había una persona con prioridad absoluta: Qiu Qian. Así que Fang Hua se limitó a dar unas instrucciones rápidas sobre la seguridad del día siguiente y colgó.

—¿Hola? —Apenas presionó el botón, cuando la voz furiosa de Qiu Qian estalló al otro lado de la línea.

—¡Mañana, frente a la cámara, pregúntales: «¿Desde cuándo es mi hombre tu hombre?».

Bai Lang quedó mudo. No había necesidad de preguntar más: lo que le aguardaba era la tarea de calmar a un Qiu Qian encolerizado al otro lado del mundo.

♦ ♦ ♦

Doce horas después de que las fotos vieran la luz, la medianoche lo cubría todo con su manto espeso.

Los hilos relacionados superaban ya las diez mil respuestas. La hora, el lugar, el ángulo, la autenticidad: cada detalle de las imágenes había sido diseccionado y debatido hasta el cansancio, generando teorías cada vez más extrañas. Algunos dirigían sus sospechas hacia Bai Lang, pero el número de voces que dudaban de Su Quan crecía sin cesar. Todos aguardaban con ansiedad la reacción del día siguiente.

Fue entonces cuando los fanáticos de Bai Lang lanzaron su contraataque.

La publicación principal mostraba una imagen: la espalda de Bai Lang, conduciendo de la mano a un niño pequeño a la salida de la escuela.

«¿Quién es el verdadero intruso aquí? ¿Por qué NUNCA hemos visto a Su Quan (con el niño)?»

Al verlo, Bai Lang sintió un vuelco en el pecho. Sin dudarlo, llamó a Hong Hong y le pidió que publicara el material que había guardado con antelación.

Esa noche, ya convulsa, recibió otra sacudida.

Un nuevo hilo apareció con un título incendiario:

«Lo que has visto es solo la punta del témpano».

En él se adjuntaban tres fotografías más: Su Quan bebiendo, en ocasiones distintas, con tres hombres diferentes.

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