Traducido por Lucy
Editado por Sakuya
El estrecho espacio estaba rodeado por tres lados de una película fina como el papel.
Alberic Gillette estaba sentado en un pequeño asiento que habían colocado en ese espacio.Era un joven apuesto, de pelo rubio y ojos azules. Sus ojos fríos y relajantes y su nariz prominente daban una impresión elegante y refinada. Pero no era solo su rostro: tenía la boca apretada y firme y la columna erguida, todo ello formaba la imagen de “un joven noble, bueno y honesto”.
El asiento en el que estaba sentado se utilizaba cuando se utilizaba la magia con fines de comunicación.
Los tres delgados trozos de película blanca estaban ahí para capturar la voz del emisor, así como emitir la voz del receptor como un sonido. En otras palabras, era un Gundo diseñado con el propósito expreso de comunicarse.
—Ya es considerado un “héroe” en el reino de Koenigsegg, pero…
Había muchas formas de comunicarse utilizando la magia.
Sin embargo, a bordo de la base móvil del Grupo Gillette, el vehículo modelo “Abril”, habían optado por utilizar el método más sencillo. Los otros eran más complicados, requerían Gundos mucho más grandes, y encima también necesitaban un mago especializado para el manejo de tales dispositivos. Por esas razones, no podían llevarse ninguno de los otros.
Lo que significaba que los dispositivos mágicos que utilizaban no eran de los que les permitían establecer contacto en el momento que quisieran. El momento tenía que ser decidido de antemano, y el receptor tenía que tener la misma configuración de su lado. Si no, no habría forma de recibir la transmisión aunque se enviara y se disipara.
Por lo tanto, la magia de transmisión que utilizaban debían activarse en periodos de tiempo fijos.
—Tenemos razones para creer que el mago conocido como Simón Scania es uno de los ocho.
La otra persona en la conversación, la que estaba al otro lado de la transmisión, no era otro que Konrad Steinmetz, jefe de la organización Kleeman; en otras palabras, el superior de Alberic.
Por supuesto, como la transmisión es solo sonora, aunque se encorvara o actuara con retraso, la otra parte no se daría cuenta, pero Alberic se sentó derecho en su silla como si estuviera cara a cara con el hombre. En momentos como éste, su naturaleza franca y correcta de joven caballero era muy evidente.
—Sin embargo… parece que ni siquiera Koenigsegg puede dar con su paradero actual.
—¿Qué quieres decir? —ladeó la cabeza.
Detrás de él, sus subordinados —la asesina Vivi, la segunda mano, el espadachín mercenario Nikolay, el mago Mattheus y el miembro de las fuerzas especiales Leonardo— estaban escuchando la conversación. No obstante, Alberic, sentado en el asiento de comunicaciones, era el único capaz de oír con claridad la voz de Konrad, por lo que los que estaban en los asientos exteriores solo podían captar fragmentos.
Por cierto, Alberic tenía una subordinada más… Zita, una chica que era más una artesana mágica que una maga de verdad. Solo ella estaba a su lado en el otro lado de la película delgada, el control de la magia de transmisión con su Gundo.
—¿El reino de Koenigsegg no conoce la ubicación de su “héroe”?
Cuando aquí decían “héroe”, se referían a la unidad especial de ocho personas que se había adelantado a las fuerzas principales para acabar con el emperador Gaz en la batalla por la capital, poniendo fin de forma efectiva al periodo de guerra. Al mismo tiempo, aunque no se diera a conocer al público, eran los propietarios de los restos individuales de Arthur Gaz, que se habían repartido entre ellos como botín de guerra.
A decir verdad, los nombres de estos ocho individuos tampoco se hicieron públicos.
Seguro se debía a que hacerlo interferiría con las intenciones de los respectivos países; sin embargo, no era más que una maniobra política, por lo que, sin duda, los implicados en los ejércitos y en el funcionamiento interno de los países conocían sus nombres.
Teniendo eso en cuenta, ¿qué significaba que un país no supiera nada del paradero de su héroe?
—Este hombre, Simón Scania, parece tener una visión muy pesimista de la vida, o quizá debería decir que no es lo que se dice una “persona sociable”. Al parecer, de inmediato después de la guerra se dio a la fuga, y el ejército nacional ni siquiera pudo rastrear su paradero.
—¿Se fugó? Hablando de forma oficial, ¿no significaría eso que abandonó el ejército?
—Eso parece. En esencia, desapareció en combate.
Alberic frunció el ceño.
Tanto si el mundo lo conocía como si no, era un héroe. Seguro lo habían tratado muy bien en el ejército; de hecho, tal vez lo habían colmado de ascensos de rango y aumentos de sueldo. Entonces, ¿qué razón tendría para desertar del ejército y huir a un lugar desconocido?
—Al parecer, algunos miembros de las fuerzas especiales desplegadas en el castillo del emperador eran individuos problemáticos, incluidos los ocho héroes. No obstante…
Para garantizar el éxito de la ejecución del emperador Gaz, se habían enviado varias unidades de fuerza especiales para asaltar el castillo. El número exacto no se hizo público, por supuesto, pero se decía que los ocho héroes formaban una de esas unidades.
Las otras eran unidades espaciales de comandos cuya única misión era el asesinato de Arthur Gaz. Por supuesto, en la batalla eran excelentes, pero se decía que sus personalidades dejaban mucho que desear.
De todos modos, esta no sería una unidad donde se encontraría gente normal.
El emperador del Imperio Gaz, Arthur Gaz, el hombre que tenía muchos apodos.
Para entender por qué tantos lo etiquetaron como un “monstruo”, solo hay que señalar su increíble destreza en batalla como individuo. Se decía que nadie podía hacerle sombra. Un humano normal que desafiara a Arthur Gaz habría sido equivalente al suicidio: ése era el tipo de persona que había sido el emperador.
Por lo tanto, las personas que participaban en esta extravagante tarea o bien tenían que ser lo bastante excéntricas como para no reflexionar sobre sus propias vidas, o bien encontrarse en algún tipo de circunstancia que les obligara a arriesgarlo todo en el campo de batalla contra pronósticos desfavorables para obtener elogios militares. Se dice que ésta fue otra de las razones por las que los nombres de los ocho héroes no se hicieron públicos. Cuando se supo que muchos de los héroes alabados al final de la guerra tenían problemas de personalidad, se consideró que no eran aptos para la opinión pública.
Pero…
—Este Simón Scania parece estar bajo sospecha de asesinato.
—¿Ha dicho asesinato?
—No hace falta decirlo, pero no fue en el campo de batalla. Fue en su propia casa. Es sospechoso de matar a su propia esposa y amigos. Sin embargo, no había pruebas suficientes para condenarlo, y para empezar, es un mago muy hábil, así que pudo volver al frente sin ser capturado por la policía militar… y medio año después, se unió a una unidad de comandos.
—¿Y eso por qué…?
¿Se alistó en la unidad de comandos para asegurarse de que su conexión con el asesinato siguiera siendo lo más vaga posible?
¿Por eso desapareció al final de la guerra? ¿Porque temía que alguien reabriera el caso del asesinato de su mujer y sus amigos? En la confusión de la guerra habría sido más que posible encubrirlo, pero en una época de paz una buena cantidad de crímenes estarían a la vista de todos.
—Parece que no conoceremos todos los detalles a menos que lo escuchemos del propio hombre. En cualquier caso, después de la guerra su paradero se volvió desconocido. Y, sin embargo, después de una investigación más a fondo hemos recibido información de que Simón Scania fue visto en la ciudad de Lademio.
—La ciudad de Lademio…
Alberic echó un rápido vistazo a su espalda, y el niño de orejas de animal, Leonardo, sacó rápido un pequeño mapa doblado y se lo entregó. En la carretera por la que viajaba April, era la ciudad más cercana.
—Podemos estar ahí dentro de dos días si nos damos prisa.
—Por desgracia, esa información es de hace cuatro años.
Alberic suspiró lo más inaudible como para que Konrad no lo oyera.
Esa información estaba bastante desfasada, entonces.
—Por supuesto, cabe la posibilidad de que se haya movido de ahí desde entonces. Por ahora, sospechamos que lo mejor sería seguir esta pista en busca de cualquier indicio que pueda haber dejado.
—Ya veo…
La verdad es que no esperaba mucho, pero como no tenía otra información útil con la que seguir, parecía que la única opción ahora mismo era dirigirse a Lademio. En los dos meses transcurridos desde que sus objetivos, Chaika Gaz y sus seguidores, les habían dado esquinazo, se habían limitado a merodear por la zona sin recibir órdenes, lo que no había hecho sino aumentar el apetito de Alberic por cualquier tipo de directiva.
No creía que la red de información de Chaika Gaz pudiera ser más extensa que la de Kleeman, pero dado que su objetivo era reunir todas las piezas de los restos, en algún momento podría toparse con el nombre de “Simón Scania” o incluso con el de “Lademio”. Pensaba que si llegaban primero, tal vez podrían tender una trampa ahí de antemano.
—Pero… —De repente, Alberic expresó cierta “preocupación” que le pesaba en el corazón—. El otro día, estaba la dragona caballero Dominica Skoda, y antes estaba el conde Roberto Abarth… para gente con el apelativo vitalicio de “héroe”, algo no cuadra.
—Estoy de acuerdo… —murmuró Konrad—. Incluso con sus personalidades menos que amistosas, no deja de ser bastante curioso.
El conde Roberto Abarth se había encerrado en su mansión, dedicándose solo a investigar artefactos mágicos mientras dejaba su territorio estancado. Había abandonado casi todas las obligaciones que tenía como conde. Gracias a ello, la ciudad había visto una afluencia de refugiados, y se habían manifestado algunos problemas graves en relación con el orden público y la recaudación de impuestos.
En cuanto a Dominica Skoda, el otro día se supo que llevaba ya varios años muerta.
Por razones desconocidas, se había instalado en un hogar en medio de un bosque de plagas de Feyra, y ella también había abandonado sus obligaciones como condesa hacia el territorio que le había sido otorgado. Al parecer, había exhalado su último suspiro sola por completo, sin que nadie se diera cuenta.
—Se ha hablado entre los que conocen las circunstancias, y algunos empiezan a decir que todo es resultado de la “maldición del emperador Gaz”.
—¿Una “maldición”…?
Alberic estaba un poco desconcertado.
Al parecer, hubo un tiempo en que se oían palabras como “magia” y “maldición” al mismo tiempo, pero hoy en día son cosas muy distintas. Había una línea divisoria muy marcada entre ambas cosas, más allá del país. Esto se debía a que, durante los últimos cientos de años, la regulación y sistematización de la tecnología mágica había sido la piedra angular del Imperio de Gaz.
La magia moderna era muy reconocida como una tecnología con un sistema definido. Las maldiciones, por otro lado, entraban en la categoría de religiones populares, o dicho con más crudeza, superstición.
Para alguien interesado en la tecnología mágica, el hecho de que no fuera un reino para magos o Gundo significaba que, por muchos meses o años que pasaran, seguiría siendo ineficaz, y no era como si contuviera algún potencial latente que surgiera de repente. No había razón para usarlo.
Aunque…
—Teniendo en cuenta que se trata de un hombre del que se dice que ha vivido trescientos años y que es capaz de usar magia que antes se consideraba imposible de manejar por un solo individuo, así como otras leyendas disparatadas, desde luego tiene sentido que surjan ese tipo de rumores.
Había muchos misterios en torno al hombre Arthur Gaz.
Su reinado se había prolongado sin sobresaltos durante doscientos años, dejando tras de sí un sinfín de anécdotas rocambolescas. Aunque Alberic no creía que todas fueran ciertas, sabía que el hombre debía de ser lo bastante poderoso como para justificar ese tipo de leyendas. Incluso después de muerto, su influencia sísmica trascendía las consecuencias, así que en ese sentido, sí que se le podía llamar “maldición”.
Entonces, Alberic pensó de repente en algo.
—Tal vez los restos les estén causando locura.
—¿Ahora también dices cosas así?
—No… ni por una maldición ni por nada.
Ante el tono disgustado de Konrad, Alberic replicó con una sonrisa irónica.
—En términos de valor monetario y calidad de la magia son insuperables, y encima tienen valor histórico. ¿No tendría sentido, entonces, que solo perdieran su capacidad de pensar de forma racional después de estar expuestos a esa influencia?
Cuando la gente entraba en posesión de algo que supera con creces el valor normal, tendía a utilizarlo mal en su propio detrimento. Este era el mismo concepto. Ni siquiera tenía que tener un poder anormal: la gente se quedaba deslumbrada por el valor del objeto, lo que facilitaba su extravío. Esto también podría llamarse un tipo de “maldición”.
—Ah, así que eso es lo que quieres decir. Ya veo, es posible.
—Cierto. No es algo tan supersticioso como una maldición, algo más basado en el realismo —se rio Alberic—. En cualquier caso, entiendo la situación con Simón Scania. El Grupo Gillette se dirigirá a partir de ahora a la ciudad de Lademio.
—Le deseo lo mejor. Eso es todo lo que tengo: correspondencia programada n°407, terminada.
Con esas palabras, la transmisión terminó.
La energía mágica azul, que envolvía la fina película, desapareció y, bajo el control de Zita, volvió a filtrarse en el dispositivo mágico especializado.
♦ ♦ ♦
El vapor soplado por el viento flotaba con pereza en el aire, trazando su propio patrón en el cielo del atardecer.
Tohru estaba estirado en lo alto de la Svetrana, sobre la bodega de carga, observando el cielo a medida que se volvía más rojo y más tenue.
Estar tanto tiempo en el baño le había enrojecido el cuerpo, así que había pensado que un poco de exposición al suave viento le ayudaría a refrescarse.
Por cierto, debido a su pequeña estatura, Chaika había sentido los efectos mareantes del baño mucho antes que él, y ahora estaba desmayada dentro de la Svetrana. Frederica, como de costumbre, había desaparecido de repente, y Akari había reanudado su trabajo con las medicinas.
—“Confianza”, eh… —Murmuró de repente estas palabras.
Ser capaz de confiar en alguien era seguro algo hermoso. Pero, viniendo de su boca, solo sonaba hueco y poco sincero.
Confianza significaba que no había duda. La duda era el acto de debatir si aceptar algo como verdad o mentira.
Por lo tanto…
—¿En qué te basas para confiar en Chaika?
Repasando de nuevo la pregunta en su cabeza, se dio cuenta de que no tenía ninguna base. Nada concreto, al menos.
Él no sabía nada de ella.
Al menos, solo conocía una pequeña fracción de la miríada de elementos que conformaban a la chica “Chaika”, por no mencionar que la mayoría eran todos rumores… no tenía una base sólida. Yendo al grano, hasta el momento no se había presentado ninguna contradicción, así que no tenía motivos para dudar de ella… Esa era la única razón.
No creía que le mintiera.
Pero eso era solo porque había determinado que “ella no tenía ninguna razón en particular para mentirle a Akari y a él”.
Tal vez había alguna razón de la que no eran conscientes, como si de verdad hubiera algo que ganar y la propia Chaika no supiera que los estaba engañando. Ella había perdido parte de sus recuerdos, así que no había forma de saber lo que pensaba en esos momentos, ni lo que podía estar planeando.
Podría haber sido cualquier cosa.
Solo “confiar” en alguien era de verdad un dilema, pero “dudar” era igual de complicado. Por eso se llamaban “dudas”.
—Hm…
El día que Tohru había conocido a Chaika, había luchado con su vida en juego por primera vez.
Aunque le habían inculcado técnicas de combate, aquella había sido la primera vez que había luchado en serio, exprimiendo cada grano de su fuerza con la muerte pisándole los talones. Nunca olvidaría la sensación de plenitud que sintió aquel día.
Pensó que era ahí donde había cambiado.
No había duda de que lo ocurrido aquel día le había permitido dejar atrás la estancada y putrefacta vida cotidiana que había llevado.
Pero, por duro que fuera, eso y confiar sin condiciones en ella no tenían nada que ver.
Si no la hubiera tenido con él ese día, sino a alguien más en su lugar, como digamos Akari, Tohru seguro habría sentido la misma sensación de plenitud. Lo importante fue la batalla a vida o muerte contra los Feyra. La presencia de Chaika había sido irreemplazable.
—Yo…
Cuando los polluelos salen de sus huevos, reconocen lo primero que ven desde su cáscara como su madre. Quizás en un sentido similar, él la había visto como alguien especial solo porque era la que estaba a su lado durante aquella primera experiencia suya.
De ser así, todo se reducía a un mero recelo.
Sin mencionar…
—Akari…
Sus circunstancias eran diferentes a las de Tohru. Ella no estaba viajando con Chaika. Estaba viajando con él, quien estaba acompañando a la otra joven. No tenía ninguna razón para verla como algo especial. Solo la acompañaban porque estaba preocupada por su poco confiable hermano.
Incluso si él estaba arriesgando su vida solo para ser engañado, bueno, en algunos aspectos sería un caso de “recoge lo que siembras”.
Pero desde el principio, Akari no había tenido ninguna razón para arriesgar su vida por Chaika. Por supuesto, era cierto que sobre el papel estaba acompañando a Tohru como otra de sus guardaespaldas, pero ella se diferenciaba de él en que podía encontrar un lugar al que pertenecer en la nueva era. Mientras que él solo podía vivir como saboteador, solo podía elegir esa forma de vida. Akari no estaba atada de tal manera.
¿No estaba en realidad empujándola a algo ridículo e irrazonable?
Mientras pensaba en esto…
—Pensar que dirías mi nombre de una forma tan desgarradora.
La cara de Akari apareció en su visión desde arriba.
—¿Se ha despertado algo en tu interior?
—¡No ocultes tu presencia al acercarte a mí! —gritó Tohru por instinto, volando hacia arriba.
¿Cuándo se había acercado tanto? Ella estaba sentada en el tejado, con un delantal blanco sobre su atuendo habitual. Parecía que lo había visto en medio de su mezcla y se había acercado para ver cómo estaba.
—¡Siempre, siempre estás así!
No era la primera vez que ella lo sobresaltaba apagando su presencia. De hecho, le parecía que a diario estaba atenta a cualquier momento en que pudiera tomarle desprevenido. Él no tenía ni idea de qué le divertía tanto.
—¡¿Estás intentando provocarme un infarto mortal o algo así?!
—Ridículo. ¿Por qué tendría que hacer algo así? —sacudió la cabeza de forma exagerada, como diciendo: “Impensable”.
Su expresión era la misma de siempre, sin embargo, por lo que la acción era muy transparente.
—Hace tiempo que está decidido que vas a morir durante las relaciones sexuales —explicó mientras cerraba la mano en un puño.
—¡No vayas a decidir la causa de mi propia muerte por mí! —gritó—. Además, ¿no es la causa habitual de muerte en ese caso un ataque al corazón?
—Teniendo en cuenta tu voluntad de acero y tu lujuria sin fondo, pensaba más bien en una muerte por puro agotamiento.
—¡Sí, claro!
¿Qué clase de persona era el Tohru que estaba en la cabeza de Akari?
Tras lanzar un largo suspiro, él, al igual que ella, se sentaron en el techo del Svetrana.
—Eh… Akari.
—¿Qué pasa, hermano?
Ella ladeó la cabeza ante esta indicación de él.
Teniendo de repente la sensación de que sería difícil preguntar mirando fijo a la cara de su hermana, optó por levantar la vista una vez más hacia el cielo del atardecer.
—¿Por qué decidiste venir en este viaje, de todos modos?
—¿Me lo preguntas ahora…? —dijo, como de costumbre, sin expresión—. Porque Chaika me contrató, ¿no es así?
—Lo es, pero…
—Y tú fuiste quien decidió ser contratado por ella, ¿no?
—A eso me refiero. Esa fue mi decisión, no tenías por qué venir.
Ella ladeó aún más la cabeza.
Como si no entendiera sus palabras.
—Digo que la razón por la que viajo con Chaika no se extiende a ti. Frederica lo dijo antes, pero hay muchas partes inciertas… por no decir peligrosas… en este viaje.
—De verdad estás diciendo todo esto muy tarde —dijo Akari. Su tono de voz y su expresión eran, por supuesto, vacíos. Ni siquiera un indicio de estar agitada. Con aire de que él acababa de decirle algo muy obvio, continuó—. No es a Chaika a quien elegí acompañar. Fuiste tú.
—Pero…
—Si va a ser peligroso, razón de más para que me quede a tu lado.
—Akari…
—Si mi hermano muriera en algún lugar que yo no conociera… no sería capaz de manejarlo.
Negó la cabeza.
Tenía una deficiencia emocional desde hacía mucho tiempo, así que había muchas ocasiones en las que la gente la malinterpretaba, incluso entre sus camaradas, y él a menudo la cubría. Por qué lo hacía, no lo sabía. Tal vez era solo el vínculo entre hermano y hermana.
Incluso si los lazos familiares que tenían no eran más que un arreglo conveniente.
—Si murieras en un lugar que yo no conociera… —Akari miró al cielo con Tohru—. ¿Cómo podría disecarte…?
—¿Todavía sigues con eso?
Él miró a su hermana con los ojos entornados. Y justo cuando pensaba que ella estaba diciendo algo conmovedor…
—Aunque no lo parezca, soy una mujer seria, después de todo.
—Eso no es algo que se diga de uno mismo. Y estás usando mal esa palabra.
—¿En serio? —Ella ladeó la cabeza una vez más.
Justo entonces…
Al momento siguiente, ambos reaccionaron casi al mismo tiempo.
Tohru tomó las dos espadas cortas que tenía a su lado, mientras que Akari agarró el martillo que llevaba a la espalda. Como estaban sentados en el techo del Svetrana, su equilibrio no era lo bastante seguro como para que pudieran preparar sus armas.
Los dos lo percibieron casi a la par.
Una presencia, que hasta ahora no había estado ahí, inundó de repente sus espaldas. Era una situación diferente a la de antes, cuando ella se había acercado con sigilo a él mientras ocultaba su presencia; esta había aparecido de repente y sin previo aviso.
—¿Quién eres? —preguntó Akari mientras se giraba para mirar a sus espaldas.
Tohru hizo lo mismo, y…
—Tú…
Entrecerró los ojos.
La esbelta y solitaria figura de un chico estaba ahí de pie.
Pelo lino. Ojos ámbar. Parecía estar en la adolescencia, en cuanto a edad. La primera impresión de Tohru al conocerlo había sido la de un chico que se acercaba a la madurez pero que aún no la había alcanzado, con una delicadeza casi andrógina.
A decir verdad, era guapo… pero Tohru sentía que había algo que no encajaba.
Le faltaba algo. Le faltaba algo de lo que los humanos normales están dotados por naturaleza. Sin embargo, él no sabía con exactitud qué era. A él le recordaba a una marioneta; aunque parecía un humano, era algo diferente.
—Guy, ¿verdad?
Haciendo un gesto a Akari para que no hiciera ningún movimiento imprudente, Tohru se dirigió a él.
La primera vez que se habían visto, la naturaleza misteriosa de Guy había hecho que se lanzara sin pensarlo a la ofensiva. Era razonable pensar que Akari haría lo mismo. Si lo hacía, seguro acabaría con el mismo resultado.
—Ah, así que me recuerdas. Buen trabajo.
El chico respondió en un tono que no encajaba en absoluto con su apariencia.
Las palabras en sí eran las de alguien que miraba con desprecio a otra persona, casi con altivez, pero el tono era seco y sin rastro de emoción. Era diferente de Akari, cuyas emociones internas no se mostraban en su rostro; era casi como si este chico hubiera estado vacío desde el principio. Sus gestos y su entonación eran a medias en comparación con los de ella, lo que los hacía parecer huecos, como la sensación que uno tiene al ver una mala obra de teatro.
—Hermano, ¿quién es…?
—Ya te he hablado de él. Es el que nos dio la información sobre la Svetrana y Dominica Scoda.
Era, en cierto modo, un personaje diez veces más sospechoso, no, decenas de veces más sospechoso que Chaika.
Su verdadera identidad no estaba clara, no había revelado su objetivo y, quizá lo más sospechoso, sus acciones no parecían ser en beneficio propio. Todo lo que había hecho era dar información al grupo de Tohru. Era posible que quisiera que el grupo bailara a su son para conseguir algún fin, pero él no tenía ni idea de cuál podría ser.
—Guy, ¿verdad? —De pie en el tejado, Akari lo miró con los ojos entrecerrados—. Deja que te haga una pequeña advertencia.
—Te escucho. ¿De qué se trata?
—A mi hermano no le van los hombres.
—¿Qué estás diciendo, idiota?
Tohru, por reflejo, saltó de su posición sentado en el tejado, retiró la mano izquierda de la empuñadura de la espalda y envió un tajo directo a la nuca de su hermana.
—Solo sacando las cosas importantes del camino primero…
—No sueltes tonterías incomprensibles como esa.
—Chaika y Frederica ya eran un puñado. No necesitamos más personajes que agraven aún más la lujuria de mi hermano. Sería problemático en todos los sentidos.
—¿Eso es lo único importante para ti?
—Sin dudas.
—¡No te enorgullezcas de eso!
Después de terminar de gritar, Tohru se enfrentó a Guy una vez más.
Es decir, dirigió su atención hacia él una vez más. En realidad no le había quitado los ojos de encima desde que lo había visto. Se sentía incómodo mirando hacia otro lado, como si en el momento en que apartara la vista algo fuera a venir hacia él.
No sabía qué habilidades tenía el chico. No sabía cuándo o en qué dirección se movería.
En otras palabras, podía matarlos a los dos en cualquier momento.
—¿Y? ¿Qué quieres? —decidió preguntar por el momento—. ¿Tienes más información para nosotros?
—En efecto. He conseguido nueva información. Información relativa al paradero del próximo “héroe”. Puede ser de su interés.
¿Qué tipo de red de información poseía este chico?
No podía ser solo él. No era el tipo de información que se consigue preguntando por ahí. Tenía que haber algún tipo de organización respaldándolo.
Y, sin embargo…
—”Simón Scania”. Su ubicación exacta es desconocida, pero el último lugar donde el hombre fue visto fue la ciudad de Lademio. Si vas directo desde aquí, puedes llegar en unos tres días en vehículo.
—El pueblo de Lademio…
Nunca había oído hablar de él. Seguro un pequeño pueblo remoto.
—La información del testigo es de hace casi cuatro años, nadie ha visto a Simón Scania desde entonces. Sin embargo, si vas a su última ubicación conocida ahora, puede haber algunas pistas sobre su paradero.
Tohru fulminó con la mirada el rostro sereno de Guy.
Era cierto que su información sobre Dominica Scoda y la Svetrana había dado en el clavo. Pero, aun así, él no se atrevía a confiar en este chico. Para empezar, no era alguien a quien se pudiera juzgar por su apariencia. Aunque a primera vista pareciera un joven cooperativo, tenía la sensación de que ocultaba algún motivo.
—Los conoces a todos desde el principio, ¿verdad?
Él lo interrogó con ojos escrutadores.
—¿Saber qué?
—La ubicación de los restos.
—Claro que no… —dijo Guy encogiéndose de hombros—. No yo, al menos.
—¿Qué?
—Tal vez haya alguien que lo sepa. Yo solo soy el mensajero. Solo conozco los detalles apropiados para el momento. No estoy autorizado a conocer el cuadro completo.
Ante su golpeteo, Tohru pudo ver el ceño fruncido de Akari por el rabillo del ojo.
Mientras pensaba, parecía que ella también encontraba sospechoso al chico. Solo que basándose en una impresión general más que en un razonamiento real. Aunque era difícil decir qué era lo extraño en específico.
—Tengo la sensación de que nos están tomando el pelo, y no me gusta.
—¿Es así? Bueno, está bien.
Guy se limitó a asentir a sus palabras. Su respuesta no estaba impregnada de sarcasmo u odio. Ninguna emoción identificable con facilidad se notaba dentro del “vacío” que era este chico.
—Enojo. Duda. Desprecio. Odio. Amor. La risa. Afecto. Siéntelo todo a gusto. Esas son todas las cosas que deseas.
Su vaga forma de hablar solo consiguió irritarlo más.
—Eres libre de dudar de la información que te he dado; sin embargo, si la crees, lo mejor será que te des prisa. Parece que el grupo que te persigue vinculado a la organización Kleeman ha obtenido la misma información.
—¿Qué has dicho?
—Alberic Gillette, creo que se llamaba…
La imagen del caballero… y sus mortíferas habilidades… pasó por el fondo de su mente.
Nacido durante la larga guerra, era sin duda un prodigio militar. Solo había tenido un breve encuentro con él, pero fue suficiente para comprender que no era un oponente ordinario.
En una batalla uno a uno, Tohru no sabía si podría ganar. Sin mencionar que su grupo era superado en número por el de Alberic.
—Entendido. Lo tendremos en cuenta.
Asintió.
Por supuesto, durante todo este tiempo, no había quitado los ojos de Guy ni un segundo. Desde que reconoció su presencia, se había mantenido concentrado en él sin siquiera pestañear.
No obstante…
—Hermano. —Por supuesto, la voz de Akari estaba impregnada de sorpresa.
No le había quitado los ojos de encima ni un segundo. Seguro Akari tampoco. Pero a pesar de eso, la figura de Guy había desaparecido de la vista de ambos.
Sin previo aviso, en un instante, como si nunca hubiera estado ahí. Ni siquiera dos pares de ojos pudieron distinguir movimiento alguno.
—¿Qué clase de truco fue ese?
—Ni idea.
Por el momento, no era su enemigo. Pero, si un día se volviera contra ellos, sería un individuo muy peligroso.
Tal vez deberíamos pensar en algún tipo de contramedida contra él, pensó Tohru, y dejó escapar un suspiro que había estado conteniendo sin darse cuenta.