La Princesa del Ataúd – Volumen 3 – Prólogo: La primera traición

Traducido por Lucy

Editado por Sakuya


Se escuchó un ruido ensordecedor que descendía de los cielos. Despiadado, envolvente e imparcial.

Por supuesto, el ruido era algo cotidiano en el campo de batalla: los bramidos y abucheos eran habituales, al igual que los sonidos de las explosiones y del acero chocando contra el acero. Tampoco faltaban los ecos de la muerte pisando los talones de los soldados. De hecho, en el campo de batalla algunos dijeron que estos elementos se unían casi como una sinfonía para ellos. Algunos incluso experimentaron una subida de moral.

Sin embargo… incluso los veteranos tenían ruidos que infunden miedo en sus corazones.

A pesar de escucharse en el campo de batalla, era un ruido que delataba la palabra “batalla”. Era el sonido de la aniquilación abrumadora del oponente… de la destrucción absoluta.

Un sonido de aniquilación tan unilateral que no podía llamarse batalla. No había ni un solo soldado que sintiera honor al ser electrocutado por un rayo o asfixiado por una avalancha, y esto era muy parecido: una muerte sin recompensa que no les hacía mejores que el ganado.

Ese era el sonido que ahora llegaba en cascada a los tímpanos del mago Simón Scania.

Estaba entre las montañas sombrías.

Entre dos montañas, envuelto en el crepúsculo.

A su izquierda y a su derecha había muy pocos signos de vegetación; la mayoría eran rocas. No había casi animales, y el viento era escaso… A decir verdad, el aire estaba tan espeso de silencio que era casi como si el tiempo se hubiera congelado, justo con la puesta del sol.

Mirando hacia arriba, vio una serie de puntos negros agrupados en el cielo, envueltos en llamas parpadeantes como el sol durante un eclipse solar, cada vez más grandes en su visión a medida que se dirigían hacia él. Todo ello mientras emitían un rugido que significaba una masacre inminente.

Cada uno de ellos, por sí solos, era letales en el sentido más literal: los heraldos de la muerte conocidos como “Strikers”.

El hechizo de destrucción a escala de grado militar, [Lluvia Dura].

Aunque tenía un nombre intimidante, a la hora de la verdad el quid de su poder era simple “gravedad”. No era como fuego o relámpagos: eran objetos cayendo al suelo.

La materia caía del cielo al suelo. Era un concepto que hasta un niño podía comprender.

Un fenómeno natural que, dependiendo de la masa, la distancia y la cantidad del objeto que caía, podía provocar un cataclismo destructivo. Si se dejaba caer desde una distancia tan alta, incluso un guijarro podía alcanzar la velocidad letal de una flecha disparada en cuestión de instantes. Cada uno de estos Strikers pesaba lo suficiente como para no poder ser levantado por una sola persona, y había tantos como gotas de lluvia cayendo. Era evidente, entonces, que el ataque que se avecinaba era tan poderoso como para erradicar una ciudad o pueblo entero con facilidad.

Sí. El propósito de este ataque mágico era acabar con la base enemiga.

Para empezar, la magia ofensiva de propósito militar [Lluvia Dura] requería tiempo y esfuerzo para prepararse. Es más, cubrir toda esta área requería un mínimo de diez magos, así como un dispositivo mágico y una fuente de energía con suficiente capacidad de salida.

El material creado de antemano con magia se difundió primero por el aire, ya fuera rociándolo con magia hacia el cielo o dejándolo caer desde naves aéreas a gran altitud, y cuando la difusión alcanzaba un radio suficiente, comenzaba el verdadero acontecimiento mágico.

En lo alto del cielo, por encima incluso de las nubes, un núcleo mágico elaborado expandió su propia área de efecto, girando a una velocidad increíble. El material fue engullido, condensado y creció hasta decenas de miles, no, millones, no, miles de millones de veces su tamaño original.

Era casi como el vapor de agua condensándose en el aire, creciendo y convirtiéndose en lluvia. Sin embargo, el producto final de esta magia no era nada tan inofensivo como las gotas de lluvia.

Los Strickers adquirieron forma de lágrima por la resistencia del aire acumulada durante la caída. Como la lluvia que caía, eran demasiados para contarlos, por no menospreciar que cada uno de ellos estaba ardiendo, de un rojo abrasador. La fuerza del impacto contra el suelo sería similar a la de un martillo al caer.

Era un fenómeno simple en sí mismo.

Simple e inevitable.

Interrumpir la magia era imposible, ya que su área de efecto estaba muy alta en el aire, y para cuando los que estaban bajo el fuego se dieron cuenta de los Strickers, la magia ya se había completado de todos modos. No había forma de interrumpir la magia en sí. Lo único que podían hacer en ese momento era crear un hechizo mágico defensivo tan grande como para resistir el ataque.

Los Strikers eran sólidos, pesados y enormes, por no mencionar que estaban ardiendo. Su velocidad aumentaría cuánto más se acercaran al suelo: todos los expertos en combate de la zona podrían alzar sus espadas y escudos con orgullo, y todo sería inútil. Sus queridas armas acabarían destruidas, y ellos mismos solo saldrían volando por los aires por la serie de ondas de choque.

Incluso con magia, las capacidades de un individuo eran limitadas.

Frente a la [Lluvia Torrencial], frente a un ataque mágico tan poderoso que requería un gran Gundo, una fuente de magia de alto rendimiento y la cooperación de varios magos, las habilidades y técnicas más astutas de un individuo eran inútiles. Cualquier magia defensiva de medio pelo acabaría con ellos, barrera y usuario por igual.

Sí, era inútil.

Ahora que había sido expuesto a este nivel de magia de destrucción a gran escala, no le esperaba nada más que la muerte, eso es lo que cualquiera diría. Por eso, incluso un veterano de guerra como él tenía una expresión de desesperación. Permaneció inmóvil, consciente de su impotencia, mientras el incesante sonido de [Lluvia Torrencial] seguía llegando a sus oídos.

Y, sin embargo…

—¡¡¡AAAHHH!!! —gritó el mago Simón Scarnia.

Pasara lo que pasara, no se rendiría.

De ninguna manera. No quería morir.

Todavía quedaban muchas cosas por hacer.

Todavía había muchas cosas que quería vivir.

Y sobre todo, tenía una mujer a la que volver a ver.

Como el infierno… ¡No voy a morir aquí!

Levantando en alto su Gundo favorito. Simon aplacó el miedo y la confusión que nublaban su conciencia, y comenzó a construir una secuencia mágica.

—Bahre… Totto… Eremu… Nai… Nai…

Si había una gracia salvadora, era el hecho de que [Lluvia Torrencial] era magia de la variedad a gran escala.

Para que la magia funcionara, en última instancia necesitaba ser activada a través de la voluntad de un solo mago. Aunque la magia a gran escala requería las habilidades de varios magos, al final solo uno podía determinar y controlar la tendencia de la magia. Era el mismo principio que tripular un barco: aunque muchos hacen que el barco se mueva, al final es deber del capitán unificarlos y manejarlos a todos.

Y así…

—Eiu… Waorun… Aruchi… Marutea… Ruru…. Arufu… Rai…

Por eso, el poder de un ataque mágico a gran escala era algo errático.

Una sola conciencia humana no podía soportar tanto, y el poder de un hechizo de área de efecto no podía distribuirse de manera uniforme. Así que si construía el hechizo de defensa más fuerte que tenía, tal vez Simón solo podría ser capaz de sobrevivir.

—Ven…

Solo Simón, sin embargo.

—¡Cáscara Dura!

Simon activó la magia con éxito.

El canto completo, una barrera azul medio transparente comenzó a expandirse desde el centro del Gundo.

[Cáscara Dura] era el hechizo defensivo más fuerte que conocía. Su área de efecto era pequeña y no podía moverse durante la expansión, pero resistiría un ataque mágico destinado a una sola persona. Es cierto que se trataba de un hechizo de destrucción a gran escala, pero si el hechizo no se centraba por completo en él, entonces, tal vez…

—¡Ku…!

Simon se aferró a su Gundo.

En principio se necesitaba la voluntad de un mago para activar un hechizo mágico, pero era muy parecido a colocar un explosivo detonado: los detalles y el mantenimiento del statu quo dependían del propio Gundo. Simon no podía hacer otra cosa que confiar su destino a los dioses.

Por ahora, la [Cáscara Dura] parecía resistir.

Al golpear la barrera, se formaron ondulaciones en su superficie, deformando el exterior. La propia barrera se distorcionó mucho, pero no se rompió y siguió cumpliendo con su deber.

Alcanzó a ver a uno de sus camaradas justo a su lado.

A través de la barrera defensiva, algo transparente, pudo distinguir otra situación.

Sus compañeros, pertenecientes a la misma unidad, estaban gritando algo. Sin embargo, no pudo oír lo que decían por encima de la [Lluvia Torrencial]. Las ondulaciones que corrían por la superficie de la barrera también dificultaba el intento de leer sus labios.

Uno de los soldados extendió la mano hacia Simón, como pidiendo que lo salvaran.

Las ondas se interrumpieron y, como por milagro, Simón pudo distinguir las palabras que salían de su boca.

—Simón. Sálvame.

Y… justo después.

Aquel camarada sufrió el impacto directo de un ariete y se desvaneció.

No hubo tiempo para que la carne destrozada y la sangre se esparcieran por todas partes. Ocurrió en un solo instante: la enorme lámina aplastó por completo al soldado al estrellarse contra el suelo.

Solo el extremo de una muñeca cortada giró en el aire.

Se estrelló contra la superficie de la barrera desplegada de Simón, dejando un rastro de rojo por la superficie de la barrera mientras se deslizaba hacia abajo.

Además, sus otros compañeros estaban gritando algo. Por supuesto, esas palabras no llegaron a oídos de Simon.

Sin embargo, pudo adivinar lo que decían. De seguro era lo mismo que el primero, “sálvame”. O quizás, incluso “traidor”.

—Ku…

La magia de Simon solo podía proteger a una persona.

Aun así, sus posibilidades de sobrevivir eran escasas. Había reducido el área de efecto al alcance mínimo para aumentar al máximo las defensas de la barrera. Podría aumentar un poco el radio de la barrera si disolvía de forma temporal la actual, permitiendo tal vez la entrada de una o dos personas más… pero era muy probable que eso solo acabara causando la muerte de todos, incluida la suya. Era casi un milagro que hubiera sido capaz de activar la magia con éxito en primer lugar.

No tuvo más remedio que abandonarlos.

Haría todo lo posible para aumentar sus posibilidades de supervivencia aunque fuera lo más mínimo, y eso significaba ver morir a cada uno de sus camaradas.

—Así es como tiene que ser… —gimió Simón.

No hablaba con nadie en particular. Al igual que él no podía oírlos, lo más probable es que sus compañeros tampoco pudieran oír su voz. Así que, de seguro, solo hablaba consigo mismo.

—No se puede evitar. No se pudo evitar. Mis manos estaban atadas. No había nada más que pudiera haber hecho.

Le hubiera gustado salvarlos si hubiera sido posible.

Era un mago que no podía luchar cuerpo a cuerpo en el campo de batalla y, sin embargo, había llegado tan lejos. Se lo debía a los espadachines y soldados que lucharon en su lugar. Lo sabía muy bien. Le habían salvado el pellejo demasiadas veces como para contarlas.

Y, sin embargo, a pesar de todo eso, no había ninguna manera de que pudiera disipar [Coraza Dura].

Eso de seguro lo llevaría a su propia muerte también. No tenía sentido ser un héroe si conducía a la muerte.

Era mejor que una persona sobreviviera a nadie. uno vivo en lugar de todos muertos. Era una lógica comprensible.

No había ayuda. La situación era inútil.

—Hya…

Dentro de la [Cáscara Dura], Simon sostuvo su cabeza entre sus manos. Hizo la vista gorda y el oído sordo a todo lo que le rodeaba.

La caída de los martillos de la muerte. Sus camaradas moribundos.

Ya no podía soportarlo.

Ya había hecho todo lo que podía. Ahora solo le quedaba rezar por su propia supervivencia.

No…

Había otra cosa que necesitaba hacer. Necesitaba matar al que los había traicionado.

Como se mencionó antes, [Lluvia Torrencial] era un hechizo utilizado para atacar la base del enemigo. Era una magia que requería tiempo y esfuerzo para lanzarla, no podías activarla de inmediato. Como el material tenía que difundirse antes, tampoco se podía cambiar el lugar del ataque en el último momento.

En otras palabras, no habían utilizado unidades de comando como la unidad de Simón.

Entonces, ¿cómo fueron capaces de determinar con precisión el tiempo y la ubicación de este ataque?

¿Coincidencia? Desde luego que no.

No había otros edificios ni nada por aquí. No tendría sentido apuntar a este lugar de otra manera.

Lo que significaba que el enemigo había sabido que a esta hora, en este día, en este mismo valle de montaña, la unidad de Simón estaría de paso. La unidad de Simón era una unidad de comando, lo que significa que su negocio era el secreto y el elemento sorpresa. Los únicos que deberían haber sabido sus planes eran sus socios cercanos.

Alguien había proporcionado información al enemigo, un traidor.

¿Un oficial superior, tal vez? ¿O tal vez un camarada que sufrió una lesión y tuvo que ser apartado del plan? ¿O un familiar, amante o amigo íntimo? De seguro, alguien había abusado de su posición para venderlos al enemigo.

—Imperdonable… es imperdonable…

El traidor mataría al traidor.

Por sus aliados que ya estaban muertos y moribundos, cargaría con la cruz del asesinato.

Acurrucado en posición fetal dentro de la barrera, Simón hizo un voto.

—¡Juro que te mataré!

Había abandonado a sus camaradas, había ignorado a sus compañeros que lloraban, gritaban y maldecían y solo se había protegido a sí mismo.

Ahora el odio de Simón hacía el traidor era lo único que encendía su voluntad de vivir.

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