Traducido por Ichigo
Editado por Ayanami
Quiero que alguien se ría de mí y me diga que estoy pensando demasiado.
Que he llegado a una conclusión extraña debido a lo aliviada que estoy por haber encontrado al Señor de los Demonios y por la liberación de toda la tensión que ello conlleva: Que alguien, por favor, me lo diga.
Tenía los labios demasiado apretados para reírme de esto.
Di cada paso de la escalera como si mi mente y cuerpo estuvieran en desacuerdo, antes de pisar un guijarro y tambalearme.
A pesar de haber dicho que debíamos salir rápido, el comandante Lieber no se movió de su sitio.
Se quedó quieto, sin detenerse ni preocuparse por mi extraño comportamiento de hace un momento.
Su rostro, sin la habitual sonrisa amistosa, me asustó.
—Su Alteza.
—Lo siento… Es que… me he dado cuenta de algo raro, pero probablemente sea un malentendido, estoy segura.
Quería que dijera algo, pero no respondió ni una sola palabra.
Su silencio parecía ser su respuesta. Eso me hizo estallar.
—Lo sé, ya lo sé… ¡Pero por favor, por favor, dígame que me equivoco…!
Le grité en la cara, pero él no se sorprendió en lo más mínimo.
Se limitó a mirarme con ojos tranquilos. Su silencio, su mirada y su expresión. Una a una, estas cosas fueron convirtiendo mi imaginación anterior en realidad, y me aterrorizó.
Mi frágil corazón finalmente se quebró.
—Es una mujer sabia… Estoy seguro de que ya sabe la verdad.
Esa voz era tan silenciosa que no debía venir del Comandante Lieber.
Quería pensar que todo era un engaño, pero no podía encontrar ninguna prueba que lo refutara.
¿Cómo es que los hombres de Raptor, que habían peinado la frontera durante este último año en vano, de repente llegaron al templo antes que nosotros?
¿Cómo pudieron preparar una emboscada con la información que acababa de compartir hoy?
Recordando todo lo que había sucedido hasta ahora, finalmente llegué a una conclusión.
La conclusión de que había un espía en Nebel.
—¿Por qué…?
Expresé con una voz confundida.
A pesar del torbellino de emociones que se arremolinaban en mi interior, lo único que pude decir fue una simple pregunta.
—¿“Por qué”, pregunta?
Repitió el comandante Lieber.
—Si estaba mirando los materiales de Isaac, creo que debería saber la respuesta.
—¿Los materiales de Sir Walter…?
—No sólo los cuentos de Nebel, sino también los de otros países, también los de Raptor.
Una vez hablé con Sir Leonhard sobre la relación entre las historias de ambos países sobre el Señor de los Demonios.
La llama que simbolizaba al Señor de los Demonios se describía en Nebel como “una semilla de desastre que significa la destrucción absoluta”, mientras que Raptor la describía como “una semilla de salvación que conecta la vida”.
Pensando en ese punto, recordé algo.
Una persona que quería conectar con la “vida”, el Comandante Lieber.
—¿Esto era… por su esposa?
El Comandante Lieber permaneció en silencio. Sólo me mostró una sonrisa irónica.
¿Realmente no hay otra manera? ¡Su esposa no será feliz aunque haga eso!
Me tragué esas palabras que estaban a punto de salir de mi boca. Sabía, sólo con mirar su cara, que ya se había preguntado esas cosas muchas veces.
—Mi mujer nació con un defecto en el corazón. El médico le dijo que no llegaría a la edad adulta.
Cuando oí que tenía un cuerpo débil, lo que me vino a la mente fue Emma, la madre de Georg.
Me preguntaba si podía hacer algo. Sin embargo, resultó ser algo fuera de mis expectativas.
No soy ni una diosa ni un médico, sólo una niña. No hay casi nada que pueda hacer.
—Ella se negó muchas veces, diciendo que no quería casarse porque su vida era muy corta. Pero, quizás debido a que mi amor ha echado raíces en su corazón, finalmente aceptó en mi trigésimo intento. “Quiero vivir por ti, aunque sea un poco, así que cásate conmigo”, eso es lo que le dije.
El comandante Lieber bajó ligeramente la mirada y entrecerró los ojos, como si su mujer estuviera delante de él. Sus ojos y su voz me decían que la quería mucho.
—Este año cumpliría veinte años. Ha trabajado mucho para estar aquí, cinco años más de lo que dijo ese médico… y sé muy bien lo egoístamente terrible que es pedir más.
Su voz se agitó.
Apretó los puños para soportar el dolor.
—Pero no sirve de nada. A diferencia de mi esposa, soy débil, así que no pude aceptar su despedida. Me he dado cuenta de lo pecaminoso que es, pero sigo deseando una eternidad con ella.
No podía hacerlo pasar por egoísta.
Si yo estuviera en su lugar, probablemente habría hecho lo mismo, o al menos me habría sido imposible despedirme de mis seres queridos tan fácilmente.
Esto debió ser un gran peso en su corazón.
Pensar repetidamente en los rostros de su familia, en los rostros de sus amigos y en el rostro de Sir Leonhard. Debe haber sido insoportablemente sofocante.
A pesar de todo eso, decidió seguir este camino.
—Venderé mi alma al mismísimo Diablo si eso significa que la salvará. Incluso si tengo que abandonar todo en este mundo, mientras la mantenga a salvo, lo haré.
¿Es un pecado llamar a eso amor, me pregunto?
—Por lo tanto, lo siento mucho, Su Alteza.
El sonido de sus pasos resonó en toda la habitación mientras se acercaba lentamente a mí.
La distancia entre nosotros era cada vez menor. Sabía que tenía que huir, pero mis pies no me hacían caso.
Mis sentimientos de frustración abrumaban mi miedo.
Era tan frustrante que me aplastaba el corazón.
—Por favor, deme esa piedra. No quiero ser brusco con usted…
El comandante Lieber se detuvo a unos tres metros de mí.
Me dirigió una mirada de sorpresa con un toque de confusión, y luego frunció las cejas.
—¿Por qué… por qué llora?
No fue hasta entonces cuando noté que algo mojaba mis mejillas.
Las pequeñas gotas cayeron al suelo con un golpeteo.
—¿Y cómo es que no está…?
El comandante Lieber abrió los ojos más que antes.
Sus ojos parpadearon repentinamente y, por un breve momento, volvió a parecer el de siempre. Como si todo hubiera sido un mal sueño. Pero pronto entrecerró los ojos y sonrió con amargura. Era una forma benévola de reír, como una madre que calma a un niño.
—Es usted muy amable. Si hubiera sido otra persona a la que le hubieran aplastado el corazón así, sólo podría sentir dolor… Pero puede que sea por esto que puede mover el corazón de Leonhard.
—¿Eh…?
—Sé que no tengo derecho a decir esto… Pero por favor, cuide de mi amigo por mí.
Era una voz terrible pero suave.
Nunca quise escuchar una despedida tan agridulce, pero no sabía qué decir.
¿Cómo puedo arreglar esto?
¿Cómo puedo hacer que todos se rían al final? Estrujando mi cerebro, no pude llegar a una respuesta. Esto era la realidad. No un juego. No había ninguna opción que elegir para que todos pudieran ser felices.
El “felices para siempre” sólo existe en los cuentos de hadas.
Las lágrimas corrían por mi cara. Pequeños sollozos salían de mis labios apretados.
¿Por qué soy tan impotente?
Unos pasos lejanos llegaron a mis oídos.
—Parece que nos hemos quedado sin tiempo.
El comandante Lieber borró su amable sonrisa y se acercó a mí. Me agarró del brazo en el momento en que me eché atrás por reflejo.
Intenté resistirme desesperadamente, pero mi lucha no fue nada para el comandante Lieber. Me obligó a abrir la palma de la mano y me robó la piedra.
—¡No…!
—¡Princesa!
Sir Leonhard saltó al templo.
Él, que escuchó mi grito, me llamó con desesperación.
Mis ojos se encontraron con su mirada mientras el comandante Lieber me sujetaba el brazo con fuerza.
Se oyó el sonido de alguien tomando aire. Los ojos de Sir Leonhard se abrieron de par en par. Inmediatamente desenvainó su espada.
Sus ojos, habitualmente apacibles, brillaron con una luz de espadachín como nunca antes había visto.