Traducido por Zico
Editado por Michi y Lugiia
—Hmm… Eso sí que fue un puñado de documentos.
Aflojé los hombros rígidos. Delante de mí había una montaña de papeles terminados. Por fortuna, mi tensión parecía disiparse un poco ahora que había alcanzado mi objetivo del día. Sin embargo, parecía que el trabajo de un rey nunca terminaba, por mucho esfuerzo que pusiera en él.
—Excelente trabajo como siempre, Su Majestad.
—Vamos, Grantz. No hay necesidad de ser tan formal.
La voz que me había llamado pertenecía nada menos que a Grantz Magenta, el jefe de la casa más importante de la aristocracia, la familia ducal Magenta, el ministro del reino de Palettia y, sobre todo, mi íntimo amigo personal.
Y a quien había llamado era, por supuesto, a mí, Orphans Il. Palettia, el actual soberano del reino de Palettia. Acababa de terminar mis obligaciones reales del día.
—Me vendría bien una taza de té. Acompáñame, Grantz.
—Como desee, Su Majestad.
—¡Otra vez tan formal! Dirígete a mí no como tu rey, sino como tu amigo, ahora.
—Muy bien…, Orphans.
Asentí satisfecho cuando su tono de voz se relajó.
Puede que Grantz ronde la treintena, pero su vigor juvenil aún no ha dado muestras de decaer.
Yo, en cambio, aparentaba más edad de la que tenía, con el cabello notablemente canoso. Probablemente, la culpa de ello la tenía mi fatiga constante. No ignoraba la diferencia entre nosotros. Estábamos tan cerca en edad, y, sin embargo, era capaz de mantener su juventud.
La familia Magenta tenía una larga historia. Los duques, al haber heredado la sangre real, también habían heredado el cabello platino de la familia real. Sin embargo, con el paso de las generaciones, ese color había llegado a diferir del mío. En todo caso, ahora estaba más cerca del plateado que del platino.
No obstante, lo más singular de Grantz eran sus ojos. Aquellos iris de color marrón rojizo eran tan intensos y afilados que parecían contener llamas abrasadoras capaces de hacer temblar a los débiles de corazón con una sola mirada. Para bien o para mal, había transmitido esos ojos a su hija y a su hijo. Era difícil no ver la sangre que compartían padre e hijo.
—La manzana no cae lejos del árbol, como suele decirse… —murmuré mientras sonaba la campana para llamar a una doncella y que preparara una tetera.
Grantz debió de oír mi suspiro, pues me miró mientras tomaba asiento.
—¿Qué te ocurre? ¿Otra vez preocupado por tus hijos? —me preguntó burlonamente.
—¡¿Cómo no voy a preocuparme?! —respondí, frustrado.
Sentía un cariño especial por los hijos de Grantz, sobre todo por su hija Euphyllia, como si fueran míos.
En parte se debía a que estaba comprometida a mi hijo Algard, pero, sobre todo, era la traviesa de mi hija la que me hacía sentir así.
—Ha estado bastante tranquila últimamente, pero me temo que esto es solo la calma antes de la tormenta.
—La princesa Anisphia es un poco tormentosa, ¿no?
—¿De qué te ríes? Nunca he considerado esto un asunto de broma, Grantz.
Llamaron a la puerta y la doncella entró en la habitación haciendo una reverencia. Dejó la tetera sobre la mesa antes de marcharse.
Mientras sorbía mi taza, dejé escapar otro suspiro.
—Ya tiene diecisiete años, y aún no hay indicios de que vaya a sentar la cabeza…
—Pero si sentara la cabeza, como dices, ya casi no sería la princesa Anisphia, ¿no?
—Basta. Ya estoy bastante deprimido…
—Me temo que no se puede evitar. Después de todo, fuimos nosotros quienes aprobamos su comportamiento cuando todo empezó —respondió Grantz, llevándose el té a los labios con elegancia.
Fruncí el labio al oír aquello, pero no tenía nada que discutir con él. Tal vez fuera otra vez el estrés, pero notaba un gran peso en el estómago. Dejé escapar un suspiro resignado.
—¿Por qué no se acaban los problemas que requieren mi atención?
Estoy seguro de que cualquiera que me hubiera visto habría supuesto que tenía más de cincuenta años por mi aspecto. Mi cabello color platino, prueba de mi linaje real, estaba llamativamente apagado y gris.
La ansiedad constante había esculpido profundos surcos en mi rostro, hasta el punto de que verme en el espejo bastaba para agriar mi humor. Esa era la prueba de que mis responsabilidades como rey eran una carga. Pero mi mayor motivo de preocupación era mi hija, quien me causaba problemas sin piedad y sin final a la vista.
—Pero podemos aliviar esas preocupaciones al menos un poco, ¿no te parece?
—Hmm… ¿Te refieres a Algard y Euphyllia?
—Ambos se graduarán pronto. En el futuro, se les pedirá que contribuyan como nuestro futuro rey y reina. Y eso les dará más oportunidades de liderar por sí mismos.
—Suponiendo que todo vaya bien… —refunfuñé.
—¿Te preocupa ese rumor…? —preguntó Grantz, entrecerrando los ojos.
Asentí como respuesta.
—Euphyllia estará bien, pero ese maldito de Algard… Está muy bien que se dé el gusto con la hija de ese barón, pero tiene que aprender a ser moderado.
—No es fácil reunir información dentro de la academia, pero se ha corrido la voz. Ya debe ser bastante público.
Se rumoreaba que Algard pasaba constantemente tiempo con la chica Cyan, mientras que Euphyllia había sido vista varias veces advirtiéndole que tuviera cuidado. El tema se había convertido en objeto de intensos cotilleos entre la nobleza.
La academia aristocrática, por su propia naturaleza, era bastante reservada, por lo que la información de entre sus muros rara vez llegaba al mundo exterior. El hecho de que estos rumores se hubieran filtrado a pesar de todo eso significaba que Algard debía de estar montando un escándalo considerable. Me dolía el estómago solo de pensarlo.
—Lo siento, Grantz… Fue la familia real quien insistió en este compromiso en primer lugar…
—Es deber de Euphyllia asegurarse de no perder el corazón de su prometido. Tienes toda la razón en que Algard necesita aprender moderación, pero esto puede servir de llamada de atención para ambos.
La franqueza de Grantz no significaba que fuera poco cariñoso y leal solo a sus deberes oficiales. Más bien, el afecto que sentía por su hija era la razón por la que le había dado una educación estricta, para que tuviera la fuerza necesaria para ser la próxima reina del reino.
A primera vista, el reino de Palettia era un modelo de paz. Sin embargo, había muchos problemas enterrados bajo la superficie. Hace años, cuando empecé a pensar en el futuro, me preocupaba si Algard sería capaz de mantener el país por sí solo, y por eso insistí en que se prometiera con Euphyllia, cuyo talento conocía desde que era una niña.
Sin embargo, no pude evitar notar una falta de amor entre ellos. Ninguno de los dos parecía sentir nada por el otro más allá del deber, aunque eso no era especialmente inusual en un compromiso entre dos casas nobles.
Pero este rumor había empezado a circular en un momento en el que yo estaba especialmente preocupado. No pude evitar agravar aún más mi preocupación.
—Pero Euphyllia dijo que se encargaría de ello, ¿verdad?
—Lo hizo, y, sin embargo…, soy plenamente consciente de que la familia real quiere que este matrimonio sea un éxito. Aun así, si toda la carga recae sobre mi hija, no tendremos más remedio que cancelar el compromiso.
No era fácil estar de acuerdo con eso, pero lo que Grantz había dicho era cierto. Si eso era lo que quería Euphyllia, no tendríamos más remedio que plantearnos poner fin a los planes de compromiso. Al fin y al cabo, había sido la familia real, y no ella, quien los había iniciado, así que nos correspondía a nosotros arreglar cualquier desastre que hubieran causado.
Por eso, había llegado a preguntarle a Euphyllia si quería romper el compromiso. Pero ella me había pedido que lo dejara todo en sus manos. Al fin y al cabo, había presumido de su generosidad, pero ¿había sido capaz de encontrar una solución…?
Me asaltó una aguda punzada de ansiedad, en el momento en que llamaron a la puerta de forma repentina y enérgica.
—¡Su Majestad! Noticias urgentes.
—¿Qué puede ser urgente a estas horas…? ¡¿Qué ha pasado ahora?!
—¡La princesa Anisphia ha visitado el palacio real utilizando un dispositivo mágico! ¡Solicita una audiencia con usted, Su Majestad!
—¡¿Qué ha hecho ahora esa descabellada?! —exclamé con voz ronca.
¡¿Por qué no podía comportarse por una vez…?!
—Y además…
—¡¿Ahora qué?! ¡Deja de perder el tiempo y dilo!
—¡Discúlpeme! La princesa Anisphia quiere verle, pero está acompañada por la señorita Euphyllia Magenta… ¡Y creemos que Su Alteza puede haberla secuestrado!
Mis ojos se abrieron de par en par, alarmados, y mi visión se oscureció brevemente. Sacudí la cabeza, intentando recuperar la compostura, pero no pude reprimir la indignación que brotaba de mi interior.
—Entonces…, ¡¿qué esperas?! Tráemela. ¡Ya!
♦ ♦ ♦
—¡Saludos, padre! ¡Siento mucho haber venido así!
—¡Anis! ¡¿Qué has hecho esta vez?! ¡¿Y por qué está Euphyllia contigo?!
Wow, mi padre estaba absolutamente furioso. Bueno, no era una respuesta irrazonable, considerándolo todo.
Había secuestrado… ejem, sacado a la señorita Euphyllia de aquella fiesta nocturna en la academia aristocrática y la había llevado directamente al palacio real para solicitar una audiencia con mi padre. Aún miraba con los ojos muy abiertos por encima de mi hombro. Incluso la joven noble de renombre debía de estar aterrorizada por la huida que acababa de sufrir.
—Por favor, cálmese, Su Majestad. Princesa Anisphia, Su Alteza, creo que ha pasado un tiempo.
—¿Oh? ¿El duque Grantz también está aquí? Bueno, eso es conveniente.
Había otra figura en la oficina de mi padre, el padre de la señorita Euphyllia, el duque Grantz, la mano derecha de mi padre. Conveniente, sin duda.
—¿Euphyllia…? ¿Cuánto tiempo piensas quedarte allí? —preguntó con reproche el duque Grantz.
—¿Ugh…? ¿P-P-Padre? ¡D-Discúlpeme, princesa Anisphia!
El rostro de la señorita Euphyllia se estremeció, y se apresuró a bajar de mi espalda.
Le solté la mano, dejándola arrodillarse e inclinar la cabeza.
—Ah, no tienes que hacer eso… —dije—. Duque Grantz, por favor, no sea demasiado duro con ella. Probablemente, esté un poco conmocionada después de todo lo que acaba de pasar.
—¡Anis! ¡Explícate! ¿Qué has hecho esta vez? ¿Qué haces con Euphyllia? —exigió mi padre.
—Bueno… Estaba haciendo una prueba nocturna de mi escoba de bruja, y las estrellas eran tan hermosas, que como que desvié la vista hacia donde iba. Y luego me escabullí en una fiesta de la academia aristocrática —informé con sinceridad.
—¡Tonta…! —gritó mi padre, poniéndose en pie y dándome un puñetazo en la cabeza.
Aquel golpe fue tan doloroso que sentí como si cayeran estrellas al suelo delante de mis ojos. Se me calentó la parte posterior de los ojos y tuve que sujetarme la cabeza con las manos.
—¡Eso duele, padre! Eres horrible.
—¡Estoy harto de tu descaro! ¡¿Por qué tú…?!
—Sé que estuvo mal; ¡¿crees que no lo sé?!
—¡Si de verdad lo sientes, no lo vuelvas a hacer! ¡¿Cuántos errores tienes que cometer antes de aprender?!
—¡Padre, nadie puede progresar sin cometer al menos algunos errores!
—¡Te digo que tomes precauciones! Repetir lo mismo una y otra vez es el colmo de la insensatez, imbécil. ¿Esa cabeza tuya es solo un adorno? —bramó, golpeándome la cabeza con el puño por segunda vez.
Fue tan doloroso que tuve que agacharme y apretarme las sienes con las manos.
¡Uf, sus nudillos dolían mucho…! ¡Él era el peor! ¡El peor de todos!
—Ejem… ¿Quizás ya has dejado claro tu punto? ¿Princesa Anisphia? —me llamó el duque Grantz, fingiendo una tos.
Con ese comentario, mi padre volvió en sí y controló su furia. Sin embargo, seguía bastante pálido.
Los agudos ojos del duque se clavaron en mí. No pude evitar sentirme un poco incómoda, pero no era diferente de lo habitual, así que me senté derecho y pregunté:
—¿Qué puedo hacer por usted, duque Grantz?
—¿Por qué ha traído a Euphyllia al palacio real?
—¡Ah, claro, claro! He venido a entregar un informe, padre.
—¿Y cuál sería, Anis?
—Allie dijo que estaba rompiendo su compromiso con la señorita Euphyllia.
—¿Eh…?
Mi padre se quedó helado, guardando silencio durante un largo y prolongado instante. A su lado, los ojos del duque Grantz se abrieron ligeramente, como tomados por sorpresa.
—Lo siento, Anis. Estoy un poco cansado, así que debo haber oído mal. ¿Qué has dicho?
—Dije que Allie estaba tratando de romper su compromiso con la señorita Euphyllia.
—¿Qué?
—Está rompiendo el compromiso.
—¿De quién?
—El suyo y el de la señorita Euphyllia.
Le había contado los hechos varias veces, y mi padre se quedó con la boca abierta. Intenté agitar la mano delante de sus ojos, pero no reaccionó.
Cuando por fin recobró el sentido, mi padre se frotó la frente y preguntó con voz temblorosa:
—¿Algard… ha dicho eso?
—¡Eso es lo que he estado intentando decirte!
—Lo siento… Cómo me gustaría que todo esto fuera un mal sueño —dijo incrédulo, antes de volverse hacia Euphyllia—. ¿Es verdad?
Euphyllia pareció congelarse una vez más cuando mi padre la miró, antes de dejar caer los hombros y bajar la cabeza.
—Sí… Siento muchísimo no haber sido capaz de mantenerlo todo bajo control.
Con eso, la señorita Euphyllia inclinó la cabeza con impotencia. Era tan frágil que mi mano se dirigió a su hombro. Mis labios se crisparon al notar sus temblores.
Solo podía imaginar cómo se habría sentido cuando su prometido rompió de repente su compromiso en una fiesta nocturna… Por muy digna que fuera, no era de extrañar que estuviera en estado de shock.
—¡Qué desastre…! ¡¿Qué demonios está haciendo mi hijo?! ¡¿No pensó en preguntarme?! ¡¿En medio de una fiesta, nada menos?!
—Por favor, Su Majestad, cálmese.
—¡¿Cómo esperas que me calme?!
—Em, padre… Sé que estás enfadado, pero la señorita Euphyllia está en estado de shock, así que, por favor, no grites…
Ahora que se lo había señalado, mi padre bajó la voz, aunque seguía amargado.
El duque Grantz dejó escapar un suspiro, antes de volverse hacia su hija.
—Euphyllia…
—L-Lo siento mucho, padre… Soy inútil, indigna…
La señorita Euphyllia agachó aún más la cabeza, como si ya no pudiera levantarla. Su temblor era cada vez más fuerte.
—Sé que soy yo quien ha sacado el tema —intervine—, pero la señorita Euphyllia no se encuentra bien, ¿puede sentarse?
—A-Ah. Sí, claro… —Mi padre asintió y la guio hasta unos sofás cercanos.
Me senté junto a mi padre, mientras Euphyllia y el duque Grantz ocupaban los asientos de enfrente.
Cuando todos se hubieron sentado y respirado hondo, mi padre se aclaró la garganta. La angustia en su rostro era evidente. Bueno, eso tampoco me sorprendió mucho.
—Siento haberme alterado tanto hace un momento, pero no puedo creerlo…
—Bueno, simplemente sucedió, padre.
Se tomó la cabeza entre las manos. No podía culparlo. El compromiso de Allie y la señorita Euphyllia significaban que serían los futuros rey y reina de Palettia. Era un acuerdo increíblemente importante. Por eso, la señorita Euphyllia, hija del duque Magenta, había sido elegida como pareja de mi hermano.
Además, su compromiso no era algo que pudiera anularse tan fácilmente. Por otra parte, el anuncio de Allie era tan extraño que no era del todo sorprendente que nuestro padre no tuviera ni idea de cómo responder.
—Lo siento, Grantz… Fui demasiado optimista, incluso ingenuo —murmuró mi padre, con la cabeza gacha, apretándose una mano contra la tripa como si le doliera el estómago.
Sin embargo, el duque Grantz sacudió la cabeza en silencio.
—No debería disculparse tan rápido, Su Majestad… —dijo, antes de volverse hacia su hija—. Euphyllia.
—Sí…
—He oído que tu relación con el príncipe Algard no ha progresado. Es muy lamentable que esto haya sucedido.
—Lo siento mucho…
—No necesitas disculparte. Lo que necesitas pensar ahora es cómo te comportarás en el futuro.
—Estoy dispuesta a aceptar cualquier castigo. —La señorita Euphyllia pareció tomarse a pecho las palabras de su padre, esperando su condena.
Las cejas del duque Grantz se crisparon mientras observaba a su hija.
Tuve que interrumpir la tensa conversación entre ambos.
—Ejem… Duque Grantz, ¿me permite?
—¿Qué sucede, princesa Anisphia?
—Perdóneme por decir esto, y no creo que su intención sea culpar a la señorita Euphyllia por lo sucedido. Sin embargo, opino que el shock ha afectado su juicio. ¿Podría ser un poco más gentil con ella? Y usted también, señorita Euphyllia. Sé que debe estar asustada por lo repentino que fue, pero ¿puede tratar de relajarse un poco? Todos aquí, yo incluida, estamos de su parte.
La señorita Euphyllia levantó por fin la vista con cierta confusión. No tenía la menor idea de lo que estaba hablando, ¿verdad?
Intenté devolverle la sonrisa.
—De todos modos, primero vamos a aclararlo todo. Nuestros padres parecen entender la situación, ¿verdad?
—No me parece bien oírte decir algo sensato por una vez… —comentó mi padre.
—¡Qué grosero!
—¡Puedes culparte por eso!
No entendía a mi padre, pero eso estaba bien. No obstante, fruncí los labios cuando mi padre me dio las gracias.
—Anis. Voy a dejar de lado por ahora el asunto de tu intrusión en la academia aristocrática. Aunque todo haya sido una coincidencia fortuita, quiero darte las gracias por cuidar de Euphyllia.
—Bueno, realmente fue una coincidencia.
—Tenemos que ir tras Algard. Si no podemos convencerlo de que muestre algo de autocontrol…
—¿Ah, padre? Creo que algunos de sus amigos estaban involucrados, así que deberías asegurarte de tratar con ellos también.
Mi padre metió la mano en el bolsillo con disgusto y sacó su medicamento estomacal favorito, tragándoselo con un deje de melancolía en los ojos. Probablemente, se debía en parte al lío en el que estábamos metidos, pero no podía evitar pensar que él también estaba cansado de tratar conmigo. Era perfectamente consciente de que había metido la pata.
Aun así, técnicamente, era ajena a este asunto. Podía haber sido miembro de la familia real, pero había renunciado a cualquier derecho a suceder al trono.
Por eso, no había tenido ninguna intención de involucrarme en disputas sucesorias, pero gracias a un caso de fuerza mayor, o tal vez a un accidente, esta vez había sido inevitable. Bueno, podríamos hablar de eso más tarde.
—Es importante que investiguemos qué pasó y cómo, pero es igual de vital que pongamos orden en esto. Estoy hablando del futuro de la señorita Euphyllia.
—¿Su futuro…? —murmuró mi padre, con la voz llena de amargo pesar.
Por el momento, no importaba si Allie había roto legítimamente su compromiso. El problema era que había atraído la atención exterior hacia todos los implicados al hacerlo en un lugar tan público.
Ahora, todo el asunto haría bastante difícil que la señorita Euphyllia se casara en el futuro. Un compromiso roto en público no era algo que pudiera arreglarse fácilmente. Y no podíamos pedirle a la señorita Euphyllia que volviera con Allie después de semejante experiencia.
Así que la siguiente pregunta se refería a su futuro. Ser descartada por su prometido la convertiría en una gran broma en las reuniones sociales. Eso sería aún peor para la esperada futura reina. Además, era hija de la familia ducal de Magenta, una casa distinguida conocida por un gran número de logros dignos de mención.
Juntos, estos factores la convertirían en el blanco perfecto para el desprecio de sus iguales. Si eso ocurría, podría tener dificultades para encontrar otro compañero de matrimonio.
Cuando una joven era abandonada por un miembro de la familia real, el número de posibles pretendientes era bastante limitado. El futuro de la señorita Euphyllia estaba en grave peligro. Las acciones de Allie eran totalmente unilaterales aquí… Sí, esto era malo desde múltiples puntos de vista.
—Dado su talento, no me gustaría dejarla ir demasiado lejos…
—¡No podrías casarla con un país extranjero! —interrumpí—. Después de todo, ¡es tu hija! Y además es un genio. Una rara niña prodigio, bendecida por los espíritus. He oído tantas historias sobre ella.
La señorita Euphyllia era, con mucho, la mejor joven de su generación. No solo destacaba en etiqueta y decoro, sino también en magia y artes marciales.
Y era increíblemente hermosa. Su cabello plateado y su piel blanca como la nieve complementaban a la perfección su carácter digno. Si tuviera que decir algo negativo sobre ella, señalaría la severidad que veía a veces en sus ojos, pero si iba a ser nuestra próxima reina, esa dignidad suya era en general algo bueno.
Por eso, había oído a tanta gente decir que era adecuada para ser la prometida de nuestro próximo rey. Aunque me distanciaba de los asuntos oficiales, había oído hablar de esos rumores. Para ser sincera, sentía que ella era muy superior a mí como dama, aunque nunca me había molestado en intentar ser la dama perfecta.
¿Quizá el respeto que sentía por ella se debía a que ambas éramos tan diferentes? El talento de la señorita Euphyllia había sido evidente desde una edad temprana, por lo que la familia real la había perseguido como prometida para Allie. Sus talentos y habilidades eran ampliamente considerados como inconmensurables.
Por eso, era imposible casarla con otro país, ya que otra tierra tendría acceso a todos sus talentos. Si eso ocurría, no volveríamos a verlos.
La cuestión ahora sería encontrar una pareja más cercana. ¿Cuántos estarían dispuestos a casarse con alguien que una vez estuvo prometida a la realeza, sólo? para ser desechada por causar ostensiblemente problemas? Por si fuera poco, la señorita Euphyllia pertenecía a una familia ducal, por lo que el grupo de candidatos de estatus apropiado era aún más reducido.
Era, en muchos sentidos, una situación sin salida. Eché una mirada furtiva hacia ella; estaba encorvada, con una sombra oscura a la espalda.
No era para menos. La expectativa de que algún día se convertiría en reina debía de ser una enorme carga durante toda su educación. La habían educado para cargar con todo el reino en el futuro… y con mucho más. Había huido de esa responsabilidad tan rápido como mis pies podían llevarme.
Para ser sincera, tenía que admitir que tal vez fuera mi abandono de la responsabilidad lo que la había llevado a esta situación y a sus arruinadas perspectivas de futuro.
Ni que decir tiene que su padre también era consciente de lo sombrío que se presentaba el futuro para ella.
Por esa razón, el continuo silencio del duque Grantz era más que un poco intimidante. Pero este no sería un problema sencillo de resolver, y cualquier solución tendría que ser aún más complicada… Hmm. Requeriría toda una serie de logros.
En ese momento, se me ocurrió una idea.
—¡Padre!
—¡¿Y ahora qué?! ¡No hay necesidad de gritar!
—He estado pensando en el futuro de la señorita Euphyllia. ¿Es seguro asumir que, dado lo que ha pasado, estás preocupado por sus perspectivas matrimoniales?
—Sí…, pero ¿por qué? ¿Por qué tengo un mal presentimiento?
—¡Entonces, tengo una idea!
Estaba claro que a mi padre no le gustaba cómo sonaba esto.
Qué grosero… ¡Era casi como si no opinara mucho en mí!
El duque Grantz, quien seguía esperando en silencio, dirigió su atención hacia mí. La presión de su mirada severa me hizo retorcerme de incomodidad.
—¿Cuál es su idea, princesa Anisphia?
—Sí. En la actualidad, la señorita Euphyllia se ha visto obligada a romper su compromiso y ha sufrido una grave herida en su reputación como noble. Además, es una persona de raro talento. Es muy posible que tengas que ser muy selectivo con su próximo pretendiente, y es difícil ver lo que le depara el futuro.
—Ya lo sospechaba… ¿Y cuál es esa idea tuya? Debo decir que me da mala espina —opinó mi padre.
—Ja, ja, eso es un poco grosero. Incluso si consigues que Allie se retracte de su declaración unilateral, el hecho es que la señorita Euphyllia no consiguió evitar que saliera con eso donde lo hizo.
Incluso si esto era enteramente culpa de Allie, la señorita Euphyllia no había sido capaz de evitar que él hiciera lo que había hecho en público, lo que significaba que algunos siempre dudarían de su idoneidad como su futura esposa. Pero ahora que había sucedido, no había nada que pudiera hacerse al respecto.
—Esencialmente, la señorita Euphyllia también cargará con cierta responsabilidad a los ojos de los demás…
—De hecho, eso es cierto. Ella tiene la culpa por no haber desalentado lo suficiente al príncipe Algard.
—Y puede que eso no desaparezca, pero es posible recuperarse de ello. Creo que sería bueno que le diéramos la oportunidad de hacerlo.
El duque Grantz mantuvo su mirada clavada en mí todo este tiempo, como si no quisiera perderse ni una sola palabra.
En medio de esta extraña tensión, mi padre parecía nervioso y confuso.
—Entonces…, ¿qué intentas decir? Dilo de una vez.
—Iré directo al grano, entonces… ¡Padre, duque Grantz! ¡Por favor, entréguenme a la señorita Euphyllia!
Si tuviera que describir en una palabra la atmósfera que descendió entonces sobre la habitación, diría que se congeló. El rostro de mi padre se crispó, mientras que los ojos del duque Grantz se abrieron ligeramente.
Y la señorita Euphyllia, la persona en el centro de todo esto, levantó la cabeza, mirándome fijamente.
Le dediqué una sonrisa, antes de volverme hacia mi padre y el duque Grantz:
—¡Haré todo lo que pueda para hacerla feliz! Por favor, dennos su aprobación.