La revolución mágica de la princesa reencarnada – Capítulo 03: La princesa reencarnada no puede detenerse (2)

Traducido por Zico

Editado por Michi y Lugiia


—¡Espera, espera, espera, espera! ¡¿Qué tonterías delirantes estás parloteando ahora?! —Mi padre se puso en pie de un salto, pálido de furia.

¿Delirantes? Hablaba muy en serio.

—Princesa Anisphia, ¿me está pidiendo que le entregue a mi hija? ¿Cuáles son exactamente sus intenciones? —me preguntó el duque Grantz, volviendo su tono a la normalidad.

Asentí con la cabeza.

—Me gustaría invitar a la señorita Euphyllia a ser mi asistente.

—¿Su asistente…? —La señorita Euphyllia ladeó la cabeza, confundida.

Sus gestos eran tan adorables que me dieron ganas de acariciarla.

Tal vez al percibir mis sentimientos, la mirada de mi padre se agudizó.

Me aclaré la garganta, intentando recuperar la compostura.

—Ya debe de saber que soy partidaria de la magicología, pero me gustaría que la señorita Euphyllia me ayudara en mi investigación y me ayudara a presentarla al público.

—¿Le he entendido bien, princesa Anisphia…? ¿Pretende que mi hija se lleve el mérito de sus logros en magicología?

—¡Sí! ¡Eso es exactamente, duque Grantz!

Ciencia mágica, o magicología para abreviar, era el nombre que había dado a mis investigaciones y a mis intentos de recrear las imágenes fantásticas que había vislumbrado en mi vida pasada, y de utilizar esas ideas para resolver los misterios de la magia. Mi escoba de bruja había sido una de esas ideas, un invento nacido de mi deseo de aprovechar el poder de la magia para lograr el vuelo tripulado.

—Con la aprobación de mi padre, he podido difundir algunas de mis ideas mágicas, aunque a muy pequeña escala. Pero dadas mis circunstancias personales, me he abstenido de anunciar públicamente mis principales logros.

—La magicología nació de una idea revolucionaria. Y sus herramientas mágicas nacieron a su vez de la magicología. Teme que las repercusiones para el reino de Palettia sean demasiado inmensas…, ¿verdad?

—Sí. Le prometí a padre que no haría olas con los frutos de mi investigación. El próximo rey de Palettia podría tener problemas si su hermana mayor fuera vista brillando demasiado.

Aunque Allie podía ser mi hermano menor, al ser hombre tenía prioridad en la línea de sucesión al trono. Dicho esto, antes yo tenía la prioridad en la sucesión, pero todo eso está en el pasado.

No puedo usar magia. Soy princesa, pero no puedo usarla, así que, a pesar de todos mis logros mágicos, no podía ser aceptada como reina por la forma en que se gobernaba este país.

En pocas palabras, el reino de Palettia se había desarrollado de la mano de la magia a lo largo de su historia. El primer rey había hecho un pacto con los espíritus y fundado el reino utilizando los dones mágicos que le habían concedido.

Luego, la nobleza se había unido al rey como sus vasallos, y así se estableció el reino de Palettia. Por eso, poder utilizar la magia era esencial para los miembros de la familia real, pero yo era incapaz de hacerlo.

Mi incapacidad para ello había sido desconcertante para todos. Por ello, decidí que, si yo misma no podía usarla, estudiaría un nuevo tipo de magia que pudiera utilizar. Debido a ello, había abandonado mi pretensión al trono, para poder dedicarme a la investigación. Después de todo, había pensado que intentar compaginar ambas cosas solo introduciría conflictos innecesarios.

Mi padre se había resistido al principio, pero yo había insistido tanto que se había resignado a mi voluntad. Y así me convertí en princesa solo de nombre, sin participar en los asuntos políticos, aunque aún reconocida como miembro de la familia real.

—Dicho esto, mi padre me ha estado dando mucho trabajo últimamente, y creo que estoy llegando a ser algo famosa.

—¡Oh, qué gracioso! ¡Es al revés! Decidí que, después de tus llamativas escapadas, era mejor que tratara de mantenerte ocupada con algo sensato, ¡niña tonta e irreflexiva!

—¿Eh…?

¿No era bastante deshonesto por su parte tratar de imponerme problemas políticos por una razón tan egoísta?

Por lo general, no me gustaba quejarme, porque estaba directamente relacionado con mi afición, pero… Ah, ahí me desvié. Será mejor que vuelva al tema.

—Quiero difundir la magicología, pero no quiero ocupar el centro del escenario. Así que pensé, ¿por qué no hacer de mi investigación un esfuerzo conjunto y dejar que la señorita Euphyllia se lleve el mérito?

—Efectivamente… Eso podría ser suficiente para eclipsar la anulación de su compromiso.

—¿Lo ves? Ah, y hay otra cosa. No puedo usar magia, así que necesito una ayudante que sí pueda, ¡y no se me ocurre nadie mejor que la señorita Euphyllia!

—¿En serio…?

—¡Sí! ¡Eres una noble con talento, una artista marcial, amada por los espíritus y se dice que tienes la mayor aptitud para la magia de toda la historia! No es exagerado decir que eres uno de los mayores tesoros del reino de Palettia.

En este mundo, la magia se consideraba un don de los espíritus. Y la señorita Euphyllia era famosa por su habilidad para emplear eficazmente una amplia gama de magias.

Para ser sincera, deseaba tener su talento; mi envidia era tan fuerte que casi podía saborearla. Siendo como era, los resultados de mi investigación no serían bien recibidos por el resto de la nobleza.

Mis carencias también me impedían contratar a un ayudante por los cauces habituales, por mucho que lo deseara. Así que la señorita Euphyllia era perfecta. Sonaba un poco mal decir que todo esto era gracias a su compromiso fallido, pero eso no era motivo para desperdiciar la oportunidad. Al fin y al cabo, esto también le beneficiaría a ella.

—En efecto, tiene sentido… En eso tengo que darle la razón —comentó el duque Grantz.

—¡¿Lo ves?! ¿Qué opinas, padre? ¿Lo aprobarás?

—Anis… ¿Recuerdas lo que me dijiste cuando renunciaste a tu derecho al trono? —Mi padre se cruzó de brazos, con expresión apagada.

¿Qué se suponía que significaba eso? Pero enseguida di con la respuesta y estampé el puño contra la palma de la mano.

—Ah…, ¿te refieres a esa declaración suya? —El duque Grantz también debía de saberlo, porque, por la razón que fuera, dejó escapar un débil suspiro.

La mirada de la señorita Euphyllia vagaba de un lado a otro entre los dos hombres, confundida.

—Padre, um… ¿De qué estás hablando?

—Cuando la princesa Anisphia abordó por primera vez la renuncia a su derecho al trono, dijo: «No quiero casarme con un hombre. Si voy a amar a alguien, quiero amar a una mujer».

Al oír las palabras del duque Grantz, la señorita Euphyllia me miró fijamente, con los ojos muy abiertos.

Su mirada parecía un poco distante…, pero era cierto. Había hablado completamente en serio.

—Quiero decir que no quiero casarme y tener hijos.

—¡Niña tontaaa! —gritó mi padre, agarrándome con fuerza.

—¡Aaagh! ¡Eso duele! ¡Eso duele, padre! ¡Suéltame, por favor!

Mi padre me agarró, gritando mientras sus dedos se clavaban en mi cara. Lo siguiente que recuerdo es que me había levantado de tal manera que mis pies ni siquiera tocaban el suelo. ¡Para, duele de verdad!

—¡Tratas tu posición real y tus responsabilidades como basura bajo tus pies…!

—¡Ay! Pero… si me dejas heredar el trono… ¡ni siquiera puedo usar magia! ¡Tienes tus prioridades al revés…! ¡N-No me equivoco!

—¡Estás más que equivocada, niña tonta! Tu magicología tiene valor, te lo concedo, ¡¿pero qué te hace pensar que nunca podrás casarte?!

—¡Me diste tu palabra! ¡Dijiste que si podía producir resultados, no tendría que hacerlo! ¡Nunca! ¡Ayyy! ¡Padre, mira tu cara! ¡Ni siquiera puedo reconocerte…!

—¡Es un millón de veces mejor que el dolor de tripas que me diste entonces!

Finalmente, mi padre me soltó… Bueno, más bien me tiró. Maldita sea, eso dolió. Pensé que me iba a aplastar.

Era cierto que, cuando hice aquella declaración, me había enfrentado a un infierno de gritos y alaridos, y en retrospectiva me arrepentí un poco. Pero lo que dije iba en serio, así que tarde o temprano habría salido a la luz. En efecto, lo único que hice fue cortarlo de raíz según mis propios tiempos.

Por eso corrían rumores sobre que me atraían las chicas.

No iba a negarlo. Me gustaban las chicas. No tenía nada en contra de los hombres, pero cuando se trataba de temas como el romance, el compromiso o el matrimonio, simplemente no podía verme a mí mismo en esa situación.

—Princesa Anisphia…, ¿puedo hacerle una pregunta?

—¿Duque Grantz? ¿Qué es?

—¿Quiere decir que solo quiere a Euphyllia como su asistente? —El duque me fijó en su punto de mira, su mirada inflexible escudriñando en mi misma mente.

—Hmm. Es cierto que su condición de noble y sus habilidades con la magia serán una bendición, pero para ser sincera…

—¿Sí…?

—¡La señorita Euphyllia es justo el tipo de chica que me gusta!

—¡¿Eres capaz de contener tu lengua por un solo momento, Anis?!

—¡No!

—¡Me estás haciendo enfadar otra vez…!

Esta vez, corrí detrás del sofá en el que estaba sentado el duque Grantz para que mi padre no pudiera volver a agarrarme la cara. En ese momento, mi mirada se encontró perfectamente con la de la señorita Euphyllia, y ella se apartó ligeramente.

Aquello me produjo un pequeño shock. Bueno, ¿quizás era inevitable? Es decir, yo no había negado los rumores. Pero si iba a reclutarla, esto podía ser un problema.

—Ah… Si no siente lo mismo, no haré nada. Y tampoco soy una persona de muchas mujeres, así que no tiene que preocuparse por eso. Hay muchas razones por las que quiero llevarme bien con la señorita Euphyllia.

—¿Conmigo…?

—Quiero decir, ¡ni siquiera he podido invitarle a tomar el té, ya que era la prometida de Allie y todo eso! La situación no es buena, sinceramente, ¡pero es conveniente! Usted también debe pensar que fue un desastre, ¿verdad? Así que, ¿por qué no viene a estudiar magicología conmigo?

—Porque usted considera mi circunstancia conveniente… —Las comisuras de los labios de la señorita Euphyllia se levantaron casi con autodesprecio, y desvió la mirada.

Por supuesto, podía entender que estuviera deprimida por el repentino fin de su compromiso.

—Eso es cierto, pero hay algo más. Es libre de unirse a mí por la razón que quiera, señorita Euphyllia. Está sufriendo y quiero ayudarle. Puede tomar esas palabras al pie de la letra, o puede creerme por cualquier otra razón. No me importa.

Los ojos de la señorita Euphyllia se abrieron de par en par. Extendí la mano y le toqué suavemente la mejilla, luego giré su cabeza hacia mí. De cerca, podía decir con certeza que su belleza era real.

Siempre que la había visto de lejos, había tenido una sonrisa perfecta o ninguna expresión. Pero ahora era incapaz de ocultar sus verdaderas emociones, sus ojos brillaban de confusión y ansiedad.

—Si no me cree, dejaré de intentar reclutarle. Si eso es lo que quiere, no se lo impediré. Pero si algún día cambia de opinión…, si quiere que le ayude, eso me bastará. —Acaricié la cabeza de la señorita Euphyllia, con la esperanza de aliviar la carga y el dolor que le habían impuesto—. Puede cambiar de opinión más tarde si quiere, así que espero que se una a mí por sus propias razones, aquellas que usted eligió.

La señorita Euphyllia me miró aturdida, como un niño perdido que no sabe qué hacer.

—¿Euphyllia? —dijo el duque Grantz, captando la mirada de su hija. Los dos estaban sentados en el mismo sofá, pero él estaba al otro lado. Su rostro era como una máscara de teatro en blanco. Exhaló lentamente y añadió—: Lo siento…

Mis cejas se alzaron ante la repentina disculpa del duque, al igual que las de mi padre.

Sin embargo, fue la señorita Euphyllia quien tuvo la reacción más notable. Lo miró fijamente, con expresión de incredulidad.

—¿Padre?

—Euphyllia. Como nuestra esperada próxima reina, has hecho todo lo posible por no avergonzar a la familia Magenta. Pero supongo que fui yo quien te lo pidió en primer lugar. —Lentamente, como si eligiera sus palabras con sumo cuidado, el duque Grantz comenzó a expresar sus pensamientos.

En ese momento, me pareció más un padre torpe que un noble duque. Su astucia habitual no aparecía por ninguna parte mientras continuaba con un pesar palpable.

—Pensé que si respondías a mis deseos, lo correcto era darte un empujón. Como padre estricto, me pareció apropiado tratarte como el futuro portador del apellido Magenta.

—¡¿Qué…?! ¡¿Qué estás diciendo?!

—Yo… siento como si hubiera cometido un grave error.

La señorita Euphyllia se inclinó hacia delante, sacudiendo la cabeza con incredulidad. En sus ojos había un atisbo de aprensión, incluso de miedo.

—¡Gracias a tu educación soy la persona que soy hoy! La valoro mucho. No me arrepiento de nada. Y tú tampoco te equivocaste, padre. Todo es culpa mía. Solo soy una tonta, indigna de ser duquesa o reina. ¡He arrastrado el nombre de mi casa por el fango!

—Mi hija no es ninguna tonta —intervino el duque.

Su firme negación cortó de un plumazo las desgarradoras lágrimas de la señorita Euphyllia. A mí me habían sorprendido, pero, sobre todo, la señorita Euphyllia dio un respingo de sorpresa y su cuerpo tembló ante la fuerza de la afirmación de su padre. Su boca se abrió y se cerró en silencio, como si quisiera decir algo pero no pudiera expresarlo con palabras.

El duque Grantz, mirando fijamente a su hija muda, continuó:

—Has cumplido con creces mis expectativas… Ahora me pregunto si no habré sofocado tus propias ambiciones. Si es así, la culpa es mía.

Dada la habitual dignidad del duque Grantz, esto era inimaginable. Era difícil imaginar que un miembro tan eminente de la nobleza del reino acabara de admitirlo. Y, sin embargo, esas palabras eran sus verdaderos sentimientos.

Pero la señorita Euphyllia no podía aceptarlas tan fácilmente.

—¿Qué estás diciendo…? —Su voz se alzó con pena—. Por favor, detente, padre. No digas nada más, por favor. No sabré qué hacer conmigo misma si continúas.

—Soy consciente de que no se puede saber. Cuando uno se enfrenta a tales pruebas, puede pedir ayuda.

La expresión del duque Grantz vaciló. Era un ligero cambio, pero su sonrisa forzada era suficiente para delatar su consternación. Extendió la mano y acarició la cabeza de su hija.

La señorita Euphyllia le devolvió la mirada, incrédula.

—Sigues siendo una niña, Euphie. —El duque siguió acariciándole la cabeza con una mano desacostumbrada pero indudablemente cariñosa. Eran casi como un padre y un hijo cualquiera—. He impedido que tu corazón crezca. Nunca te enseñé a afligirte cuando sientes pena, a expresarte cuando te duele algo. Y ahora eres prácticamente una adulta. Seguí actuando como si fueras la misma pequeña Euphie. Todo lo que te enseñé fue a poner una fachada convincente.

El rostro de la señorita Euphyllia se distorsionó visiblemente en respuesta a las palabras de su padre, convirtiéndose en una expresión indescriptible que parecía a la vez llorosa y llena de ira mal disimulada.

—Por favor, basta, padre. ¡No te menosprecies por mí…! Si alguien debe ser reprochada, ¡soy yo! ¡Soy yo quien ha fallado!

El grito de dolor de la señorita Euphyllia era una prueba del amor que sentía por su padre al insistir en que solo ella estaba equivocada.

Sin embargo, la sonrisa de su padre solo se hizo más profunda en respuesta a sus súplicas.

—Si tú fallaste, yo también lo hice, como padre y como hombre. Tenía grandes esperanzas puestas en ti, como futuro líder de este país. Pero al mismo tiempo, fui demasiado estricto. Me discipliné para despreciar tu sufrimiento, para ignorar las dificultades que te aguardaban. Te vestí con una armadura, pero no fortalecí el cuerpo interior. Estoy avergonzado.

—¡Padre…!

La señorita Euphyllia sacudió la cabeza en señal de negación, haciendo que las lágrimas se derramaran por sus mejillas mientras se quitaba de encima la mano de su padre.

El duque Grantz se movió para secar sus lágrimas de todos modos; era un espectáculo verdaderamente frágil.

—Te perdono. Incluso si el rey en persona desea que este compromiso siga adelante, te ayudaré a rechazarlo si eso es lo que quieres. Entonces dime, Euphie, si no quieres ser reina…

La señorita Euphyllia se erizó, mordiéndose el labio. Pero antes de que pudiera hacer sangre, se relajó lentamente, como si los hilos que la sostenían por fin se hubieran roto. Se cubrió la cara con las manos.

—Lo siento, padre… No puedo seguir haciendo esto.

Su respiración era entrecortada, sus palabras entrecortadas y apenas audibles. Parecía que iba a echarse a llorar otra vez.

El duque Grantz asintió en silencio.

—Ya veo… Muy bien. Gracias por decírmelo.

—Sí… Debería haberme apoyado más en ti, padre. Pensé que tenía que ser independiente si quería ser la próxima reina. No podía confiar en mis padres…

—Es bueno tener eso en mente, Euphie, pero a veces, un noble sabio necesita saber cuándo recurrir a la gente que le rodea.

—Sí… —La señorita Euphyllia le dedicó una breve inclinación de cabeza.

El duque pareció aliviado. Puso una mano en el hombro de su hija antes de continuar.

—Euphie. Creo que deberías dejar que la princesa Anisphia te tome bajo su protección. No obstante, la elección es tuya.

—¿Eh…?

—Sin duda te enfrentarás a un gran escrutinio después de lo ocurrido. No es difícil imaginar cómo podría resultar.

Tal y como estaba ahora, casi con toda seguridad se produciría un revuelo si la señorita Euphyllia apareciera en público. En el mejor de los casos, sería objeto de interrogatorio; en el peor, de calumnia. Se trataba de un gran escándalo, y la mejor opción era pasar desapercibida.

—Entonces, ¿por qué debo unirme a la princesa Anisphia…? —preguntó la señorita Euphyllia, con el rostro cansado.

El duque Grantz apretó los labios. Me miró durante un segundo antes de continuar:

—Probablemente, sepas que la princesa Anisphia vive en una villa en los terrenos del palacio real. Es mucho menos llamativa que la residencia principal. Sobre todo, se encuentra dentro de los límites del palacio. Si algo sucediera, podría acudir en su ayuda de inmediato, y debería servir como un refugio adecuado. Luego, por supuesto, también está la propuesta de la princesa. No creo que sea tan mala idea.

—Padre…

—Has trabajado duro y has dado lo mejor de ti. Necesitas tiempo para no ser la hija de un duque o de una futura reina, sino para ser tú misma. La princesa Anisphia no busca tu título aquí.

—Bueno, supongo que es verdad…

Quería a la señorita Euphyllia por sus cualidades personales. El duque Grantz debió oírme murmurar para mis adentros, ya que asintió por ella.

Ahora mismo, era un padre que solo quería lo mejor para su hija.

—Tómate un tiempo para pensar qué quieres hacer con tu vida, Euphie.

—¿Pero eso no causará problemas a la familia…?

—No dejaré que algo así me afecte a mí o a nuestra familia. ¿Confiarás en mí? —preguntó el duque Grantz, volviendo a su habitual semblante aristocrático.

La señorita Euphyllia contuvo la respiración un segundo antes de soltarla y asentir.

—Por supuesto que sí…

—En ese caso, lo que hagas a continuación depende de tus propios sentimientos… Sería un error, por mi parte, pedirte que decidas aquí y ahora.

Apartándose de su hija, el duque dirigió su mirada hacia mí.

—En cualquier caso, tendremos que llegar al fondo de esto. Mientras tanto, no quiero interferencias innecesarias. Así que, princesa Anisphia, ¿podrías cuidar de mi hija un tiempo? Euphie, puedes pasar este tiempo pensando si aceptas su oferta.

—¡Por supuesto! Con mucho gusto —respondí, llena de tanta alegría que salté por los aires.

Mi padre, en cambio, parecía tener otro dolor de cabeza.

—Anis… Por favor, no hagas nada imprudente.

—¡Realmente eres grosero, padre! —protesté.

—¡No tan grosero como tú! —murmuró, dejando caer los hombros por el cansancio.

¿Por qué tenía que actuar así?

La señorita Euphyllia no iba a rechazar el consejo de su padre, pero me miraba algo inquieta.

Le devolví la sonrisa, tendiéndole la mano.

—Puede que estemos poco tiempo juntas, señorita Euphyllia, pero estoy encantada de tenerla.

—Sí, princesa Anisphia…

—Llámame Anis. ¿Y puedo llamarte Euphie?

—¿Eh? No me importa…

—¡Sí! ¡Encantada de conocerte, Euphie!

Le estreché la mano de arriba abajo, radiante de alegría. Euphie también soltó una risita, aunque sus ojos parecían algo desconcertados.

Esperaba verla algún día sonreír de verdad, de todo corazón.

♦ ♦ ♦

—¿Estás seguro de esto, Grantz…? —pregunté, poco después de que Anis y Euphyllia se marcharan.

Grantz permaneció un momento en silencio, mirando la puerta.

—Es lo mejor. Tras la anulación de su compromiso, Euphie no podrá aparecer en público durante un tiempo.

—¿De verdad crees que es lo mejor? ¿Mi Anis? ¿Estás realmente seguro de esto?

—¿Tan poco fiable es tu hija?

Estuve a punto de decir que «sí», pero cerré la boca. De hecho, las ideas novedosas de Anis también solían serme de gran ayuda. A pesar de su enfoque poco convencional, a pesar de sus defectos, tenía sus cualidades redentoras. Sin embargo, dado su comportamiento habitual, no me sentía cómodo admitiéndolo.

Noté la tensión en mi frente e intenté relajarme, dejando escapar un profundo suspiro mientras me frotaba las cejas.

—También es una buena precaución, en el improbable caso de que alguien intente atacar a Euphie.

—¡¿Grantz?!

—Es una posibilidad. Así que tiene sentido que se quede cerca de la princesa Anisphia.

—¿Qué estás diciendo?

Por un momento, le dirigí una mirada alarmada, incapaz siquiera de calibrar lo que estaba insinuando.

Grantz me devolvió la mirada.

—Dependiendo de lo que ocurra a continuación, puede que el príncipe Algard tenga que dimitir.

—¿Puede que no…? —murmuré.

No era difícil imaginar lo que mi amigo estaba pensando, pero me pareció una sugerencia tan descabellada que tuve que negarla.

A pesar de mi asombro, la mirada de Grantz seguía tan firme como siempre, sus ojos brillaban con una luz decidida. Su resolución era firme.

—Yo mismo tomaré medidas si es necesario, Orphans. Incluso si la princesa Anisphia se niega —declaró con claridad.

Por fin pude responder, y le hice una mueca amarga.

Si lo que estaba imaginando llegaba a suceder, ¿cómo reaccionaría mi traviesa hija? Era fácil de imaginar.

—Llorará. Y se resistirá.

—Por eso, debemos empezar a atraerla ahora. Para deslizar el collar alrededor de su cuello, por así decirlo.

—¿Tratarla como a una bestia, quieres decir?

—O una criatura de leyenda, tal vez.

—¿Cuál es la diferencia?

Seguía siendo una princesa, pero tenía que estar de acuerdo con Grantz.

Tras alguna discusión más acalorada con mi buen amigo, por fin me relajé. Este era un asunto problemático que me había llamado la atención, y no podía permitirme dejarlo sin resolver. Dependiendo del resultado, las expectativas de Grantz para el futuro bien podrían convertirse en realidad.

No era difícil imaginar a Anis aceptando tal giro de los acontecimientos. Cambiar el orden de sucesión, obligar a su hermano a dimitir… ¿Qué significaría eso para ella? Solo de pensarlo se me oscureció el ánimo una vez más.

Grantz debió de adivinar lo que reflexionaba. Sin embargo, parecía divertirse.

—Sería un espectáculo digno de ver: la princesa Anisphia gobernando como reina regente.

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