La revolución mágica de la princesa reencarnada – Capítulo 05: La princesa reencarnada hace una visita a domicilio (2)

Traducido por Zico

Editado por Michi y Lugiia


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Al día siguiente de la llegada de Euphie al palacio independiente, yo me disponía a visitar al duque Magenta.

Euphie había vuelto a casa antes que yo. Al fin y al cabo, tenía que cambiarse de ropa y prepararse bien para mudarse conmigo, así que había quedado en que la recogería por la mañana, cuando aún había poca gente fuera.

—Su Alteza, por favor, preste atención a su atuendo. No querrá ofender al duque.

—Sí, sí. Lo sé.

Ilia me hizo una profunda reverencia y luego me condujo a mi armario. Solo pude emitir un exagerado suspiro mientras me aconsejaba sobre la vestimenta formal.

—Me han confiado a la amada hija del duque Magenta, y también está todo el asunto de Allie, así que estoy dispuesta al menos a intentar cumplir con las expectativas.

—¡Ah…! ¡Apenas puedo creer que nuestra salvaje e incontrolable princesa Anisphia esté siendo tan dócil por una vez…! ¡Podría morir mañana sin remordimientos…! —exclamó Ilia como una actriz en una ópera.

—Eres tan melodramática.

Con eso, rápidamente volvió a su habitual comportamiento estoico e inexpresivo.

—Dicho esto, ¿tal vez deberías darse un baño primero?

¿Qué era eso de los cambios dramáticos de personalidad…?

—Elegiremos un vestido para usted después de que se haya bañado, y nos ocuparemos también de su maquillaje. Ah, y luego…

—Te ves animada cada vez que me vistes, ¿verdad, Ilia?

Para que quede claro, no me gustaban los vestidos elegantes. Solo me los ponía cuando había una reunión social ineludible. ¿Quizá odiaba la ropa extravagante por la asociación con esos eventos formales?

Ilia me hizo un gesto con la cabeza, con una expresión aún ilegible.

—Usemos flores. A la gente le encantan las flores. A ti también te gustaban.

—Sí, sí, lo sé… Acabemos con esto de una vez.

No tenía fuerzas para discutir con ella, así que asentí con una sonrisa forzada. Y antes de darme cuenta, me había transformado en la imagen de una joven adorable.

En el pasado, me habría resistido, pero ahora sabía que no tenía sentido, así que dejé que Ilia hiciera lo que tenía que hacer.

Cuando me miré en el espejo, tenía la cara tan pintada que apenas me reconocía. El entusiasmo de Ilia era increíble y parecido, quizá, a mi pasión por la magia. Viéndolo así, descubrí que podía soportar la dificultad de tener que ponerme bonita.

De repente, vi a Ilia en el espejo. Se acercaba a los treinta, pero su piel conservaba un brillo juvenil. No parecía vieja. De hecho, apenas había cambiado desde mis primeros recuerdos de ella.

Al contrario, su belleza parecía haberse refinado con el tiempo. Era una bendición para la vista y una de esas raras personas con las que me podía llevar bien fácilmente. Era muy afortunado de tenerla como doncella personal.

—Eres hermosa, Ilia —le dije.

—Qué graciosa. Es solo porque me dio un invento para mantener mi aspecto.

—Lo digo en serio. Lo he pensado desde niña. Por eso trabajé tanto para crearlo.

—Ah, eso me trae recuerdos. Recuerdo cuando un día de repente comenzó a salir corriendo por el castillo.

—Oh… ¿Te refieres a cuando me agarraste y me abrazaste por detrás?

—Sí, ahí empezó todo. Después, empezó a construir sus artefactos mágicos y se las arregló para herirse más veces de las que puedo contar. Volvía cubierta de cortes y moratones. —La voz de Ilia era cariñosa mientras me recogía el cabello.

Se refería a mis meteduras de pata del pasado, recuerdos compartidos entre las dos.

Por aquel entonces, acababa de redescubrir los recuerdos de mi vida pasada y me había emocionado mucho saber que el poder de la magia existía de verdad en este mundo. Pero luego, por supuesto, tuve que enfrentarme al hecho de que yo misma no podía usar esa magia. Y entonces me puse a construir mis dispositivos mágicos. Ilia siempre me había apoyado.

No podía evitar preguntarme qué habría sido de mí sin ella. Sin embargo, enseguida me di cuenta de que estaba dándole demasiadas vueltas a esos pensamientos y fruncí los labios.

—Es cierto que hubo muchos fracasos, pero no puede haber éxito sin cometer errores.

—En ese caso, mi fallo fue no haberle abandonado. —En el espejo, la boca de Ilia estaba inusualmente relajada, casi sonriente.

Mis ojos se abrieron de par en par. Era raro ver a esta doncella mostrando algún signo de emoción.

—¿Y qué clase de éxito te trajo eso, Ilia…?

—Este momento.

Estaba tan avergonzada que tuve que murmurar:

—Estás exagerando otra vez…

No era algo para decir con tanto orgullo. No obstante, Ilia empezó a reírse, incluso soltó una carcajada.

Hinché las mejillas con frustración.

—Tienes gustos extraños, Ilia.

—¿Acaso tiene el derecho de decir eso? —preguntó ella, ampliando su sonrisa.

Llevaba conmigo más de una década, pero su aspecto no había cambiado nada de cómo la recordaba. Incluso después de tantos años, seguía siendo la misma Ilia. No podía decirlo en voz alta, pero estaba agradecida de tenerla conmigo.

La consideraba como una hermana mayor, aunque probablemente se sentiría abrumada si se lo dijera.

Claro que en realidad no era mi hermana. ¿Quizá más bien una compañera o una amiga?

Mientras meditaba sobre nuestra relación, Ilia había dejado de atarme el cabello y había empezado a enroscárselo alrededor del dedo juguetonamente. A menudo jugaba así con mi cabello rebelde.

—¿Qué sucede…?

—Oh, solo pensaba en lo agradable que es estar aquí. Así que el matrimonio no es el único camino a la felicidad que una mujer puede elegir.

—Ah… Cierto, sobre eso… —Me quedé sin palabras.

Ilia siguió acariciándome la cabeza, dejando que mi cabello cayera de sus dedos.

—No se preocupe. Mi apellido tiene poco peso, y además fui un peón en un matrimonio político. No es exagerado decir que ahora estoy, en cierto sentido, casada con usted, Su Alteza. Gracias a usted, tengo una buena vida —dijo orgullosa, como si estuviera plenamente satisfecha.

A mí, en cambio, se me agrió la expresión al recordar a su familia.

Ilia era hija de un vizconde. Sus padres estaban especialmente hambrientos de poder y habían buscado en ella un matrimonio que aumentara su posición social. Enviarla a trabajar como doncella en el palacio real formaba parte de esos planes.

Sin duda, esperaban que llamara la atención de un heredero de una casa adinerada y, de ser posible, de un miembro influyente de la nobleza.

Y esas intenciones superficiales la habían traído hasta aquí. Fue entonces cuando la conocí. Sus padres se sentían frustrados porque aún no había encontrado pareja, así que cuando me enteré de que intentaban forzarla a un compromiso no deseado, hice todo lo posible para que se quedara conmigo.

Y así, después de muchas vueltas y revueltas, llegamos a donde estábamos ahora. Había aprovechado la situación para involucrarla en mis investigaciones sobre magia, aunque no podría decir si había sido lo mejor.

Al principio, la familia de Ilia había acogido con satisfacción mi oferta de contratarla. No obstante, cuando renuncié al trono, me retiraron su benevolencia. Yo no les tenía mucho cariño, así que en lo que a mí respecta, no fue una gran pérdida.

Recordarlo todo me hizo sentir bastante incómoda. Ilia dijo que no le importaba, ya que siempre había tenido una relación algo frígida con su familia. Por eso, había dejado de usar su apellido. Dijo que prácticamente la habían repudiado, así que me esforcé por no sacar el tema.

Para mí, ella era simplemente Ilia. No importaba quién fuera su familia. La traje aquí porque me gustaba por lo que era. Si eso la hacía feliz, mejor.

—La vida va a ser aún más emocionante, Ilia. Te quedarás conmigo, ¿verdad?

—Como desee, Su Alteza. Aunque no dudaré en estrangularle si es necesario.

Rompí a reír ante su respuesta. Por ella, estaba hoy aquí. No podía agradecérselo lo suficiente.

—Je, je. Este es un disfraz perfecto de princesa… ¡Gracias, Ilia!

—¿Qué está diciendo? Usted es una princesa —dijo ella, bromeando para ocultar su vergüenza.

Entablamos otra conversación ligera mientras terminaba mis preparativos, antes de subir a un carruaje que nos llevaría a la residencia del duque Magenta al más puro estilo princesa. Ilia se sentó frente a mí como mi acompañante. Me resultaba difícil relajarme; echaba de menos mis habituales ropas de caballero.

Los duques de la casa Magenta pertenecían a un antiguo linaje. Tenían una larga historia de relación directa con la familia real, aunque diluida por los tiempos. Los Magenta se contaban entre los miembros más venerados de la nobleza y habían servido a los reyes de Palettia como leales vasallos durante generaciones. Había oído que el duque Grantz era amigo de la infancia de mi padre, y que ambos habían pasado mucho tiempo juntos durante su juventud.

A través de esta conexión, incluso había ido a jugar a la finca Magenta varias veces cuando era niña. Todo esto había sido antes de que Allie y yo nos distanciáramos.

Desde que nuestras posiciones sociales se habían consolidado, nos habíamos distanciado un poco de los Magenta. Para ser honesta, yo era un poco reacio a volver allí. Puede que me hubieran vestido como a la realeza, pero quería arrancarme todas las galas. Sin embargo, eso no era una opción en el lugar al que nos dirigíamos.

Me armé de valor y traté de convencerme de que era mi primera visita oficial. Fue entonces cuando aparecieron las puertas de la finca Magenta.

—Aquí vamos, Ilia.

—En efecto, Su Alteza.

Al bajar del carruaje con Ilia atendiéndome, una fila de doncellas encabezadas por un viejo mayordomo inclinaron la cabeza al unísono, cada una con perfecta elegancia y refinamiento.

—Bienvenida, princesa Anisphia.

—Gracias. Estoy impresionada. Los Magentas son ciertamente dignos de su reputación.

—Su presencia es un gran honor, Su Alteza. El duque la espera adentro. Por aquí, por favor.

Hoy estaba de visita como princesa, así que me recordé a mí misma que debía comportarme adecuadamente. Ya podía sentir que mi sonrisa se congelaba un poco, pero como mi visita debía servir en parte como disculpa de la familia real, tendría que aguantarme. Hoy… era una princesa.

Después de los saludos, el mayordomo me condujo a la mansión del duque. Al cruzar una puerta tras otra, quedé impresionada por la grandeza del edificio. Sin duda, era digno de una familia con una historia tan larga y distinguida.

Nos condujeron a un salón, donde nos esperaban Euphie, el duque Grantz y una mujer de aspecto apacible. Se trataba de la duquesa Nerschell Magenta, esposa del duque Grantz y madre de Euphie. Llevaba el cabello plateado recogido en un gran moño que, si se deshiciera, probablemente le caería por la espalda.

La duquesa Nerschell desprendía la belleza propia de la edad. Sus ojos, de un verde pálido, reflejaban un corazón fuerte. La fuerza de su mirada era una de sus características más reconocidas.

Euphie se parecía a su padre, pero tenía que reconocer que poseía la fuerza interior de ambos. Por cierto, se suponía que Euphie tenía un hermano menor. ¿Se parecía quizá a su madre?

Hacía mucho tiempo que no veía a la duquesa Nerschell, así que me quedé mirándola. En ese momento, nuestras miradas se cruzaron. Tendría que saludarla para no ser descortés.

—Buenos días, señorita Euphyllia, duque Grantz. Ha pasado mucho tiempo, duquesa Nerschell. Es un gran placer volver a verla —dije con una reverencia.

—En absoluto —dijo el duque Grantz, adelantándose para darme la bienvenida a su vez—. Es un honor que nos visite, princesa Anisphia.

Levanté la vista y negué con la cabeza.

—Soy yo quien pide que la señorita Euphyllia me acompañe. En todo caso, debería darle las gracias. Por encima de todo, quiero pedir disculpas por mi hermano. Esta es una disculpa oficial en nombre de la familia real, pero a nivel personal, también quiero expresar mi propio pesar. —Incliné de nuevo la cabeza para ofrecer mis condolencias.

—Por favor, levante la cabeza, princesa Anisphia —dijo el duque.

—Está cuidando de nuestra querida Euphie —añadió la duquesa—. Después de todo lo que ha hecho por ella, no podíamos esperar que se disculpara.

Levanté la vista y me senté cuando me indicaron que tomara asiento. Ilia se colocó detrás de mí, mientras que el duque, la duquesa y su hija se sentaron justo enfrente.

—Hacía mucho que no la veía, duquesa Nerschell. Me alegra ver que le va bien.

—Sí, lo mismo digo, princesa Anisphia. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que nos visitó? —La duquesa se tapó la boca con la mano, dejando escapar una risita alegre.

Sus ojos eran tan compasivos que me encontré balanceándome inquieta. Estaba demasiado acostumbrada a que la gente fuera cruel y de corazón duro, no a este nivel de amabilidad.

—Recuerdo haber venido aquí de niña…, pero tuve que mantener cierta distancia después de que se decidiera el compromiso de la señorita Euphyllia con mi hermano.

—Sí. Esperaba que no fuera cierto, pero parece que el acuerdo con el príncipe Algard no ha resultado. En todo caso, sería más constructivo descartar este desenlace como inevitable ahora que todo ha salido a la luz. —La duquesa Nerschell aún lucía una sonrisa, pero podía sentir la fuerza de la presión tras sus palabras.

El semblante del duque Grantz intimidaba por su ilegibilidad, pero la sonrisa de la duquesa era agresiva. Viendo a estos dos, podía entender por qué algunas personas decían que la señorita Euphyllia era severa a veces. Sin duda, lo llevaba en la sangre.

En ese momento, mi mirada se cruzó con la de la duquesa Nerschell. Me dedicó una sonrisa amable, pero sentí un escalofrío por mi espalda.

—Mi marido y Euphie ya me han hablado de su propuesta —dijo la duquesa, como para cambiar de tema—. Si eso es lo que quiere Euphie, estaré encantada de que se una a usted.

Exhalé un pequeño suspiro de alivio y me obligué a sentarme derecha para despejar la mente. Esta iba a ser una discusión importante, así que tenía que mantener la compostura.

—Me honra saber que ha accedido. Como miembro de la familia real, que sabe lo que es perder el respeto de los que la rodean, me gustaría ayudar a redimir el honor de la señorita Euphyllia tras este desafortunado suceso. Asumiré toda la responsabilidad de su hija y cuidaré bien de ella. Lo juro por el nombre de la casa real —declaré, mirando fijamente a las tres Magentas.

Al oír esto, Euphie pareció tener un extraño brillo en los ojos, mientras que los hombros de la duquesa Nerschell temblaban de forma inusual.

El duque Grantz, igualmente consciente de sus reacciones, se encogió de hombros.

—Hoy está actuando como es debido, princesa Anisphia. Casi me parto de risa cuando hizo ese juramento en nombre de tu familia.

—¡¿Duque Grantz?!

A mí también me había parecido totalmente fuera de lugar, pero ¡¿tenía que decirlo en voz alta?! ¡Estaba haciendo todo lo posible por comportarme como una princesa! Hasta Ilia suspiró a mis espaldas.

No, no estaba haciendo nada malo. ¿No? ¿Fuera de lo normal? Bueno, tal vez para mí, yo era…

—Ugh, duque Grantz… ¡Estoy intentando tratar la situación con la dignidad que se merece!

—Perdónenos. Nunca soñé con verle comportarse de forma tan respetable —respondió el duque con otro encogimiento de hombros y una leve sonrisa.

Algo en su respuesta me pareció vagamente malicioso. Uf, pensar que el duque se burlaría de mí de ese modo…

—Su sinceridad es evidente. Por favor, cuide bien de Euphie por nosotros.

—¡Sí! ¡La apreciaré mucho! —respondí con una alegre sonrisa, inclinando la cabeza una vez más.

¡Sí! ¡Si Euphie decidiera acompañarme, podría seguir adelante con mi investigación!

Al fin y al cabo, necesitaba la cooperación de un usuario de magia capaz para realizar mis inventos. Puede que yo misma poseyera esa magia, pero era incapaz de utilizarla correctamente. Eso había sido un gran impedimento hasta ahora, de ahí que me hubiera puesto a crear mis dispositivos mágicos. Y ahora Euphie, un talento prodigioso, se convertiría en mi ayudante de investigación. ¡El futuro de mi trabajo era brillante!

Me había dejado llevar un poco por la emoción en mis recuerdos. ¿Qué haría Euphie con sus estudios en la academia aristocrática? Después de todo el alboroto del otro día, dudaba que pudiera volver sin más.

—Por cierto, duque Grantz… ¿Cómo será tratada Euphie a partir de ahora? ¿Qué sucede con la academia aristocrática…?

—Todavía tenemos que discutir cómo lidiar con todo esto o su futura posición para el caso… Pero creo que es mejor para ella no regresar por el momento.

—Cierto. Yo también lo pensé.

—Tendré que discutir los detalles con Su Majestad, pero se lo haré saber una vez esté todo decidido.

—Estaré esperando. Por favor, hágamelo saber si hay algo que pueda hacer para ayudar.

—Muy bien… En ese caso, por favor, quédese tranquila, princesa Anisphia.

—Eso es bastante cruel, duque Grantz… Estoy tratando de ayudar, ¿sabe?

Parecía tratar de ser considerado conmigo, pero ¿me consideraba incapaz de comportarme como una princesa modesta? Bueno, tal vez eso estaba más allá de mí, pero si quería que me lo tomara con calma, ¡sin duda lo haría!

Ajusté la postura para ponerme cómoda, cuando Euphie y la duquesa Nerschell empezaron a reírse de repente. ¡Hmph! Todos sabían que yo no era una buena princesa.

—Gracias por cuidar de nuestra Euphie, princesa Anisphia —dijo la duquesa Nerschell.

—Por supuesto. En realidad, le voy a pedir mucho, ¡así que gracias!

—Vaya. Bueno, entonces será mejor que la ayude a empaquetar sus cosas. ¿Euphie? Vámonos.

—Sí, madre. Discúlpeme, señorita Anis.

Euphie y la duquesa Nerschell hicieron una reverencia antes de salir del salón para prepararse para la mudanza.

Mientras las veía irse, el duque Grantz me llamó:

—Gracias de nuevo, princesa Anisphia.

—No es necesario, duque Grantz. Estoy agradecida de tener a Euphie como asistente.

El duque vaciló ligeramente ante esta respuesta, aunque su mirada siguió siendo penetrante, lo suficiente como para enviarme un escalofrío. Era como si intentara ver dentro de mí.

—Me pareció que no tenía una buena impresión de mí… —dijo el duque.

—¿Eh? ¿Por qué no iba a tenerla?

Ladeé la cabeza ante aquella inesperada declaración. ¿De verdad había pensado eso? Pero ¿por qué?

El duque Grantz era, en cierto modo, la mano derecha de mi padre. Ejercía un gran poder político, pero lo más importante era que era amigo de mi padre, su confidente y un importante aliado. No tenía motivos para pensar mal de él. Incliné la cabeza hacia el otro lado, desconcertado.

En ese momento, el duque estalló en carcajadas. Lo único que pude hacer fue mirarle con los ojos muy abiertos.

—No ha cambiado nada, princesa Anisphia.

—¿Oh…? ¿Ah, sí?

—Efectivamente. Desde que anunció que no tenía intención de casarse, no ha encontrado más que éxitos en tus logros. Su Majestad hace tiempo que no sabe qué hacer con usted. Lo he visto de primera mano. —La voz del duque se llenó de nostalgia al desnudar emociones que normalmente mantenía ocultas.

Yo, en cambio, estaba simplemente confundida. ¿Por qué iba a revelarme esa faceta suya a mí y no a su propia hija?

—¿Está seguro de que no tenía una gran impresión de mí?

—Ah. Me pregunto… —objetó el duque Grantz con una sonrisa atrevida.

Al final, no tenía ni idea de lo que estaba pensando. Fruncí el ceño, no muy satisfecha con su respuesta.

—Está bien como está, princesa Anisphia. Por favor, cuide bien de Euphie.

—Ah…

No, no estaba para nada satisfecha, pero al menos ahora no parecía pensar tan mal de mí. Decidí no insistir más.

—En ese caso, se lo encargaré. Discúlpeme, por favor. Tengo algunos asuntos que atender.

—Oh, por supuesto. Gracias por tomarse el tiempo de verme.

Cierto… El duque era un hombre ocupado y no tenía mucho tiempo libre. Es probable que lo necesitaran en otra parte, especialmente dada la situación con Allie. El duque me hizo una reverencia formal y me dejó a solas con Ilia.

Relajé los hombros y dejé escapar un suspiro; en ese momento, Ilia volvió su atención hacia mí.

—Está cometiendo demasiados errores, Su Alteza. Debería esperar al menos a que hayamos vuelto a palacio antes de bajar la guardia.

—Cierto, cierto. Siempre estás encontrando fallos, Ilia.

—Me honra que piense así.

No lo había dicho como un cumplido, pero me sentí un poco más cómoda después de este intercambio… Un mayordomo al servicio de la casa Magenta nos trajo una tetera mientras esperábamos.

Ilia se entretuvo preguntando al mayordomo por el té y luego por Euphie. Dado que era la única asistente en mi palacio, sería la responsable de cuidar de Euphie, así que sin duda tenía muchas cosas que quería confirmar. Yo podía cuidar de mí misma, pero Euphie podría requerir más atención.

No tenía nada que hacer, así que me limité a escuchar la conversación de la pareja mientras esperaba.

—Gracias por su paciencia, señorita Anis —dijo Euphie cuando regresó.

—¿Estás lista?

—Sí. No tengo muchas pertenencias para empezar… —dijo con una suave sonrisa, aunque tenía el ceño fruncido.

¿Tal vez le preocupaba algo?

Me encontré volviéndome hacia la duquesa Nerschell, que dejó escapar una risita preocupada.

¿Eh? ¿Qué estaba ocurriendo?

—¿Pasó algo?

—Tuve una pequeña discusión con mi hermano pequeño…

—¿Oh? ¿Sobre qué?

El hermano de Euphie no se había unido a nosotros, así que no tenía ni idea de por qué los dos podían estar discutiendo.

Euphie, al ver que no entendía, me mostró una sonrisa forzada.

—Lo siento, señorita Anis. Es un asunto familiar…

Últimamente, parecía tener esa expresión a menudo, como si le costara saber qué hacer con sus expresiones. ¿Qué había pasado mientras hacía la maleta? Miré a la duquesa Nerschell, pero se limitó a aclararse la garganta y me devolvió la mirada.

—A mi hijo no le gusta separarse de su hermana mayor. No le hizo mucha gracia que ella fuera a reunirse con usted en palacio, así que se resistió un poco…

—Ah, ya veo…

Yo estaba en una posición completamente diferente con Allie, pero tenía sentido que el hermano de Euphie estuviera preocupado por su seguridad allí.

No obstante, por lo que pude deducir, ella estaría mucho más segura conmigo de lo que estaría aquí. Tampoco se quedaría en el palacio real, sino en mi villa. Tendría pocos motivos para entrar en contacto con extraños.

Esa era sin duda la razón por la que el duque Grantz había dado su aprobación, pero tal vez era demasiado pedirle al hermano menor de Euphie que lo entendiera. Sí, era una situación difícil…

—Todavía es bastante inmaduro, por eso no le pedí que se uniera a nosotros. Siento preocuparla, princesa Anisphia.

—En absoluto. Esto también es responsabilidad de la familia real. Nosotros causamos este problema en primer lugar.

No podía decir que no entendía cómo se debía sentir el hermano de Euphie. Mi familia era la causa subyacente de este lío, después de todo.

Tal vez, tras leer mis pensamientos, la duquesa Nerschell negó con la cabeza. Su expresión se tensó mientras se dirigía a mí con voz ligeramente afligida.

—Esta es una buena oportunidad también para mi hijo, para que aprenda a pasar tiempo separado de su hermana. Lo siento si esto parece un tanto irresponsable, pero le estoy verdaderamente agradecida por acogerla.

—¡Está bien! ¡Por favor, levante la cabeza, duquesa Nerschell! ¡No se preocupe, por favor! ¡Esto también me beneficia a mí, de verdad!

La duquesa se inclinó tan profundamente que casi me asusté. Solo estaba actuando según mis caprichos, así que todos estos agradecimientos no eran necesarios.

—No se preocupe. Euphie y yo conseguiremos grandes cosas, y ella podrá volver a formar parte de la alta sociedad antes de que se dé cuenta. De esa manera, podremos restaurar su honor. Estoy segura de que su hermano también lo apreciará.

—Oh, mi hija es realmente afortunada de tenerle, princesa Anisphia…

—Madre… —murmuró Euphie, ablandando su expresión.

Con eso, la atmósfera en la habitación se relajó. La duquesa Nerschell sonrió a su hija antes de tomar sus manos entre las suyas.

—Euphie. No importa lo lejos que estés, te deseo felicidad. Tu padre y yo compartimos la responsabilidad de este estado de cosas, ya que te criamos pensando solo en prepararte para ser nuestra futura reina. Por favor, no te preocupes por nosotros. Solo cuídate. —Su suave voz estaba llena de fuerte afecto.

Ilia y yo vimos cómo Euphie asentía con la cabeza.

Y así, partimos en nuestro carruaje de vuelta al palacio independiente. Euphyllia observó por la ventana hasta que su hogar desapareció de la vista.

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