La Tierra está en línea – Capítulo 113: Eh, es tan lindo~

Traducido por Shisai

Editado por Meli


Había llegado la primavera, todo se estaba recuperando y la Pradera de los Espíritus daba paso a una estación de crecimiento. El sol brillaba formando en la hierba verde, una capa dorada. Allí todo era pacífico y hermoso.

En la ladera, un pequeño canguro que comía hierba, levantó la cabeza y miró a lo lejos: un fuego monstruoso surgió, cubriendo la mitad del cielo. El animal abrió los ojos de horror y echó a correr.

Tang Mo saltó desde la parte trasera de la colina, su violento aterrizaje, no le impidió correr frenéticamente hacia delante, el fuego lo perseguía, al igual que a cientos de animales que hacían todo lo posible por escapar.

Las llamas parecían descender del cielo y avanzar hacia adelante, por la pradera.

Tang Mo no estaba seguro de si el fuego podría quemar toda la pradera, como lo haría la llama del fósforo gigante de Mosaico, pero no podía permitirse el lujo de apostar. Desde hace dos horas, cuando entró en el juego, había estado huyendo del fuego.

A pesar de que su fuerza física aumentó con respecto al pasado, esta había disminuido ahora por la interminable carrera.

—Si corro treinta minutos más, llegaré hasta esos animales, pero pronto seremos alcanzados por el fuego de Mosaico —calculó Tang Mo.

Mosaico aún no había aparecido, debía estar escondida en la retaguardia de ese mar de llamas.

Los incendios de pastizales y bosques ocurrían a menudo en la Tierra. Algunos eran mortales, aunque las llamas no tuvieran el efecto de causalidad del fósforo de Mosaico, detenerlos requería muchos recursos. El método más común era hacer un cortafuegos.

Acaban de decir que Mosaico volvió a incendiar la pradera; no es la primera vez que lo hace. —Tang Mo corrió rápidamente—. Eso significa que estos animales deben saber cómo resolver el problema.

Nunca había oído hablar de la Pradera de los Espíritus; empero, no tuvo tiempo de comprobar el terreno, se vio obligado a huir del fuego de Mosaico, siguiendo a los animales.

—¡Su fuerza física es mejor que la mía! —gritó diez minutos después, apretando los dientes.

—Eh, ¿un subterráneo? —murmuró un perro con manchas marrones—. ¿O un humano?

El perro adelantó a Tang Mo y luego otros cuadrúpedos hicieron lo mismo. Quizás sabían que debían correr cuatro horas sin descanso antes de poder refugiarse; sin embargo, él no tenía el mismo rendimiento y no lo lograría.

Para cuando la última rata dorada atravesó sus piernas, ya se encontraba en la retaguardia del grupo. Las llamas estaban a dos kilómetros detrás de él mientras los monstruos de la torre negra corrían lejos y se convertían en sombras negras

Tres minutos después ya no podía verlos, al segundo siguiente, se detuvo y miró hacia atrás.

Sacó la pequeña sombrilla, recitó un hechizo, apuntó la punta al suelo y trazó un gran círculo de diez metros de diámetro. En el mismo lugar, se puso en cuclillas y dibujó un gran círculo de veinte metros de diámetro.

El fuego estaba a un kilómetro de distancia.

Guardó la pequeña sombrilla y apretó las manos contra el suelo, en medio de los dos círculos. Una luz negra destelló entre sus dedos y utilizó toda la fuerza que poseía para tirar del césped hasta que lo desprendió.

Se sentó en el espacio que abrió y sostuvo la pequeña sombrilla para protegerse de las llamas que rodearon el círculo que lo albergaba.

Paciente, bebió agua en su refugio. Dos horas pasaron antes de que el fuego se redujera y treinta minutos más tarde, se apagara por completo.

Tal y como supuso, en la Pradera de los Espíritus había una zona cortafuegos; sin embargo, al verse disminuidas sus fuerzas, no tuvo más opción que crearlo, en lugar de correr a él como los monstruos de la torre negra. Además, debía perderlos para evitar que lo enfrentaran para robar su área de protección.

—Esos monstruos son estúpidos.

Tang Mo se secó el sudor de la cara, tomó unos sorbos más de agua. Su piel estaba abrasada por el fuego y su temperatura corporal había superado los cuarenta grados. Cuando el fuego se apagó, sus signos vitales volvieron a la normalidad; guardó la sombrilla y miró a su alrededor.

Toda la Pradera de los Espíritus estaba chamuscada, salvo el círculo en el que se encontraba, pero el fuego le había sido de utilidad, así evitó la confrontación con todos los monstruos que huyeron.

Desde que entró en el juego, la torre negra no le había dado ninguna tarea.

El paisaje se veía igual donde sea que mirara, decidió ir en dirección al sol. De esa forma, al menos no se perdería.

Cada diez minutos, tallaba una estrella de cinco puntas en el suelo como marcador. Durante la larga caminata, no vio a nadie. El suelo estaba tan caliente, que le ardían las plantas de los pies, las suelas de sus zapatos se veían gelatinosas. Tang Mo pensó un momento antes de sacar un par de botas de su mochila y usarlas.

Eran los zapatos que el Zapatero de Hierro le había reparado, con ellos, sus suelas y pies permanecerían intactos.

Siguió avanzando, al llegar a un árbol quemado, se puso en cuclillas y grabó la marca número ciento treinta y cinco. Se secó el sudor de la frente y justo antes de incorporarse, un escalofrío espeluznante le recorrió la columna.

Giró la cabeza y miró detrás de él. En el suelo ennegrecido, un par de pequeños ojos negros se asomaban por encima de la tierra.

Tang Mo sujetó el mango de la pequeña sombrilla, expectante. La superficie alrededor de los pequeños ojos se movió. Sin pensarlo más, se echó a correr.

La tierra se levantó y un insecto negro emergió. Un agudo silbido salió de su boca y entró en los oídos del ex bibliotecario, causándole dolor de cabeza. Como si una fina aguja le perforara desde el tímpano al cerebro. Se mordió los labios, sin dejar de correr.

Detrás de él, el suelo crujió al agrietarse, decenas de bichos negros salieron y chillaron. Tang Mo se cubrió los oídos con las manos mientras saltaba obstáculos y se alejaba.

Podía hacer frente a un bicho, pero eran muchos. Independientemente de su fuerza, no quería enfrentarse a ellos.

Lo desconocido era peligroso. Ese era el tercer piso de la torre negra y la fuerza de cualquier monstruo no podía ser subestimada.

Tang Mo corrió hacia delante con todas sus fuerzas, saltando colinas y barrancos. Los bichos chillaban mientras retorcían sus ocho patas y corrían hacia él. De repente, el viento detrás de él se rompió. Se inclinó hacia un lado para esquivarlo y rodó por el suelo.

Un líquido negro aterrizó donde él acababa de estar y lo corroyó en un instante.

—¡Maldita sea!

Se dio la vuelta y echó a correr de nuevo por la vasta pradera. Una hora más tarde, su fuerza física aminoró y un bicho logró alcanzarlo y trató de golpearlo. Tang Mo lo bloqueó con la pequeña sombrilla, pero fue derribado hacia atrás, trató de correr, pero otro insecto gigante se le puso delante. Pronto le rodearon docenas de ellos. Los miró con calma antes de abrir la boca; de ella emergió una fuerte tormenta.

El poderoso huracán hizo que los insectos salieran volando por los aires. Tang Mo aprovechó la oportunidad para escapar y con la pequeña sombrilla, se libró de algunos, pero eran demasiados.

Pateó el duro caparazón de un insecto y saltó por los aires. Movió la palma de la mano y apareció una enorme cerilla, la rozó contra la coraza de uno de los bichos; no obstante, para su sorpresa, el fósforo no encendió.

Una pata lo golpeó, voló por el aire antes de estrellarse contra el suelo. Mientras esquivaba los ataques, repasó sus habilidades.

—No puedo usar 【Un hombre rápido】 hasta el último minuto…

Rodeado de gigantes monstruos, su esbelto cuerpo era una ventaja. No era fácil para ellos atrapar al pequeño humano.

El viento sopló sobre el suelo calcinado y no muy lejos, de la tierra emergieron dos enormes cabezas.

Eran dos lombrices gigantes que observaron la batalla. Ladearon la cabeza y emitieron extraños siseos:

—¿Están matando a una persona subterránea?

—Es un humano, un humano.

—¿Un humano? —Resopló—. El humano es miserable. Los bichos se lo comerán.

Silbaron y reflexionaron regresar al suelo, pero al cabo de un largo rato, volvieron hablar:

—¿Por qué pienso que ese humano es muy lindo? Quiero salvarlo.

—Yo también quiero salvarlo…

Tang Mo decidió utilizar la habilidad 【Un hombre rápido】; no obstante, justo en ese momento oyó el sonido de algo excavando a sus pies, antes de que pudiera moverse, una cabeza gigante lo lanzó hacia arriba y lo atrapó con su espalda.

Atónito, se dejó llevar por las lombrices, que escaparon bajo tierra. Para cuando los bichos se percataron de lo sucedido, ya estaban a una docena de metros de distancia con Tang Mo.

Los bichos rugieron furiosos. Cavaron con sus ocho patas y desaparecieron en la pradera, dejando solo decenas de agujeros en el suelo.

Tang Mo se agarró a la lombriz. Escuchó atentamente su siseo, pero no pudo entender lo que decían.

—Eh, es tan lindo. ¿Puedo llevarlo yo?

—Soy yo quien lo lleva. —Siseó—. Lárgate.

Un débil resplandor rosa brillaba alrededor de sus cabezas.


Shisai
Esta será, ¿la tercera vez que vemos lombrices? ¿Lo recuerdo bien?

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